Editorial
Abril, 2024
[#if IMAGEN??]
    [#if IMAGEN?is_hash]
        [#if IMAGEN.alt??]
            ${IMAGEN.alt}
        [/#if]
    [/#if]
[/#if]

Diálogo entre fe cristiana, cultura y vida

Luis Fernando Múnera Congote, S.J., Rector

En la última semana del mes de marzo, celebramos la Semana Santa, fiesta que gira en torno a la Resurrección del Señor Jesús, la Pascua, núcleo y centro de la experiencia cristiana. Sobre este acontecimiento, que convoca a millones de hombres y mujeres en muy diversos lugares del planeta, deseo entonces que hagamos una reflexión con el propósito de animar en nuestra Universidad “el diálogo entre fe cristiana y cultura y entre fe cristina y vida, el cual conlleva la promoción de la justicia que esa fe incluye esencialmente”, tal como lo señalan nuestros Estatutos (n.12).

El misterio de la Resurrección está íntimamente ligado a la Pasión y Muerte del Señor, pero nada se entendería ni tendría sentido en este drama humano y divino sin la experiencia de la Resurrección.

La religión no es un camino para recordar eventos del pasado que han marcado la historia. La religión se trata de la experiencia de la relación del ser humano con Dios, relación en el que se abren las preguntas más profundas y se juega el sentido de la vida. La fe no es un acto intelectual, va mucho más allá y toca el sentido de la experiencia humana desde la confianza en la promesa de la vida recibida.

Desde las primeras comunidades cristianas, el corazón de su experiencia es la consciencia de la presencia del Espíritu del Resucitado en cada persona y en las comunidades que se reunían a escuchar la Palabra de Dios y a orar y a partir el pan con alegría. De esta práctica nacieron comunidades profundamente solidarias y vidas humanas transformadas que, con sus palabras y obras, anunciaron con valentía la resurrección del Señor.

Nuestra fe cristiana entierra sus raíces en esa tradición, el Espíritu del Resucitado habita en nosotros y en medio de nosotros y nos inspira para que podamos discernir en medio de un mundo roto y herido, dando testimonio de la vida y de la esperanza.

El drama de la muerte y resurrección de Jesús se vive cada día en nuestro mundo, como dice un himno antiguo que se canta en Pascua: “lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta”. Esta lucha se sigue viviendo entre nosotros, en los crucificados del mundo y en las frágiles semillas de vida y solidaridad que brotan también a nuestro lado.

En los seres humanos que sufren, nos encontramos con el rostro del Señor crucificado que nos llama a la compasión y a la acción. En el mundo herido por el consumo y el afán de riqueza depredador, nos encontramos también con una creación crucificada. El llamado de la vida es también un llamado a la reconciliación con nosotros mismos, con los demás, con la creación y con Dios. Reconstruir y tejer de nuevo los lazos de la vida es tener fe en la resurrección.

La Resurrección de Jesús nos dice que estamos llamados a la vida plena, promesa y esperanza, capaz de atravesar la muerte. El amor y la vida son más fuertes que el egoísmo, la violencia y la muerte y, por eso, siempre valdrá la pena vivir, siempre valdrá la pena rechazar toda violencia y luchar por la vida.

Permítanme cerrar esta reflexión con las palabras con las que el Papa Francisco, el domingo 31 de marzo pasado, después de recordar a todos los que sufren por las guerras de nuestro mundo, cerraba su mensaje a la Ciudad y al Mundo (Urbi et Orbi) en esta Pascua de 2024: “Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones, haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada. ¡Feliz Pascua a todos!”.