Hoy en la Javeriana: El buen vivir urbano depende de como ejercemos ciudadania al construir ciudad - Hoy en la Javeriana
El buen vivir urbano depende de cómo ejercemos ciudadanía al construir ciudad
Silvia Nathalia Núñez Rueda
Estudiante del doctorado en Ciencias Sociales y Humanas
Caminar por las ciudades modernas puede entenderse como un acto de resistencia. Moverse entre el ruido de los autobuses, las aceras estrechas, los trancones diarios, los conductores que no respetan las normas de tránsito, las personas agitadas por llegar a tiempo y los silencios de algunas esquinas que se prefieren evitar, configuran la trama cotidiana de la vida urbana. En medio de este asedio, también están quienes encuentran espacio para detenerse y observar un árbol que florece o el sol que sale por el oriente. Estos gestos cotidianos revelan cómo la ciudad moldea nuestra experiencia corporal: el miedo, el cansancio, la prisa y la incertidumbre se distribuyen de forma desigual entre quienes la habitan.
Así, la ciudad deja de ser el típico escenario que se concibe como el espacio físico donde transcurren solo rutinas: trabajar, estudiar, socializar, dormir, etc. Hace mucho tiempo, la ciudad es mucho más que eso, es un territorio que moldea las formas de vida y el ejercicio de la ciudadanía. La forma en que nos transportamos, el acceso a los servicios públicos, la calidad del aire que respiramos y el tiempo que dedicamos para relacionarnos con los otros, están atravesados por decisiones de políticas urbanas, que con frecuencia, han sido pensadas desde lógicas mercantiles que privilegian la eficiencia, la industria o la infraestructura vial, antes que la vida.
En este contexto, la ciudadanía no puede continuar definiéndose desde un estatus o condición, pues va más allá de los derechos y los deberes. La ciudadanía se ejerce en la vida cotidiana de la calle: caminar sin miedo, usar el transporte público, el trato con la persona que atiende la tienda del barrio, encontrar espacios públicos para descansar, cruzar una calle con semáforo en verde sin tener que mirar si los carros se detendrán y en la posibilidad de acceder a servicios de calidad más allá del estrato socioeconómico. Quizás este último punto sea el más complejo, pues las desigualdades urbanas reflejan que no todos somos ciudadanos con las mismas condiciones: habitamos entre barrios que lo tienen todo y otros sumamente precarizados que sobreviven a pesar del abandono del Estado.
En este panorama un poco desalentador, es pertinente recurrir al concepto Sumak Kawsay, o Buen Vivir, que han propuesto desde hace años nuestros pueblos indígenas andinos, y ofrece un marco interpretativo valioso para repensar la ciudad contemporánea. Mas que una noción individual, el Sumak Kawsay plantea una comprensión relacional de la vida, donde la dignidad y la armonía entre las personas, la comunidad y el territorio son fundamentales para la plena existencia. Esta mirada invita a ver la ciudad como un territorio donde la vida debe encontrar equilibrio, reciprocidad y dignidad, rompiendo con la tradicional visión de verla como un engranaje industrial y tecnológico que exige eficiencia y alberga trabajadores que mantienen el ecosistema productivo.
Romper esta lógica urbana dominante implica en vez de priorizar eficiencia, priorizar la vida. Entender el desarrollo no como una expansión industrial y comercial, sino como una ampliación del bienestar común; y asumir que la ciudad no es un recurso, es un tejido vivo e interdependiente que se construye y se transforma todos los días desde quienes lo habitan.
Romper esta lógica exige una mirada crítica frente a las políticas urbanas que reproducen lógicas que fragmentan, segregan y agotan. Las distancias eternas entre el norte y el sur, entre quienes respiran aire limpio y quienes no, quienes tienen calles libres de basuras, y entre quienes pueden disfrutar la ciudad y quienes la padecen, son distancias políticas. Y transformarlas pasa directamente por las acciones de una ciudadanía activa, crítica y comprometida con la defensa del territorio, que exija políticas públicas centradas en la vida desde acciones noviolentas y que participe en los procesos y las discusiones que deciden el destino de lo urbano.
Hablamos de ciudadanías (en plural) capaces de ejercer su derecho a la ciudad y de habitar el territorio con afecto, circularlo sin miedo, acceder a bienes y servicios colectivos de calidad y participar en la vida urbana en condiciones equitativas. El Buen Vivir, en este sentido no es un ideal romántico sino una demanda política, que de materializarse podría empezar realmente a reflejar principios para un Buen Vivir Urbano.

