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Diciembre 4, 2024
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El silencio y la ausencia

La historia del arte ha sido tradicionalmente escrita desde una perspectiva masculina, invisibilizando las contribuciones de las mujeres artistas. La Editorial PUJ publicó el libro La mujer y el arte en Colombia. Su irrupción en los espacios de formación y exposición (Bogotá, 1841-1910) renovada al arte colombiano entre 1841 y 1910, un trabajo que desafía esta visión hegemónica y nos ofrece otra mirada. A través de un análisis detallado, el profesor Carlos A. García revela cómo las mujeres participaron activamente en la producción artística de su época, enfrentando múltiples obstáculos y prejuicios. Para esta edición de Hoy en la Javeriana, presentamos el prólogo completo del libro, escrito por el profesor Jaime Borja Gómez.

La historiografía de los últimos años ha insistido en que la labor del historiador se mueve entre la ausencia y el silencio. Estas dos categorías conducen a diferentes posiciones frente al hacer historia; sin embargo, ambas destacan el significado de cómo conocemos el pasado. Comprenderlo como ausencia implica la acción de construir un relato a partir de huellas, de modo que la narración hace presente esa ausencia. No se trata de dos conceptos excluyentes; por el contrario, son complementarios. Hacer presente una ausencia implica que se elabora desde la experiencia, los intereses y los valores del presente de quien está reconstruyendo el pasado. La presencia (escribir historia) se convierte en una lectura de ese pasado. Esa lectura, que nunca puede reconstruir el pasado “tal y como ocurrió”, excluye aquello que no es relevante, que constituido en el canon de la historia, se convierte en silencios.

La historia de los dos últimos siglos se ha construido a partir de múltiples silencios, pues la historia no son los hechos, sino las narraciones que se hacen sobre esos hechos. El silencio es político; refleja lo que una sociedad esconde o teme. Desde esta perspectiva, el problema no es que los hechos “no hayan sucedido” o que determinados actores no hayan tenido voz, como habitualmente se cree. El problema es que lo que conocemos del pasado es solo lo que se ha escrito sobre él; es una escritura que no abarca todo lo que pudo haber sucedido. Esto se debe a varios motivos: la narración la hacen los vencedores; los lugares desde donde se cuestiona al pasado seleccionan lo que es relevante para ese presente; o simplemente la historia estuvo escrita fundamentalmente por hombres que escribieron sobre otros hombres y sus valores. Precisamente esto es lo que investiga este libro.

La historia de las mujeres salió a la luz hace solo cincuenta años, en el contexto de la década de los años setenta, un tiempo de luchas feministas, de auge de la igualdad, los movimientos sociales y la apertura sexual. Estos fueron los lugares desde donde ese presente le preguntó al pasado por las mujeres. A partir de esa década, se comenzó a descubrir que las mujeres también eran actores sociales y políticos con un pasado. Este fue el comienzo. Aun hoy, con sorpresa, seguimos descubriendo la ausencia de mujeres en procesos históricos en los que fueron muy activas. Carlos A. García descubre precisamente uno de esos espacios que se han guardado con mucho silencio.

El campo de la historia de las artes es uno de esos ámbitos en los que tradicionalmente se ha creído que la participación de las mujeres fue escasa y que estas artes estaban dominadas casi exclusivamente por hombres. Esta aseveración se ha mantenido por dos razones. En primer lugar, es importante tener en cuenta que las condiciones actuales del orden social, especialmente en relación con la reorganización de los oficios y los espacios, son el resultado de las revoluciones burguesas de finales del siglo xviii. Estas revoluciones generaron un desarrollo particular de los oficios basados en la condición sexual. Esto no significa que antes no existieran oficios signados por el género, por supuesto, pero se trataba de sociedades mucho más flexibles en las que los lugares de lo público y lo privado no estaban tan radicalmente marcados con relación a los roles. Las sociedades burguesas establecieron férreas fronteras sobre lo cotidiano y lo privado como nunca antes se había hecho y, por extensión, establecieron marcas morales de género muy sólidas. Estos elementos delimitan los oficios masculinos y femeninos.

El segundo aspecto tiene que ver precisamente con este periodo. Se trata de la aparición de la escritura de la historia como la conocemos actualmente, como disciplina científica. El carácter literario que había alimentado el relato histórico desde la antigüedad se transformó para que ya no se relataran hechos plausibles y morales, sino aquellos que permitieran la construcción de las identidades nacionales, el claro objeto del discurso histórico. En este contexto, también surgen las historias del arte. Y entre ambos, una característica central: la escritura es un apropiamiento masculino de una tecnología que le permite consolidar un sistema de valores masculinos y burgueses o, al menos, aristocráticos en el caso americano vinculados con los nuevos proyectos políticos posindependentistas. Allí no cabían las mujeres.

El resultado es el ocultamiento de la activa participación de las mujeres en los procesos artísticos. Este silencio de la historiografía del siglo xix, que también se prolonga al siglo xx, es el espacio de ausencias que este libro procura desentrañar. La historia actúa como un gran dogma, en el que un ocultamiento genera otros silencios. Los historiadores del siglo xix ensalzaron un canon —claramente masculino— sobre el cual las historiografías del siglo xx y el xxi siguieron amplificando la voz de lo masculino y los lugares comunes de esta historia del arte del siglo xix. La pregunta, entonces, que trata de esclarecer el presente libro apunta a una contravía: deconstruir la forma en que se ha normalizado la ausencia de las mujeres en el campo artístico colombiano desde el siglo xix. Carlos A. García se pregunta por la manera como las mujeres accedieron a los espacios de formación y exposición, lo cual le obliga a revisar cómo la historia del arte como disciplina ha estudiado este asunto: cómo ha callado, cómo ha ocultado. Como se observará en las próximas páginas, esta pregunta tiene otras implicaciones, pues también se trata de mirar los procesos de socialización, las formas de educación y el sentido que tenían las exposiciones de arte. Es decir, obliga a revisar, volver a mirar, cómo se ha escrito sobre arte en el siglo xix, qué sabemos de este siglo y la consolidación del campo del arte. Siglo fundamental, porque además rompía con los usos de las experiencias visuales que provenían de los dos siglos coloniales anteriores.

Por esta última razón, el periodo 1841-1910, que toma el autor de este libro como fechas extremas, es indicativo de una forma de comprender esta modernidad decimonónica. Solo a mediados del siglo se comienza a notar una verdadera ruptura con la tradición colonial. Y no me refiero solo a los temas o a las experiencias que hacen parte de esa cultura visual. Hasta entonces, el acto de pintar era trabajo de obradores en el sentido de quienes practicaban artes mecánicas, no de artistas. La década de coyuntura en la que se inicia esta investigación es el espacio donde empieza el lento triunfo de la idea de las “bellas artes”, discusión que en la América hispánica solo comenzó a tener cabida a finales del siglo xviii en la Nueva España, por tanto, una idea bastante extraña en estos territorios.

Los argumentos académicos que justifican un prólogo, como texto de apertura a esta investigación, pueden ser innumerables. Creo haber dado algunas pautas, pero no puedo dejar de mencionar un aspecto mucho más subjetivo que da forma a esta narración sobre el siglo xix. Me refiero a lo que produce la sensibilidad de una persona que encuentra en el arte una razón fundamental para sí mismo. Las investigaciones académicas no siempre se construyen con sensibilidad. Es más, tras una pretendida y positiva objetividad, muchas veces se les exige a los historiadores desprenderse de sus cercanías emocionales con los temas. Esta aseveración solo es para decir que detrás de esta construcción académica hay una experiencia de sensibilidad del autor por el arte en general, y por el tema en particular. Este es el arraigo de una propuesta profundamente intuitiva, que resulta del “amor al arte” (textualmente) y de una larga labor como docente en la carrera de Artes Visuales en la Pontificia Universidad Javeriana. Su experiencia como profesor de Apreciaciones e Historias del Arte le proporcionó todas las herramientas para llegar a la pregunta por aquello que no visibiliza la historia del arte. No es gratuito entonces que Carlos A. García pueda pensar, investigar y escribir sobre este tema más allá de una historia de las mujeres: lo aborda desde una perspectiva de género, un avance no tan común en la historiografía local.

Jaime Humberto Borja Gómez
Profesor titular del Departamento de Historia y Geografía de la Universidad de los Andes.

La mujer y el arte en Colombia fue presentado el 25 de noviembre en un evento en el marco de la reciente versión de la Feria Internacional del Libro de Cali. El lanzamiento contó con la participación del profesor Carlos García y de Nicolás Morales Thomas, director de la Editorial PUJ, y con el apoyo del Centro de Expresión Cultural y el Sello Editorial Javeriano, unidades de la sede Cali.

Transmisión del lanzamiento del libro en la Feria Internacional del Libro de Cali, realizada por el Sello Editorial Javeriana (Cali)