Especial papa Francisco
Legado
Junio 3, 2025

Francisco: el Papa del “ahora de Dios”

Nelson Esteban Ramírez Isaza, estudiante Licenciatura en Teología  
Miembro del Consejo Facultad de Teología
Estudiante delegado al Consejo Directivo Universitario

 

Con tristeza muchos jóvenes recibimos la noticia de la Pascua de Francisco. Las redes sociales se inundaron de mensajes de todo tipo: simbolismos, alocuciones de su pontificado e imágenes creadas con inteligencia artificial daban cuenta del Papa que, con su vida, marcó profundamente nuestra historia. No fue solo el primer Papa latinoamericano, fue también quien, desde el primer momento, rompió estereotipos afincados y, con una vida de camino por los pobres, tocó a muchas generaciones. Sus enseñanzas implicaron un cambio de percepción que armoniza con la transformación de época que estamos viviendo. Su cercanía con nosotros, los jóvenes, y con los más vulnerables —en medio de la cultura del descarte—, aunó a su incansable búsqueda por tender puentes en un mundo dividido, nos interpeló de manera especial y profunda.

Para muchos de nosotros, que en 2013 apenas comenzábamos a despertar a una fe más consciente —elegida libremente—, su nombramiento fue una sorpresa. En aquellos días no era fácil —aunque sí impactante— comprender la profundidad de los símbolos de austeridad con los que inició su ministerio. Sin embargo, esos gestos suscitaron un asombro significativo, tanto en quienes vivían la fe como en quienes no pertenecían a un contexto religioso.

Poco a poco, sus gestos sencillos, sus palabras directas y su capacidad de escuchar comenzaron a sembrar una esperanza distinta. Un papado hispanohablante, cercano, coherente, y cuyo ministerio se enmarcó en una serie de hechos que dialogaban directamente con la realidad social, fue un hecho totalmente disruptivo. A esto se sumó que su pontificado fue, sin duda, el del tiempo de internet: un líder global que conjugó su forma auténtica de habitar el mundo con una comunicación abierta. En medio del uso generalizado de las redes sociales entre creyentes y no creyentes, su mensaje llegó a todas partes: a personas con dudas y a quienes simplemente buscaban escuchar una voz distinta.

Aún recuerdo haberme sentado frente al computador, buscando sus entrevistas mientras discernía si estudiar teología era el camino para conocer a Jesús. Me sentía impulsado por el Espíritu y por la coherencia de sus palabras. Gracias a su mensaje accesible, y a la posibilidad de encontrarlo fácilmente en internet, inicié este camino como laico. Hoy celebro estar terminando el cuarto semestre de mis estudios teológicos.

Uno de los aspectos más impactantes de su pontificado fue su coherencia de vida. En un tiempo marcado por la desconfianza hacia las instituciones y por figuras de poder distantes, Francisco eligió la sencillez. Más allá del uso o no de los ornamentos, su forma de habitar el papado nos reveló a un pastor cercano, que anunciaba con su forma de vivir el mensaje del Jesús resucitado. En un mundo donde quien más tiene tiende a oprimir, él nos mostró que otra forma de ejercer la autoridad y el liderazgo es posible: una forma en clave de servicio, humildad y coherencia. Nos invitó a vivir —como expresó en Dilexit nos — desde la esperanza, a arriesgarnos, a construir “la verdadera aventura personal, que es la que se construye desde el corazón”.

El Sumo Pontífice habló —y escuchó— a los jóvenes. En cada alocución buscó dirigirse al Pueblo entero de Dios, sin exclusiones. No temió abrir diálogos sobre temas que parecían intocables en la Iglesia, y nos convocó a participar activamente en ellos. Nos llamó a “hacer lío”, a no temer cambiar lo que había que cambiar, pero siempre con responsabilidad, con fe y con esperanza. Su lectura de los signos de los tiempos fue disruptiva, en sintonía con la enseñanza de Jesús en su momento. Nos enseñó que la Iglesia está llamada a caminar inspirada por el Espíritu, en sinodalidad; es decir, juntos, escuchándonos unos a otros, aceptando la diferencia y construyendo comunidad en la diversidad.

Entre sus muchas enseñanzas, hay dos que marcaron profundamente a esta generación. La primera fue su encíclica Laudato Si’, donde nos interpela a cuidar nuestra “casa común”. Francisco no se quedó en palabras bonitas: mostró que la crisis ambiental es, en el fondo, una crisis espiritual y antropológica. Nos llamó a repensar cómo nos relacionamos con la tierra, con los otros y con nosotros mismos, y a buscar lo que él denominó el “equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, y el espiritual con Dios”. Este llamado no debía quedarse en el papel, sino traducirse en acciones concretas, cotidianas, que se vuelvan hábito en nosotros. Nos recordó que no somos dueños de la creación, sino parte de ella, y nos convocó a actuar con responsabilidad.

La segunda enseñanza clave fue el Documento sobre la Fraternidad Humana (Abu Dabi, 2019), fruto de su diálogo con líderes del islam. Este hito en el diálogo interreligioso —que recoge también el legado de pontífices como san Juan Pablo II— nos invita, en un mundo de diversidad, a tejer puentes y a establecer diálogos constructivos. Nos desafía a proclamar que todos —creyentes o no, de cualquier religión o cultura— somos hermanos. “Todos, todos, todos”, repetía Francisco, como eco de un Dios que no excluye, que no descarta, que ama sin condiciones, pero que transforma: que no nos deja donde estamos. Nos mostró que el reconocimiento del otro, del diferente, como parte de nuestra propia humanidad, es el camino hacia la paz verdadera.

Francisco también nos enseñó a pensar, sentir y actuar con integralidad. Habló del lenguaje de la cabeza, del corazón y de las manos. Nos invitó a unir pensamiento, emoción y acción al servicio de los demás, especialmente de quienes más sufren. Su llamado constante fue a salir a las periferias, no solo geográficas, sino existenciales: ir hacia los olvidados, los heridos, los que se sienten lejos de Dios o de la Iglesia. Y no ir como conquistadores, sino como hermanos.

Recuerdo una frase que escuché en los pasillos de la universidad: “Yo volví a la Iglesia por Francisco”. Ese testimonio, sencillo y profundo, resume lo que significó su pontificado para muchos de nosotros: el regreso de numerosos jóvenes a una Iglesia más humana, más abierta y en sintonía con la vida real. Una Iglesia en la que cabemos todos. No porque otros no la hayan querido así, sino porque Francisco supo responder con claridad y firmeza a los signos de los tiempos.

Francisco nos recordó que no somos el futuro, sino el ahora de Dios. Nos invitó a vivir con coraje, a volar alto, a soñar en grande. Su mensaje, disruptivo y cercano, nos enseñó que, incluso en medio de la incertidumbre, aún es posible creer, construir y amar.
Su paso por la historia dejó huellas imborrables que seguirán marcando a las generaciones por venir. Nosotros, los jóvenes, tenemos ahora el desafío de asumir ese legado, de continuar soñando con una Iglesia que no teme salir al encuentro del otro, que ama desde la verdad, y que vive con la esperanza del Evangelio.

Gracias, Francisco. Gracias por mostrarnos que la santidad también puede tener rostro de sonrisa, de sencillez y de humanidad.