Hoy en la Javeriana: Identidad caleidoscopio de emociones - Hoy en la Javeriana
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Identidad: caleidoscopio de emociones
Ángela Calvo de Saavedra, profesora emérita de la Facultad de Filosofía
“La idea de vulnerabilidad está estrechamente relacionada con la idea de emoción. Las emociones son respuestas a estas áreas de vulnerabilidad, en las que registramos los perjuicios que sufrimos, que podríamos sufrir, o que por suerte no padecemos”, Martha Nussbaum
La película animada Intensa mente 2 (2024), producida por Pixar Animation Studios y dirigida por Kelsey Mann, ha superado los récords de taquilla en su género. Su mayor logro es, quizás, ser una narrativa a la vez profunda, conmovedora y cargada de humor de la experiencia que vive Riley –ahora en el inicio de su adolescencia– al encontrarse con emociones nuevas y complejas que hacen tambalear su sentido de identidad, afectan su manera de enfrentar los retos del mundo exterior y amenazan sus relaciones afectivas de infancia.
La metáfora del caleidoscopio, del griego (kalos, bello, eidos, imagen, skopeo, observar) captura la contingencia del sentido yoico que, lejos de ser algo dado de antemano, es una construcción en movimiento, frágil, vulnerable, un cruce único y especial tejido de hilos de memoria, imaginación, creencias y vínculos, comandado por el tinglado de emociones que se encuentran en constante interjuego, dando lugar a turbulencias, alianzas y conflictos. Esa dinámica multicolor, que suscita la sorpresa, no siempre gratificante, de confusión, desorden y pérdida de control, ayuda a comprender que las emociones, lejos de ser impulsos ciegos sin conexión con el pensamiento, son respuestas inteligentes a la percepción de valor de sectores del mundo que no controlamos, pero advertimos que son esenciales para nuestro florecimiento. Porque las emociones refieren y afectan nuestros proyectos y metas, habitan la mente, nos agitan y nos urgen a actuar. Como las caracteriza Nussbaum son “sobresaltos del pensamiento”: el mundo percibido por las emociones muestra una geografía con diferencias de altura y profundidad que, por eso mismo, aparece como más atractiva, bella, rica e intensa que una llanura.
En la película, miedo, tristeza, repugnancia e ira que, comandadas por alegría, habían construido un sentido de identidad confortable para Riley: “yo soy una buena persona”, se ven irrumpidas por vergüenza, envidia y tedio (ennui), presididas por ansiedad. El nuevo grupo de emociones pretende desalojar a las antiguas del “centro de control”, la mente de Riley, con la presunción de que ella necesita estar mejor equipada para afrontar las nuevas situaciones que se avecinan. La batalla entre las emociones no se hace esperar, pues alegría y ansiedad no están dispuestas a interactuar, a compartir el gobierno de la geografía emocional para dar lugar a la construcción de un sentido de identidad más complejo, que admita la opacidad, el límite, el dolor de vivir, sin expulsar por ello el gozo ni el bienestar. El espectáculo de esa batalla, caracterizado en escenas estupendas en las que se alternan episodios cómicos y trágicos, permite al espectador compartir con el personaje principal las vicisitudes del encuentro y el acercamiento paulatino del yo con sus emociones, sus fallidos intentos por ocultar en el fondo de su psique las que le ocasionan incertidumbre y sufrimiento, sus momentos de crisis ante las fracturas en su frágil sentido de identidad, hasta el momento en que empieza a reconocerlas como parte suya, como sus aliadas y protectoras.
De esa travesía interior que nos invita a compartir la película –protegidos por el efecto del “como si” propio de la ficción– es posible aprender significativas lecciones sobre el desarrollo, cultivo y refinamiento de la propia geografía emocional:
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La conciencia de que no hay emociones buenas ni malas, positivas o negativas, no es útil ni necesario reprimirlas o patologizarlas. Con la experiencia aprendemos a validarlas todas como sensores de aquello que amenaza o potencia nuestro sentido de la vida buena, como apoyos decisivos en la deliberación y como motivadoras de la acción. Su irrupción en la vida, aunque generalmente es abrupta e inesperada, en la medida en la que nos habituamos a dialogar con ellas, a comprenderlas y a integrarlas en la propia identidad, es fuente de confianza y autonomía.
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La experiencia de la vulnerabilidad, de la fragilidad y la incertidumbre da riqueza a la vida, nos enseña a reconocernos como seres imperfectos, pero capaces de desarrollar el coraje y la compasión que requiere luchar por ser nosotros mismos, con el sentido de ser suficientes, dignos de amor y respeto. El reconocimiento de nuestra incapacidad de control pleno es liberador.
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La construcción de la identidad es una tarea abierta e inacabada, un camino de luces y sombras, en el que siempre está presente el conflicto entre quienes queremos ser, lo que otros esperan que seamos y aquello que se va sedimentando a partir de las cicatrices que nos recuerdan el dolor y la alegría de vivir. Como lo expresa el poema de Piedad Bonnet, Cicatrices, “No hay cicatriz por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Pero también su fin./ Las cicatrices, pues, son las costuras de la memoria, / un remate imperfecto que nos sana / dañándonos. La forma / que el tiempo encuentra / de que nunca olvidemos las heridas”.
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El final de la película muestra las posibilidades de cultivo de las emociones, mediante el aprendizaje de la importancia de trabajar en equipo al servicio de la búsqueda personal de identidad y el abandono de su pretensión de controlar, ahora sustituida por la convicción de que en el fondo de cada persona se encuentra un misterio insondable. Riley recupera la sonrisa.
La película deja al espectador a la expectativa de nuevos giros del caleidoscopio, de la aparición en escena de nuevas emociones y, sobre todo, del momento en que ellas puedan expresarse y comunicarse, adquieran palabra y, en el apasionante juego de la conversación con las experiencias ajenas, se articulen como cajas de resonancia que den vuelo a la construcción de lo común en la diferencia.