Opinión
Septiembre 19, 2024
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¿Sacrilegio en la inauguración olímpica de París?

Carlos Novoa S.J.
Departamento de Teología. Profesor Titular, Doctor en Ética Teológica

Tuve el infinito placer de “sentir y gustar internamente” al tenor de San Ignacio de Loyola, la muy artística y estética inauguración de los juegos olímpicos de París. Sin duda, los franceses se vinieron con toda su esplendorosa tradición de originalidad y creatividad en esta inauguración, montando una puesta en escena sin par pletórica de danza, música, teatro, escenografía, entre otras realizaciones, todas ellas óptimas. Salta a la vista, cómo se trató de una honda y muy elaborada recreación de la belleza, que nos dejó a los millones de humanos que la vivimos, llenos de la alegría del festejo del deporte con su gran carga de solidaridad, gratuidad y destreza que le son propios y que tanto nos beneficia a mujeres y hombres.

Desafortunadamente, algún sector de la Iglesia Católica, minoritario gracias a Dios, se rasga las vestiduras y monta en cólera por un montaje artístico llevado a cabo en la inauguración de los olímpicos de París. Se trata de una puesta en escena recreativa del óleo El festín de los dioses, de Jan Bijlert, artista barroco flamenco del siglo XVII, quien en tal óleo pinta una celebración festiva dionisíaca, el cual se puede ver a la derecha debajo de este párrafo.

Dicho sector minoritario sostiene que la puesta en escena referida es una representación burlesca y blasfema del fresco de la Última Cena de Jesús, pintado por Leonardo da Vinci para el comedor del convento dominico en Milán. Me muero de la pena, pero el montaje censurado (arriba a la izquierda), no tiene ninguna relación con tal fresco. En ella se halla Baco o Dionisio en primer plano y detrás Apolo con su gran aureola blanca, flanqueados por diversas personas de pie en actitud festiva. Por ende, en esta alegoría condenada por la mencionada minoría para nada aparece un grupo de comensales sentados alrededor de la mesa cenando, como es el caso del fresco leonardiano.

 La recreación estética reprobada busca evocar la fiesta y el entusiasmo que generaba en la Grecia clásica la realización de las olimpiadas allí fundadas. Como ya lo señalé al inicio de este texto, el ejercicio del cuerpo en su cultivo y crecimiento es motivo de gozo tanto ayer como hoy, y no es otra la pretensión de la puesta en escena que tanto molesta a algunos.

En la vivencia cristiana la corporalidad y su ejercitación son una creación y deseo divinos, como muy bien nos lo narra el libro del Génesis, y el devenir de esta dinámica con su alegría plenifica a la persona y es muy católica, ya que “todo lo auténticamente humano es cristiano” verifica el Concilio Vaticano II. “Alégrense en el Señor estén alegres,” nos insiste el Apóstol Pablo. Es de lamentar que existan algunos miembros de la Iglesia más interesados en hallar por toda parte el mal, el pecado, lo censurable, y no los maravillosos dones que Jesús nos entrega a diario, los cuales nos conducen a cultivar el gozo siguiendo la recomendación paulina.

A este propósito nos aleccionan las palabras del papa Francisco en una de sus homilías de la residencia santa Martha: “La alegría es como el signo del cristiano... un cristiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo. No hay de otra, no está bien de salud... como ya dije alguna vez, hay cristianos con cara de pimiento avinagrado, siempre con cara así... con el ceño fruncido... también el alma es así... (sonríe) allí está lo feo... esos no son cristianos. Un cristiano sin alegría no es cristiano. La alegría es como el sello del cristiano.”