Comunidades que cuidan para habitar nuevas formas de ser hombre

La masculinidad hegemónica impone a los hombres, entre otras cosas, la autosuficiencia emocional. En entornos cada vez más solitarios, los varones jóvenes recurren a figuras que les venden falsas ideas de comunidad. Sin embargo, en Ciudad de México han surgido espacios que invitan a dialogar, escuchar y proponer alternativas del ser hombre.

“Hombre es quien tiene hambre de ser hombre y devorarlo todo sin dejar migajas”. Con esta metáfora, la artista y pedagoga Lía García, que se hace llamar La Novia Sirena, iniciaba su participación en el conversatorio La ternura como política: resistir contra la crueldad, evento convocado por el Laboratorio para Vatos, un proyecto mexicano enfocado en deconstruir la masculinidad y repensar su relación con la salud mental. Promueven alternativas comunitarias y de pares para imaginar nuevas formas de ser hombre y subsanar la profunda carencia de acompañamiento emocional masculino.

Lejos de ser anecdótica, la cita sintetiza la esencia del problema: el vínculo entre masculinidad y violencia. Esta intersección no es casual, sino un pilar estructural del modelo hegemónico masculino. Un mandato de dominación que, lejos de conferir poder, genera un daño profundo: actúa como un determinante social clave que deteriora la salud mental de los hombres y tiene consecuencias de largo alcance en el tejido social. Este artículo profundiza en los mecanismos de este ciclo y en comunidades que han emergido en Ciudad de México y buscan romperlo.

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¿La masculinidad como sinónimo de enfermedad?

La construcción de la masculinidad impone desde el inicio un acto de crueldad hacia los propios hombres: la amputación de sus emociones. Según la antropóloga Rita Segato, este proceso se rige por un “mandato de masculinidad”: un estatus jerárquico que deben obtener, demostrar y perpetuar mediante la adopción de la crueldad, el rechazo a toda vulnerabilidad y la adhesión a un pacto de lealtad patriarcal.

El mandato de masculinidad, o lo que académicamente se denomina masculinidad hegemónica, y popularmente machismo, impacta severamente la salud física y mental de los hombres. Su manifestación más contundente es la disparidad en la esperanza de vida: no es casualidad que los hombres vivan menos en todos los países del mundo. El machismo, que atraviesa todos los espacios sociales, convence a muchos hombres de que son autosuficientes: inhibe la expresión del sufrimiento, dificulta la búsqueda de ayuda profesional y limita el reconocimiento de las propias fragilidades.

De acuerdo con Claudio Tzompantzi Miguel, académico de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el malestar emocional en los hombres está directamente relacionado con cómo aprenden a ser hombres: rechazan la vulnerabilidad y solo permiten emociones como la ira o el enojo, lo que frecuentemente deriva en violencia y consolida una “pedagogía de la crueldad”, como las ha llamado Rita Segato. “El mandato de la masculinidad es la enfermedad más letal para acabar con la vida de los hombres”, advierte Tzompantzi, “para convertirse en sujetos de violencia deben deshumanizarse primero a sí mismos. Muchos pagan este precio con muertes violentas, ya sea por suicidio, consumo de sustancias o riñas con otros hombres.”

A nivel mundial, los hombres presentan una tasa de suicidio significativamente mayor que las mujeres (12.3 frente a 5.6 por cada 100,000 habitantes). Esta brecha es especialmente crítica en las Américas, donde el suicidio es la tercera causa de muerte entre hombres jóvenes de 15 a 29 años, solo después de los accidentes de tránsito y la violencia interpersonal. Estos datos reflejan una vulnerabilidad particular en la región y subrayan la urgente necesidad de implementar estrategias de prevención dirigidas específicamente a esta población.

Lía García trabaja con jóvenes de secundaria y desde el arte les plantea una pregunta reveladora: “¿Te duele no haber podido cuestionar lo que significa ser hombre?”. A partir de ahí, invita a reflexionar sobre cómo el malestar físico, como una gripe persistente o una urticaria, podría estar relacionado con la masculinidad impuesta. García propone que, “el cuerpo masculino desarrolla síntomas como protesta silenciosa ante un mandato que niega su vulnerabilidad”. En una masculinidad hegemónica, decir “estoy enfermo” equivale a pedir cuidado, algo que culturalmente se ha interpretado como una transgresión y una humillación para el hombre, pues lo aleja del ideal de poder y autosuficiencia.

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La negación del cuidado y el apoyo emocional en los hombres es una consecuencia directa de la masculinidad hegemónica. Se reprime la vulnerabilidad, contradiciendo una necesidad humana fundamental: la de comprender los propios procesos cognitivos, emocionales y conductuales.

Al respecto, Claudio Tzompantzi, que además es docente de la Facultad de Filosofía de la UNAM, señala que “antes de la psicoterapia, estas interrogantes se abordaban desde otras disciplinas humanistas, como el arte o la filosofía”. Hoy, ante la falta de acceso a servicios de salud mental formal, muchos hombres canalizan esta necesidad hacia espacios digitales no regulados.

El diagnóstico: solitarios, enojados y asustados

Es en este vacío donde operan pseudo-coachings de masculinidad que, lejos de ofrecer una solución, explotan el mandato hegemónico. Aprovechan la arquitectura viral de las redes sociales para diseminar y monetizar discursos sexistas, reciclando estereotipos dañinos bajo la apariencia de dar una guía y formar una comunidad.

‘Conecta con tu energía masculina’, ‘Sé un hombre de alto valor’, son algunas de las frases que se ven en las publicaciones de estos coaches. Detrás de su lenguaje motivacional, esconden un nuevo rostro de machismo más sutil, pero igual de dañino. La creciente simpatía de varones jóvenes a estas narrativas no es arbitraria, responde directamente a la incapacidad estructurada para expresar sus vulnerabilidades, impuesta por la masculinidad hegemónica.

Este fenómeno se sustenta en la naturalización de ideas a través del sentido común, tal como advierte el profesor Tzompantzi: “Cuando una idea se percibe como obvia o como algo ‘que todo el mundo piensa’, se vuelve incuestionable”. Los coaches de la masculinidad operan desde este registro: no necesitan de credenciales académicas porque apelan a prejuicios profundamente internalizados, presentándolos como verdades naturales y leyes biológicas o espirituales incuestionables.

Uno de los ejemplos más visibles recientemente es el del futbolista Javier “Chicharito” Hernández, quien causó controversia por compartir contenido cargado de discursos sexistas en sus redes sociales. En ellos, afirmaba que las mujeres “fracasan” al no “honrar la masculinidad” y someterse al liderazgo masculino. Expertos y diversos sectores alertan que estas narrativas, que idealizan una masculinidad hegemónica, representan una reacción contra los avances en derechos de la mujer, percibiéndoles como una amenaza para una identidad masculina tradicional.

Esta situación se retroalimenta de una crisis de salud pública global: la soledad. La OMS ha identificado que, entre el 17% y el 21% de los jóvenes de 13 a 29 años la padecen, un problema agravado por el uso excesivo de pantallas. “Si bien las redes sociales ayudan a mantener el contacto con los amigos, podrían tener aspectos negativos, como promover estándares de apariencia poco realistas o el ciberacoso”, menciona un artículo científico publicado en el Journal of Child & Adolescent Mental Health, del que fue coautor el doctor Carlos Gómez, decano de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana.

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El diseño adictivo de las plataformas y la curación algorítmica de contenidos promueven un uso compulsivo que, lejos de aliviar el aislamiento, lo intensifica mediante interacciones superficiales o negativas. Así, la tecnología digital crea un ciclo donde el malestar emocional incrementa el consumo digital, y este, a su vez, profundiza el aislamiento.

La filósofa Sayak Valencia define este ecosistema como glotaritarismo: un mecanismo de control donde algoritmos corporativos curan la información, moldean creencias y sentimientos, y encierran a los usuarios en burbujas que refuerzan sus prejuicios.

Los pseudo-coaches de la masculinidad explotan con el algoritmo de las redes la soledad masculina. A diferencia de las mujeres, que han construido redes de sororidad, muchos hombres carecen de espacios equivalentes de apoyo emocional. Estos discursos radicales ofrecen una comunidad identitaria y una explicación simplista a su malestar, llenando ese vacío con una ideología dañina que se presenta como la única solución.

El falso remedio: gurús que venden comunidad tóxica

La clave del éxito de estos discursos es capitalizar la incertidumbre y el malestar emocional de ciertos sectores juveniles, ofreciendo una narrativa simplificada que identifica a un “enemigo común”. Según este relato, los movimientos que cuestionan la masculinidad hegemónica —como los feminismos o la lucha por los derechos LGBT+— son señalados como responsables de la soledad y la frustración personal de los hombres.

La escasa divulgación de evidencia que relacione el daño psicoemocional masculino con los mandatos de género tradicionales ha creado un vacío. Este es aprovechado por una red de influenciadores que se presentan como una comunidad que ofrece apoyo y significado a hombres que se sienten alienados o excluidos en un mundo de constantes cambios sociales.

Figuras como el creador de contenido mexicano Temach ejemplifican este fenómeno. Bajo la apariencia de consejería relacional y motivación personal, promueve un ideal de independencia emocional y autosuficiencia. Su narrativa se basa en la victimización colectiva de los hombres, a quienes describen como oprimidos por una agenda “progresista”, dice que la masculinidad ha sido “adormecida” y que debe reactivarse mediante la reconquista del estatus de “macho alfa”. Lejos de ofrecer un crecimiento personal genuino, estos discursos reciclan y refuerzan el modelo hegemónico de masculinidad, al negar la vulnerabilidad y desviar la atención de las causas estructurales de la llamada “crisis de la masculinidad”.

“Los hombres no estamos logrando expresar de dónde vienen esos malestares que sentimos actualmente y lo intentamos encontrar en aspectos como ‘no soy exitoso en el trabajo’, ‘no tengo el coche que quiero’, ‘no soy lo suficientemente hombre para que una mujer me quiera’, pero ¿cuál es el problema de fondo?, ¿qué provoca ese malestar? Creo que debemos darnos cuenta de que la masculinidad es una cárcel”, dice Mikel Armenta, co-fundador del Laboratorio para Vatos —‘vato’ en México es sinónimo de hombre—, un espacio que busca exponer y desafiar las normas restrictivas emocionales y sociales impuestas a los hombres por la masculinidad hegemónica, y ofrecer espacios para explorar alternativas.

El antídoto: recetar comunidades que cuidan

En México, la falta de acceso a salud mental no es solo falta de terapeutas; es falta de infraestructura comunitaria emocional. El Observatorio de Salud Mental y Adicciones lo reconoce: “La vigilancia epidemiológica en salud mental es un campo limitado y poco explorado en nuestro país”. Históricamente, los estudios poblacionales han estado dirigidos a explorar fenómenos como el uso de sustancias, aunque existen cambios significativos en la política pública, hay una creciente demanda de atención, y los desafíos en la implementación y estigmatización de estos servicios persisten.

Bajo este panorama surgen iniciativas como Laboratorio para Vatos, que en conjunto con otros proyectos como Vatos Trabajando, son espacios creados “por vatos antipatriarcales, comprometidos con la construcción de nuevas formas de habitar el ser hombres”. También tienen alianzas con espacios físicos como la librería U-tópicas, un lugar en el que el Laboratorio realiza conversatorios bimestrales enfocados en la divulgación de conceptos clave como género, masculinidades, feminismos, ternura y estrategias no punitivas.

El proyecto reconoce que el acceso a la terapia es a menudo un privilegio, con dos obstáculos principales: las barreras económicas y culturales. El cuidado y la terapia están “ligados a lo femenino, lo que estigmatiza estos espacios para los hombres” dice Mikel. Laboratorio para Vatos busca ser una alternativa a esta situación: “es un proyecto que lo que quiere es crear comunidad, donde la escucha es fundamental. Escuchar a la comunidad para mí también es una forma de saber por dónde vamos, qué nos hace falta, qué nos aqueja, qué nos duele y cómo nos estamos relacionando”.

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Con ese objetivo fue convocado uno de sus conversatorios, a finales de agosto de 2025, en el que tuve la oportunidad de participar moderando una conversación sobre la ternura como resistencia. El diálogo exploró la ternura como una fuerza política y una resistencia activa contra la crueldad impuesta en la masculinidad, pero se volvió más que un conversatorio cuando Lía García propuso una serie de ejercicios de interacción entre el público para materializar la ternura y experimentarla de forma corporal, lo que dejó ver la importancia de los vínculos colectivos y la conexión emocional.

El concepto de “comunidades que cuidan” constituye el núcleo de Laboratorio para Vatos, una iniciativa que surge como respuesta a la crisis de identidad masculina y la soledad que afecta a numerosos hombres. Su fundador, Mikel, relata cómo una potente idea surgida en su terapia personal fue la chispa que encendió el proyecto: “Mi terapeuta me compartió uno de los conceptos más punk que conozco: existen hombres que son agresores por marco teórico”, explica. Es decir, hombres que desde lo discursivo entienden las consecuencias de la masculinidad hegemónica, pero que, en sus acciones, la reproducen.

“Esta reflexión también nos enfrenta a las trampas de la ‘deconstrucción’”, añade Mikel. “Ahí me di cuenta de que no basta con crear simples espacios para vatos, sino que debemos configurar comunidades que cuiden”.

A partir de esa premisa, el laboratorio se dedica a generar actividades y conversatorios orientados a la divulgación de ideas relacionadas con género, masculinidades, feminismos, ternura y estrategias no punitivas. “Es, por así decirlo, un espacio de formación”, añade Mikel, “donde podemos organizarnos y movilizarnos. Y eso está bien bonito”.

Esta aproximación contrasta con un vacío más amplio en materia de políticas públicas. Al respecto, el profesor Tzompantzi advierte que son escasas las acciones dirigidas específicamente a jóvenes urbanos en riesgo de ser captados por narrativas misóginas. A pesar de los esfuerzos institucionales, Tzompantzi subraya que el mayor pendiente sigue siendo la escucha efectiva: “Llevamos años haciendo convenciones, instituciones, etcétera, pero lo que nos está faltando es saber escucharlos”.

La iniciativa del Laboratorio para Vatos representa así un esfuerzo desde la sociedad civil para llenar ese vacío, promoviendo no solo la reflexión, sino también la construcción de redes de apoyo y cuidado comunitario.