Enero 2020 | Edición N°: Año 59 N° 1354 – Enero – Febrero 2020
Por: Carlos Julio Cuartas Chacón | Asesor del Secretario General



Por fortuna conservo entre mis papeles, que no son pocos, tres cartas del P. Alberto Gutiérrez, S.J., escritas desde “la Urbe, en la Pontificia Universidad Gregoriana, Piazza della Pilotta”, mecanografiadas y firmadas con un trazo inconfundible, dos de ellas fechadas en 1997, la otra en 1998. Al leerlas de nuevo, ahora que han transcurrido apenas pocos meses de la muerte de este amigo muy querido, ocurrida en Bogotá, el pasado 4 de diciembre, a sus 84 años de edad, me encuentro una vez más con ese hombre querido y sencillo, romántico y muy culto, entusiasta, de gran vitalidad y fino humor, que sabía de alegrías y de risas. Escribía con maestría y hablaba con entonado acento y excelente dicción, en especial cuando se hallaba frente al ambón o en la cátedra, con un acento discreto que delataba su origen antioqueño, pues era oriundo de Medellín, donde nació el 14 de mayo de 1935. “Guti”, como le llamaban muchos de sus familiares y amigos, ha dejado en esas letras, no solo el testimonio de la amistad que nos unió por muchos años, sino también la impronta de su personalidad, un boceto que hoy me conmueve mucho más y que no es otra cosa que un bellísimo autorretrato.

Su conciencia histórica quedó en evidencia cuando en la primera carta me hacía notar que la escribía “en las Nonas de Abril, bajo el influjo de un luminoso Cometa, el día 1.000 antes del inicio del 3er milenio de la redención del muy sagrado Señor Jesucristo, el año 19 del pontificado del Santísimo Obispo de Roma, Pontífice de la Iglesia Universal, Juan Pablo, por la gracia de Dios Papa II, en el 3er. año del dificultoso gobierno de Samper y el segundo del 3er. periodo rectoral de Gerardo S.J. Arango”. Recuerdo entonces al Doctor en Historia, autor del libro “La Reforma Gregoriana y el Renacimiento de la Cristiandad”, publicado en 1983 dentro de la Colección Profesores de la Facultad de Teología; que fue admitido como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia en 2005; y desde 2016 ocupó una silla como Miembro de Número.

A él me unían muchas cosas, como él mismo lo describió en la segunda carta: “hermano en el Señor, colega universitario y copartícipe en acciones referentes a la universitología, a la música, a la bolivarianidad, a la newmanidad, a la churchillidad, a la borreridad y hasta a la aranguidad”. Ahora veo que le faltó la maldonadidad. Ciertamente, fueron muchos años los que disfruté a su lado, aprendiendo y creciendo en javerianidad. En las inducciones para directivos, -Guti fue el Vicerrector del Medio Universitario de 1986 a 1995-, él tenía a cargo una charla sobre la historia de las universidades, para la cual se apoyaba en un detallado esquema. Sobre este tema, nos ha dejado un valioso documento, “La Universidad en la Historia”, conferencia que presentó en el VIII Seminario de Directivos, en 1983. Entonces era Decano Académico de la Facultad de Ciencias Sociales; años atrás había sido Decano del Medio Universitario de la Facultad de Estudios Interdisciplinarios. En 1995 publicaría su conocido libro “El bienestar integral de la Comunidad Universitaria”. Por otra parte, fue él quien preparó los informes detallados sobre el Proceso de Autoevaluación en la Javeriana, que circularon en 1985, 1988 y 1989, lo mismo que el documento de trabajo “De la Autoevaluación Institucional a la Planeación Estratégica”, de 1990.

De Bolívar, cómo no recordar que en su despacho en el edificio Pablo VI, tenía una reproducción de la obra de Ignacio Castillo Cervantes “Entrada victoriosa de Bolívar a Santafé” (c.1969). Fueron numerosos sus escritos en esta materia.

Es el testimonio del jesuita que amó a su patria, a la Iglesia, a la Compañía de Jesús y a la Javeriana, sin lugar a dudas.

En abril del año pasado, tuve el privilegio de acompañar al padre Alberto en la entrevista que se le hizo durante la preparación del libro institucional sobre la Iglesia de San Ignacio; y así, pude deleitarme escuchándolo hablar con toda propiedad sobre historia y arte, sobre arquitectura y música. Ya había tenido algunos quebrantos de salud, pero seguía en pie, animado con sus clases e

El P. Alberto Gutiérrez, S.J. fue Vicerrector del Medio Universitario de 1986 a 1995.

investigaciones. En la segunda carta me había dicho lo siguiente: “Mi vida de recoleta consagración: a la ciencia, a la oración y un poco al anacoretismo se consume en el diario trajinar entre libros, documentos de archivo, recuerdos apolillados y apuntes de sabios, de estadistas y hasta de gente del común”. Luego concluía: “El que esto escribe se va convirtiendo en ‘polilla de biblioteca’, en ‘ratón de archivo’, aunque a ratos piensa que le hace falta la gente para decirle lo del alma, el corazón y el sentimiento”.

Este era el hombre de gran sensibilidad, -un rasgo sobresaliente en él-, alma y director de la Coral Haendel, Tuno Honorario, autor de versos y de coplas. En las antiguas inducciones se encargaba de organizar las obras de teatro que cada grupo debía presentar en veladas memorables.

En la última carta, Guti me hizo una confesión: “A ratos me viene el desánimo y aun el complejo de culpa por no estar con nuestra gente que sufre y que muere muchas veces sin quien le dé una bendición de despedida. Pero me consuela el pensar que estoy prestando un servicio a la Iglesia y a la Compañía, que lo hago por obediencia y que, para ser maestro se necesita imitar al único verdadero Maestro que estuvo muy lejos de instalarse en un sitio porque ‘no tenía donde reclinar su cabeza’”. ¡Qué maravilla de jesuita! Había ingresado a la Compañía de 15 años, en 1950, y recibido su ordenación sacerdotal en 1964.

Pocos días después de la muerte del padre Alberto, asistimos al lanzamiento de la V temporada de Ethos, y tuvimos oportunidad de verlo hablando sobre su meritoria vida, honrada con la Medalla San Roberto Belarmino, hermosa presea que le otorgó la Gregoriana. En la Orden Universidad Javeriana había sido recibido como Caballero en 1995.  Es el testimonio del jesuita que amó a su patria, a la Iglesia, a la Compañía de Jesús y a la Javeriana, sin lugar a dudas. Para él, según una nota de la primera de sus cartas, Alma Mater significaba “donde se nace y donde se muere”.

Nuestra bandera estuvo a media asta en la Javeriana en aquellos días tristes de diciembre, y también hizo guardia sobre el féretro del Guti muerto, que despedimos con hondo pesar y gran admiración. Su nombre brilla entre los grandes de nuestra Universidad.