Septiembre 2023 | Edición N°: 1391
Por: Luis Fernando Múnera Congote, S.J. | Rector



Los seres humanos tomamos decisiones todo el tiempo, muchas relacionadas con asuntos rutinarios y algo irrelevantes, otras, en cambio, con temas trascendentales, de serias consecuencias, que van determinando nuestro rumbo en la vida, como ocurre cuando se escoge la profesión que hemos de estudiar en la universidad o aceptamos un puesto de trabajo.

Un elemento importante para tomar decisiones es la información disponible, pero en muchos casos no se puede evitar un cierto nivel de incertidumbre; entonces, es necesario asumir riesgos, siempre con prudencia, sin olvidar que en ocasiones la decisión se convierte en una verdadera apuesta y, por qué no, en una audacia, un acto de osadía.

Por otra parte, las decisiones que toma una persona o una organización permiten acercarnos a los rasgos que definen su identidad, porque ponen en evidencia los valores y propósitos que enmarcan su quehacer. Es innegable que con las decisiones se determina el curso que seguimos y damos pistas claves para que sepan de nosotros y nos conozcan mejor. En el fondo, las decisiones nos delatan.

Ahora bien, es muy distinto tomar decisiones en grupo que hacerlo individualmente, ámbito en el que la autonomía puede ser muy amplia. Cabe recordar que en una institución las normas corporativas definen qué decisiones puede tomar un funcionario y cuáles corresponden a un organismo colegiado o una junta, y el procedimiento que se debe seguir; de esta forma, las decisiones no quedan al vaivén de quien ocupe un cargo, así siempre exista un margen de maniobra en el que su influencia se pueda hacer sentir.

En el caso concreto de la Javeriana, hace parte de nuestra cultura organizacional la figura del consenso, entendido como “la convergencia de pareceres de los integrantes del grupo en una misma línea de decisión, sin que sea necesario llegar a la unanimidad”; de esta manera, se pretende “que la verdad y el bien común lleguen a prevalecer sobre las consideraciones e intereses particulares de los integrantes del grupo” (Estatutos n. 75-76). Este es un mecanismo que permite, por una parte, buscar participación y, por otra, asegurar que haya armonía a la hora de tomar decisiones, reconociendo las diferentes ideas y las opiniones particulares, evitando limitarse a una perspectiva individual o a la simple sumatoria de intereses.

Esta forma de tomar decisiones corporativas encuentra su inspiración en la tradición cristiana y jesuítica que da un lugar central al discernimiento espiritual. Cuenta la historia que cuando el rey Salomón busca sabiduría para gobernar al pueblo de Israel, le pide a Dios “un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (1 Reyes 3, 9).

El discernimiento espiritual va mucho más allá de tomar decisiones acertadas, pues parte de una relación con Dios en la que nuestros deseos y acciones estén orientados a buscar hacer su voluntad en nuestra vida y en la historia. El discernimiento, así entendido, si bien tiene en cuenta los datos y las razones, pasa por el corazón. Un buen discernimiento se confirma por la paz del espíritu.

Las verdades más hondas y las grandes decisiones no son evidentes, piden implicación personal, deliberación colectiva, un esfuerzo de búsqueda en medio de muchas incertidumbres. El Papa Francisco, hablando del discernimiento en una de sus catequesis semanales, se refiere al esfuerzo que exige el discernimiento: “no encontramos ante nosotros, ya empaquetada, la vida que hemos de vivir: ¡No! Tenemos que decidir todo el tiempo – advirtió el Papa- según las realidades que se presenten. Dios nos invita a evaluar y elegir: nos ha creado libres y quiere que ejerzamos nuestra libertad. Por lo tanto, discernir es arduo”.

Lograr que las decisiones sean el resultado de un consenso, de modo que la verdad y el bien común lleguen a prevalecer sobre las consideraciones e intereses particulares de los integrantes del grupo.

Desde distintas tradiciones humanas y espirituales es posible acercarse al discernimiento, como camino para buscar el bien, personalmente y en grupo. Discernir exige cultivar la libertad y la sinceridad, mirar más allá de nuestros propios intereses y, cuando se discierne en común, comunicar lo que vemos y sentimos. Discernir es un ejercicio de la inteligencia y del corazón, supera las buenas razones y el análisis de información; implica, sobre todo, ordenar nuestros afectos para que en el ejercicio de decidir no nos busquemos sutilmente a nosotros mismos, sino que busquemos el bien, aunque nos cueste y, en ocasiones, incluso nos duela. No obstante, al final del camino, una decisión correcta trae paz y alegría.

Expuesto lo anterior, nos queda clara la importancia que tiene para todos tomar decisiones y la responsabilidad ética que conlleva, especialmente cuando tienen consecuencias para un grupo, para una institución, para toda una población, como sucede en el ámbito del servicio público. Por lo tanto, siempre debemos “tener presente en nuestras decisiones -tal como lo señala el Proyecto Educativo (n. 14)- los efectos que éstas tienen en todas las personas, de manera especial en las víctimas de la discriminación, la injusticia y la violencia”.