
¿Y qué hacemos con tanta contaminación por tapabocas?
Desde finales de 2019, y a raíz de la declaración de la pandemia por covid-19, el tapabocas, un accesorio personal poco habitual hasta entonces, se convirtió en el protagonista en la lucha contra el contagio de la enfermedad. Es así como el uso de protección de las vías respiratorias se volvió obligatorio en casi todos los países del mundo y, por casi dos años, ha sido el acompañante diario a la hora de salir de casa.
Si bien se ha demostrado que disminuye el riesgo de contagio, su uso de forma masiva en todo el planeta se ha vuelto un problema a nivel ambiental. Buena parte de las mascarillas usadas en el mundo son quirúrgicas y desechables, por lo que después de unas horas, van a dar a la basura, en el mejor de los casos.
La Organización de Naciones Unidas – ONU ha alertado que la mala disposición podría llevar a que el 70% de estos implementos terminen en los océanos y hasta un 12% de ellos, sea quemado, causando en ambos casos, graves impactos por contaminación. La ONG Oceans Asia reveló que durante 2020 se arrojaron a los mares de todo el planeta cerca de 1.560 millones de tapabocas, lo que representa seis mil toneladas más de contaminación.
Con esta delicada situación en mente, la ONU abrió una convocatoria a partir de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para diseñar proyectos que disminuyan los impactos de este tipo de contaminantes. Un proyecto presentado por la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad de los Andes y la Universidad del Rosario fue aprobado y se desarrolla la investigación para afrontar esta problemática mundial.
La ONG Oceans Asia reveló que durante 2020 se arrojaron a los mares de todo el planeta cerca de 1.560 millones de tapabocas, lo que representa seis mil toneladas más de contaminación.
“Analizamos de qué están hechos los tapabocas y es un tejido de plástico principalmente de polietileno y, en algunos casos, de polipropileno. Este es el mismo material de las bolsas plásticas o de los frascos de champú, pero dada su composición, y sobre todo su uso, no es un material que se pueda reciclar”, expone Luis David Gómez, profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad Javeriana y uno de los investigadores de este proyecto.
Advierte el profesor que este es un gran reto, pues el plástico no es un material fácil de degradar principalmente por ser un material xenobiótico, es decir artificial, creado por el hombre a partir de la industria del petróleo. Por esta razón, los microorganismos, que son los principales seres vivos descomponedores de la materia orgánica en nuestro planeta, no los reconocen o les cuesta demasiado hacerlo. “Además, a los plásticos se les agrega una serie de compuestos químicos para evitar que el agua o el sol los deteriore, lo que dificulta su biodegradación”.
Esto no quiere decir que no se degraden, pero hay estudios que estiman una sola botella plástica puede demorar más de 400 años en descomponerse. Es como si Cristobal Colón hubiera botado una botella plástica cuando llegó a América, seguramente aún existirían esos residuos. Algo similar podría pasar con los tapabocas y la acumulación de estos residuos se vuelve aún más problemática.
En busca de una alternativa
El profesor Gómez es el tutor del semillero de investigación en degradación de biopolímeros plásticos contaminantes de la Facultad de Ciencias y lleva varios años trabajando con los estudiantes de la Javeriana en la búsqueda de nuevas formas para afrontar la contaminación por plásticos.
“Lo que tratamos de hacer, desde el semillero, es buscar estrategias fisicoquímicas para facilitarle a los microorganismos la degradación de este tipo de materiales. Es como darle un pedazo de bocadillo a un bebé: le será muy difícil morderlo, pero si se lo damos en forma de jalea de guayaba le será más fácil consumirlo”, explica el experto.
Este trabajo se realiza por la convocatoria conjunta entre la Universidad de Los Andes, la Universidad del Rosario y la Pontificia Universidad Javeriana, y su objetivo es promover investigación interdisciplinaria que aborde los problemas relacionados con la crisis social y sanitaria causada por la pandemia del covid-19.
El proyecto constará de tres etapas. En la primera, a cargo de la Universidad del Rosario, se buscarán varios hongos con potencial para degradar compuestos complejos. Entre ellos los más opcionados son los hongos de la podredumbre blanca, unos microorganismos que crecen sobre la madera en descomposición y la blanquean. Por esta característica son usados en la producción de papel.
En la segunda etapa, que está a cargo de la Universidad de los Andes, se producirán nanopartículas de dióxido de titanio, material que usó el profesor Gómez en su tesis doctoral para degradar láminas de polietileno bajo exposición de luz ultravioleta, las cuales se mezclaran con los tapabocas para ser sometidos a un proceso de foto-degradación, denominado fotocatálisis.
La tercera etapa estará a cargo de la Universidad Javeriana y consistirá en crear microcosmos, ambientes de laboratorio que recrean condiciones naturales, y exponer los tapabocas pretratados con fotocatálisis a los hongos seleccionados. Allí se hará monitoreo y seguimiento a su biodegradación a través de análisis físicos y químicos.
Por la Universidad Javeriana participan los profesores María Ximena Rodríguez, Adriana Matiz, Ivonne Gutiérrez y Luis David Gómez, todos del Departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias.
“Es claro que no vamos a llegar a que desaparezca el tapabocas, pero sí estamos aportando en la búsqueda de una estrategia para que ese material se degrade más fácilmente y en menos tiempo”, finaliza Gómez.