Especial del Papa
Opinión
Junio 10, 2025

León XIV: un canonista al servicio de la unidad fraterna y de la sinodalidad

Luis Javier Sarralde Delgado, SJ
Decano y profesor 

Facultad de Derecho Canónico

El pasado 8 de mayo de 2025 los cardenales electores eligieron el nuevo Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, y sucesor del inolvidable Papa Francisco, en la persona del cardenal Robert Francis Prevost, OSA, estadounidense por nacimiento y nacionalizado peruano, clérigo religioso perteneciente a la Orden de San Agustín, quien tomó el nombre de León XIV. Que los cardenales electores en su mayoría diocesanos, hayan elegido nuevamente un religioso es un signo fehaciente de que la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo a través de la mediación concreta del Colegio Cardenalicio, el cual tiene la competencia canónica de elegir un nuevo Romano Pontífice.

Robert F. Prevost, siendo superior general de su orden, fue hecho obispo para la Diocesis de Chiclayo - Perú por el Papa Francisco, quien después lo llamó a ser prefecto del Dicasterio para los Obispos y finalmente cardenal. Así las cosas, Prevost antes de ser Papa, contaba en su haber biográfico con las experiencias significativas y profundas de su vida de fe, entre otras, la de ser un religioso agustino o agustiniano, haber sido Obispo en Perú, y finalmente, haber sido un oficial de la curia vaticana pocos años, antes de ser elegido el 267 Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia católica. Con los estudios propios de todo presbítero, Robert F. Prevost resultó además ser un canonista, al tener los estudios y títulos de Licenciado eclesiástico y de Doctor eclesiástico en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino en Roma, conocida también como el Angelicum, regida por los Padres de la Orden de Predicadores, es decir, los Dominicos. Su tesis doctoral como canonista se tituló El rol del prior local de la Orden de San Agustín.  

Poco se repara en la formación previa de León XIV como canonista y por ello, vale la pena considerar aquí, en unas pocas líneas, el significado que tiene para alguien como Prevost, puesto ahora en el trabajo del pastoreo para toda la Iglesia en cuanto Papa, el hecho de ser canonista y lo que dicha formación puede significar en el cumplimiento de su nuevo ministerio petrino.

En cuanto sucesor de Pedro, León XIV sabe que una de sus ineludibles tareas y principalísima carga pastoral es, por un lado, la de confirmar a sus hermanos en la comunidad de la fe de los creyentes en Jesús Resucitado (Lucas 22: 32), para hacer de la Iglesia la comunidad unida por la caridad fraterna; unidad que no es uniformidad y sí, una unión de ánimos de quienes viven unidos porque son parte del mismo cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Ese servicio a la unidad fraterna es propio de todo Obispo, es una obligación irrenunciable, hace parte esencial de su oficio episcopal. Y ahora, nuestro nuevo Papa lo tiene que desempeñar como Pastor para toda la Iglesia, no como Obispo del mundo, sino como Obispo de Roma, diócesis que precede (primerea en palabra acuñada por el recordado Papa Francisco) a las demás Iglesias en la caridad fraterna. De otro lado, a pocos instantes de su elección y saludar desde la logia de las bendiciones en la Basílica de San Pedro, León XIV expresó que queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que trata siempre de estar cercana especialmente a los que sufren. Su servicio a la sinodalidad no podía ser mejor expresado de modo sencillo, pero sustantivo en dichas palabras del Papa. Su trabajo de pastor le implica caminar con todos, sin exclusión, en favor de la paz que es un signo de la presencia del Resucitado en la vida del mundo, y no solo para la Iglesia misma. Un canonista, en cuanto especialista en el Derecho Canónico, sabe que la Iglesia en cuanto sociedad visible requiere de unas orientaciones o reglas del juego por así decirlo, para asegurar la experiencia del camino de la fe, no de un fiel solamente como individuo aislado de los demás, sino en comunión con otros fieles, y éstos nunca aislados de la sociedad humana, como evadiendo el mundo, sino para asumir la realidad real de hombres y mujeres de buena voluntad en favor de esa caridad fraterna, sobre todo hacia quienes sufren. El Derecho Canónico sirve a todo este propósito. 

León XIV es canonista, y aquí puede verse una ventaja para este momento de Iglesia que vivimos, en la esperanza de la continuación del legado de Francisco por León XIV, por una Iglesia en salida y sinodal, que no es otra cosa, sino renovarnos como la Iglesia de los orígenes, en su radical frescura vivida por las primeras comunidades cristianas. León XIV bien sabe que el trabajo en sinodalidad no es un asunto de solo declaraciones propias del magisterio, sea ordinario o extraordinario. Por ejemplo, una encíclica da una línea doctrinal, y más allá de que pertenezca al magisterio ordinario, con lo que éste implica en su vinculación para todo fiel, no pasa de exigirle al fiel prestar su asentimiento religioso de entendimiento y de voluntad (canon 752 del Código de Derecho Canónico de 1983). Esto no cambia la estructura de la Iglesia ni es ese el objetivo del magisterio. Si la Iglesia requiere renovarse, lo ha de ser también en su fisonomía normativa. La norma no es solo forma procesal, no solo señala u orienta un camino; la norma expresa sustantivamente una voluntad: la experiencia misma que efectivamente se hace real, concreta. La iglesia siempre se ha reformado históricamente en las normas, además de serlo en otros aspectos como los doctrinales, los litúrgicos, entre otros, pero siempre en fidelidad a su esencia carismática misional de anunciar al Señor Crucificado y Resucitado. León XIV sabe con mucha discreción, dónde y cómo se hacen las reformas legales que una comunidad como la Iglesia requiere.