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"Entonces, estereotipar es dominar y por lo tanto una oposición directa al liberar."

De una anti-ética del deber a un proyecto de liberación integral

Andy Comingore L.

Egresada, Facultad de Filosofía Pontificia Universidad Javeriana Bogotá.

Durante toda mi carrera universitaria solía repetirse un escenario común, en el cual yo salía con algunas personas de alguna clase en horario de la tarde (usualmente un seminario) y nos dirigíamos hacía nuestros hogares por la estación de Transmilenio de la Calle 45. Fue en una de aquellas ocasiones que dialogando con un amigo sobre alguna temática relacionada a la clase de “Filosofía del lenguaje”, él me diría en algún contexto, que no puedo recordar en detalle, una frase que me serviría para tejer y romper pensamientos a solas durante años posteriores: “es imposible pensar sin categorías”. 

Como educadora queer (con una experiencia de vida no-binaria y el uso de pronombres femeninos y neutrales) me he topado con que hay una tradición, que es primero filosófica, luego política, posteriormente legislativa y finalmente social, que se encuentra en el nacimiento del riachuelo sangriento que permea diferentes tipos de violencia que no resulta difícil ver a diario en los noticieros y las redes sociales: la tradición ética kantiana. 

No entraré en detalle con respecto a todo lo que esa postura y tradición filosófica implica (por cuestiones de espacio y pertinencia), pero resumiré lo necesario y fundamental para la idea que quiero ofrecer. Básicamente es la idea de que, en primer lugar, hay principios universales por los que vale la pena regirnos en todo caso en igual medida y, por otro lado, sostiene que es necesario obrar por medio de la razón y no las emociones para que el actuar sea realmente ético y no sea expuesto a principios subjetivos. La ética es, para ese caso, un tema de deberes, una labor deontológica. 

En principio, no parece haber problema con aquella postura, no obstante, para poder formular principios universales que parezcan razonables y puedan servir como norte para una ética del deber tiene que haber primero una idea de lo que parece “racional” o lo que se “debe ser”. Y es en este punto en donde el desarrollo histórico de la ética del deber nos ha fallado y se ha convertido en una suerte de “anti-ética”. Vuelvo sobre el punto de mi anécdota inicial: mi compañero de clase estaba seguro de que no se puede pensar sin categorías, lo que, sumado al dominio de la ética del deber, nos da como resultado que deben existir categorías a partir de las cuales se espera que obremos o actuemos en correspondencia. Por ello mismo surge lo que denominamos “estereotipos”. Un estereotipo no es más que ello: la expectativa del entorno social mayoritario sobre como debe encajar algo o alguien dentro de las categorías esperadas, a fin de universalizar comportamientos, principios, ideas y devenires. 

Es la muerte de todo lo no pensado o lo invisibilizado. Una muerte que para quienes pasan la sentencia tiene una función social clara, la de mantener control sobre lo que es, sobre lo que ha sido y sobre lo que podemos esperar. Surge de un temor primal a la incertidumbre. 

En la práctica esto da como resultado que tengamos ideas mentales y visuales claras sobre cómo esperamos que sea el mundo, no porque nazcamos con ellas como ideas innatas sino porque nos crían con ellas, como una maldición familiar que pasa de inconsciente en inconsciente. Pensemos por un momento en lo que ocurre cuando nuestro computador lanza un error o se actualiza cuando más lo necesitamos, o cuando la máquina expendedora se queda atorada y no libera el producto por el que acabamos de pagar, o cuando se va el internet sin explicación; son, en todo caso, experiencias atravesadas por un sentimiento de ira hacia el objeto, porque no está haciendo su trabajo, no está comportándose como debe. Algo similar nos pasa con los seres humanos (lo cual ya debería alertarnos por un primer grado de deshumanización, al tratar a las personas como tratamos a los objetos), si no hace lo que yo espero que haga o no es como yo siento que debe ser, hay ira y temor. Eventualmente aparece incluso la repugnancia y entonces la violencia se abre paso. 

Cuando me ven por la calle, en el trabajo o en una tienda, a veces incluso dentro del conjunto residencial en el que vivo y algo no les cuadra en la manera en que visto y cómo se ve mi rostro o cómo se escucha mi voz en contraste con mi cabello, falla, para la persona que no puede tolerarlo, su propia versión de la matrix. Entonces lo más fácil es no conocer, para no enfrentarse al pensamiento y al sentimiento incómodo, sino asumir y partir de eso que se asume, volver a la universalización. Asumir cosas de las personas basadas en género, raza, peso, habilidad o lugar de procedencia es una forma clara de dormir el pensamiento, de pereza imaginativa. Es decir, “ya conozco esto”, aunque no lo conozca. 

En ese sentido, nuestra esperanza recae no en el deber o lo universal, sino en un proyecto de liberación que acoge todas las dimensiones humanas, pero que tiene una tarea más urgente en algunas áreas como la educación, la salud (particularmente la mental) y el mundo laboral. Como en cualquier proyecto de liberación, hay una oposición a la dominación, que en últimas es la madre del estereotipo. Decido que eres así, porque es una forma de dominarte, de tener control sobre ti y el mundo. Entonces, estereotipar es dominar y por lo tanto una oposición directa al liberar. 

¿Y qué tarea tiene este proyecto ético de liberación? Nada menos que la de despertar la creatividad, la imaginación y el ojo del alma que mira con transparencia y sin condena a todo lo que no soy “yo”. Como javeriana egresada, como colombiana, como ciudadana del mundo y como ser humano busco aportar a ello con una apertura de corazón a todo lo que no soy yo, partiendo del principio socrático más pop: reconocer mi propia ignorancia. Es esa entonces mi invitación a la comunidad javeriana y, en general, a quienes lean estas palabras. 

En la medida en que nos reconozcamos sanamente ignorantes, abrimos las compuertas del corazón y podemos frenar la posibilidad de la violencia que surge allí cuando elijo al estereotipo, a la voz que dice “yo conozco”, que dice “el mundo es así” y que ha asesinado a la duda.