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"En distintos espacios, informales y formales, hemos escuchado el temor de algunas personas a ser denunciadas por “casi cualquier cosa” cuando nos referimos a las violencias y discriminaciones que ocurren entre integrantes de la universidad."

Educar en la diversidad y equidad: ¿amenaza u oportunidad? - Una mirada desde la experiencia en Uniandes

Ana María Cepeda
Margarita Gómez

En distintos espacios, informales y formales, hemos escuchado el temor de algunas personas a ser denunciadas por “casi cualquier cosa” cuando nos referimos a las violencias y discriminaciones que ocurren entre integrantes de la universidad. Algunos mencionan una crisis de sensibilidad de esta generación, otros que es casi imposible corregir algo de sus estudiantes y que prácticamente hoy toda opinión es válida. El rol que desempeñamos, desde hace 6 años, de brindar atención inicial y acompañamiento a personas que deciden denunciar casos de maltrato, acoso, amenaza, discriminación o violencia de género, nos ha permitido controvertir este imaginario colectivo; y nos sitúa frente a una problemática estructural que impone el enorme reto de transformar, entre todxs, las formas tradicionales de relacionarnos y de reflexionar cómo nuestros actos determinan la experiencia de quiénes habitamos espacios y comunidades universitarias.

La universidad es, desde su creación y su sentido de existencia, un lugar para cultivar y fortalecer el ejercicio crítico de la ciudadanía. Es el lugar donde muchas personas construyen y reconstruyen su identidad, desarrollan proyectos de vida académicos, profesionales y personales diversos. Es una institución en la que hay una aspiración por superar desigualdades y un camino hacia el andar colectivo, que se identifica desde la misma misión de las Instituciones de Educación Superior (IES) y que hoy, más que nunca, este llamado debe verse reflejado en la realidad del país. No obstante, “es preciso evidenciar que la Universidad, como toda institución, no es neutral, sino que es un cuerpo historizable, que reúne en sí las contradicciones del mundo y que funciona como reflejo de las inequidades estructurales que están presentes en la vida diaria” (Dejusticia, 2022).

Somos conscientes de que hay resistencia por reconocer, nombrar, trabajar y avanzar en estos temas; No en vano, en Colombia la enunciación de conductas como el acoso sexual y la violencia de género es reciente. A modo de ejemplo, a finales del 2016, sólo la Universidad de los Andes y la Universidad Nacional, contaban con un protocolo para el manejo de este tipo de casos (Moreno, 2020); claro, reconociendo que hay camino por mejorar y encontrar mejores formas de prevención, acompañamiento, sanción, transformación y reparación, así como la necesidad determinar acciones más aguerridas coherentes con la misión institucional y el contexto. En el presente, el Ministerio de Educación emite una resolución que le solicita a todas las IES contar con protocolos para la detección, atención, acompañamiento y sanción de las violencias de género. De igual forma, hay una proliferación de grupos estudiantiles, semilleros de investigación, clases, seminarios y eventos que ponen en evidencia desigualdades estructurales como el sexismo y el clasismo en el ámbito educativo e invitan a transformar las injusticias y materializar la aspiración por la equidad.

Reconocemos, que en las comunidades universitarias existen - y debe ser así- grupos de personas dedicadas a movilizar estos temas dentro de la agenda institucional, para que efectivamente se materialicen las aspiraciones; asimismo, sin duda las profesoras expertas y las colectividades han sido pilares en este cambio social.

Luego, parece ser que el cambio va más allá de las políticas, protocolos, resoluciones e instrumentos normativos, necesita la corresponsabilidad entendida como el involucramiento de todos los actores que coexisten en la comunidad universitaria para que sea efectivo, real y oportuno. No es un tema de bandos, de filiaciones políticas o de generaciones diferentes; tampoco un tema inherente únicamente a las víctimas o las colectividades. La violencia, y sus múltiples manifestaciones, se hacen evidentes en formas particulares en cada contexto: laboral, académico, investigativo, social, etc. Pero sobre todo se alimenta de las jerarquías y de las relaciones existentes (Dejusticia, 2022). Es ahí donde docentes, estudiantes, personal administrativo, directivos y en general, quiénes hacemos parte de la comunidad, estamos llamados a transformarnos.

Entonces, este artículo- y nuestro trabajo- no es una invitación a eliminar los estándares de exigencia, la posibilidad de tener normas, de tener espacios deliberativos, de tener diferentes formas de pedagogía o de trabajo y de ser. Es una invitación a que desde el rol que cada persona tiene en la comunidad, pero sobre todo desde nuestra condición humana, nos sumemos a este cambio cultural que tiene una apuesta colectiva, que sin duda, es imparable. Esencialmente desde la propia reflexión, de volcar la mirada hacia el comportamiento propio, las decisiones que tomamos y los discursos que desplegamos; como popularmente se dice vamos a aplanar el terreno para que todas las personas tengamos las mismas oportunidades, en el marco de los derechos humanos, de la equidad y de los avances que hemos ido construyendo en la última década.

 


 

Referencias

Dávila, M.X & Chaparro-González,N. (2022). Acoso sexual, universidades y futuros posibles: enunciaciones críticas sobre las conductas, los lugares y las soluciones.

Dejusticia. Moreno, C. (2020). Los protocolos de violencias basadas en género de las universidades colombianas: apuestas pioneras en un contexto ausente de regulación. En Buchely & Jaramillo-Sierra (Ed.) Perspectivas de género en la educación superior (p. 97-122)