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"Ser queer es disruptivo, pues es algo que se opone de forma directa a las reglas que estructuran a la sociedad, desde lo legal, lo familiar, lo institucional, lo religioso, etc."

Expresando oposición en el Campus

David López Pacheco

Este 17 de mayo, como cada año, se celebra el Día Internacional Contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Nuestro Campus, pese al trabajo por luchar contra la discriminación y por promover la inclusión y la diversidad, no deja de funcionar como comunidad que sigue inscrita en las grandes dinámicas de la sociedad. En particular, caminar por el Campus sigue siendo una experiencia binaria: sigue siendo extraño encontrar personas disidentes del género y con expresiones de género no normativas. Estas personas suelen encontrar su lugar en microcomunidades que se apartan del look normal de la Universidad: siguen siendo una excepción.

Cuando se habla de inclusión y diversidad en el Campus, es fácil ignorar o pasar de largo el tema de la corporalidad y la materialidad de las identidades LGBTI. Hay un espacio vacío entre el discurso —hay que aceptar a la comunidad— y la realidad —hay presencia visible de la comunidad en el Campus—. Tal vez esto se deba a que el entendimiento general de lo “LGBTI” se queda en el significado de las palabras, lo cual es corto respecto a la realidad y al significado de lo que es ser y vivir desde una identidad LGBTI, y tal vez este espacio vacío sea la razón por la cual las poblaciones decidan adoptar otras palabras para identificarse, como lo es la palabra queer.

Ser queer es disruptivo, pues es algo que se opone de forma directa a las reglas que estructuran a la sociedad, desde lo legal, lo familiar, lo institucional, lo religioso, etc. Y es precisamente este el motivo por las cuales las violencias contra la comunidad son tan frecuentes; son violencias sistemáticas. La discriminación a personas trans, por ejemplo, no se modela porque algunas personas digan: “soy transfóbico, cuando vea una persona trans, voy a violentarla”. La transfobia se modela porque desde las instituciones como la medicina o la educación se excluye la opción de que una persona transite el género, cambie la forma en la que quiere ser vista y rompa con las exigencias arbitrarias de lo que es ser hombre o ser mujer. La discriminación, de forma material, no toma como objetivo a las personas que se identifican con la etiqueta de “transgénero” o de “gay”; toma como objetivo a las personas que, desde muchos lugares, no responden a las reglas que estructuran lo que “debe” y “no debe” ser.

En este orden de ideas, la corporalidad y la expresión son un matiz vital en la experiencia de lo queer. “Ver” a personas que en su forma de vestir y de actuar rompen la convencionalidad del género y de la sexualidad es disruptivo, y más allá de ser una expresión de “inclusión y diversidad” en el campus, es una forma de, poco a poco, romper con las estructuras que rigen y permiten la discriminación por transfobia, homofobia o bifobia, pues la discriminación es ajena a la forma en la que decidamos darle nombre. Hay un acto poderoso en dejar de lado, así sea por un momento, lo que se ha decidido llamar “LGBTI”, y simplemente abrirle la puerta a cualquier expresión que rompa con las convencionalidades de lo que es el género y la sexualidad; no porque los nombres y las etiquetas no sean importantes, sino porque no son el único lugar desde donde se puede fomentar el respeto por la diversidad y la deconstrucción de sistemas opresivos.

Tal vez a esto se refería Hélène Cixous cuando propuso: “Imaginemos simultáneamente un cambio general de todas las estructuras de formación, educación, ambientes, es decir de reproducción, de los efectos ideológicos, e imaginemos una liberación real de la sexualidad, es decir, una transformación de la relación de cada cual con su cuerpo (—y con el otro cuerpo)”1. Es posible romper con las estructuras que dan espacio a las discriminaciones y violencias en el Campus, pero es difícil lograrlo sin aceptar y permitir la disrupción de las expresiones de género y de sexualidad que rompen con el esquema de lo normal.


1Hélène Cixous (1995), La risa de la Medusa : Ensayos sobre la escritura, Editorial Anthropos, p. 42