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"más que pensar en nuevas masculinidades considero importante plantear la pregunta fundamental ¿Qué es ser hombre?, y desde aquí invitar a reflexiones frente a lo que los sentidos y significados de ser hombre implican en la forma en que construimos y posibilitamos nuestras relaciones, vínculos, afectos, conflictos y violencias."

Sobre Las Nuevas Masculinidades

Ricardo Cardona Echeverri

Psicólogo – Magister en Salud Pública de la Universidad El Bosque, Profesional del Centro de Asesoría Psicológica y Salud - PUJ

fPara atender la invitación que se me ha hecho para compartir una opinión sobre “nuevas masculinidades”, he de aclarar, en primera instancia, que lo que tenga para decir sobre este tema, no lo hago necesariamente desde una experticia académica o profesional, sino más bien desde un profundo y genuino interés por ampliar mis comprensiones sobre el género y las implicaciones que esta categoría tiene en las múltiples formas en que las personas nos relacionamos con nosotras mismas, y con el mundo que habitamos (lleno de otras personas, otros seres, otros espacios). 

Y es que más que pensar en nuevas masculinidades, considero importante plantear la pregunta fundamental ¿Qué es ser hombre?, y desde aquí invitar a reflexiones frente a lo que los sentidos y significados de ser hombre implican en la forma en que construimos y posibilitamos nuestras relaciones, vínculos, afectos, conflictos y violencias. 

Ser hombre no solo pasa por tener cierta información en mis genes que se expresa fenotípicamente para configurarme como un macho de la especie humana. Ser hombre pasa también por las formas de ser, pensar y actuar que histórica y culturalmente se han establecido sobre la hombría y la masculinidad. Esto se nutre de múltiples voces que nos dicen como camina, como se mueve, como mira, como siente, como habla un hombre; voces que vienen de nuestras familias, de nuestros maestros y maestras, de los noticieros, de las novelas, del cine, de la música; voces que retumban en nuestras cabezas (a veces sin darnos cuenta) y que, pareciera que nos marcan sin dejarnos otra alternativa distinta a ser ese macho que se espera de nosotros. 

Frases como: “Los niños no juegan con muñecas”, “El rosado es un color de niñas”, “Los hombres no lloran ni comparten sus sentimientos”, “Y en su relación ¿Quién lleva los pantalones?”, “¿Va a dejar que su novia hable con otros hombres?”, “Todos los hombres son infieles”, “Sea varón, tómese otro” son apenas una ínfima y sutil muestra de las sentencias que configuran una masculinidad cargada de estereotipos y creencias que nos llevan a pensar cosas como que existen unos valores asociados a lo femenino que son incompatibles con la masculinidad, esto es, que no podemos ser sensibles, vincularnos desde la ternura o cuidar de las personas queremos; o que como hombres no podemos mostrarnos frágiles o débiles y por eso no podemos pedir ayuda de nadie. Cómo no hacer referencia también a ideas que nos llevan a creer que para ser masculinos debemos ser heterosexuales, que siempre debemos estar disponibles sexualmente y que solo nuestro placer importa. Estas y otras ideas de masculinidad estigmatizan la vulnerabilidad y validan la obtención de poder para dominar territorios y cuerpos mediante la imposición, la agresividad y las violencias. 

Estas construcciones de la masculinidad, que parecen seguir siendo hegemónicas, favorecen modelos de relacionamiento marcados por la desigualdad y la inequidad que se dan en diferentes niveles y contextos, y se expresan, por ejemplo, en las guerras, en las condiciones laborales diferenciadas entre hombres y mujeres, en que algunas carreras universitarias sean consideradas para hombres y otras para mujeres; o en espacios más cotidianos como las relaciones de pareja, o las relaciones que se dan entre compañeros de estudio o trabajo, o entre jefes y colaboradores. 

A manera de conclusión, no creo que exista una sola manera de ser hombre, así como tampoco estoy seguro de qué características específicas podrían tener las llamadas nuevas masculinidades, pero sí estoy seguro de que la manera de construirlas debe pasar necesariamente por un reconocimiento y un cuestionamiento de las construcciones convencionales sobre la masculinidad, que apenas he ilustrado. Tal ejercicio debería permitirnos hacer conciencia de los impactos emocionales y relacionales que tienen estas formas de ser y estar en el mundo como hombres y desde allí, proponer esas nuevas maneras de vivir la masculinidad. Sin duda, la Universidad es un escenario más que propicio para llevar estas reflexiones a múltiples espacios que permitan avanzar en el propósito que como comunidad tenemos de promover una sana convivencia y prevenir las manifestaciones de violencias y discriminación en nuestra institución.