Para Mónica Roncancio en el trabajo por el cuidado del bienestar emocional de los jóvenes es clave una buena detección. Usar instrumentos de detección temprana que se enfoquen en las fortalezas y recursos para el bienestar permite incluir en los sistemas de atención una mirada más positiva y empoderadora.
Además, es clave considerar la diversidad y la diferencia, por lo que el enfoque intercultural es básico, comenta Mauricio Núñez: hacer un esfuerzo por respetar, dialogar y si es posible integrar otras cosmovisiones en los servicios permitirá conectar con una noción compartida del cuidado de la salud mental.
Ligado a eso está la necesidad de integrar la educación socioemocional de forma continua en colegios y universidades para que las personas aprendan sobre emociones igual que sobre geografía o biología, explica Núñez. Estos programas deben enfocarse en desarrollar habilidades socioemocionales para que los jóvenes puedan posicionarse de manera distinta ante las situaciones que la vida les presenta, complementa Roncancio.
La colaboración entre sectores también es clave: salud, educación, justicia, bienestar social y cultura comenta Isabel Posada. Pues así será posible poder “construir las políticas públicas no para los jóvenes, sino con los jóvenes”.
Diego Bolaños, profesor en la Universidad Santiago de Cali, señala que, “si nos apropiamos un poco de la lógica de ser agentes de salud, todos podemos tener esa lógica de cuidado”, y con ello posicionarse en el apoyo y acompañamiento de la salud mental. Pues esta no es una tarea exclusiva de los profesionales, es una responsabilidad compartida ya que un profesor, un padre, una amiga, un líder de la comunidad puede adquirir herramientas para detectar señales de malestar, escuchar con empatía y saber orientar si hace falta.
No se trata de que todo el mundo sea psicólogo, sino de fomentar una cultura del cuidado mutuo basada en la empatía. Bolaños lo conecta con principios éticos básicos donde el bienestar mental sea una responsabilidad compartida.
La normalización del malestar juvenil en América Latina es una realidad compleja con raíces culturales, sociales y estructurales, con barreras que impiden pedir ayuda y otras más que complejizan su acceso. Pero el camino que dibujan los expertos requiere girar hacia la prevención, la alfabetización emocional y la sensibilidad hacia el otro, especialmente hacia los jóvenes. El bienestar de una persona no se puede separar del bienestar de su comunidad ni de las condiciones sociales en las que vive. Núñez lo resume mejor cuando dice: “lo que afecta a un joven, afecta a la comunidad entera”.