Un lienzo para recordar al autor de «Tomad, Señor, y recibid»
Entre las oraciones más conocidas en el mundo católico, existen algunas que son identificadas por una palabra en latín, como por ejemplo el Angelus, que recuerda el saludo del Ángel Gabriel, o el Benedictus, que recoge las palabras pronunciadas por el anciano Zacarías. Pues bien, resulta que san Ignacio de Loyola es el autor del Suscipe, oración de 46 palabras, fácil de memorizar, que aparece en los Ejercicios Espirituales, en la Contemplación para alcanzar amor (234).
Al respecto, vale la pena recordar un planteamiento del P. Peter-Hans Kolvenbach, S.J. en 1990, con ocasión de la apertura del Año Ignaciano. En relación con la inolvidable pregunta de Jesús “¿Quién decís que soy yo?” (Mt 16, 13-20), nos advierte el entonces Padre General, no es posible hallar la respuesta de Ignacio “en una frase o en una expresión brillante” del santo. Sin embargo, “en los Ejercicios Espirituales hay una palabra que parece resumir toda la respuesta de Ignacio… es una plegaria, una petición”, y cita entonces el texto del Suscipe: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, porque ésta me basta” (Obras Completas de san Ignacio de Loyola, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1982).
“El Suscipe es el punto culminante, no sólo de los Ejercicios Espirituales, es el culmen de la vida espiritual”, P. John A. Hardon, S.J.
A juicio del P. John A. Hardon, S.J., “el Suscipe es el punto culminante, no sólo de los Ejercicios Espirituales, es el culmen de la vida espiritual”. Se podría decir que en el retrato de san Ignacio, realizado por el pintor quiteño Enrique Gomezjurado (1891 – 1978) en 1946, se reflejan la fuerza y el carácter del santo, autor de esa plegaria, conocida también como ‘la oración radical’. Lo vemos revestido con los ornamentos propios para la celebración de la misa: una vistosa casulla, con el manípulo que le hace juego, colocados una y otro sobre el alba, blanca, ajustada en la cintura por el cíngulo. Con su cabeza algo girada hacia la izquierda del cuadro y rodeado de una luminosa aureola, porta una cruz en su mano derecha, que llevada al pecho se apoya con firmeza a la altura del corazón, indicándonos así su opción incondicional por la centralidad de Jesús en su vida. En la otra mano, al final del brazo extendido, podemos observar el libro de los Ejercicios Espirituales, la obra en la que quiso compartir su experiencia de Dios, pieza esencial del legado ignaciano.
Según nos cuenta Pablo Rosero Rivadeneira, coordinador técnico del Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, donde se conserva esta bellísima obra, “es muy probable que Gomezjurado haya pintado este cuadro para el antiguo colegio Loyola que existió en el edificio que hoy alberga esta Biblioteca”. La pintura nos recuerda las obras escultóricas que se pueden apreciar sobre la tumba de san Ignacio en El Gesù y en el altar de la Basílica de Loyola.