
Año Ignaciano: Conmemoración de los 500 años de la conversión de san Ignacio
La Compañía de Jesús y la espiritualidad ignaciana están de aniversario. El P. Arturo Sosa, S.J., Gran canciller de la Javeriana, al recordar, el 27 de septiembre de 2019 en Roma, los inicios de la conversión de san Ignacio de Loyola, dijo que “el 20 de mayo del año 2021 [cuando se cumplen 500 años de la herida de Pamplona] se abrirá un año ignaciano que se clausurará el 31 de julio de 2022 [fecha de la muerte de Ignacio de Loyola] y que tendrá su jornada central el 12 de marzo de 2022, [cuando se cumple el] IV centenario de la canonización de san Ignacio junto con san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús, san Isidro Labrador y san Felipe Neri”.
Cuando le “acertó a él una bombarda en una pierna, quebrándosela toda” [Autobiografía, 1], Ignacio de Loyola estuvo confinado y convaleciente durante muchos meses. Inició entonces nuestro hombre un camino de conversión que le condujo a “ver nuevas todas las cosas en Cristo” [Cf. Autobiografía, 30], que es justamente el lema que se ha escogido para este aniversario.
El proceso que experimentó Ignacio espiritualmente está bien expresado en su autobiografía y podría ser performativo de nuestra vida interior. Dice el mismo Ignacio que “hasta los 26 años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra” [1]. Hasta que experimentó un desinstalamiento interior, justo por ese golpe de la vida, por ese cañonazo que lo redujo a la inactividad física y a la introspección mental.
Aburrido en su lecho de enfermo, pidió que le alcanzaran algún libro que le estimulara sus sueños de ser un “gentilhombre” o un caballero de su tiempo. Pero no encontrándolo, le tocó leer, para entretenerse, un libro de la vida de Cristo y otro de historias de los santos. Fue precisamente con esas lecturas como empezó a concienciar y a distinguir la diversas “mociones” que se intercambiaban en su corazón. Esta revelación le pareció tan atractiva “que se estaba luego embebido en pensar en ella dos, tres y cuatro horas sin sentirlo”. [6].
A su viejo proyecto, le sucedía otro: “los deseos de imitar los santos, no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo como ellos lo habían hecho” [9]. Se sentía como “encendido de Dios” [9], con el ferviente deseo de vivir y morir en Jerusalén, a ejemplo de Jesús.
Ignacio apenas balbuceaba una primera experiencia de Dios, que pasaba por la imitación de los santos: “Santo Domingo hizo esto; pues yo lo tengo de hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo de hacer” [7], y “aún más” [14]. Se sentía corto en los asuntos de Dios, como ciego, “aunque con grandes deseos de servirle en todo lo que conociese” [14].
Gracias a su disciplina de “notar algunas cosas en su libro” [18], sus “mociones”, y la metodología para buscar y hallar a Dios, fue como empezó a escribir sus Ejercicios Espirituales, un instrumento privilegiado para mostrar el camino hacia Dios.
Ya desde ese inicio, comprendía Ignacio su llamado al apostolado, su impulso a comunicar los mensajes internos que recibía de Dios: “y el tiempo que con los de casa conversaba, todo lo gastaba en cosas de Dios, con lo cual hacía provecho a sus ánimas” [11]. Tanto que, “su hermano como todos los demás de casa fueron conociendo por lo exterior la mudanza que se había hecho en su ánima interiormente” [10].
Y así, en cuanto se sintió sano, con ese “deseo tan vivo de hacer cosas grandes por amor de Dios” [14], se hizo un “peregrino”, con el firme propósito de hacer su vida en Jerusalén. Y por afirmar su nuevo proyecto de vida, que le tenía “contento y alegre” [8], “se determinó de velar sus armas toda una noche, sin sentarse ni acostarse, más a ratos en pie y a ratos de rodillas, delante el altar de nuestra Señora de Monserrate, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo” [17]. Luego, por parecerse más a Jesús, se despojó de sus vestidos, en secreto “los dio a un pobre y se vistió de su deseado vestido” [18].
Gracias a su disciplina de notar algunas cosas en su libro, sus mociones y la metodología para buscar y hallar a Dios, fue como empezó a escribir sus Ejercicios Espirituales
Conferir sus mociones con personas espirituales o confesores fue una práctica constante de Ignacio, como ejemplifica el acompañamiento de una mujer muy unida a Dios en Manresa, quien le aconsejó que le rogase mucho a Nuestro Señor Jesucristo, que algún día se le quisiese “aparecer” [Cf. Autobiografía, 21]. Que luego se transformó en una de las peticiones centrales de sus Ejercicios Espirituales: “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” [E.E., 104].
Precisamente fue en Manresa cuando a Ignacio, regalado por Dios, “se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, … y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas” [30]. Y, fue tal el impacto, que llegó a expresar, que esa visión le dio “tanta confirmación siempre de la fe, que muchas veces ha pensado consigo: si no hubiese Escritura que nos enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas, solamente por lo que ha visto” [29].
Ignacio sentía que, “En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole” [27]. “Le imprimía Dios en el alma” [29] una nueva manera de servir a Dios, y “le parecía como si fuese otro hombre” [30]:
Ese cambio de vida fue tan definitivo, con “una grande claridad en el entendimiento”, que ya cercano a su muerte afirmaba que “en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, … no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola” [30]. Dios no había defraudado su intensa y honesta búsqueda.
Confinados también nosotros por la pandemia y la nueva normalidad, y aprovechando el tiempo para meditar, podríamos renovar hoy nuestra vida espiritual, considerando este testimonio que nos dejó Ignacio, desde que sufrió el cañonazo hasta la iluminación que recibió en Manresa.
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