ISBN : 978-958-781-326-5
ISBN digital: 978-958-781-327-2

Oriente sonoro: artistas nuevos e imaginarios emergentes de identidad

Daniela Correa Vélez

Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Católica de Oriente. Integrante del semillero Música y Comunicación. Guionista de Oriente sonoro, programa radial realizado por el semillero.

danielacorrea182@gmail.com

Isabel Peláez García

Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Católica de Oriente. Integrante del semillero Música y Comunicación. Coguionista de Oriente sonoro, programa radial realizado por el semillero.

isabelpelaezg5@gmail.com

Nury Bibiana Castaño Gallego

Estudiante de Comunicación Social e Idiomas de la Universidad Católica de Oriente. Integrante del semillero Música y Comunicación. Productora periodística de Oriente sonoro, programa radial realizado por el semillero.

nury.castano7877@gmail.com

Resumen

La relación entre música y comunicación está implícita. Tan implícita, que pocos investigadores se han detenido a analizarla. Nuestro semillero surgió cuando, al hacer consciente esta relación, muchas voces se sumaron en una experiencia compartida: habíamos decidido estudiar comunicación porque el arte, la música o, incluso, la historia no eran áreas tan bien recibidas por nuestros padres. Desde entonces, hemos realizado varias investigaciones y muchos experimentos con música; hemos escrito artículos y emitido programas de radio; y hemos redactado y presentado varias ponencias en el país. La experiencia del semillero, la investigación y el programa de radio nos permiten encontrar varios puntos de convergencia entre hacer música y comunicar. En este trabajo vamos a hablar de ambas cosas: cómo encontrar una pregunta de investigación permite generar proyectos de intervención en lo real (y no solo textos de investigación).

Palabras clave: música, comunicación, investigación, identidad, territorio.

Un semillero de comunicación, para pensar la música

El Semillero Música y Comunicación inició actividades en 2015, aunque solo hasta 2016 hicimos el registro oficial ante la Dirección de Investigación y Desarrollo de la Universidad Católica de Oriente. La razón de esto es sencilla: primero queríamos mirar si la dinámica de trabajo nos iba a conducir por un camino divertido, y si la apuesta que estábamos intentando, la de juntar la música con la comunicación, realmente era una apuesta viable.

Pero poco a poco empezamos a ver la acogida que recibía la idea. Muchas personas se entusiasmaron, y llegamos a tener reuniones con muchos compañeros de semestres superiores, algunos de ellos músicos. Una vez, por ejemplo, llevamos los instrumentos a la reunión del semillero (bajo, ukelele, guitarra, melódica, secuenciador…) y estuvimos improvisando por varias horas.

Sin embargo, en algún momento nos pareció necesario que estaba bien lo de llevar instrumentos y tocar y hablar de música, pero que nos hacía falta hacer algo de investigación. La región donde está ubicada la Universidad, el Oriente antioqueño, es rica en expresiones culturales. Por ejemplo, La Ceja del Tambo, un municipio que antes perteneció a Rionegro (donde se firmó la Constitución de 1986) cuenta con una red de músicos, REMIC, que integra a más de 800 artistas. Marinilla, también vecino a Rionegro, se destaca en el país como un lugar donde construyen finas y elegantes guitarras. Y el Carmen de Viboral, a través de la destacada gestión de su Instituto de Cultura, cuenta con varios festivales de música, muchos artistas y estudios de grabación.

Para investigar tendríamos que problematizar la relación entre la música y la comunicación. Y la vía que encontramos fue la clave de los territorios, las identidades y los imaginarios. Esto es así porque nuestro programa tiene un marcado énfasis en el cambio social. Entonces no nos interesa cualquier música, sino aquella que potencialmente promueve procesos de cambio social. Con esa idea, hicimos un rastreo de artistas emergentes. Ese primer rastreo lo hicimos buscando artistas que cumplieran con estos criterios: no más de 5 años de existencia, contar con al menos una grabación de su producción, y tener una propuesta que tuviera, a nuestro parecer, algo que nos permitiera hablar de identidad sonora en la región.

Luego del rastreo, elaboramos un protocolo de entrevista, y nos fuimos a entrevistar a los artistas. Estuvimos en más de 9 municipios con ellos; fuimos a salas de ensayo, estudios de grabación, bares, academias de música… todos los lugares donde ellos nos dijeron que podrían atendernos. Cuando terminamos la totalidad de las entrevistas, empezamos a notar todo lo de comunicación que implica tener un proyecto musical: desde el nombre, hasta el concepto con el cual se paran en escena, escriben las canciones o gestionan las redes sociales, pasando por las cartas de presentación, las tácticas (muchas veces inverosímiles) para lograr que los programadores de las emisoras escuchen sus materiales.

De esta primera etapa de la exploración, nos quedan varias vivencias. Primero, que la mayoría de personas que habían estado en el semillero, motivados por tocar música, fueron desertando a medida que el trabajo de campo empezaba: personas que olvidaban que habían otorgado una entrevista, secretarias recelosas que no dejaban pasar de la recepción, celulares que se descargaban al momento de grabar las entrevistas… Las dificultades propias del trabajo de campo aparecieron, y ante ellas, muchos integrantes del semillero se desanimaron. Segundo, que el material que empezamos a ver crecer en nuestros computadores y nuestras vivencias personales era algo muy valioso, con información bastante relevante sobre la comunicación y la música y, aunque no lo esperábamos, el territorio.

Efectivamente, muchos de los artistas que entrevistamos mostraron una sensibilidad especial por el territorio. El lugar habitado: municipio, barrio, región… mostró tener una especial relevancia entre las referencias desde las cuales pensaban su labor.

Esto nos llevó a leer los textos de las canciones. Sí: leer. Generalmente cantamos las canciones, repetimos sus coros y nos emocionamos con los acordes. Pero pocas veces leemos los textos. Y, cuando lo hicimos, encontramos poesía. Muchas referencias al cuerpo, a las vivencias juveniles, pero muchas, más de las que esperábamos, a la tierra, al lugar que se habita, al entorno, al paisaje.

Identificamos, a través de las letras, que el Oriente de Antioquia tiene un lugar importante en el corazón de esos artistas a quienes escuchamos en sus testimonios y en sus canciones. Encontramos también una diversidad de géneros: del rap a la salsa, de la música andina al jazz, encontramos no solo muchos géneros musicales, sino muchas fusiones. Como Pasocanela, una banda cuya música se arma con tiple y batería, pero que suena a caribe porque hacen sonar al tiple como si fuera un tres cubano. Y suenan a rock porque las estructuras de sus canciones retoman la idea de Introducción/Verso/Coro/Puente/Solo/Verso/Coro, que es típica del rock (y del pop).

Encontramos, en fin, mucho más de lo que nos imaginamos en principio. Y así, en 2016 decidimos recoger todo eso en una investigación. Ante esa decisión, se salieron los integrantes que aún dudaban si quedarse con la esperanza de, algún día, volver a traer la guitarra a las reuniones del semillero, para cantar e improvisar. Nos quedamos las que estábamos (y aún estamos) comprometidas con la investigación.

Formulamos un proyecto de investigación que fue aprobado por la Dirección de Investigación y Desarrollo de nuestra Universidad. En realidad, la investigación ya estaba hecha: o al menos eso creíamos al principio. De hecho, del primer objetivo específico, sobre los procesos de creación musical, derivamos una ponencia que presentamos en 2016 en Cátedra Unesco, para contar cómo los músicos de nuestra región producen música con menos recursos, pero con la misma lógica que facilitan las tecnologías digitales: desde la idea hasta la masterización, todo está mediado por lo digital.

El proyecto se denomina “Oriente sonoro: Referentes de identidad en la música emergente del Oriente antioqueño”, y la ruta de los objetivos específicos es el desglose del modelo de comunicación adaptado a la música: los procesos de producción musical (emisión), los referentes de territorio de las canciones (mensaje) y los procesos de consumo de los productos artísticos (recepción).

Al tiempo, pasamos la propuesta de un programa radial con el mismo nombre: Oriente Sonoro, que se emite por la emisora de la Universidad, que se llama SinIgual Fm (93.3). Ya tenemos escrita la primera temporada, y han salido, a la fecha, 6 capítulos. En cada programa tomamos un género, e invitamos a un artista de la región que sea representativo del mismo. Como anécdota, ninguno de los artistas que hemos invitado se siente representativo del género, lo cual habla del grado de fusión y experimentación que tienen.

En planes, tenemos construir una comunidad virtual que aglutine a estas bandas, a los músicos, a los fans y a todos los que quieran encontrar en un mismo lugar a las personas que viven, experimentan y sueñan con la música en nuestra región.

Cuando miramos hacia atrás, vemos que una inquietud (cómo llevar los instrumentos a la Universidad, para tocar y conocer amigos, pero que no sea solo el “parche” de tocar y ya, sino que sea algo que trascienda) se convierte poco a poco en un proyecto que gana admiración, menciones y agradecimientos. Un proyecto, en su mejor sentido, de comunicación humana y social.

Una investigación sobre música, para pensar la comunicación

El recorrido hasta acá nos deja muchos logros y reconocimientos. En particular, la primera vez que salió al aire nuestro programa, fue como realizar un sueño… pasar a la acción luego de que estuvimos durante mucho tiempo escuchando música, viendo los videos de las bandas, buscando a los artistas para hacer las entrevistas, y transcribiendo las letras de las canciones. Como ya estamos en proceso de cierre del primer proyecto de investigación que hicimos formalmente inscrito en la Universidad, Oriente Sonoro, ya vamos viendo que la relación entre música y comunicación es estrecha, ambos aspectos tienen una fuerte relación que permite incluso explicar cómo un territorio configura su identidad a partir de la música que sus artistas crean y producen, en donde tienen la posibilidad de experimentar no solo con referentes locales y nacionales, sino con referentes de todo el mundo.

El semillero inicio en el 2015 gracias a un pequeño grupo de comunicadores interesados y enamorados de la música, fue desde ahí que se gestó la idea de buscar la relación de lo que estudiamos con nuestros gustos, en un inicio conversamos sobre el tema, experimentamos con los instrumentos, pero luego pasamos a reunirnos para empezar a investigar a los músicos del Oriente antioqueño, que en muchos casos resultaban ser nuestros amigos, bandas favoritas, e incluso quienes tocan en lugares, festivales y eventos que frecuentamos los fines de semana. De ahí partimos para empezar a buscar las bandas emergentes, aquellos que conforman un pequeño público en estos espacios, y que están empezando a crea su propia música; fue en medio de eso que aprendimos que sí se podía investigar lo que nos gustaba, conocer la música que está emergiendo del lugar en donde vivimos.

El semillero nos permitió ver otras perspectivas acerca de la música y los artistas, en los cuales de una u otra manera la sociedad se ha encontrado y mostrado a sí misma. Esto nos motivamos a seguir investigando y presentando diferentes ponencias en eventos como Redcolsi, Afacom y Relaip, para intentar darles un pequeño vistazo de lo que los artistas nuevos estaban creando, produciendo y distribuyendo en la región del Oriente antioqueño. Reflexionamos sobre lo que hemos vivido en estos eventos. Cuando nos paramos ante un auditorio y decimos que “nos tocó” estudiar comunicación porque queríamos música, pero los padres no nos dejaron… casi siempre hay risas.

En realidad, no “nos tocó”. Creemos que si hubiéramos puesto más empeño, incluso si tuviéramos más talento, estaríamos ya en un conservatorio, o habríamos llegado a mejores niveles de interpretación de los instrumentos (Bibiana Castaño toca violín; Daniela Correa toca guitarra; Isabel Peláez canta; Carlos Arango toca bajo y guitarra…). Pero la verdad, sentimos que la música, bien hecha, merece estudiosos que se dediquen de tiempo completo, y que no tomen la música (como nosotros) como hobbie. No puede ser un hobbie algo a lo que pretendas dedicarte en serio. La música es una profesión. De esto nos han hablado los artistas: tanto los que estudiaron música en una universidad, como los que se dedican a ella solo los fines de semana.

Pero lo bonito de la comunicación es que admite esa diversidad de miradas. Quienes se han inclinado por las artes escénicas, o la fotografía, o el cine; quienes soñaron con ser dibujantes, músicos o bailarines… suelen estar en facultades de Comunicación. Esto se puede leer de muchas formas, pero nosotros preferimos entenderlo como la muestra de lo amplio que es el espectro de la comunicación. Siempre que un ser humano esté en disposición de compartir un mensaje con otro(s), la comunicación tiene herramientas y conceptos para brindarle. Poco importa si esos mensajes son escritos (crónicas, novelas, poemas…), visuales (fotografía, ilustración, graffiti…) o de cualquier forma. La comunicación, según lo que hemos comprobado en la investigación, es la posibilidad de poner en común, de compartir, de construir juntos.

En el caso de la música, podríamos comparar al compositor como el emisor; a la canción con el mensaje y a los fans con los receptores, el esquema por excelencia de la comunicación es aplicado a la manera en cómo se transmite y se forma el mensaje en una canción. El objetivo que tiene la misma, sin embargo, tiende más allá de esto: en las letras, y en los videos, en los conciertos y en las entrevistas, encontramos imaginarios emergentes de identidad, que nos sugerían que en el territorio estaban surgiendo ciertas transformaciones, especialmente de los músicos. Por ejemplo, al preguntarles por los referentes desde los que crean música, nos hablaron de géneros musicales, y de músicos famosos… pero también de poetas, filósofos y cineastas.

Hemos visto, y escuchado, además de eso, que los esquemas tradicionales en que se producía y reproducía música, cambian. No nos referimos solo a un cambio desde lo físico, a los dispositivos que han desaparecido (cassette, vinilo, disco compacto). Esos dispositivos, de hecho, parecen estar de regreso, en una latente necesidad de volver a sentir y de vivir el pasado está llegando a la sociedad posmoderna, a través de dispositivos antiguos, que han sido modernizados de acuerdo a nuestras necesidades actuales, en donde encontramos ciertas transformaciones sociales, culturales, económicas y políticas del siglo XXI. En La Ceja del Tambo, por ejemplo, hay un bar de rock (en todo el municipio, de más de 70.000 habitantes, solo hay dos) que ofrece un “parqueadero de caballos”. La gente llega montando, amarra al animal, entra al bar, pide aguardiente y canta, junto con la banda que actúa en vivo los fines de semana, canciones de Pink Floyd. Queremos que Néstor García Canclini vea esto alguna vez.

Pero nos referimos a un cambio más profundo, no solo en los dispositivos tecnológicos donde se escucha la música, sino en las formas de apropiación en que una región rural y urbana, semi-rural y semi-moderna, hace suya la música. Algo que nuestro profesor Carlos Arango, en su tesis doctoral, está llamando “música líquida”. Se trata de un tipo de música que, en realidad, son solo canciones. Es decir, hoy cuando decimos que vamos a escuchar música, la mayor parte del tiempo escuchamos canciones. La forma canción parece haber absorbido a las demás formas musicales (sonata, concierto, recital, madrigal, rondó, sinfonía…). Y eso es por la radio. Otra de las características que se destacan en esta música “líquida” es que se trata de una música de temporada, con hits de verano que escuchamos hasta cansarnos, pero que pasan como las modas desaparecen en las vitrinas de las tiendas de moda.

Se trata de una música en la que la figura del compositor es difusa. El intérprete vocal, los músicos que graban las pistas musicales e incluso el ingeniero de sonido pasan a un segundo plano. La figura del productor, que mezcla intereses artísticos con intereses industriales, suele ser la figura más importante en los nuevos esquemas de producción, por encima incluso del artista y la música que este intenta crear, ya que se busca es encontrar una canción que sea movida, fácil de aprender y que la gente quiera reproducir una y otra vez, incluso si la letra no tiene sentido, lo importante es vender para obtener grandes ganancias.

Así mismo, la música líquida no requiere grandes esfuerzos musicales por construir piezas con relevancia artística. Basta con utilizar las técnicas de mercadeo adecuadas para lograr que una canción sea hit; el talento que antes era necesario para escribir música significativa hoy ya no es tan necesario: con usar técnicas como el reciclaje digital para re-crear obras que hoy son reflejo de la sociedad posmoderna. Todo es mezcla, sample, revival, retro…

Sin embargo, cuando volvemos la mirada a la música del Oriente Sonoro… hay diferencias. No todo es tan líquido. Hay propuestas llenas de sentido, de naturaleza, de búsquedas verdaderamente existenciales y sociales. Mar es, un dueto de voz y guitarra, que en sus conciertos leen ensayos reflexivos sobre el género, el postconflicto, el derecho a la protesta; Laudello, dúo instrumental con guitarra y cello que hacen rock acústico y evocan los paisajes de la región con los timbres de sus instrumentos… Estamos ante una música que se propone unas búsquedas diferentes, donde el mensaje de la canción sí importa, y donde la comunicación es importante más allá del éxito comercial.

En resumen, Oriente Sonoro nos ha llevado por paisajes humanos, sociales y musicales de toda índole. Una textura compleja, en la que aún nos sentimos algo perdidos, algo asombrados… pero felices. Porque encontramos que tiene sentido pensar la música desde la comunicación, y la comunicación desde la música. Claro: los mensajes también tienen ritmo, tono, color, textura… Hay melodía en la forma como suenan las palabras de una crónica, y ritmo en el timing en que se presentan las imágenes de un video. Hay, en suma, un universo que está por descubrirse, y que estamos felices de navegar cada vez que emitimos un programa radial, hacemos una entrevista, o escribimos una ponencia de este bello Oriente Sonoro.