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"A lo mejor es más crucial que logremos desmontar ideologías culturales dañinas para hacer de nuestras relaciones afectivas algo más abierto, comunicativo y equitativo."

El consentimiento: Miradas hacia el pasado para ver el futuro

Pilar Espitia Durán, Ph.D.

Departamento de Literatura, PUJ

La falta de conciencia sobre el consentimiento en nuestras relaciones tiene que ver con las estructuras patriarcales y con los roles de género hegemónicos. Desde esta mirada sesgada, se asume que los deseos o voluntades masculinas están por encima de los deseos o voluntades femeninas, lo que implica no preguntar o forzar a una persona a realizar alguna actividad sexual. Esto ha perpetuado una cultura de la violación que se evidencia de formas aterradoras en la actualidad. Aquí vale la pena aclarar que no sólo las mujeres o las niñas pueden ser víctimas de coerciones y violencias: también otros hombres o sujetos de género fluido pueden serlo, pero se entiende que tales violencias tienen una carga de género debido a la problemática patriarcal y deben ser estudiadas desde esta perspectiva. Como profesora de literatura medieval y también con intereses en las teorías de género, he podido percibir en varios textos literarios e históricos cuáles han sido las ideologías que han alimentado estas estructuras de violencia. Aunque pudieran ser muchos los factores que han conformado la cultura de la violación y la omisión del consentimiento, para este corto espacio voy a exponer apenas dos: por un lado, los estereotipos sobre la mujer y, por otro, las nociones del amor heterosexual establecidas en Occidente. 

Desde sociedades también patriarcales como las de la Antigüedad greco-romana y la Edad Media europea, las mujeres se han concebido en el imaginario como seres incompletos, defectuosos y con múltiples fallas físicas y de carácter. Aristóteles las llamó un “macho mutilado”, ya que el paradigma del ser humano en estas sociedades era el hombre y, de allí también, que varios de estos discursos hayan construído a las mujeres como seres con carácter débil, irracional, voluble e inconstante. Dice uno de los tratados de amor más importantes de la Edad Media, El libro del amor cortés de Andrés el Capellán que “También la mujer es por regla general inconstante: ninguna tiene suficiente firmeza en el asunto que sea como para que su fidelidad no se altere en poco tiempo ante una mínima palabra persuasiva”. De acuerdo con esta perspectiva, las mujeres son fáciles de persuadir si se insiste, pero al tiempo, el rechazo ante un hombre haría parte también de su falta de carácter. 

Publio Ovidio Nasón, otro de los grandes tratadistas del amor en Occidente, aconseja a un hombre que “Hasta esa, que tú podrías creer/que no quiere, sí quiere”. Lo que genera esta lógica es un trastocamiento de las relaciones afectivas y una doble moral: por un lado, el hombre debe insistir para convencer a la mujer, ya que seguramente ella no sabe lo que desea, como si no tuviera suficiente voluntad o agencia. Sin embargo, si es rechazado, ella se convierte en una verduga que “traiciona” al hombre por no aceptarlo. Además, si lo acepta fácilmente o expresa su deseo, es porque esa mujer es “fácil” y se pone así su “reputación” en cuestión. Incluso en cierto tipo de poesía medieval donde aparecen mujeres diciendo clara y firmemente que no desean una relación con un hombre, sus voces son ignoradas y muchas veces estos escenarios aparentemente amorosos, terminan mostrándonos instancias de violación. Para denotar la omnipresencia de la cultura de la violación y la falta del consentimiento en las sociedades medievales, basta escuchar a Christine de Pizán, gran defensora de las mujeres, cuando dice en El libro de la ciudad de las damas que “ninguna mujerde vida honrada siente placer por ser violada; al contrario, la violación es causa del mayor sufrimiento (...)”. 

En cuanto a las nociones del amor en Occidente, este se ha alimentado principalmente desde un movimiento literario y cultural que marcó la psiquis de nuestra sociedad en la Edad Media: el amor cortés. Si bien el amor cortés se promulgó como un programa educativo para que los hombres nobles refinaran sus comportamientos con las mujeres y se evitaran las violaciones, en realidad muchas de las dinámicas seguían implicando una superioridad del deseo masculino. Por ejemplo, en este tipo de tradición literaria se establece que la mujer debe mostrarse fría y reacia, mientras que el hombre debe demostrar su valor, hombría y buen uso de la palabra para poder “convencer” a la mujer de ofrecer amor. Como se puede ver, los discursos del amor cortés generan unas tensiones en las formas de relacionarse donde no hay un respeto por las negativas de las mujeres o donde ellas tienen que disimular sus deseos, mientras que los hombres se ven sometidos a tener que insistir y a no aceptar el rechazo. 

Este somero panorama nos permite divisar algunas genealogías de cómo se han prolongado prejuicios y comportamientos violentos en nuestras relaciones interpersonales. Al revisar estos momentos históricos, podemos caer en la cuenta de dos cosas: primero, que estas formas de relacionarnos son construidas como efectos de los discursos sociales y que, segundo, esos modelos son susceptibles de derrocarse. Aunque poco a poco se ha ido haciendo mella en estas estructuras patriarcales a través de la denuncia de movimientos sociales feministas y leyes que protegen a las víctimas, a lo mejor es más crucial que logremos desmontar ideologías culturales dañinas para hacer de nuestras relaciones afectivas algo más abierto, comunicativo y equitativo. Es por eso que el consentimiento es una palabra clave, ya que busca una dinámica consciente y honesta en la que se establecen límites y expectativas sobre las actividades afectivo-sexuales, y se respetan los deseos y negativas de ambas partes.