Lo normal (no) es sentirse mal

El malestar emocional puede ser una consecuencia más de atravesar la juventud. La línea para cuándo identificar que se está ante un problema de salud mental es difícil de detectar, sobre todo en una región como Latinoamérica, con un limitado acceso a terapia. Investigadores reflexionan sobre las señales de alarma y plantean alternativas.

En estos tiempos de crisis globales, ser joven incluye experimentar en primera persona el peso de los conflictos sociales, el cambio climático y la incertidumbre económica. Inevitablemente esto afecta la salud física y mental de quienes se preocupan por el futuro mientras intentan encontrar su propia persona. Así, resulta fácil que la tristeza, el estrés y la ansiedad del día a día se conviertan en parte del paisaje y dejen de ser una señal de alarma. O, al contrario, que una sobreexposición a términos y discusiones sobre salud mental lleven a trivializar problemas serios.

De acuerdo con el informe reciente de UNICEF, que examina percepciones de salud mental en jóvenes de ocho países, ninguno en Sudamérica, 6 de cada 10 personas de la generación Z (entre 14 y 25 años) se sienten abrumados por lo que sucede en el mundo, mientras que 4 de cada 10 reconocen que necesitan ayuda con su salud mental.

Crédito: Pablo David Gutiérrez

Malestar emocional

El malestar emocional puede entenderse como un estado de sufrimiento o incomodidad que experimentan los jóvenes, sin cumplir con criterios diagnósticos formales, pero que impactan su bienestar y pueden derivar en impactos más graves. Este malestar puede incluir sentimientos de tristeza, ansiedad y estrés que suelen minimizarse y hacer que las personas se aíslen y pierdan sus redes de apoyo, así lo explica Isabel Cristina Posada Zapata investigadora senior y coordinadora del grupo de investigación en salud mental de la Universidad de Antioquia. 

Hace falta que coincidan factores estructurales, sociales e individuales para que una persona experimente malestar emocional. La desigualdad socioeconómica y la vulnerabilidad, así como contextos de violencia estructural o directa se suman a este caldo de cultivo.

En su investigación sobre transiciones a la vida universitaria Mónica Roncancio Moreno, profesora asociada de la facultad de psicología en la Universidad del Valle, encontró que 3 de cada 5 jóvenes universitarios del Valle del Cauca reconocían haber sufrido alguna forma de violencia en su vida. Esta cifra hace pensar que más allá de la violencia directa hay elementos del contexto que caracterizan la complejidad de la salud mental juvenil en las regiones.

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A esto se suman las presiones de la vida universitaria y la transición a la vida adulta, explica en entrevista Roncancio, la competencia, una carrera que no es del agrado o la sensación de no ser suficiente constituyen factores de riesgo que pueden comprometer la salud mental.

No se puede olvidar, recalca Posada, la vulnerabilidad adicional que atraviesa a jóvenes de minorías indígenas, LGBTIQ+, migrantes o personas con discapacidad. Quienes al enfrentar discriminación especifica aumentan sus probabilidades de experimental malestar.

Normalización del malestar emocional

Quizá lo más complicado del malestar es la normalización y esta cotidianidad tiene raíces profundas y variadas. Por un lado, el estigma sobre la salud mental, el miedo a la etiqueta o a ser tratado como “débil” silencia a mucha gente, señala Posada. Vivimos además en sociedades que Martha Martínez Banfi, docente de la Universidad Simón Bolívar en Barranquilla, describe como cada vez más individualistas, centradas en el consumo y con una exigencia de productividad que genera aún más presión.

Estos aspectos hacen que sea más difícil gestionar el malestar, pues lleva a los jóvenes a evitar la búsqueda de ayuda para no ser percibidos como “incapaces, débiles, raros o diferentes”, puntualiza Mónica Roncancio. 

Por otro lado, culturalmente a los hombres jóvenes aún se les empuja a no mostrar vulnerabilidad, comenta Posada. No piden ayuda. Mientras que, en las mujeres jóvenes recaen roles de cuidado, de la familia, la pareja o las amigas. “Estamos tan ocupadas cuidando que no nos ocupamos de nosotras mismas”, señala Isabel Posada, y añade que eso hace que muchas veces las mujeres dejen su bienestar en segundo plano.

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A este panorama se suma un escenario más reciente, explica el psicólogo javeriano Roger Collazos Montoya, la banalización del discurso de salud mental en redes sociales. Términos como ansiedad, depresión, TOC, o TDAH se usan con ligereza y los discursos psicológicos sobre el bienestar se transforman en “objetos del mercado” que, en lugar de visibilizar un conflicto real, hacen que “el discurso de la salud mental quede manoseado”.

Esta sobreexposición a discursos sobre salud mental crea una doble trampa. Por un lado, lleva a autodiagnósticos que pueden ser erróneos o a quitarle importancia a un sufrimiento real. Por otro, puede hacer que se patologicen reacciones lógicas ante situaciones difíciles, explica Collazos.

Una consecuencia de esto, que recalca Isabel Posada, es que muchos jóvenes acaban creyendo que la tristeza o el agobio que experimentan son simplemente cosas de la edad o parte de ser universitario. Para Isabel Posada la sociedad a veces mira a los jóvenes como “sujetos a medio hacer”, como si sus emociones no fueran tan válidas como las de un adulto. Esto impide ver el sufrimiento real que atraviesan y se pierden oportunidades de intervenir pronto, añade Mónica Roncancio.

La consecuencia más grave de esta normalización es algo en lo que coinciden los entrevistados: se retrasa peligrosamente la búsqueda de ayuda. Al pensar que le pasa a todo mundo, las personas pueden aislarse, llevando a cronificar el malestar y empeorar.

Barreras para buscar y recibir ayuda

Existen múltiples barreras para que las personas jóvenes en América Latina puedan llegar a los sistemas de atención.  Una barrera estructural es la falta de recursos dedicados al cuidado de la salud mental. La diferencia entre el norte y el sur global es abismal: mientras en nuestra región tenemos en promedio 2 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, en países del norte global pueden ser 20 o 30 por cada 100.000, explica Isabel Posada. Esta diferencia afecta la disponibilidad de servicios, la inversión pública, la investigación y fomenta un enfoque orientado a actuar solamente sobre la crisis.

La falta de disponibilidad de especialistas significa para los usuarios demoras para conseguir citas y largas listas de espera. Esto puede explicarse por la falta de protocolos claros para urgencias psicológicas en los servicios de salud. Ante esto la profesora Martha Martínez propone la implementación de un triage emocional, que permita priorizar los casos urgentes y distribuir mejor los recursos, evitando saturar los servicios disponibles e implementado abordajes interdisciplinarios para el manejo de crisis emocionales.

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Otra barrera es el desconocimiento de los propios jóvenes sobre las rutas que existen. Según explica Mónica Roncancio, “los estudiantes no conocen qué pasos deben seguir, si ellos tienen una situación de salud mental”. Además, en el estudio adelantado por Roncancio se evidencia que solo 1% de los universitarios consultados buscaría ayuda profesional como primera opción ante un problema emocional. Esta cifra cristaliza el peso del estigma y la desconfianza en la atención. Su esperanza es que la nueva ley de salud mental (Ley 2460) y las acciones institucionales subsiguientes permitan que los jóvenes tengan una mayor capacidad para tomar acciones y que puedan atenderse sin barreras, subraya Roncancio.

También hay barreras culturales, explica Mauricio Núñez, psicólogo clínico y docente en la Universidad Popular del Cesar, quien ha podido observar que la formas de entender la salud mental de jóvenes provenientes de comunidades indígenas choca con los enfoques psicológicos occidentales. La perspectiva de la salud como un “estado de armonía o desarmonía” y el papel de figuras como el mamo o el chamán entran en conflicto en el escenario universitario y se ve al psicólogo como algo ajeno a la cotidianidad. Sin embargo, comenta Núñez, estos jóvenes tampoco suelen acudir a las figuras tradicionales, lo que subraya la urgencia de evitar normalizar el malestar y de enfoques interculturales que dialoguen con esas visiones de mundo y tengan como prioridad el cuidado y bienestar de los jóvenes. 

Una última barrera es la tendencia a centrar el problema solo en el individuo, apunta Roger Collazos. Según explica, existen enfoques terapéuticos que ignoran los determinantes sociales de la salud mental: la pobreza, la violencia, la discriminación y la falta de oportunidades, y atribuyen el malestar emocional solamente al individuo. Esta individualización de la atención tiene implicaciones metodológicas y técnicas en la comprensión del problema, pues, dice Collazos, “invisibiliza que se parte de una estructura social”, y reduce las posibilidades de acompañamiento más allá de la psicología tradicional.

Estrategias para afrontar

Tanto si se accede a atención en salud mental o se excluye esta posibilidad, todas las personas cuentan con una serie de herramientas que les permiten enfrentarse a situaciones difíciles. La psicología divide estas estrategias entre adaptativas, como el arte o el deporte, o desadaptativas o evasivas. 

Isabel Posada y Mónica Roncancio mencionan el consumo de sustancias como alcohol, tabaco, vapeadores y sustancias ilegales como una estrategia de evasión. Así mismo, conductas compulsivas como el juego o las compras, el trabajar sin parar o simplemente dejarlo para mañana son algunas de las formas de distraerse, negar el problema y esperar a que pase solo. A este respecto, Roncancio encontró que casi la mitad de los jóvenes de su estudio, usaban principalmente estas estrategias evasivas. 

A estas estrategias desadaptativas se suma una relación inadecuada con los medicamentos psiquiátricos. Mauricio Núñez habla de una alfabetización farmacológica paradójica, donde los jóvenes conocen nombres y dosis de psicofármacos que circulan en su entorno y se automedican. Pero al tiempo saben muy poco sobre salud mental, sobre qué es y para qué sirve una psicoterapia. Conocen el remedio rápido, pero no la vía terapéutica de fondo.

De otro lado están las estrategias constructivas, las que invitan a afrontar. Mónica Roncancio subraya el valor de las estrategias salutogénicas, aquellas acciones que generan salud y bienestar y en las cuales se concentra su investigación. Por ejemplo, buscar apoyo en la red de pares o conectar con cosas que den sentido, entre otras. 

Un consorcio de investigadores de Reino Unido, Argentina, Perú y Colombia indagó sobre ese tipo de estrategias durante cinco años en el Proyecto OLA, del que participó la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana. En palabras del decano, Carlos Gómez, desplazaron “el foco de la salud mental de lo privado a lo comunitario”, explorando cómo acciones colectivas y de construcción conjunta funcionan como vías para fortalecer la resiliencia y reducir los niveles de ansiedad y depresión.

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En los barrios marginados de Buenos Aires, Lima y Bogotá, donde se centró la investigación, el acceso a programas de salud mental es limitado, pero los investigadores de OLA encontraron que las herramientas como el apoyo psicosocial, el arte y el deporte tienen una alta importancia, más allá de la recreación. Para muchos jóvenes, son estrategias que les permiten gestionar los retos que van surgiendo en la vida, y se convierten en escenarios de regulación y expresión emocional donde también se construye identidad y pertenencia. 

Dentro del abanico de estrategias para afrontar, Isabel Posada insiste, como si fuera un lema en: “Hablar, hablar y hablar”. En otras palabras, romper el aislamiento y compartir con el otro. Este es un primer paso clave para construir desde allí acciones de cuidado y decisiones en pro del bienestar y no del malestar. 

Acciones colectivas para el bienestar

Para que sea posible lidiar con el malestar emocional es fundamental fortalecer las redes de apoyo comunitario y entre pares, crear espacios seguros, físicos o virtuales, donde sea posible hablar y ser escuchados sin juicios.

Mauricio Núñez comenta, por ejemplo, cómo crearon una red de escucha y apoyo en la Universidad Popular del Cesar con estudiantes formados para dar ese primer soporte.

Martha Martínez, comenta sobre Psicología al Parque, conversaciones en espacios públicos para acercar la conversación a la gente. Shirlet Andrade, enfermera de profesión y docente en el área de salud mental en la Universidad Simón Bolívar comenta de la existencia de la Línea Amiga Pégate a la Vida que busca brindar acompañamiento y prevención y a nivel de ciudad comenta sobre la Línea Vida de la Alcaldía de Barraquilla. Por su parte, Isabel Posada comenta sobre las zonas de orientación universitaria, un espacio en la Universidad de Antioquia para escuchar y derivar a los jóvenes a servicios puntuales.

¿Cómo movilizarse por la salud mental de los jóvenes?

Para Mónica Roncancio en el trabajo por el cuidado del bienestar emocional de los jóvenes es clave una buena detección.  Usar instrumentos de detección temprana que se enfoquen en las fortalezas y recursos para el bienestar permite incluir en los sistemas de atención una mirada más positiva y empoderadora. 

Además, es clave considerar la diversidad y la diferencia, por lo que el enfoque intercultural es básico, comenta Mauricio Núñez: hacer un esfuerzo por respetar, dialogar y si es posible integrar otras cosmovisiones en los servicios permitirá conectar con una noción compartida del cuidado de la salud mental. 

Ligado a eso está la necesidad de integrar la educación socioemocional de forma continua en colegios y universidades para que las personas aprendan sobre emociones igual que sobre geografía o biología, explica Núñez. Estos programas deben enfocarse en desarrollar habilidades socioemocionales para que los jóvenes puedan posicionarse de manera distinta ante las situaciones que la vida les presenta, complementa Roncancio.

La colaboración entre sectores también es clave: salud, educación, justicia, bienestar social y cultura comenta Isabel Posada. Pues así será posible poder “construir las políticas públicas no para los jóvenes, sino con los jóvenes”.

Diego Bolaños, profesor en la Universidad Santiago de Cali, señala que, “si nos apropiamos un poco de la lógica de ser agentes de salud, todos podemos tener esa lógica de cuidado”, y con ello posicionarse en el apoyo y acompañamiento de la salud mental. Pues esta no es una tarea exclusiva de los profesionales, es una responsabilidad compartida ya que un profesor, un padre, una amiga, un líder de la comunidad puede adquirir herramientas para detectar señales de malestar, escuchar con empatía y saber orientar si hace falta. 

No se trata de que todo el mundo sea psicólogo, sino de fomentar una cultura del cuidado mutuo basada en la empatía. Bolaños lo conecta con principios éticos básicos donde el bienestar mental sea una responsabilidad compartida.

La normalización del malestar juvenil en América Latina es una realidad compleja con raíces culturales, sociales y estructurales, con barreras que impiden pedir ayuda y otras más que complejizan su acceso. Pero el camino que dibujan los expertos requiere girar hacia la prevención, la alfabetización emocional y la sensibilidad hacia el otro, especialmente hacia los jóvenes. El bienestar de una persona no se puede separar del bienestar de su comunidad ni de las condiciones sociales en las que vive. Núñez lo resume mejor cuando dice: “lo que afecta a un joven, afecta a la comunidad entera”.

Caja de Herramientas

Con este trabajo transmedia, Pesquisa Javeriana busca contribuir en la conversación sobre salud mental en América Latina. Partimos de los hallazgos científicos del Proyecto OLA, además de otras fuentes académicas y evidencia científica, para contar historias de jóvenes que tramitan sus emociones.

Compartimos en esta caja de herramientas algunas estrategias útiles para el manejo de la depresión y la ansiedad.

En alianza con:

Periodistas: Alejandro Díaz Rincón, Mariana Díaz Sanjuán, Karen Corredor Páez, Valentina Caipe Fandiño, Juan Manuel Rueda Castaño, Simón Cortés Bernal y Miguel Martínez Delgadillo.
Estrategia difusión: Valentina Flórez Pachón, María José Rodríguez Caicedo y Jhoan Sebastián Sierra Vargas.
Ilustraciones: Esteban Millán y Val Martínez.
Montaje web: Boga Visual.
Edición sonora: Julián Cortés y Ana María Hurtado.
Producción: Andrea Morales García.
Editora general: Claudia Marcela Mejía Ramírez.
Editor digital: Felipe Morales Sierra.
Editora multimedia: María Camila Botero Castro.
Editora gráfica: Camila Duque Jamaica.
Vicerrectoría de Investigación
Pontificia Universidad Javeriana