ISBN : 978-958-781-326-5
ISBN digital: 978-958-781-327-2

El viejo cerebro del animal en los nuevos cuerpos de las tecnologías: la agresión en los nuevos espacios públicos (VC)

José Cabrera Paz

Doctorando de la Universidad Nacional de La Plata. Máster en Sociedad de la Información y el Conocimiento, de la Universitat Oberta de Catalunya. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador y consultor. Profesor universitario.

cabrerapaz@yahoo.com

Resumen

¿Es probable que las nuevas tecnologías del contacto signifiquen, para la especie humana, tan entrenada durante millones de años de evolución en conflicto, tensión y guerras, una nueva y poderosa estrategia para agredir al otro de forma más eficaz? El discurso del odio, la intolerancia, la noticia falsa, los políticos en campaña de agresión sistemática en redes sociales, el acoso social, los falsos perfiles y los insultos exacerbados en foros de noticias son probablemente parte de los nuevos formatos de la agresión intergrupal humana. Nunca, en ningún espacio cognitivo que la especie haya creado previamente, había sido tan fácil mentir y agredir a escala tan masiva. Probablemente, tampoco nunca antes había sido tan fácil tener tantas oportunidades simbólicas y formas de difundir odios y agresiones como con estos nuevos objetos cognitivos. Somos un animal con un calendario de 10 millones de años de evolución en nuestras espaldas. Con un cerebro igual al de hace 150.000 años, que vivió durante casi todo ese tiempo en escenarios diversos, y muchos en hostilidad y precariedad. Este artículo examinará cómo este viejo cerebro que nos habita desemboca en tensión y agresiones en el nuevo cuerpo de las tecnologías, en los espacios públicos de los medios sociales (social media).

Palabras clave: evolución humana, cognición, agresión, cooperación, social media.


La agresión es uno de los comportamientos humanos más complejos y multimodales. Y se comparte con casi todas las especies del planeta (Miczeck y Meyer, 2014; Shackelford y Hansen, 2014). Si retrocedemos la línea del tiempo a la fecha más probable en la que emergió la línea de primates que daría origen al Homo Sapiens haremos un largo y azaroso viaje de unos 10 millones de años (Walter, 2014). Definitivamente mucho tiempo. Y si tan solo retrocedemos al humano moderno, al que hoy escribe y lee este artículo, a lo sumo recorreremos tan solo 150 mil o 200 mil años. Durante todo este tiempo aprendimos a interactuar con el otro, de formas cada vez más complejas y con más artefactos y ecosistemas simbólicos. En esta línea de evolución de la interacción ha estado siempre la dinámica de un continuo que va de a cooperar para multiplicar las probabilidades de sobrevivir, hasta confrontar para dominar. Somos el producto más exitoso de la cooperación entre cualquier especie, pero a la vez también somos la especie más depredadora de los hábitats del planeta.

La agresión que termina en la eliminación de los de la propia especie, y de los de otras especies, ha estado presente en nuestro registro evolutivo. Las batallas dentro de la propia especie las desarrollamos durante casi todo el tiempo de maneras muy rudimentarias que implicaban casi siempre el encuentro cuerpo a cuerpo, mirando al otro, teniéndolo en la línea de visión (Shackelford y Hansen, 2014). Solo hasta poco antes de las aventuras de Colón por estas tierras la invención de armas sofisticadas y la pólvora empezaron a marcar la diferencia y convertirse progresivamente en una eficaz estrategia para eliminar al otro a la distancia, casi sin verlo, o viéndolo durante el momento fugaz en el que se le eliminaba. Pero, aun así, pasaron unos buenos siglos hasta las innovaciones armamentísticas de las primeras guerras globales (Pinker, 2012) que permitieron eliminar con facilidad y a la distancia.

Así, que, para ser realistas, durante casi todos esos 10 millones de años, en ls distintas variantes de los homínidos que fuimos, nos agredimos y eliminamos viéndonos, cara a cara, con armamentos primitivos y rudimentarios, en un cuerpo a cuerpo completo, midiendo nuestra fuerza y posibilidades de victoria en un bucle de retroalimentación inmediata que podría permitir saber con más certeza hasta donde se podía combatir, hasta donde avanzar y cuando retirarse. Con todo, las formas de agresión humana han variado en modo, intensidad y resultados. Son sin duda multimodales, y van en un continuo directamente proporcional con el proceso de la intensidad emocional, desde las más inofensivas hasta las más letales (Shackelford y Hansen, 2014).

Tuvimos sin duda millones de años de crueldad. Pero hay cada vez más una paradoja. Hoy, a pesar de la crónica roja y la narrativa criminal que proliferan en los noticieros, casi nunca, las diferencias con el otro significan su eliminación (Pinker, 2012). Muy probablemente, debido a que hemos creado diversos sistemas culturales y mejores estructuras normativas para mediar nuestras diferencias, estas se han hecho menos mortales.

También es probable que en la medida en que tenemos más mediaciones para nuestra interacción haga menos letal una diferencia. Quizás las tecnologías que median nuestros contactos nos dan una distancia y una densidad del espacio menos evidente y más segura para interactuar. En diferentes instancias, la investigación ha mostrado que la densidad poblacional en determinados momentos y contextos significa más contacto corporal, más territorio compartido, y más interacción social que termina en agresión en los hábitats humanos (Powell, Shennan y Thomas, 2009). Por decirlo prosaicamente, es casi improbable que un chat masivo de agresiones intensas entre fans radicales y exacerbados de equipos de futbol que ven un partido por televisión termine en la eliminación del contrincante que cuando están en las graderías de un estadio.

Además, la complejización de la cultura, de las formas de mediar las interacciones humanas con tecnologías del contacto (Cabrera, 2009), hemos creado un ecosistema simbólico institucional en el que aprendemos la autoregulación de la agresión. Sostener una diferencia de perspectivas o acción en la interacción se ha vuelto muchísimo menos riesgosa para nosotros de lo que fue entre los antepasados (Pinker, 2012). En proporción a las formas, niveles y consecuencias de la agresión de los antepasados, hoy nos agredimos de maneras menos extremas físicamente, en formas más “dóciles” y sin duda más “civilizadas,” y peligrosas. ¿Pero, hasta donde podría ser esto cierto? ¿Hasta donde los nuevos hábitats digitales son menos violentos, y con menos consecuencias?

Independientemente que asumamos o no una lectura moral del pasado de nuestra especie, la agresión fue connatural a nuestro proceso evolutivo (Pinker, 2012; Miczeck y Meyer, 2014; Shackelford y Hansen, 2014). El cerebro del humano moderno, el mío y el del lector, tiene poco más de unos 150 mil años. Es el mismo “modelo” de cerebro que tenía que luchar con animales salvajes, pocos recursos y hábitats hostiles (Powell, Shennan y Thomas, 2009). ES un cerebro listo durante miles de años para responder a la hostilidad con hostilidad. La agresión era un mecanismo esencial del proceso de sobrevivir en un entorno difícil. Ese mismo modelo de cerebro hoy convive en el mundo de las completamente recientes nuevas tecnologías de la interacción humana, las urbes y las culturas complejas. Estamos más juntos, más densos, mas tecnomediados y nos encontramos con otros en proporciones cientos de veces más significativas y numerosas que nunca antes en millones de años. El otro se volvió ubicuo, multitemporal, omnipresente. Está en nuestro bolsillo, en las decenas de mensajes que recibe nuestro móvil al día. La presencia del otro nos desborda, pero a la vez, no es una presencia, es una huella del otro, es un otro “telepresente”, mediado. Una extraña paradoja: Tan cerca, pero tan lejos.

Entre la cooperación y la agresión: las tensiones de nuestra especie

La cultura ha sido el máximo logro cooperativo de los humanos (Tomasello, 2008 y 2016; Sterelny, 2012). En otras palabras, es lo que ha hecho posible a la especie del humano moderno. Todo el entorno que nos rodea es producto de innumerables formas de cooperación, de conocimiento distribuido, de formas de establecer estrategias para mediar nuestra interacción (Sterelny, 2012). Esta complejización mediática y cognitiva de la interacción arrancó con sofisticación 70 mil años atrás. 70 mil años es casi nada en el calendario de los 10 millones de años que recorrimos a hoy. Cada objeto del espacio que nos rodea, desde la indumentaria básica que nos protege hasta la naturaleza trasformada de lo que nos alimenta es resultado del trabajo de cooperar en grupos humanos. Somos la especie más experta en cooperar y construir artefactos para mediar nuestra cooperación (Margolis y Laurence, 2007). Pero eso, en realidad, en esta escala de tiempo, lo acabamos de inventar ¿No es la web nuestro mejor logro al respecto?

Esta cooperación que creó la cultura también ha estado atravesada por los mismos millones de años de permanencia de formas de conflicto que terminan en agresión (Shackelford y Hansen, 2014). Para los humanos ha sido crucial construir espacios compartidos que de diversas maneras los miembros del grupo sienten como colectivo, visible, público. Es el espacio de enlace social y conexión con el otro (Powell, Shennan y Thomas, 2009). En la cultura contemporánea, de las ciudades y las tecnologías, hemos aprendido a vivir y necesitar de vivir cada vez más juntos, más cerca, más interdependientes, porque nuestra cooperación a gran escala implica sistemas de comunicación complejos para poder cooperar y hacer posible la vida también compleja de cada uno. La salud, lo que aprendemos, el amor que sentimos, el poder que tenemos, el trabajo que hacemos, el dinero que obtenemos, todo depende de dónde y cómo estamos conectados con los otros. La historia de las tecnologías de nuestra comunicación es la de las formas que creamos para estar juntos y gestionar nuestras relaciones de cooperación y conflicto, entendimiento y agresión. El sentido del mundo es cooperativo, ya sea del dinero, uno de los objetos cognitivos más poderosos que hemos inventado, que permite la transacción de los objetos y servicios que creamos, o ya sea del afecto, de lo que asumimos que es el vínculo de relaciones con el otro, o ya de las estructuras de jerarquía en donde nos ubicamos y ubicamos a los otros.

Ahora bien, estas tecnologías que nos conectan tienen desde hace muy poco, (infinitamente nada si la comparamos con ese viaje de 10 millones de años de la evolución homínida) la posibilidad de permitir una interacción cada vez más rica y compleja entre los participantes y usuarios de los objetos comunicativos. Internet, esa plataforma simbólica global que ha creado la especie (Bainbridge y Roco, 2016), ha producido nuevos géneros simbólicos y mecanismos para comunicarnos y cooperar. Ha cambiado el esquema de “uno a muchos” que generó la revolución de Gutemberg, al modelo de “entre muchos y de muchas formas, y en muchas direcciones”.

Sobre este escenario del “texto” colectivo de la web social, de las distintas plataformas de las redes sociales, en sus diversos formatos, géneros y herramientas (YouTube, Twitter, Facebook, Foros, periódicos, webs de medios, etc.) se teje hoy con frecuencia una nueva forma de conversación social atravesada de diversas dinámicas, de entre las cuales señalamos una, tan consustancial a la especie: las de las diferencias que terminan en agresión.

La agresión es sin duda uno de los comportamientos fundamentales del homo sapiens, independientemente de cualquier perspectiva moral al respecto, es casi imposible identificar grupos humanos a lo largo de la historia de la especie en que no se encuentre el conflicto y la diferencia de perspectivas y metas que desemboca en agresión en sus distintos niveles e intensidades. Desde los más elementales que se resuelven por mecanismos sencillos, hasta los de mayor tensión, que terminan en confrontaciones que eliminan al otro o que se lanzan colectivamente a una confrontación de equipos, o una batalla y una guerra.

Los usuarios de los Social Media y casi todos los contenidos que permiten la interacción con el usuario se mueven entre dos polos que son los extremos de la evolución de la cultura, el de cooperar y acordar y el diferenciar, desafiar y agredir.

Ser humano es hacer equipos

En muchos sitios de la web social la dinámica de los comentarios e interacción entre participantes empieza en la manifestación de diferencias entre el contenido o los comentarios al contenido o a las intervenciones de otro usuario. La diferencia entre participantes tiende a llevar una lógica rítmica, de menos a más confrontación, al punto que en un momento dado esta pasa a ser agresión abierta (lo que en el contexto comunicativo se identifique como tal).

Salvo que alguno de los usuarios comience con una agresión directa, el proceso puede ser una especie de escalera que una gran cantidad de participantes empieza a subir con “tonalidades emocionales” crecientes. Alguien ataca, otro defiende, y el siguiente define con quien se va, de qué lado se pone. En este sentido la dinámica de la agresión es casi universal. El ser humano tiene a funcionar fácilmente con identificaciones grupales, con alianzas y distinciones. Ser humano es hacer equipos.

La cultura está construida con la diferencia primordial entre “nosotros” y “ellos”, “unos” y “otros”. A lo largo de nuestra ruta cultural en el planeta organizamos distintas formas de cooperar, formar “equipos” y administrador nuestra connatural socialidad (Tomasello, 2008 y 2016; Sterelny, 2012). Tener vínculos nos define y por ello creamos múltiples formas de “ser equipo”: parejas, amigos, hordas, familias, clanes, tribus, nacionalidades, clases, equipos de futbol, religiones, partidos políticos, ideologías colectivas y todo un vasto universo de formas de agruparnos y diferenciarnos en jerarquías y distinciones: ellos-nosotros. Desde muy temprano en el desarrollo cognitivo humano (Wellman, 2014) empezamos a crear juegos de grupo, de relación y diferencia. Está tanto en el propio desarrollo vital de cada uno, como en el de la propia especie a lo largo del tiempo. Formamos equipos de la manera más natural y automática. La historia de nuestro proceso evolutivo es la de la dualidad y la tensión entre cooperar y tomar ventaja, aliarnos y, en algún momento, agredirnos. Por ejemplo, los participantes de un foro de lectores en la web, luego de las primeras líneas de confrontación, tienden a alinearse en equipos de debate. Protagonistas y antagonistas es la fórmula básica de cualquier narrativa que nos emociona. Y en muchas webs son más frecuentes los extremos que los puntos medios. Incluso muchos “usuarios-comentaristas” tienden a confrontar las opiniones de los otros usuarios más que el texto o el video o el contenido de la web a la cual estos se refieren.

Se forman equipos de contendientes y cada comentario arrastra al siguiente a la pugna. El odio y la agresión son una tentación difícil de eludir. Al final de los foros de webs de noticias, muchos, inlcuidos los más mediadores al inicio, terminan enfrascados en una narrativa de insultos cruzados, extremos, llenos de metáforas de odio y lenguajes explícitos que acuden a términos y expresiones que son consideradas contextualmente de alto nivel negativo. En contextos como el latinoamericano (el de nuestra práctica y observación), aluden con frecuencia a descalificaciones mutuas acudiendo al género, la orientación o las prácticas sexuales, los niveles educativos, los ingresos, la clase, o cualquier otra caracterización estereotipada y considerada como insulto social en un contexto determinado. El estereotipo social tiene un poder simbólico enorme en Latinoamérica. Sin duda la web social es un objeto paradigmático explicito, rico y abundante para inventariar la dinámica del prejuicio social en nuestra región.

Las metáforas llegan a ser de un alto nivel de una crudeza que va en crecimiento, compitiendo al final por el insulto más fuerte e intenso. Quien dice el ultimo insulto, al parecer siente que es el ganador de la contienda. Sin duda, son discursos que hacen explícitos un alto contenido de simbólicas sociales de descalificación y segregación que circulan en un determinado contexto. Por supuesto, estos contextos pueden ser relativos y variar en alcances. Por ejemplo, en contiendas deportivas entre países, las agresiones entre nacionalidades hacen aflorar estereotipos frecuentes que se comparten a escala global o regional sobre determinados grupos geográficos, etnias o nacionalidades.

La dinámica de la agresión: ver que es posible la hace posible

¿Pero que explica este efecto de bola de nieve, de espiral en ascenso, de bucle de retroalimentación de discursos de odios y agresiones? Es solo un efecto, pero lo crucial es establecer qué sentido tiene. La respuesta parece ser preocupantemente simple, al menos desde uno de los aspectos que aquí consideramos en la dinámica de la agresión. Es simple, y evidente desde el funcionamiento cognitivo humano. Los humanos, como muestra la investigación cognitiva (Phillips, 2017) tienden a actuar de formas moralmente más inapropiadas (y la agresión en la web es eso), cuando ven que otros les muestran que un determinado comportamiento que no consideraban viable es posible. Observaciones y estudios contemporáneos sobre los procesos de agresión en sitios web abiertos a la participación, los “social media”, dan cuenta de diversas dinámicas. Esta es solo una de ellas: la dinámica de ver que un acto agresivo es posible hace más probable que repliquemos ese acto (Miczeck y Meyer, 2014; Phillips, 2017). Mo deja de ser sorprendente que así también funciona una de las dimensiones más trágicas de la corrupción a escala global.

En otras palabras, el ejemplo enseña. Cuando hay un lector que insulta a otro lector, o cuando un comentarista de un Youtuber descalifica el contenido con insultos, o el comentario de otro usuario, los otros usuarios tienen un camino más fácil de incorporarse a la contienda de agresiones. Hay canales de youtubers que se montan sobre la agresión hacia otro youtuber. Ver que agredir es posible hace más posible la agresión. Esta lógica está atada a uno de los procesos cognitivos claves del aprendizaje humano, el de la imitación (Sterelny, 2012). De hecho, y de manera automática, no consciente, el cerebro humano evolucionó para aprender de la imitación (Walter, 2014). La forma más básica del aprendizaje a lo largo de la vida es por imitación. Incorporarse a una cultura, desarrollar un lenguaje, es ser capaz de hacer lo que los otros hacen y eso es una regla universal de ingreso al sistema cooperativo que crea la cultura como universo de prácticas compartidas (Tomasello 2008, 2016). Si, como las más recientes teorías cognitivas lo indican, el procesamiento algorítmico, el que nos indica el paso a paso en una secuencia de un procedimiento (y todo lo humano es un procedimiento de secuencias), es la base y estructura de la cognición humana, de las emociones y los razonamientos, de la interacción y la representación. El conjunto de instrucciones más básico y permanente del aprendizaje de “ser social” es imitar a los demás: observas, ensayas, replicas. El equipo cognitivo siempre esta listo para eso: De la Roma del Siglo IV nos viene una frase tan popular como universal: “ a donde fueres haz lo que vieres”.

En el trayecto de ver que otros hacen lo que no se consideraría posible o moralmente aceptable, el siguiente paso, el de unirse a la contienda de agresiones es ya muy corto. Porque sumarse al grupo que pugna es, en la web y fuera de ella, un asunto de sentirse parte de uno de los grupos en contienda: la familia, la pareja, el equipo, los amigos, los machos, el partido.

En la historia del humano, ser equipo fue siempre fuente de protección y adhesión, de beneficios, sobrevivencia y poder. Nos hemos construido en función de competir en equipos, en el placer de armarlos. Dado que nuestras identidades son estructuras relacionales, “ser” es vivir en marcos de referencia en el que asumimos qué tipo de persona somos y cuanto nos diferenciamos de otros. Y nuestra cultura nos provee de diversidad de categorías para identificarnos y diferenciarnos. Pertenecemos a un barrio, un tipo de consumo, un tipo de trabajo, de prácticas, una clase, una religión, un género. Nuestro cuerpo está representado para la distinción y la participación en el ritual de la interacción y la diferenciación social. La mirada en el espejo es reconocer que me veo con la categoría que automáticamente se pone en marcha para ser reconocido, y ello está atravesado de lo consciente y lo no consiente, del 10 % y del 90 % automático (los porcentajes son una metáfora) en el proceso cognitivo en el cual nos representamos.

Las nuevas formas de agresión: De la calle a la web y de la web a la calle

La dinámica de la agresión en los Social Media, o en sitios participativos, es más frecuente de lo que podríamos suponer, y más compleja de lo que aquí describimos. Implica dimensiones y aspectos de lago alcance: escenarios, lenguajes, procesos inferenciales, narrativas y un largo y complejo etcétera. Pero sin duda, no podemos dejar de mencionar, al paso, que, en contextos de altos niveles de tensión social, suelen articularse fluidamente como circuitos de retroalimentación mutua. La cultura tiene nichos comunicativos cuyos micro universos tienen vasos comunicantes múltiples entre objetos, sistemas y relaciones. Son los circuitos de la red social interconectada. De manera tal que los espacios públicos de agresión en la web están en interacción con otras diferentes instancias y mediaciones comunicativas, con otros nichos cognitivos. Al día de hoy, el hecho de que la web se ha vuelto un exoesqueleto semiótico difuso, que nos arropa, nos intersecta y nos distribuye, que sostiene el ecosistema simbólico de nuestras sociedades, las pugnas entre espacios sociales y espacios comunicativos digitales circulan fácilmente. Vamos de la calle a la web, y de la web a la calle. Es más, la calle está en la web, y estar en la web es estar en la nueva forma del escenario público. La pregunta de donde comienza una y donde termina otras es hoy casi irrelevante. Porque sin duda el escenario de lo público es tan valioso en un sentido o en el otro. Y la preocupación no tiene otra opción que preguntarse por igual sobre cómo vivimos y convivimos entre la cooperación y las tensiones propias de nuestras diferencias. Somos, sin duda, una especie en tensión entre su antigua biología y su novísimo ecosistema simbólico contemporáneo, vivimos entre la tensión ineludible entre un cerebro antiguo y un cuerpo abundante de nuevas tecnologías del contacto.

Referencias

Bainbridge, W. S. y Roco, M. C. (2016). Handbook of Science and Technology Convergence. Switzerland: Springer International Publishing.

Cabrera, J. (2009). Convergencia: tecnologías del contacto. En R. Winocur (Ed.). Pensar lo Contemporáneo: de la Cultura Situada a la Convergencia Tecnológica. México: Anthropos

Margolis, E. y Laurence, S. (2007). Creations of the Mind: Theories of Artifacts and Their Representation. New York: Oxford University Press.

Miczeck, K. A. y Meyer-Lindenberg, A. (2014). Neuroscience of Aggression. Heidelberg: Springer.

Phillips, J. (2017). But you can’t do that!’ Why immoral actions seem imposible. Recuperado de: https://aeon.co/ideas/but-you-cant-do-that-why-immoral-actions-seem-impossible

Pinker, S. (2012). The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined. New York: Penguin.

Powell A, Shennan S, Thomas M. G. (2009). Late Pleistocene demography and the appearance of modern human behavior. Science. 324(5932),1298-301.

Shackelford, T. K. y Hansen, R. D. (Eds). (2014). The Evolution of Violence. New York: Springer.

Sterelny, K. (2012). The Evolved Apprentice: How Evolution Made Humans Unique. Cambridge: MIT Press.

Tomasello, M. (2008). Origins of Human Communication. Cambridge: MIT Press.

Tomasello, M. (2016). A Natural History of Human Thinking. Cambridge: Harvard University Press.

Walter, C. (2014). Last Ape Standing: The Seven-Million-Year Story of How and Why We Survived. New York: Walker and Company.

Wellman, H. M. (2014). Manking Minds. New York: Oxford University Press.