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Así tituló sus apasionantes memorias el poeta chileno Pablo Neruda. Su tránsito por la vida, lleno de descubrimientos, asombros, dolores, alegrías pasajeras y profundas, adioses y amistades duraderas nos dejan un legado: la vejez es el momento de recoger los frutos de lo gozado y lo aprendido.

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Cuidar no es una tarea que ocurra naturalmente, por ello es fundamental cultivar algunas actitudes que impliquen reconocimiento de los otros como semejantes, a pesar de las diferencias.





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“Con la historia de una familia conformada Olivia y Albeiro y sus dos hijos se conocen las posibles señales de maltrato intrafamiliar, una de las problemáticas más comunes en nuestra sociedad.

Podemos ver reflejadas acciones, actitudes y situaciones que muchas familias viven y que no se atreven a denunciar.
Es por esta razón que aprender a identificar los signos de alarma, es básico para poder brindar ayuda a las personas que están sufriendo de manera silenciosa.”





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“Gracias a la voz y la experiencia de Victoria, una enfermera que vivió en una zona de control paramiliar, se narra la manera cómo se fue transformando la salud mental de la comunidad, una vez los violentos pusieron en marcha una estrategia para romper el tejido social. Esta experiencia corrobora que la salud mental es un asunto que se vale de la vida colectiva. Recomponer la salud mental luego de experiencias tan dolorosas, en donde la muerte violenta estuvo presente, solo es posible a través del fortalecimiento de redes de apoyo, del diálogo y la participación.”





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Por: Piedad Bonnett |El Espectador.com

EN COLOMBIA, SÓLO UNA DE CADA DIEZ PERSONAS RECIBE TRATAMIENTO

La escritora Piedad Bonnett hace una reflexión sobre una de las enfermedades que más afectan a las personas jóvenes. La Organización Mundial de la Salud lanzó la campaña “Hablemos de depresión” en 2017.

El solo hecho de saber que la edad de personas afectadas por depresión es cada vez más temprana, debería alarmarnos. Si bien la media indica que es más fácil sufrir un primer episodio depresivo entre los 19 y los 39 años, sabemos que cada vez más los adolescentes, a veces casi niños, pueden sentirse deprimidos. Y no en el sentido coloquial del término, ese que usamos a la ligera para exagerar nuestra tristeza o frustración, sino en su verdadera acepción, la de enfermedad mental que a menudo incapacita a la persona o la puede llevar a la muerte. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 332 millones de personas padecen depresión en el mundo; de ellas, 788.000 mueren, casi todas por suicidio. Se calcula que para el 2020 esta será la enfermedad más frecuente en el mundo, superando las cifras de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.

Que la depresión es una enfermedad hay que reafirmarlo, porque uno de los problemas que explican por qué el porcentaje de pacientes que recibe tratamiento es bajísimo (en Colombia, una de cada diez personas), es que por tratarse de un trastorno del estado de ánimo se la subvalora y se cree que a punta de voluntad se puede superar. Expresiones como “Debes sobreponerte” o “Pero si lo tienes todo” equivalen en esas circunstancias a aumentar el martirio de quien la padece. El mismo enfermo puede tratar de convencerse de que no se trata de una depresión verdadera o, lo que es peor, puede intentar ocultar su mal a los demás por miedo a ser juzgado de débil o de loco, o por temor a perder su trabajo, a afectar una relación, a ser excluido de su grupo social. Porque, como bien escribió Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, hay enfermedades que cargan, además del sufrimiento que ya les es inherente, con el peso de que son interpretadas como malditas o denigrantes o innombrables. La lepra, la tuberculosis, el cáncer, son algunos de sus ejemplos. A estas, por supuesto, podemos sumar las enfermedades mentales, estigmatizadas desde siempre y temidas por el entorno. La misma Sontag nos dice que hay que dejar de nombrar –u ocultar– ciertas enfermedades como si fueran “un animal de rapiña, perverso e invencible”. La solución, en cambio, está “en rectificar la idea que tienen de ella, desmitificándola”. Y por esto la OMS ha dedicado este año, y especialmente el Día Mundial de la Salud que se celebrará dentro de un mes, para pensar en la depresión cada día que pasa, para destruir el estigma.

El que jamás ha padecido depresión no puede ni siquiera imaginar la intensidad de sus síntomas: falta de interés en la vida, ausencia de apetito, sentimiento de culpa y baja autoestima (“no sirvo para nada”, “soy un fracaso”) ,insomnio, pérdida de peso, ralentización del movimiento, poca resistencia al ruido, aislamiento e ideación suicida. El desarreglo sicológico hace, además, que la persona aumente la conciencia de sí misma y por tanto esté mirando obsesivamente sus sensaciones a fin de determinar si está mejor o peor. Y a eso puede sumarse despertar angustiado en la madrugada, náuseas, sudoración, miedos, porque a menudo la depresión va acompañada de ansiedad. Todo esto se debe, según investigaciones médicas, a que la persona deprimida está produciendo en demasía una sustancia llamada cortisol, es decir, está sufriendo cambios bioquímicos que producen estas consecuencias.

Ahora bien: aunque esto es así, y hay evidencias de que hay factores genéticos que inciden en la depresión, esta incidencia no parece ser superior al 16 %. En cambio, hay unos elementos desencadenantes que tienen que ver con el entorno o con conductas aprendidas, con falencias adaptativas. De la historia personal de los pacientes debe ocuparse el médico especialista. Pero en cambio, todos estamos obligados a preguntarnos sobre las causas sociales del aumento de la depresión: ¿Qué es lo que nos está pasando? ¿Podemos prevenir los estados depresivos, reflexionar sobre los factores culturales que los desencadenan?

Tres son sus víctimas mayoritarias: los adolescentes, las mujeres, los ancianos. Hasta cierto punto, población vulnerable. En los ancianos, las causas externas son fácilmente identificables: enfermedades, impedimentos, soledad, conciencia de la muerte. También está establecido que en mundos urbanos la enfermedad es infinitamente mayor. Es fácil deducir que en la ciudad el encerramiento es más deprimente y que las distancias, el caos vehicular y las rutinas de trabajo hacen difíciles las visitas cotidianas de los familiares. La vida de los viejos se hace monótona y no hay una noción de futuro que los aliente; aunque vale la pena decir que en las culturas latinas la noción de familia es más fuerte y es más probable que haya alguien que sacrifique su propia vida en favor de los padres o los abuelos.

Las mujeres también somos más proclives a la depresión, que muchas veces tiene origen en cambios hormonales que se dan en el posparto. Pero, como los adolescentes, también podemos ser víctimas de los llamados “estresores”, que no son otra cosa que demandas sociales que no podemos asumir, sobre todo por exceso de tareas y responsabilidades, como en el caso de las madres cabezas de familia. En los jóvenes estos “estresores” son distintos. Por el hecho de estar en plena transformación psíquica y física, su autoestima es más frágil y las demandas del medio, atizadas por la publicidad, cruelmente exigentes: hay que ser bello, popular, tener medios; el “distinto”, infortunadamente, debe estar muy bien armado para soportar el rechazo o la discriminación. El matoneo, tan común en las escuelas, puede llevar, como sabemos, a la depresión y al suicidio. También las exigencias extremas de los padres y de los maestros o, lo que es más grave, la autoexigencia, producto del perfeccionismo o de una idea equivocada del éxito, que hace que el más mínimo fracaso conduzca al autocastigo. En ese sentido, fallamos muchas veces como padres y educadores, pues desde la infancia no inducimos a la elasticidad, a la benevolencia con uno mismo, ni preparamos a los muchachos para la resolución de problemas.

Finalmente, habría que hablar de sociedades que condenan a sus jóvenes –y no sólo a ellos– a la desigualdad y a la falta de oportunidades. Un muchacho educado con dificultad económica, en ambientes muchas veces violentos, que tiene el sueño de una formación especializada pero debe rendirse a una realidad que lo condena a un trabajo elemental o, peor aún, al desempleo, puede caer fácilmente en la depresión; y también la mujer que debe soportar diariamente el peso de la violencia masculina, manifiesta a menudo como asfixia económica, o el varón que debe asumir más responsabilidades de las que se siente capaz.

Es claro que la depresión debe ser tratada médicamente, muchas veces con fármacos. Mientras más rápidamente se atienda, más probabilidades hay de salir pronto adelante, pues se supone que la mayoría de los pacientes se recupera entre 6 y 24 meses. Desafortunadamente, el panorama en Colombia es desolador: según la OMS sólo el 38,5 % de los adultos que solicitaron atención en salud mental, la recibieron. Algo que nos pone a pensar, sobre todo ahora que el país se dispone a incorporar un número considerable de exguerrilleros, dispuestos a dejar las armas a cambio de que la sociedad les dé una oportunidad.





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Por: Gemma Tarafa/Sara Berbel |El País

Las personas con trastorno mental son las invisibles en el mercado laboral. Su nivel de paro duplica el del resto.

Las siglas VICA son el acrónimo de las características que, según personas expertas, conforman nuestra época: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Un mundo cambiante, difícil de predecir, confuso y caótico, con múltiples significados. No es, sin duda, el contexto más fácil para desarrollarse en confianza y seguridad, dos condiciones que los seres humanos necesitamos para mantener una buena salud mental.

Nuestra ciudad, Barcelona, no es una excepción. Sabemos que en los barrios más deprimidos los problemas de salud mental se multiplican, y que los jóvenes que viven en barrios periféricos tienen peor salud mental que los habitantes del centro. También las mujeres, especialmente castigadas por la crisis, peores sueldos y mayor nivel de paro, se resienten psicológicamente de esta situación de desigualdad. Según los últimos estudios, son las más estresadas de Europa y las quintas del mundo, de modo que toman un 6,2% de antidepresivos más que los hombres.

Las personas con trastornos mentales son las grandes invisibles en el mercado laboral. Su índice de inactividad no es comparable al de ningún otro colectivo en edad de trabajar. Su nivel de paro duplica el de la población general y, en consecuencia, se ven privadas de los beneficios que aporta el trabajo remunerado: autonomía y reconocimiento social. Por todo ello el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido poner en el centro las capacidades y aportaciones de estas personas a nuestra sociedad. Se trata de una cuestión de derechos fundamentales, pero también de una diferente configuración del nuevo modelo socioeconómico que estamos diseñando, un modelo en que las personas y sus talentos están en el centro. Hay estudios que cifran en un 5% la pérdida del PIB si no se les ofrece un trabajo de acuerdo con sus capacidades. Nuestra sociedad no se puede permitir ignorar el talento ni la riqueza personal y profesional que aportan. Siglos de prejuicios y miedos irracionales han instalado una barrera entre ellas y el mercado laboral que queremos contribuir a derribar.

Las personas con un trastorno mental no son, en general, consideradas como parte de la esfera pública. No suelen participar en la elección de los principios básicos de la sociedad y con frecuencia se ven excluidas de las elecciones políticas. En el ámbito laboral, la percepción social considera que difícilmente pueden promocionarse en un trabajo, apenas pueden acceder a cargos de decisión y se cree que contribuyen a generar tensiones o conflictos en el clima laboral. Se trata de una serie de prejuicios no contrastados que son producto del temor o el desconocimiento y que configuran un estigma muy difícil de eliminar. Acabar con el estigma es tan o más imprescindible que subsanar las discriminaciones económicas objetivas ya que no será posible una igualdad real mientras se mantengan en el imaginario colectivo unas percepciones tan negativas y alejadas de la realidad.

Por todos estos motivos desde el Comisionado de Salud se ha diseñado, por primera vez en la historia de nuestra ciudad, el Plan de Salud Mental de Barcelona 2016-2022, que tiene la misión de promover, prevenir y mejorar la salud mental de la ciudadanía, con un presupuesto de 51,2 millones de euros.

En el mismo sentido, a los servicios que ofrece el Instituto Municipal de Personas con Discapacidad se suma la Agencia de desarrollo económico y local del Ayuntamiento, Barcelona Activa, incorporando a su modelo de inserción laboral a las personas con trastorno mental. Queremos que cada persona que se encuentre en situación de desempleo sepa dónde dirigirse, dónde ser atendida, asesorada, formada (si fuera necesario) y acompañada para acceder a un lugar de trabajo y adaptarse adecuadamente.

Somos conscientes de que la cohesión, la igualdad y la justicia social son la base necesaria para la construcción de una sociedad sana. Nuestra cultura no sería la misma sin las valiosas aportaciones de personas como Silvia Plath, José Agustín Goytisolo, Virginia Woolf o Van Gogh, como tantas otras personas no conocidas afectadas por trastornos mentales. La igualdad de oportunidades entre todas las personas que permita el acceso al trabajo, la autonomía y el desarrollo personal será la clave que logrará disminuir el malestar —físico y psicológico— y avanzar en la salud social.

Gemma Tarafa, Comisionada de Salud y Sara Berbel, directora general de Barcelona Activa





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Por: CAROLINA GARCÍA | El País

La depresión posparto es la enfermedad mental materna más frecuente y afecta a la relación con el bebé. Se estima que la padecen un 15% de las madres recientes

Una de cada cinco nuevas madres presenta, en muchos países, algún tipo de trastorno perinatal o de ansiedad. Enfermedades que no se suelen evaluar ni tratar y que tienen consecuencias a largo plazo importantes para la mujer y el recién nacido. Entre las psicopatologías que afectan a las nuevas madres en este periodo destaca, por su frecuencia, la depresión posparto, cuyos síntomas pueden comenzar en el embarazo y suelen estar presentes hasta un año después del nacimiento del pequeño. Estos trastornos pueden afectar a cualquier mujer sin importar su educación, cultura o raza.

La depresión posparto es la enfermedad materna más común en el año que sigue al parto y tiene síntomas específicos precisamente por su efecto en el bebé, ya que suele alterar la capacidad maternal de responder amorosamente al nuevo hijo. Se estima que la padecen un 15% de las madres recientes, aunque en la mayoría de los casos no se llega a diagnosticar. Se le suele llamar “la depresión sonriente, precisamente, porque muchas madres consiguen esconder su sufrimiento por miedo a ser tachadas de malas madres”, explica Ibone Olza, psiquiatra infantil y perinatal, profesora asociada en la Universidad de Alcalá y directora del programa de formación en salud mental perinatal Terra Mater.

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Es la incapacidad de disfrutar, especialmente con el bebé, el sentimiento de culpa y arrepentimiento por haberlo tenido, la pena constante por el hijo. Cosas como pensar “pobre hijo mío que le tocó esta madre que no le quiere como debería”, o incluso “estaría mejor sin mí”, explica Olza. “La alteración del sueño, el no dormir ni siquiera cuando duerme el bebé porque no pueden dejar de escuchar cada ruidito que el bebé hace al respirar…El agotamiento profundo, las ganas de llorar, el mal humor. En los casos más graves, se llega a fantasear con hacer daño al bebé, hay pensamientos intrusivos, y también hay madres que no pueden acercarse a la ventana ni bañar al bebé solas porque temen tirarlo por la ventana o ahogarlo. Sufren muchísimo y lo peor es que muchas no se atreven a contar a nadie el infierno que están viviendo en su cabeza”, prosigue la experta.

“Hay que ayudar a las futuras madres y a sus bebés”, está es la premisa con la que parte la campaña del Día Mundial de la Salud Mental Materna que se celebra este miércoles 3 de mayo y que pretende llamar la atención con un mensaje claro: La salud mental materna de las mujeres importa (#maternalmhmatters). “Padecer un trastorno psicológico no es un crimen”, algo en lo que quieren incidir los promotores de esta jornada que instan a informar de los recursos con los que cuenta la mujer para salir adelante y superarlo.

“El estado psíquico de la madre afecta enormemente al bebé desde la gestación. Si sufre ansiedad, estrés o depresión el embarazo se complica, puede producirse un parto prematuro, hemorragias, infecciones… Además, su estado de ánimo afecta, de diversas maneras, al desarrollo cerebral de su bebé, condicionándola, incluso a muy largo plazo”, explica Olza. “¡El estrés en el embarazo puede ser casi tan tóxico como el tabaco!”, recalca la experta. “Y el efecto continúa en el posparto”. “Si la madre no está bien, si no se detecta su sufrimiento y no se le ayuda o se trata, además de al bebé, se verá afectada también la relación de pareja y la crianza de los otros hijos”, añade.

Para la experta, para conseguir que la mujer se sienta apoyada, es importante que la atención durante el embarazo no se centre solo en lo físico. Olza opina que los obstetras y las matronas deben saber detectar en las madres que padecen sufrimiento psíquico y “deben atender a la parte más emocional y preguntar en las consultas: ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿cómo está tu pareja?”. “Y cuando haya síntomas de una posible psicopatología, cuando haya sufrimiento, se debe derivar a la mujer a profesionales de salud mental perinatal y que estos participen en los equipos de atención al embarazo y posparto. La mayoría de estos trastornos son tratables, pero si no se hace nada se suelen cronificar, durar años y afectar profundamente al desarrollo del bebé”, argumenta la psiquiatra.

Pocos recursos en España para tratar la salud mental materna

Los recursos en nuestro país para atender a estas mujeres son muy escasos. “Apenas hay psicólogos en los equipos obstétricos o de neonatología. Es una carencia tremenda y dramática. Las familias a veces transitan situaciones durísimas, como la muerte gestacional (muerte del bebé en el útero o en el parto), sin apenas atención o apoyo psicológico. Esta carencia también afecta a los profesionales, que a menudo tienen que atender situaciones muy complejas de gestantes con trastornos mentales sin recursos especializados. No tenemos apenas unidades ni programas de psiquiatría perinatal ni existen las llamadas Unidades Madre-bebé donde ingresar de forma conjunta a las madres que requieren un ingreso psiquiátrico en el posparto, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos. Es urgente que se incorporen psicólogos perinatales a los equipos de atención al embarazo y posparto, así como a los servicios de neonatología”, dice tajante Olza.

Para la experta, si no se trata a la madre, su salud física empeorará, el embarazo se podría complicar y aumentaría la posibilidad de que el futuro niño sea prematuro. Sin mencionar, siempre según la experta, que se podrían tener  “dificultades con la lactancia, en la pareja, separaciones y divorcios”. “La crianza”, prosigue, “se iniciaría de la peor manera y provocaría que los hijos a su vez pudieran padecer alguna psicopatología a lo largo de la infancia y adolescencia”. “Un drama que se transmite de una generación a otra y que puede derivar en maltrato y violencia… Sin embargo, con la detección y tratamiento en el periodo perinatal se puede romper esa transmisión intergeneracional. Es el momento preciso para las intervenciones psicoterapéuticas, el impacto de un buen tratamiento cambia la evolución de toda la familia para bien”, añade.

La falta de información sobre la depresión posparto niega a la mujer estrategias para afrontarla. “Conocer esto es clave para formar a los profesionales sanitarios. Sabemos que las madres con depresión posparto no suelen ir al médico o al psiquiatra. Por el contrario, acuden a urgencias de pediatría a menudo porque el bebé no para de llorar o a la farmacia a comprar lo que sea porque están muy preocupadas por la salud de su retoño. “Creo que nos corresponde a toda la sociedad ayudar a las madres en el posparto, no dejarlas tan solas, facilitarles la vida y desestigmatizar la depresión”, agrega Olza.

Cuando se detecta, según la experta, el tratamiento consiste en diversos puntos

  1. Lo primero es la psicoeducación: entender qué es la depresión, que afecta a todo tipo de madres. Que ellas no tienen la culpa de estar mal y es importante que sepan que se van a curar y que van a poder disfrutar de su bebé.
  2. En el tratamiento hay que incluir al bebé y, si se puede, al padre o pareja. Buscar la manera de que la madre esté acompañada, favorecer que pueda descansar y que se relacione con otras madres.
  3. El ejercicio físico moderado tiene un efecto antidepresivo, aunque en algunos casos va a ser necesario el uso de fármacos.
  4. La psicoterapia es imprescindible: un espacio de escucha donde poder elaborar su nueva identidad como madre y aprender a relacionarse con el bebé de una manera más saludable.

Hay que recordar que, “si no se trata la depresión posparto, afecta mucho a la interacción con el bebé, así que este podría sufrir, por ejemplo un retraso en la adquisición del lenguaje o psicomotor por falta de estimulación. En los casos más graves hay riesgo de suicidio e incluso de infanticidio”, explica Olza. “Sin tratamiento, muchas madres siguen deprimidas meses o años. Son mujeres malhumoradas, con aumento de peso, que no disfrutan de sus hijos ni de su vida. Por eso es importantísimo prevenir, detectar y tratar”, termina la experta.