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“01 En mayo de 2012, la 65.a Asamblea Mundial de la Salud adoptó la resolución WHA65.4 sobre la carga mundial de trastornos mentales y la necesidad de una respuesta integral y coordinada de los sectores sanitario y social de los países. En ella se pidió a la Directora General, entre otras cosas, que en consulta con los Estados Miembros prepare un plan de acción integral sobre salud mental que abarque los servicios, políticas, leyes, planes, estrategias y programas”…

 

 

Plan de acción sobre salud mental 2013 – 2020. Organización Mundial de la Salud (OMS)





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“La edición en español fue realizada por la Organización Panamericana de la Salud. Las solicitudes de autorización para reproducir, íntegramente o en parte, esta publicación deberán dirigirse al Departamento de Gestión de Conocimiento y Comunicación, Organización Panamericana de la Salud, Washington, D.C., EE. UU. (pubrights@paho.org). La Unidad de Salud Mental y Uso de Sustancias (NMH/MH) podrá proporcionar información sobre cambios introducidos en la obra, planes de reedición, y reimpresiones y traducciones ya
disponibles. Las publicaciones de la Organización Panamericana de la Salud están acogidas a la protección prevista por las disposiciones sobre reproducción de originales del Protocolo 2 de la Convención Universal sobre Derecho de Autor.

 

Demencia: una prioridad de salud pública. OPS-OMS  >>





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En nuestra sociedad, la incomprensión de la diversidad sexual suscita actitudes y comportamientos excluyentes que provocan el sufrimiento de personas cuya orientación pone en entredicho formas dominantes y unívocas de entender la sexualidad y la vida afectiva. Con las voces y experiencias de personas sexualmente diversas, es posible entender la dimensión de una problemática que impacta a gran parte de la población. El programa fue emitido por Javeriana Estereo 91.9 Producción: Martha Solano Murcia, Nubia Torres Calderón, Ana María Lara Sallenave. Programa APS.





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En nuestro entorno social es frecuente que relacionar vejez y enfermedad. Esa manera de ver una etapa a la que llegamos la mayoría de los seres humanos, puede cambiar si se piensa en la vejez como una posibilidad de recoger y portar experiencias pero además, si existe una preparación y un entorno en el que el apoyo favorece mejores condiciones para los adultos mayores. El programa cuenta con los aportes del reconocido geriatra Carlos Cano Gutiérrez.
El programa fue emitido por Javeriana Estereo 91.9 Producción: Martha Solano Murcia, Nubia Torres Calderón, Ana María Lara Sallenave. Programa APS.





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“Con la historia de Pedro Luis se conoce de manera general qué es la esquizofrenia y cuales los principales síntomas: ansiedad, agitación, agresividad, falta de sueño y alucinaciones.

Seguir siempre la recomendación médica y buscar la ayuda de especialistas es muy importante para quelos pacientes y sus familiares puedan mejorar su calidad de vida.”





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“Carlos Alberto Uribe, profesor titular del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes, habla sobre la historia de la Unidad de Salud Mental del Hospital San Juan de Dios

Menciona los origenes de la Unidad de Salud Mental del Hospital San Juan de Dios en el siglo XVII haciendo una descripción física y ubicando geográficamente la Unidad en el centro de la ciudad de Bogotá, para llegar a la ubicación y estructura básica del hospital actual y al nacimiento de la Unidad de Salud Mental en la década de los años 70.”





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Los prejuicios que tenemos sobre las personas (por su origen étnico, cultural, social o por su aspecto físico) inciden en nuestra interacción cotidiana, provocando formas de exclusión o discriminación. Descubrirnos como semejantes y estar abiertos al diálogo ayuda desarmar nuestros. En un mundo en el que cada día estamos más expuestos a pensamientos y formas de vida tan diferentes, abrir los ojos para entender las diferencias nos ayudará a vencer los obstáculos para la convivencia.





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Por: Piedad Bonnett |El Espectador.com

EN COLOMBIA, SÓLO UNA DE CADA DIEZ PERSONAS RECIBE TRATAMIENTO

La escritora Piedad Bonnett hace una reflexión sobre una de las enfermedades que más afectan a las personas jóvenes. La Organización Mundial de la Salud lanzó la campaña “Hablemos de depresión” en 2017.

El solo hecho de saber que la edad de personas afectadas por depresión es cada vez más temprana, debería alarmarnos. Si bien la media indica que es más fácil sufrir un primer episodio depresivo entre los 19 y los 39 años, sabemos que cada vez más los adolescentes, a veces casi niños, pueden sentirse deprimidos. Y no en el sentido coloquial del término, ese que usamos a la ligera para exagerar nuestra tristeza o frustración, sino en su verdadera acepción, la de enfermedad mental que a menudo incapacita a la persona o la puede llevar a la muerte. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 332 millones de personas padecen depresión en el mundo; de ellas, 788.000 mueren, casi todas por suicidio. Se calcula que para el 2020 esta será la enfermedad más frecuente en el mundo, superando las cifras de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.

Que la depresión es una enfermedad hay que reafirmarlo, porque uno de los problemas que explican por qué el porcentaje de pacientes que recibe tratamiento es bajísimo (en Colombia, una de cada diez personas), es que por tratarse de un trastorno del estado de ánimo se la subvalora y se cree que a punta de voluntad se puede superar. Expresiones como “Debes sobreponerte” o “Pero si lo tienes todo” equivalen en esas circunstancias a aumentar el martirio de quien la padece. El mismo enfermo puede tratar de convencerse de que no se trata de una depresión verdadera o, lo que es peor, puede intentar ocultar su mal a los demás por miedo a ser juzgado de débil o de loco, o por temor a perder su trabajo, a afectar una relación, a ser excluido de su grupo social. Porque, como bien escribió Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, hay enfermedades que cargan, además del sufrimiento que ya les es inherente, con el peso de que son interpretadas como malditas o denigrantes o innombrables. La lepra, la tuberculosis, el cáncer, son algunos de sus ejemplos. A estas, por supuesto, podemos sumar las enfermedades mentales, estigmatizadas desde siempre y temidas por el entorno. La misma Sontag nos dice que hay que dejar de nombrar –u ocultar– ciertas enfermedades como si fueran “un animal de rapiña, perverso e invencible”. La solución, en cambio, está “en rectificar la idea que tienen de ella, desmitificándola”. Y por esto la OMS ha dedicado este año, y especialmente el Día Mundial de la Salud que se celebrará dentro de un mes, para pensar en la depresión cada día que pasa, para destruir el estigma.

El que jamás ha padecido depresión no puede ni siquiera imaginar la intensidad de sus síntomas: falta de interés en la vida, ausencia de apetito, sentimiento de culpa y baja autoestima (“no sirvo para nada”, “soy un fracaso”) ,insomnio, pérdida de peso, ralentización del movimiento, poca resistencia al ruido, aislamiento e ideación suicida. El desarreglo sicológico hace, además, que la persona aumente la conciencia de sí misma y por tanto esté mirando obsesivamente sus sensaciones a fin de determinar si está mejor o peor. Y a eso puede sumarse despertar angustiado en la madrugada, náuseas, sudoración, miedos, porque a menudo la depresión va acompañada de ansiedad. Todo esto se debe, según investigaciones médicas, a que la persona deprimida está produciendo en demasía una sustancia llamada cortisol, es decir, está sufriendo cambios bioquímicos que producen estas consecuencias.

Ahora bien: aunque esto es así, y hay evidencias de que hay factores genéticos que inciden en la depresión, esta incidencia no parece ser superior al 16 %. En cambio, hay unos elementos desencadenantes que tienen que ver con el entorno o con conductas aprendidas, con falencias adaptativas. De la historia personal de los pacientes debe ocuparse el médico especialista. Pero en cambio, todos estamos obligados a preguntarnos sobre las causas sociales del aumento de la depresión: ¿Qué es lo que nos está pasando? ¿Podemos prevenir los estados depresivos, reflexionar sobre los factores culturales que los desencadenan?

Tres son sus víctimas mayoritarias: los adolescentes, las mujeres, los ancianos. Hasta cierto punto, población vulnerable. En los ancianos, las causas externas son fácilmente identificables: enfermedades, impedimentos, soledad, conciencia de la muerte. También está establecido que en mundos urbanos la enfermedad es infinitamente mayor. Es fácil deducir que en la ciudad el encerramiento es más deprimente y que las distancias, el caos vehicular y las rutinas de trabajo hacen difíciles las visitas cotidianas de los familiares. La vida de los viejos se hace monótona y no hay una noción de futuro que los aliente; aunque vale la pena decir que en las culturas latinas la noción de familia es más fuerte y es más probable que haya alguien que sacrifique su propia vida en favor de los padres o los abuelos.

Las mujeres también somos más proclives a la depresión, que muchas veces tiene origen en cambios hormonales que se dan en el posparto. Pero, como los adolescentes, también podemos ser víctimas de los llamados “estresores”, que no son otra cosa que demandas sociales que no podemos asumir, sobre todo por exceso de tareas y responsabilidades, como en el caso de las madres cabezas de familia. En los jóvenes estos “estresores” son distintos. Por el hecho de estar en plena transformación psíquica y física, su autoestima es más frágil y las demandas del medio, atizadas por la publicidad, cruelmente exigentes: hay que ser bello, popular, tener medios; el “distinto”, infortunadamente, debe estar muy bien armado para soportar el rechazo o la discriminación. El matoneo, tan común en las escuelas, puede llevar, como sabemos, a la depresión y al suicidio. También las exigencias extremas de los padres y de los maestros o, lo que es más grave, la autoexigencia, producto del perfeccionismo o de una idea equivocada del éxito, que hace que el más mínimo fracaso conduzca al autocastigo. En ese sentido, fallamos muchas veces como padres y educadores, pues desde la infancia no inducimos a la elasticidad, a la benevolencia con uno mismo, ni preparamos a los muchachos para la resolución de problemas.

Finalmente, habría que hablar de sociedades que condenan a sus jóvenes –y no sólo a ellos– a la desigualdad y a la falta de oportunidades. Un muchacho educado con dificultad económica, en ambientes muchas veces violentos, que tiene el sueño de una formación especializada pero debe rendirse a una realidad que lo condena a un trabajo elemental o, peor aún, al desempleo, puede caer fácilmente en la depresión; y también la mujer que debe soportar diariamente el peso de la violencia masculina, manifiesta a menudo como asfixia económica, o el varón que debe asumir más responsabilidades de las que se siente capaz.

Es claro que la depresión debe ser tratada médicamente, muchas veces con fármacos. Mientras más rápidamente se atienda, más probabilidades hay de salir pronto adelante, pues se supone que la mayoría de los pacientes se recupera entre 6 y 24 meses. Desafortunadamente, el panorama en Colombia es desolador: según la OMS sólo el 38,5 % de los adultos que solicitaron atención en salud mental, la recibieron. Algo que nos pone a pensar, sobre todo ahora que el país se dispone a incorporar un número considerable de exguerrilleros, dispuestos a dejar las armas a cambio de que la sociedad les dé una oportunidad.





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Por NATALIA ARBELÁEZ JARAMILLO | La Silla Vacía

Con un sistema pensional de baja cobertura e ingresos, un hueco fiscal en pensiones de 38 billones y sin consenso sobre cuál es la reforma que debe hacerse, el país tiene el reto grande de superar la aproximación puramente económica a las necesidades de los adultos mayores. Así lo plantea el libro “Envejecer en Colombia”, de la Universidad Externado, editado por Fernán Vejarano Alvarado y Pablo Rodríguez Jiménez.

A través de una serie de ensayos, profesores de historia, antropología, psicología, derecho, economía, demografía, plantean estos diez nuevos paradigmas sobre lo que significa envejecer en Colombia.

Para garantizar a las personas mayores los derechos humanos… hay que valorarlas por el hecho de ser personas viejas, y no por su relación con el sistema de producción capitalista, señala Deisy J. Arrubla Sánchez, coautora del libro.

1. Más adultos mayores que niños por primera vez en la historia de Colombia

Por primera vez, en el año 2050 se calcula que habrá más adultos mayores de 60 años en Colombia que niños menores de 15 años. Ya en el año 2000, superaban los menores de cinco años.

Mientras en 1985 los mayores de 60 años eran el 5 por ciento de la población, ahora son cerca del 11 por ciento y, en 2020 serán del 13 por ciento.

Este cambio se debe a dos fenómenos. En primer lugar, a una caída en las tasas de fecundidad, que entre los sesenta y los noventa (treinta años) se redujo a la mitad, con la consecuencia de que en promedio una mujer colombiana pasó de tener 6,5 hijos a tres y en el 2017 ya va en dos hijos promedio. Esto significa que si no es por inmigración la población colombiana comienza a no reemplazarse.

A la vez, las tasas de mortalidad también han caído, por lo que muchas más personas llegan a viejos. Según la Cepal, la esperanza de vida en Colombia era de 50 años entre 1950 y 1955 y pasó a ser de 71,7 entre 2000 y 2005.

2. La Colombia mayor tiene cara de mujer

El aumento de esa población vieja, ha sido mayor en mujeres, pues su esperanza de vida es más alta. Son el 55 por ciento de los mayores de 60 años, el 65 por ciento de los mayores de 80 y el 80 por ciento de los mayores de 90. Con el agravante que han cotizado menos porque su inserción en el mercado laboral formal ha sido un proceso relativamente reciente y paulatino.

3. Entre más viejos menos pensión tienen

El aumento de la población de adultos mayores es opuesta a la cobertura del sistema pensional. Sólo entre el 22 y el 25 por ciento accede a la pensión, que en un 75 por ciento es de sólo un salario mínimo.

Comparativamente con otros países de América Latina a Colombia le va mal, según el índice global de envejecimiento (IGE). Ocupa el puesto 11 entre los 18 que se midieron y está incluso por debajo de Ecuador y, de Bolivia en donde existe una pensión universal.

Como medidas alternativas los autores proponen que cada persona pueda decidir cuándo y en qué condiciones se retira de trabajar, o si se dedica a actividades donde la acumulación de conocimiento y experiencia se valoren. Dicen que la edad no debe ser inamovible.

“Esfuerzos ingentes tiene que hacer el Estado, ya no para crear un modelo sustentable de pensiones, sino para asegurar un ingreso mínimo y decente a todos aquellos no pudieron cotizar al sistema”, señalan los coautores del libro Fernán Vejarano y Pablo Rodríguez, antropólogo e historiador, respectivamente.

Y al final dejan un interrogante: ¿Se deberá contemplar seriamente cambiar el paradigma de la dedicación al trabajo… trabajar menos en las edades jóvenes para dedicar más tiempo a la familia y extender la vida productiva aprovechando la longevidad…?

4. La vida no se acaba a los 60

Los nuevos sesenta son los treinta de antes, por ende es necesario identificar las diferentes etapas que hay hasta los cien años o más, para que “se deshagan las profecías fatalistas que resultan contradictorias con los esfuerzos de las ciencias por prolongar la vida”, plantea la psicóloga Ángela Hernández, coautora del libro sobre el envejecimiento en Colombia.

Dos conceptos ilustran esa nueva realidad y actitud frente a la vida adulta.

“Los sexalescentes”que es una especie de adolescencia de la tercera edad en la que se niega o se posterga la entrada a la vejez, y los “sexygenearios” que no se resignan a envejecer.

Y esa nueva actitud se refleja en el trabajo, la sexualidad y las relaciones con los nietos, que le dan sentido a la vida de los adultos mayores, a la vez que implican un cambio en los paradigmas sociales.

A través de los casos de tres pensionados que siguieron trabajando, la antropóloga Delvi Gómez Muñoz, muestra la importancia que tiene para los mayores mantenerse activos como una forma de sentirse útiles y ser independientes.

Lo que reivindica que los viejos deberían entonces poder decidir cuando se retiran y seguir teniendo cabida en la estructura social y económica dada su conocimiento y experiencia acumuladas.

5. Sexo para rato

En la dimensión sexual, si bien “en el pasado la vejez era una edad castrada”, se calcula que, actualmente, cerca del 62 por ciento de los adultos mayores se mantienen activos sexualmente (porcentaje varía cuando se trata de mujeres viudas, que en un 90 por ciento dejan de tener relaciones sexuales, o en el caso de los hogares geriátricos donde los hombres y las mujeres están separados).

Pero hay una tendencia social a rechazar su sexualidad o erotismo y a tildarlo de perversión. Por eso, “despojar de prejuicios la sexualidad de los ancianos servirá para mejorar su existencia y la de quienes conviven con ellos, señala el profesor historiador coautor del libro Pablo Rodríguez Jiménez.

6. Los nietos, una razón para envejecer

Con ambos padres trabajando, el cuidado de los nietos es una nueva razón para vivir. Antes los abuelos morían pronto y sólo compartían con ellos en épocas puntuales como las vacaciones. Ahora pueden estar presentes incluso en la vida adulta de sus nietos.

“Quienes han escrito sobre su propia experiencia de vejez nombran la relación con sus nietos como una de las mayores alegrías de la vida” dice Pablo Rodríguez Jiménez,autor del capítulo.

Cuentan que Freud perdió la razón de ser de su vida cuando murió su nieto.

7. La vejez está en manos de las familias

Un insuficiente avance en las funciones sociales del Estado, la vinculación de las mujeres al mercado laboral y la reducción del tamaño de las familias, aunado a la cantidad cada vez mayor de adultos mayores en una casa, ha generado que haya una necesidad creciente de cuidadores externos.

La sociedad civil, los grupos religiosos y el mercado han respondido, según el estudio de campo realizado por Javier A Pineda Duque, economista y coautor del libro Envejecer en Colombia.

El registro de casas gerontológicas pasó de nueve por año en la década de 1990 y 30 en la década de 2000 a un promedio de 36 entre 2010 y 2013. Hoy en día la necesidad no es construir jardínes sino hogares geriátricos dice Fernán Vejarano uno de los editores y coautores del libro.

Pero la mayoría de adultos mayores no puede acceder a ese tipo de servicios. En Bogotá, la ciudad con mayor cobertura, sólo un 5,3 por ciento de personas mayores de 75 años lo pueden hacer.

La falta de cuidado se agrava en el caso de los hombres que por la ausencia de lazos afectivos con sus hijos y la represión de los afectos en general, gozan de menos acogida no sólo en la familia sino en los hogares geriátricos por tener un carácter difícil.

En la misma ciudad se estima que sólo uno de cada tres ancianos tiene pensión, uno de cada cinco tiene derecho a otro tipo de subsidio público y un 5,7 por ciento tiene otro ingreso; lo que da como resultado que un poco menos de la mitad de los ancianos están a merced del cuidado de sus familiares.

8. Las cuidadoras necesitan cuidado

Al interior de las familias, el trabajo de cuidado ha recaído sobre grupos específicos de mujeres.

Seis y medio millones de mujeres se dedican a las actividades no remuneradas del hogar, según cifras del Dane 2014. Y se estima que en uno de cada cinco hogares hay una persona mayor, o sea que más de un millón de mujeres amas de casa se dedica al cuidado de los mayores.

Al lado de éstas se calcula que hay cerca de 560 mil trabajadoras asalariadas, de bajos ingresos, que tiene doble jornada laboral, en sus trabajos y en sus casas; 480 mil son trabajadoras informales, que tienen ventas callejeras o microempresas en sus casas, y lo alternan con la labor de cuidado y, por último, aproximadamente 700 mil empleadas domésticas que suelen tener dentro de sus oficios este tipo de funciones.

Estas mujeres hacen el trabajo de cuidadoras sin ningún tipo de remuneración: “las relaciones de servidumbre se continúan presentando como parte de patrones culturales… que ven el cuidado como una actividad de menor estatus y como vocación … femenina” , dice Javier A Pineda, economista y coautor del libro.

Lo que no difiere mucho de las instituciones de cuidado. La mayor parte del personal son auxiliares de enfermería y la proporción es 85 por ciento de mujeres contra 15 por ciento de hombres, y un sueldo mayoritariamente de un salario mínimo y medio.

Es difícil revertir esta proporción por la llamada “Feminización del cuidado” que es la creencia generalizada que las mujeres son “ideales” para ese trabajo en virtud de que siempre han sido las responsables del hogar y, en razón de sus cualidades de dulzura, nobleza, amorosidad.

A la precaria situación económica tanto de las cuidadoras en la familia como en las instituciones y la escasez de recursos logísticos y de infraestructura en algunos centros, se suma la exposición emocional o Burden Syndrome que pueden tener y que actúa como una amenaza silenciosa por la adaptación patológica que sufren muchas mujeres y los pocos espacios que hay para atender esas necesidades pese a la normatividad.

Tratar con el genio de alguien y más que se siente inútil, no se siente querido, no es fácil y la gente no valora…(cuidadora)

“para mi es como lo máximo este trabajo nunca me da aburrimiento de ir a atender a un viejito … la alegría … de poder estar ahí … una persona que por “x” o “y” motivo necesita … que le colabore no tanto para un dolor físico, … sino espiritual… Uno llena ese espacio” (Cuidadora).

Lo anterior amerita un esfuerzo mayor de las autoridades para mejorar no sólo las condiciones laborales y económicas de las mujeres cuidadoras, formales o informales, sino para prevenir el desgaste emocional de que son víctimas, que es el llamado que hace Javier A Pineda en su capítulo del libro.

9. Los adultos mayores no sólo requieren sanar el cuerpo sino la mente y el alma

Sobre muchos adultos mayores, especialmente hombres, pesan imaginarios de la vejez como algo terrible, dada la definición de la vida en términos de éxito laboral y social, que se traduce en un deseo temprano y oculto de vivir pocos años para evitar los sufrimientos ligados a la enfermedad y la dependencia de otros.

Lo anterior explica círculos viciosos de aislamiento, pasividad y abuso del alcohol.

Muchas mujeres, por otro lado, definieron el sentido de su vida desde el rol de cuidadores de esposos e hijos con dificultades, que conlleva un cúmulo de fatiga que no siempre hacen consciente y que callan, derivando en dolores físicos por sobrecarga, en quejas culposas, irritabilidad y, en últimas, conflictos familiares.

Esos fueron algunos de los hallazgos de una de las coautoras del libro, la psicóloga Ángela Hernández, a partir del análisis de 37 casos de consultas privadas que atendió en Bogotá, durante los años 2011 a 2013.

La psicoterapia se convierte en un espacio de acogida de la necesidad fundamental que tienen las personas mayores de plantearse la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte, que cobra aún mayor sentido cuando la esperanza de vida actual puede implicar 20 años más de vida después de llegar a los 60 ó 65.

Pero la atención a los adultos mayores tiene limitaciones y exige lo que ella llama una “calibración entre el cuestionamiento y la validación de las motivaciones vitales”, de las fantasías, de los rencores guardados por años, pues cuando se trata de posturas arraigadas que tienen que ver con la supervivencia de las personas, retirarlas puede implicar el “desmantelamiento de su identidad”.

Por ello, en algunos casos, el acompañamiento se orienta más al abandono por parte de los seres queridos, de la idea de cambio y a la redefinición de las relaciones familiares “poniendo a prueba la elasticidad del amor y su capacidad de acompañar y de cuidar al otro, a pesar de no compartir su ruta existencial”.

Hay entonces una necesidad de cambiar el paradigma de que la vejez es una enfermedad y con ello las políticas públicas que sólo apuntan a cuidados físicos y malgastan recursos médicos en fines para los no están diseñados.

10. Los viejos tienen su cuarto de hora en la pantalla grande

El crecimiento de la población adulta también se ve reflejado en el inicio de un ciclo cinematográfico sobre la vejez desde hace cerca de 15 años. Sigue habiendo películas dirigidas a niños pero casi ninguna se ocupa de tratar sus temas. Por el contrario, a través de personajes concretos, el arte del cine discute la idea de la vejez como algo negativo y terminal y descubre sus potencialidades.

“Por cierto, para muchos (personas viejas), ser invitados a hacer estas películas ha significado volver al oficio cuando ya se encontraban en retiro” dice el historiador Pablo Rodríguez Jiménez, autor del capítulo.