Acción periodística y cubrimiento del estallido social: revisión al cubrimiento periodístico en tiempo de protestas sociales en Colombia
Laura Valentina Alvarado Otálvaro1Estudiante de Diseño de la Comunicación Gráfica, Universidad Autónoma de Occidente. Contacto: lalvaradoot@uninpahu.edu.co
Luis Felipe Navarrete Echeverría2Doctorando en Comunicación, Leguajes e Información, Pontificia Universidad Javeriana. Fundación Universitaria Uninpahu. Contacto: lnavarreteec@uninpahu.edu.co
Resumen
La proliferación de un cardumen de afirmaciones que abogan por el ejercicio del periodismo despolitizado, como herramienta válida para permitir el acceso a la información en tiempos de protestas sociales, ciertamente desconoce el alcance de las realidades humanas que implican no solo hitos históricos (memoria), culturales (educación y lenguaje) y tecnológicos (nuevas tecnologías de la información [NTIC], Smart mobs, etc.), sino, además, el interés en la creación de climas de opinión, desde el tratamiento de la información, lo que deriva en procesos como la formación de espirales de silencio. Es menester, entonces, entender cómo “lo que pasa” en la esfera pública genera opinión, y esta, a su vez, produce una connatural necesidad de comunicación, aun sin haber sido objeto de verificación argumental, lo cual permite, en esta era, que, con un solo clic, el cubrimiento de estallidos sociales como el ocurrido en Colombia durante 2021 (con claras raíces desde 2019) siga las arcaicas tendencias de ubicar las situaciones de descontento social, todavía, en cuadros de segmentación “por clases” o “por formas de pensar” (política), lo que no se apiada del legítimo derecho a ser informado (y a informar) dándoles prioridad a los contextos, a las nuevas formas comunicacionales y a la diversidad del público receptor. El objetivo del proyecto es desmantelar la protesta social como espectáculo mediático, para ubicarla como institución generadora de información y medio de cambio comunitario, a partir de serios elementos humanos, basados en la posibilidad de comunicación.
Palabras clave: opinión pública, mass media, discurso, Smart mob.
Texto principal
Entre abril y mayo de 2021, se desencadenó una serie de protestas en Colombia, denominadas “paro nacional de Colombia 2021”; dichos movimientos sociales generaron un estallido social, arguyendo, entre otras cosas, la inconformidad frente a la reforma tributaria (que buscaba recaudar fondos para la pagar la deuda externa del país), así como la reforma a la salud y a la pensión. El descontento social por el incumplimiento de los acuerdos de paz, por el manejo de la pandemia, por la corrupción que se denunció a través de la Procuraduría General de la Nación, la situación económica y la brutalidad policial fungieron, apenas, como la punta del iceberg.
El pueblo buscaba “parar el abuso” que el gobierno estaba imponiendo, pero, en el proceso, el uso desproporcionado de la fuerza, por parte de la Policía Nacional de Colombia contra los civiles, generó un sinfín de actos de vandalismo por parte de algunos ciudadanos, cierres viales, el paro de varios sectores, y manifestaciones masivas en algunos ciudades y pueblos de Colombia.
Estas manifestaciones tenían como objetivo el retiro de la reforma tributaria, (dado que se la consideró “inoportuna”, por la actual pandemia que se vive en el mundo entero), y la renuncia de Alberto Carrasquilla, ministro de Hacienda. En el proceso se fueron sumando otro tipo de peticiones, como la renuncia del presidente Iván Duque, junto a su equipo de gobierno de la presidencia; el retiro de la reforma a la salud; la renuncia del general Eduardo Enrique Zapateiro al Ejército Nacional; la renuncia de Diego Molano Aponte, ministro de Defensa; la reforma del Congreso de la República de Colombia; la reforma de la Policía Nacional, y la eliminación del ESMAD.
Sin embargo, y como resultado de dichas protestas, por el conflicto social se logró: matrícula cero para estratos 1, 2 y 3 para el semestre 2021-2; la renuncia del ministro Carrasquilla; el retiro de la reforma tributaria 2021; la renuncia de la canciller Claudia Blum, el retiro de la reforma a la salud de 2021 y el retiro de Colombia como sede de la Copa América 2021.
Tras el proceso de investigación y análisis de distintos medios, podemos concluir que fueron muchos medios (nacionales e internacionales) los que hicieron cubrimiento total (durante los primeros días), y que hacían referencia, en su mayoría, al mal comportamiento por parte de los manifestantes, que contribuyeron así a la politización de los hechos y a dejar en entredicho la realidad del país. La juventud, a través de lives, desmentía a los canales nacionales evidenciando lo que pasaba en su día, pero al caer la noche los medios cambiaban estas versiones, justificando el abuso y en algunos casos ocultando el contenido completo de los sucesos. Para saber la realidad se podía acudir a medios internacionales que no tenían ningún inconveniente en informar los hechos reales, y se abstenían así de apoyar la desinformación.
Con la teoría de la espiral del silencio, se pretende mostrar cómo algunos medios manejan la opinión pública, cómo los ciudadanos adoptan comportamientos por miedo a ser aislados o tachados como malos ciudadanos por apoyar una causa “vandálica” en pro del pueblo. A partir de lo planteado por Newmann (1995) este fenómeno desactiva posibles acciones de intervención, desde la gestión de la opinión. Podemos interpretarlo en la forma como los medios generan discusión o absoluto silencio frente a un tema tan importante o delicado como lo son las protestas desencadenas durante el primer semestre de 2021. La espiral pretende generar opinión mayoritaria a conveniencia, y silenciar así, de a pocos o en absoluto, a las minorías que piensan en un país mejor, frente a una realidad donde “sacan los ojos” a quienes los abren; no hay derecho ni, mucho menos, respeto por quienes, de manera pacífica, solo buscaban marcar la diferencia. Pero otros, con una mente dañada, llegaron a incendiar y a llevar a una generalización errónea, gracias a los medios que ayudan a desinformar.
En algunos casos, los protestantes pusieron en entredicho a quienes llegaban a hacer desmanes, haciendo hincapié en que en las ciudades donde no hay ESMAD no hubo vandalismo y se pudieron llevar a cabo las manifestaciones de manera regular.
El abuso, las mentiras y la doble cara hicieron que la ciudadanía tomara justicia por cuenta propia. En ese momento se sembró el verdadero caos, pero, ¿recuerda alguien que en los mismos videos de los “periodistas ciudadanos” se mostraba cómo miembros de la policía vestidos de civil ayudaban a estos desagradables hechos?
Una multiplicidad de noticias a medias, para nada veraces y alejadas de la realidad es lo que investigamos. El periodismo está decayendo gracias a nosotros mismos. Estamos siendo tachados como falsos, y tal cosa debe cesar, porque la labor de comunicación se pierde cuando una agenda setting tiene el poder de tergiversar la realidad en la que se vive. No se puede pretender un periodismo transparente cuando se ha perdido una de sus cualidades más importantes: la investigación.
En el siglo XIX surgió en Estados Unidos una de las primeras teorizaciones en torno a la labor periodística: la teoría del espejo (Pena de Oliveira, 2009), que fijaba como tarea de la labor periodística garantizar el reflejo fiel de la realidad apelando a la primacía de los hechos, y la omisión de cualquier forma de interpretación, en proyección del alcance de la objetividad. El mismo Pena de Oliveira analizó en su teorización del periodismo la manera como dicha concepción fue expandiéndose, hasta llegar a la teoría instrumental de periodismo, en la cual se mostraba el uso, por parte de la derecha y de la izquierda, de los medios de comunicación como herramienta de disputa y control ideológico; allí, el criterio de objetividad estalla y el manejo de la información y la mediación desde la comunicación se entroniza directamente como dispositivo de poder.
De ahí que el cubrimiento de estas concentraciones sociales se contara desde lugares ideológicamente distintos, y se hiciera desde matices que contribuían a su interpretación o su deslegitimación; una dinámica que mostraba las matrices políticas de su trasfondo —o que, por el contrario, le hacía distorsión enfatizando en su carácter caótico, violento e irracional—.
Sin duda alguna, más allá de los criterios de calidad, esta teoría instrumental detallaba las formas estratégicas de cubrimiento y ubicación de la movilización social y su confluencia en la configuración de la opinión pública. La manera como se presentaban dichos acontecimientos tenía una repercusión fuerte, a su vez, en la manera como las ciudadanías formaban su propio criterio. Por un lado, se propugnaba una presentación o un abordaje que profundizara en las causas del descontento y formularan, desde una mirada donde primaba la racionalidad (Habermas, 1994), las opciones mejor argumentadas, para promover desde allí las posibilidades de diseño social. Pero, por otro, se veían los condicionantes psicosociales que daban cuenta de formas de autocensura que incidían en la percepción de los acontecimientos (Noelle Neumann, 1995).
Notoria se hizo, en medio de estas tensiones, una prominente espectacularización de los movimientos sociales como característica de la cultura mediática de nuestro tiempo (Vargas Llosa, 2012); un proceso que erosionó el verdadero sentido político de estas experiencias. Tal abordaje orientó una anulación de las formas de agencia de las movilizaciones en un simple aumento de condiciones asociadas a la violencia, al miedo y a otros factores que fundamentaban el espectáculo mediático.
Frente a esta realidad, se torna tarea clave, desde la comunicación, recuperar las formas horizontales de participación (Castells, 2009) y de activismos ciudadanos que se generaba como forma de enunciación, frente a las imposiciones de la racionalización estatal (Dussel, 2000, citado por Escobar, 2003) y prácticas en pro de la gobernabilidad que afectaban los intereses de las ciudadanías.
Los movimientos sociales se erigen en formas autónomas de poder que se contraponen a los órdenes de conocimiento y de orden político y económico que en las dinámicas del neoliberalismo (Walsh, 2005) se imponen a las estructuras de organización social, y frente a las cuales se hace necesario destacar el potencial de los movimientos sociales como “fuerza epistemológica de las historias locales y de pensar teoría desde la praxis política de los grupos subalternos” (Escobar, 2003, p. 61), y que se orientan hacia la concreción de formas que abogan por un buen vivir (Barranquero y Sáez, 2017) y se proyectan hacia la “transformación de las estructuras, instituciones y relaciones de la sociedad, con miras a conformar poderes locales alternativos, del Estado Plurinacional y una sociedad distinta” (Walsh, 2005, p. 42).
De tal manera, las formas de agencia y expresión traducen las resistencias desde los imaginarios sociales (Appadurai, 2001), que abren, a su vez, “dimensiones inéditas del conflicto social” (Martín Barbero, 1987), lo cual permite la incorporación de nuevas formas de agencia y construcción, que activan una dimensión comunicativa de la política desde la posibilidad de disenso desde “quienes no tienen parte” (Ranciere, 2005; Ranciere, 1996).
Así pues, se trata de revisar una construcción política que implique otras prácticas que, a su vez, permitan la recuperación de otras “contingencias históricas” (Manrique, 2017) que abran el dialogo ciudadano ante las determinaciones de la institucionalidad (Avaro, 2014) y posibiliten transiciones que escapen de las limitaciones de las especulaciones de los movimientos sociales, hacia una visibilidad y una comprensión de los derechos ciudadanos desde escenarios y prácticas alternativos (Eiff, 2015), los cuales hagan posible definir nuevos horizontes (Ponce, 2015) que recuperen los intereses y la participación real de los ciudadanos sobre y desde la política.
En el presente trabajo se analizaron cuidadosamente medios nacionales e internacionales durante las protestas haciendo filtros a los titulares y los contenidos de la noticia, para buscar qué medios y de qué manera investigaban y cubrían el paro nacional de 2021.
Para el caso que nos ocupa, resulta relevante, y enriquecedor del argumento que hasta acá hemos sostenido, que las nuevas fuentes del conocimiento comunicacional redundan en la resistencia, no a los movimientos sociales que pululan en la Latinoamérica corrupta —y especialmente, en la desencuadernada república colombiana—, sino a comunicar sin máculas, sin rodeos y sin agendas. La espiral del silencio aparece, entonces, como un fenómeno que resume los miedos profesionales y deja al arbitrio de quien, en razón de la inmediatez, puede colgar en los muros de sus redes sociales, en tan solo unos segundos, cualquier información sin un ápice de verificación.
En este orden de ideas, entender que las NTIC, amén de ser herramientas de interconexión para el intercambio de información, se erigen, ciertamente, en “garrotes sociales” que facilitan la politización de las ideas y, en consecuencia, la abstracción del ambiente neutro de las noticias y, lo que es peor, de los periodistas.
El nuevo periodismo, entonces, tendrá que concentrar sus esfuerzos en el reconocido proceso de deconstrucción de lo actual, para reformarse bajo los nuevos criterios de las redes del conocimiento, que manejan, sin importar el título del interlocutor, las fuentes de información, los canales de comunicación y, sin lugar a dudas, el contenido de lo que se muestra. Todo ello permitirá formular nuevas hipótesis, verdaderas y originales, desprovistas de las “olas” de zozobra —y tal vez, confort— que han hecho que el deber de informar se haya acomodado, tristemente, a lo que se pueda mostrar, sin siquiera un ejercicio intelectual que lo transforme y le dé altura.
La nueva posibilidad, pues, se resumirá en abandonar el conformismo del mono-movimiento del disparador de la cámara (o del Enter del computador, dependiendo del concepto periodístico sobre el cual se esté trabajando), para rescatar los movimientos editoriales, pero ahora, debido a la premura que exige el mundo globalmente angustiado.
La opinión pública es la respuesta al proceso mental que deviene del comprimido de información que llega en segundos al torrente social al que se encuentra adscrito quien, en ejercicio de su libertad de expresión, va a emitir humanos comunicados. Sin embargo, el mero acto de opinar, pese a ser descrito latamente como un ejercicio humano de expresión a través del lenguaje, halla entre sus principales dificultades, la imposibilidad del ejercicio mentiroso, disimulado o silenciado, para el acogimiento de premisas que, tal vez, ni siquiera se acerquen a lo que se pretendía demostrar. Esta, en efecto, es la cautivadora función del torniquete que, a modo de espiral, consume el ejercicio intelectual humano, para adaptarlo a lo que se halla predispuesto, a lo que otros han construido y, en definitiva, a lo que opina la mayoría.
La logística social de Colombia en 2021, tal como se puede observar, habida cuenta de la asombrosa cantidad de información que al respecto fue expedida, sirvió como termómetro de lo que hasta aquí hemos venido hablando: Los hechos están y, obviamente, son objetivos; los “periodistas” están, y así como aquellos testigos directos de la noticia, se sesgan de acuerdo con las agendas que se les imponen y, sobre todo, por no llevar la contraria a las corrientes que mandan la parada, por su aceptación popular y por la generación de likes. La espiral es una nimiedad frente al huracán que impide la comunicación —si bien inmediata frente a los elementos de facto de la noticia—, toda vez que difícilmente el reportero (periodista o comunicador) llevará la contraria en el río donde prevalece quien “informe” más rápido.
Sin embargo, de quejarse no vive el mundo que trabaja por soluciones. En este orden de ideas, y en vista de que, para la opinión pública, debido a la globalización, lo correcto es entender que se debe lograr un consenso entre las nuevas formas de recaudar información y, lo que es mejor, construir un verdadero espacio de opinión pública, cargada de argumentos alimentados por información verdadera. La politización de la noticia, para el caso de los eventos de 2021 en Colombia, demostró, una vez más, que son los periodistas quienes están llamados a generar opinión, pero con base en información cierta, pertinente, conducente y aislada de los sesgos políticos, que son, en síntesis, los paréntesis más evidentes entre hacer las cosas bien y comunicar por figurar, por ganar likes, por permanecer en la parrilla digital, lo cual no es más que seguir en el ojo de la espiral: en silencio.
Referencias
Appadurai, A. (2001). La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Ediciones Trilce S.A. Fondo de Cultura Económica.
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Barranquero Carretero, A. y Saez Baeza, C. (2017). Latin American Critical Epistemologies toward a Biocentric Turn in Communication for Social Change: Communication from a Good Living Perspective. Latin American Research Review. 52(3), 431-445. https://doi.org/10.25222/larr.59
Castells, M. (2009). Comunicación y poder. Alianza Editorial.
Eiff, L. (2015). Merleau-Ponty y la cuestión política de la república. Debates sobre un legado. Las Torres de Lucca, (6), 113-145.
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Habermas, J. (1994). Historia y critica de la Opinión Pública. Ediciones Gilli.
Manrique, C. (2017). El discurso de los movimientos sociales como lugar para pensar el conflicto político. Las Torres de Luccas: International Journal of Political Philosophy, 6, 135-173.
Martín Barbero, J. (1987). De los medios a las mediaciones. Comunicación, Cultura y Hegemonía. Editorial Gustavo Gilli.
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Pena de Oliveira, F. (2009). Teorías del periodismo. Alfaomega.
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Rancière, J. (2005). Sobre políticas estéticas. Universitat Autònoma de Barcelona.
Rancière, J. (1996). El desacuerdo, política y filosofía. Ediciones Nueva Visión SAIC.
Vargas Llosa, M. (2012). La civilización del espectáculo. Alfaguara Ediciones.
Walsh, C. (2005). Interculturalidad, conocimientos y decolonialidad. Signo y Pensamiento, XXIV(46).