ISBN : 978-958-781-555-9
ISBN digital: 978-958-781-556-6

Los lenguajes de la memoria en Colombia

¿La opinión publicada ha distorsionado la realidad el país?

Nelson Germán Sánchez Pérez

Coordinador de Publicaciones de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Tolima; docente catedrático. Tiene una experiencia docente de 18 años en la Universidad de Ibagué, Uniminuto, Corporación Universitaria Nacional de Educación Superior.

ngsanchezp@ut.edu.co

Resumen

En plena expansión de las redes sociales y medios de comunicación tradicionales que migran hacia ellas, es fundamental conocer qué hay detrás y cómo se estructura la información noticiosa suministrada a la ciudadanía sobre la realidad del país. Pero no solo se necesita identificar esa armazón de la noticiabilidad, sino, más importante aún, de la opinión publicada en cabeza de columnistas, panelistas y expertos que actúan como mecanismo de remache para darle credibilidad y convertir dicha información en la verdad única, así corresponda solo a un ángulo soslayado de esta o al relato oficial de los hechos. Con ello, pretenden convertir en la realidad absoluta el enfoque de esos acontecimientos, y desconocer de tajo otros relatos y voces que pueden aportar a conocer la verdadera memoria histórica del país. Por tanto, es indispensable analizar la intencionalidad que tiene esa opinión publicada y la distorsión que causa de los hechos al acudir a lo más básico de todo ser humano: sus emociones, y sobre todo, a la más enraizada de ellas: el miedo.

Palabras clave: opinión, medios de comunicación, redes sociales, persuasión, miedo.

Introducción

Saber cómo se arma y las intencionalidades ocultas que en un país como el nuestro puede tener la opinión publicada por columnistas, opinadores, panelistas e influenciadores es relevante un momento como el actual donde se pretende reconstruir la memoria histórica.

El conocer la verdad de los hechos que marcaron el devenir nacional de los últimos años, más allá de lo registrado por los medios de comunicación tradicionales o las redes sociales de hoy, se convierte en una imperiosa necesidad para que no quede en la historia solamente la versión oficial o de aquellos que hicieron parte como actores directos del conflicto armado, quienes como vencedores, verdugos o victimarios relatan de manera exclusiva los acontecimientos. Sin dar espacio a otras voces o narrativas.

Dar la voz a otros personajes, a las víctimas, a quienes desarrollaron labor social, liderazgo comunal, estudios académicos se vuelve imprescindible. Como lo es, igualmente, saber que quienes analizaron, opinaron, direccionaron la opinión a través de medios de comunicación o redes sociales hicieron muchas veces una labor de reforzamiento de aquellas voces oficiales o institucionales sobre esos hechos que marcaron el país, imponiendo un solo criterio.

Por eso, aquí trataremos de dar una explicación aproximada a cómo se elabora esa opinión, de sus mecanismos y métodos de persuasión sobre la ciudadanía, para que ésta aprenda a recibirla con la distancia y el análisis requerido.

Metodología

Para la elaboración de la presente reflexión académica, nuestro corpus de análisis fueron las columnas de opinión publicadas en los website de cinco medios de comunicación elegidas al azar y filtradas de entre un grupo de opinadores que permanentemente lo hacen sobre temas de actualidad nacional y política. Columnas publicadas en español, a las cuales se les hizo un análisis discursivo y de función vocativa del lenguaje; y cuyos resultados no son definitivos aún porque se continúa en la revisión y análisis de contenido de las mismas, labor que se viene adelantando desde la Oficina de Publicaciones de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Tolima, desde enero del año pasado a mayo de 2018. Los medios escogidos fueron El Tiempo, El Espectador, El Nuevo Día, Las 2 Orillas y Los Irreverentes.

Finalmente, esta revisión se orientó, entre otros temas, a su postura (de columnistas, y opinadores) de apoyo o rechazo publicado en los medios de comunicación mencionados anteriormente y las redes sociales, sobre la implementación de la Justicia Especial para la Paz (JEP) y la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV), instancias que resultaron luego del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno Nacional y la entonces guerrilla FARC o la llegada masiva de venezolanos al territorio colombiano, entre otros. Análisis que se orientó manteniendo la hipótesis de su papel de distorsionadores de la realidad y de supuestos poseedores de la verdad y profundos conocedores de los temas.

¿La opinión publicada ha distorsionado la realidad el país?

La verdad y la memoria sobre ella es cada día más la mediática, la publicada, reforzada por el eco que hacen columnistas, comentaristas, panelistas, opinadores de oficio y hasta “expertos desinteresados”, consultados por los medios de comunicación y difundidos por la Internet. Sin duda, ello impone lo que es real o contribuye remarcar la apariencia de que lo es.

En un ecosistema social como el actual, podría pensarse que dada esa dispersión temática, esa creación constante de contenidos e informaciones en el mundo digital, la opinión no sería relevante para dotar de cierta dosis de legitimidad la agenda diaria noticiosa en el acontecer nacional.

Se creería que en términos de influencia y persuasión una cosa es la opinión publicada diariamente, entiéndase medios de comunicación, páginas web, portales digitales y redes sociales, y otra la opinión real, la del individuo en sus lugares de encuentro e interacción, muy en concordancia de lo que expresaba Horn, (2009) en “La Aparición del Público Durante la Ilustración Europea” (p.1). Algo así como que una cosa es esa opinión publicada y otra la opinión pública de la calle.

Pero esa no parece ser la narrativa hoy, puesto que esa opinión publicada por influenciadores y “expertos”, es dotada en el imaginario colectivo de cierta condición de superioridad y por ende de credibilidad, debido a los presuntos conocimientos que tienen y porque se han convertido en referente público o alcanzado un grado de reconocimiento social, gracias a lo cual el ciudadano puede creer una información, darle importancia, validez o colocarla en su agenda social cercana (entre amigos, compañeros de trabajo, familia) o simplemente obviarla.

Es preciso reconocer que en ello hay una elaborada trampa. No tan nueva en su propósito coercitivo, pero sí en su forma. Porque esa opinión, que no es libre, recurre en esta sociedad tecnológica a medidas coactivas mediante técnicas de persuasión o seducción, Roiz, (2003) “La Sociedad Persuasora control cultural y comunicación de masas” (p. 1) para dar una apariencia de libertad o autonomía al ciudadano que interactúa o consume de la red, pero en realidad pretende –el opinador- mantener el statu quo, pues su fin es convencer sobre algo previamente publicado o sobre uno que está por alcanzar la luz pública; por ejemplo, no si se está a favor o en contra de tratar la adicción a los psicoactivos como una problemática social y médica, si no frente a la despenalización o no de la dosis mínima y las medidas policiales contra los portadores, es decir, en juego con la narrativa oficial. Esto, simplemente para ubicarnos en un plano de la actualidad colombiana.

Precisamente ahí es donde sigue vigente la teoría del control social de Adorno, dada la influencia cada vez mayor de medios y redes para persuadir en favor de decisiones tomadas por gobiernos de turno, partidos políticos, multinacionales o corporaciones. La lucha de la opinión es por modificar a mi favor o de mis intereses el juicio de los demás desde una postura “especializada”.

“Por ello, no sorprende que sean actualmente los periodistas y los creadores de opinión los que utilicen de manera especializada las técnicas de persuasión, a veces asociándolas con las de manipulación, mucho más duras”. (Roiz, 2002, pág. 28)

Desde la opinión publicada se busca convencer, imponer, crear duda, haciendo uso de la función lingüística vocativa del lenguaje. En eso la socióloga Sánchez, (2008) coautora de “Manipulación y medios den la sociedad de la información” (p. 1) adoptó una perspectiva complementaria lo hasta ahora expuesto, pues para ella no se trata ni siquiera de manipular y persuadir si no hacer pequeños recortes a la realidad que se nos ofrece como verdad única; un énfasis que los opinadores saben trabajar bien. En lo cual ayuda que la interacción social real entre las personas disminuye, mientras aumenta la interacción social virtual, por lo que pocos notan que le hacen falta pedazos a esa realidad y, por tanto, se da como cierta al no ser autenticada, verificada ni muchos menos contrastada. No se trata ni siquiera de que nos quieran imponer ideologías sino más bien de seleccionar los temas que nos deben importar, como lo señala Serrano, (2009) en el libro “Desinformación como los medios ocultan el mundo” (p. 1). La pretensión es tener ciudadanos consumidores de mis conductas y verdades, no de crear batallones de seguidores ideológicos.

Tal cual, por ejemplo, se nota en la propuesta lanzada en twitter en días pasados por una de las políticas y panelistas más consultadas en los programas de opinión del país (Paloma Valencia), al pedir que los egresados del sistema educativo estatal cofinancien la educación de la siguiente generación aportando el 20 por ciento de sus salarios durante 10 años después de graduarse. Pero obvió decir que desde hace 25 años no se incrementa la base presupuestal al sistema univeristario estatal; así mismo, que se ha exigido más cobertura a la educación superior pública, pero sin recursos para ello. Se obliga a la acreditación institucional, pero sin el apoyo financiero para lograrla. Además de no explicar que con esa iniciativa los graduados pagarían tres veces por su derecho a la educación: con lo pagado en la matrícula, con los impuestos y con su salario cuando sean egresados.

Simplemente se limitó en su opinión publicada en la red a recortar apartes de la verdad, para distraer la atención y distorsionar la realidad sobre las necesidades que apremian a la educación superior pública.

Para no recurrir a una manida y larga lista de temas del acontecer nacional en los últimos años, que nos permitan mejor precisión en esta hipótesis de que la opinión distorsiona o ayuda en la distorsión de la realidad del país (como las causas reales del conflicto armado, el desplazamiento, forzado, la lucha por la propiedad de la tierra, la desigualdad social y económica, el narcotráfico, el excesivo centralismo…) solo citemos el emblemático caso sobre la polarización como estrategia política, que se desarrolló a través de los medios de comunicación y redes por columnistas, antes y desde la entrada en vigor de la Justicia Especial para la Paz y la Comisión de la Esclarecimiento de la Verdad -esta última más recientemente- a propósito del Acuerdo de Paz logrado entre el Gobierno y la entonces guerrilla FARC.

En un muestreo aleatorio del diario regional EL NUEVO DÍA, del que soy columnista los días lunes, de los dos periódicos más tradicionales del país y dos portales informativos nacionales, que realizo actualmente desde la Coordinación de Publicaciones de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Tolima, sobre estos transcendentales temas por parte de columnistas, se puede concluir parcialmente que los términos más utilizados y con un mayor énfasis hacia sus audiencias están en dos categorías contrapuestas: Justicia contra impunidad (caso JEP) y verdad contra revanchismo de izquierda (Caso Comisión de la Verdad). Justicia y verdad, los términos más utilizados, o parcialmente explicados por quienes defienden o apoyan el proceso, impunidad y revanchismo por quienes se oponen o no lo apoyan, casi siempre con una excesiva carga emotiva y sin contextos, a propósito del momento histórico que vive el país.

Obviando los dos grupos de opinadores, en muchos casos, precisar información, dar datos, cifras, citar casos o validar su postura desde otra mirada para contrastarla. Y el grupo de los segundos (quienes se oponen) dejan en el aire verdades a medias, duda tras duda, sensación de intranquilidad, zozobra y temor sobre los alcances de las dos instituciones o dotándolas de suprapoderes irreversibles.

El frenesí de las redes de la da peso al opinador y su publicación

Claro que en gracia de discusión podría pensarse que el despegue de las redes sociales en todo el mundo, y Colombia no es la excepción, colocarían una especie de cortapisas a esa intencionalidad oculta de los medios de información tradicionales o digitales, sus columnistas y expertos de imponer unas narrativas oficiales o institucionales y enterrar otras.

Estudios sobran en la última década sobre la democratización que del espectro informativo han logrado las redes sociales, del lugar ganado por las audiencias, de los nuevos “lenguajes” en ellas contenidos, del jaque a las vetustas formas de estructurar la información de las empresas tradicionales de medios; de que ya no son audiencias si no ciudadanos conectados; que no son más consumidores si no prosumidores, quienes interpretan por ellos mismos y pueden acceder directamente a las fuentes informativas. En fin, que existe un más allá luego de publicar en la red, por tanto, no es un final si no un inicio de reinterpretación y reconstrucción sobre lo publicado, porque ahora pertenece a todos en esa plataforma multimedia.

Aunque hay algo de cierto en todo lo anterior, pareciera ser de nuevo una esquina más desde la mirada del uso tecnológico, de estar reeditando un recodo la Teoría General de Sistemas y quedarnos en reconocer que existe una interdependencia entre las partes que conforman el sistema social. Pero hace falta ensanchar la mirada sobre el ser humano mismo e ir un poco más allá, para no quedarnos en las posturas de las mass media, la sociedad de la información o la explosión democrática informativa de las redes.

Porque la información hoy más que nunca en la historia es profusa pero también difusa y requiere de ciertos amarres, que nos den seguridad sobre eso que se nos dice, que nos permita sentirnos en algo tranquilos con ese mar interactivo, producto del bombardeo permanente desde las redes, las cuales a lo sumo dan a conocer fugazmente qué ha pasado, pero no el por qué pasó, las consecuencias de lo sucedido, los antecedentes y los referentes. De nuevo, allí ha tomado peso la opinión.

El opinador, panelista o columnista toma relevancia en medio de ese frenesí de descargas y notificaciones en el celular, la tablet o el computador y dada la necesidad de que se nos dé la comprensión de los hechos, pues él, con su erudición o el simple reconocimiento público del que goza da seguridad sobre lo dicho o escrito. Entonces emerge como una especie de gurú, de guía en medio de esa niebla densa en la Internet.

Lo que desconocemos es que también ahí surge una distorsión de la realidad, de la verdad de los acontecimientos, porque no hay certeza de si realmente el experto es tal, si lo es en ese tema, si actúa de forma libre e impulsado por el deber ser al contribuir con sus conocimientos a enriquecer los argumentos de los de otros; o, si más bien, lo hace para ignorarlos en sus posturas, restringir su espacio conceptual de comprensión de los hechos, ahondar la polarización y exacerbar las pasiones para mantener los prejuicios y creencias preconcebidas, que vienen impregnadas en nuestra historia cultural particular, las cuales el sistema educativo se ha encargado de reproducir y los medios de comunicación junto a las redes de visibilizar exponencialmente.

Como hemos dicho, lejos de la dialéctica de las ideas, lo que pretende esa opinión es recalcar más esas creencias “de las que vive la sociedad, que son en últimas las que funcionan en la vida cotidiana y las que nos inspiran al momento de tomar decisiones”, según señaló la educadora y filósofa española (Cortina, 2011, p. 25) al hablar del vigor de los valores morales para la convivencia.

Por tanto, el columnista no opina en muchas ocasiones por su palmarés académico, de servicio o trayectoria, sino que simplemente se corresponde a la voz extendida de los stakeholders.

Para completar la distorsión de la realidad o verdad, se ha llegado a una simplificación y reduccionismo absurdo de los problemas o temas transcendentales para la vida en sociedad, transformándolos en un simple blanco o negro, está de acuerdo o en desacuerdo, un sí o un no como un supuesto análisis de los temas de actualidad, como lo hace un noticiero de la televisión colombiana al mediodía que remata diciendo: “la respuesta la tiene usted ¿sí o no? Ya bien el debate y los resultados”.

Como si todo fuese en ese blanco y negro, sin grises o colores, sin las debidas consideraciones que requiere la complejidad al analizar un asunto público y publicado. “Se suprimen los matices. Se razona digitalmente en ceros y unos” (Serrano, 2009, p. 45).

Se juega con las emociones, lo más básico del ser humano

Pero detrás todo ello, de esa forma de “opinar”, de buscar influencia con los medios de comunicación o redes sociales en esta era digital, está algo intrínseco de la condición humana que ese acelere y la hiperconexión de hoy no dejan percibir con facilidad: las emociones que nos guían y marcan.

De la importancia de estas (las emociones) en la vida y la deliberación pública, han escrito profusamente filósofos de todo el mundo, entre ellos Nessbaum, (2015) docente de derecho en la Universidad de Chicago. La profesora recuerda permanente en sus escritos e intervenciones públicas que las emociones son importantes en la vida ética del hombre, pero también son fuente de motivación para apoyar principios políticos e ideológicos.

Para Nessbaum, (2015) las emociones no pueden catalogarse como simples olas de sentimientos, por el contrario, encierran juicios de valor, preconcepciones, que precisamente por la opinión de otros podemos afianzar o mutar en nosotros mismos.

Todos tenemos una estructura interna de compasión, pero también de ira, venganza, repugnancia, envidia y miedo, que nos ayudan a validar lo que consideramos proyectos buenos y oponernos a los malos. Por lo tanto, lo que se requiere es aprender a tener una imagen cognitiva de las emociones, mirar la estructura interna de cada una, porque no todas son iguales ni son lo mismo y al así entenderlas actuaremos mejor sin que se nos nuble de forma total la razón.

Por el contrario, al no hacerlo (tener una imagen cognitiva desde su estructura interna), sentimientos como repulsión, venganza y miedo, generan gran intolerancia religiosa y política en la esfera pública, que son aprovechados por quienes tienen la opción de opinar públicamente para ocultar la verdad, distorsionarla o presentarla a media o bajo una única óptica. Entonces, incitan a través del individualismo, por ejemplo, a un “sentimiento irracional de contaminación” sobre aquello(s) que no conocen o entienden, como dijo Nessbaum, (2015) en su intervención en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

En sociedades como la nuestra, que responden a una lógica de economía de mercado e impregnadas de la moral judeo-cristiana, se aprende con mayor facilidad el egoísmo y el miedo; a solo tener relación con su propio grupo, clase y por su propio interés. A cero sentirse vulnerable. Pero es al vivir de formas que nos hagan sentir vulnerables a otros (amor, fraternidad, amistad, compañerismo…) con las cuales se frena ese egoísmo y el medio aprendidos.

Precisamente, es una emoción la que más nos genera esa sensación de ser vulnerables: El miedo. Y al exacerbar éste es que se logra la mayor manipulación, al no conocer la realidad y verdad completa de las cosas. Solo saber pedazos de esa realidad y, lo que es peor, únicamente desde ciertas esquinas explicadas por “expertos” opinadores.

Miedo. El más básico de los sentimientos o la más básica de las emociones. Así se le llama a la ignorancia, a la incertidumbre respecto a lo que se debe accionar o la amenaza que creemos nos cierne.

El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto. (Bauman, 2007, p. 10)

Como cuando se nos explica por panelistas en redes o medios de comunicación sobre una inmensa e incontrolable invasión de venezolanos desvalidos, que como una mancha voraz recorren Colombia de norte a sur acabando el presupuesto de la salud y quitando oportunidades laborales a los locales.

Igualmente, opinando sobre los peligros que amenazan nuestro lugar en el orden social, el estatus económico, la religión, la etnia, los ingresos, las propiedades o la supervivencia. Tal cual como cuando se enfatiza en redes y medios sobre el riesgo de convertirnos en una Venezuela al votar opciones políticas distintas o de gastar una millonada en una consulta anticorrupción cuando ya todo eso está en la Ley y, además, eso podría abrir un boquete para que le reduzcan el sueldo a profesores, médicos y miembros de las fuerzas armadas. Eso es puro juego de miedo.

Por tanto, dicha opinión nos muestra que es mejor mantenernos donde estamos, pues aunque estemos en riesgo, éste siempre será un peligro calculable que podremos controlar sin que nos saquen de nuestra zona de confort esos extraños, extranjeros o esos giros abruptos que pueden darse desde la política o los movimientos ciudadanos, por lo que es mejor no entender ni empatizar con ellos para que no nos “contaminen” y subviertan el orden logrado.

Nuestra certeza busca y centra nuestros intentos de ser precavidos en los peligros visibles, conocidos y cercanos que puede preverse y cuya probabilidad puede ser computada, aun cuando los peligros que resultan, con mucho, más imponentes y temibles, son precisamente aquellos que son imposible o terriblemente difíciles de predecir: es decir, los imprevistos, y con toda probabilidad, impredecibles. (Bauman, 2007, p. 22)

Como hemos visto, no se trata ni muchos menos de descalificar a quienes opinan o dan su voz de expertos en el ciberespacio y a través de los medios de comunicación; pero sí de alertar a quienes están conectados, siguiendo, respaldando, dando like, compartiendo o reaccionando, para que al igual que con las informaciones, reciban las opiniones publicadas con la distancia necesaria, con la duda prudente, que debe darse sobre todas aquellos puntos de vista de expertos que de manera reiterada nos muestren un mundo casi apocalíptico, que va al cadalso o por el contrario que no merece ser transformado porque así está bien. Esa necesario impulsar desde la academia una actitud crítica que llegue al ciudadano del común, para que se conozca que los opinadores también trabajan sobre nuestros miedos y emociones.

Podríamos decir que muchas veces esa opinión publicada actúa como una tenaza de refuerzo para distorsionar la realidad nacional o para marcar e imponer la agenda pública, pero igualmente tiene el poder de convertirse en la agenda misma o delinearla en Colombia e irse colando de a poco en los anaqueles de la historia. Tal cual los twits de cierto expresidente colombiano, hoy senador, al atacar desde sus cuentas a otros personajes públicos o despotricar sobre instituciones o temas que no le parecen o convienen, lo que después genera las reacciones consabidas y luego esto ocupa el espacio informativo y de la propia opinión publicada de nuevo, en un círculo vicioso.

Claro, precisemos, que no todas las veces esa distorsión es mala, pues esa opinión publicada trastoca la realidad informativa para mostrarnos otros temas o matices de uno ya conocido, como lo demuestran las columnas de Daniel Coronel, por ejemplo; las cuales se convierten en referentes no solo de consulta de ciudadanos, sino de otros opininadores y para la información mediatizada, marcando el derrotero de la agenda publicada.

Conclusiones

Con el análisis textual realizado podemos indicar que efectivamente, existe una fuerte carga emotiva en los escritos de la opinión publicada, que buscan exacerbar pasiones y sentimientos de los ciudadanos para ocultar pedazos de la realidad.

Se comprueba una vez más lo inseparable que resultan en el mundo moderno la información mediatizada difundida y de redes sociales con la opinión publicada, actuando esta última como un mecanismo de reforzamiento de la primera (la información) y del discurso institucional o del llamado establecimiento para mantener el statu quo.

El miedo es la más común de las emociones a las que recurren los opinadores públicos como mecanismo de persuasión, para hacer calar sus posturas y puntos de vista en los demás, especialmente en temas sensibles que no son de fácil entendimiento o tienen una carga particular sensible (temas como la JEP , la CEV, el Acuerdo de Paz, las luchas sociales, la discusión sobre la propiedad de la tierra…)

En algunas ocasiones lo expresado en esa opinión publicada no pareciera corresponder a la verdad o realidad de los hechos ni siquiera ser una fotografía completa de la situación acontecida, si no, más bien, solo posturas exageradas de los mismos o por el contrario, minimizadas o ridiculizadas en partes relevantes de los mismos (quitando pedazos de verdad), reforzando muchas veces el sesgo informativo que se da desde los medios masivos de comunicación o las redes sociales sobre esos hechos acaecidos. No hay espacio para la verdadera explicación o contextualización.

Con ese tipo de opinión publicada se impide también la construcción de relatos distintos a los oficiales sobre la memoria histórica del país. Quedando siempre incluso, desde el supuesto “análisis desinteresado” de los hechos por parte de expertos en la materia, una sola versión de los mismos y solo desde la narrativa institucional.

Referencias

Bauman, Z. (2007). Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Ediciones Paidós Ibérica S.A.

Cortina, A. (2011). Educación en valores y responsabilidad cívica. Editorial el Búho Ltda.

Duch, L. & Chillón A. (2011). Un ser de mediaciones antropología de la comunicación. Vol. 1. Editorial Herder.

Horn Melto, J. V. (2009). La aparición del público durante la Ilustración europea.

Nessbaum, M. (2015). El rol de las emociones en la vida política. Pontificia Universidad Católica del Perú. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=WeNfSI0TMH4

Roiz, M. (2002). La sociedad persuasora. Control cultural y comunicación de masas. Editorial Paidós. Barcelona. Buenos Aires.

Sánchez Diez, A. (2008). Manipulación y medios en la sociedad de la información. Ediciones de la Torre.

Serrano, P. (2009). Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo. Prólogo de Ignacio Ramonet. Ediciones península. Barcelona.