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¿Clases presenciales en pandemia?

Seguro tienen muchas preguntas. En nuestra guía encontrarán:

¿Qué es importante verificar sobre el regreso a clases?; ¿Qué tener en cuenta a la hora de prevenir el contagio?; formas de promover la salud mental de los niños, desde casa y recomendaciones para casos específicos.

Para Mayor información descarga nuestra guía para padres en el siguiente enlace:

Regreso a clases





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“Con la historia de Pedro Luis se conoce de manera general qué es la esquizofrenia y cuales los principales síntomas: ansiedad, agitación, agresividad, falta de sueño y alucinaciones.

Seguir siempre la recomendación médica y buscar la ayuda de especialistas es muy importante para quelos pacientes y sus familiares puedan mejorar su calidad de vida.”





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Por: Piedad Bonnett |El Espectador.com

EN COLOMBIA, SÓLO UNA DE CADA DIEZ PERSONAS RECIBE TRATAMIENTO

La escritora Piedad Bonnett hace una reflexión sobre una de las enfermedades que más afectan a las personas jóvenes. La Organización Mundial de la Salud lanzó la campaña “Hablemos de depresión” en 2017.

El solo hecho de saber que la edad de personas afectadas por depresión es cada vez más temprana, debería alarmarnos. Si bien la media indica que es más fácil sufrir un primer episodio depresivo entre los 19 y los 39 años, sabemos que cada vez más los adolescentes, a veces casi niños, pueden sentirse deprimidos. Y no en el sentido coloquial del término, ese que usamos a la ligera para exagerar nuestra tristeza o frustración, sino en su verdadera acepción, la de enfermedad mental que a menudo incapacita a la persona o la puede llevar a la muerte. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 332 millones de personas padecen depresión en el mundo; de ellas, 788.000 mueren, casi todas por suicidio. Se calcula que para el 2020 esta será la enfermedad más frecuente en el mundo, superando las cifras de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.

Que la depresión es una enfermedad hay que reafirmarlo, porque uno de los problemas que explican por qué el porcentaje de pacientes que recibe tratamiento es bajísimo (en Colombia, una de cada diez personas), es que por tratarse de un trastorno del estado de ánimo se la subvalora y se cree que a punta de voluntad se puede superar. Expresiones como “Debes sobreponerte” o “Pero si lo tienes todo” equivalen en esas circunstancias a aumentar el martirio de quien la padece. El mismo enfermo puede tratar de convencerse de que no se trata de una depresión verdadera o, lo que es peor, puede intentar ocultar su mal a los demás por miedo a ser juzgado de débil o de loco, o por temor a perder su trabajo, a afectar una relación, a ser excluido de su grupo social. Porque, como bien escribió Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, hay enfermedades que cargan, además del sufrimiento que ya les es inherente, con el peso de que son interpretadas como malditas o denigrantes o innombrables. La lepra, la tuberculosis, el cáncer, son algunos de sus ejemplos. A estas, por supuesto, podemos sumar las enfermedades mentales, estigmatizadas desde siempre y temidas por el entorno. La misma Sontag nos dice que hay que dejar de nombrar –u ocultar– ciertas enfermedades como si fueran “un animal de rapiña, perverso e invencible”. La solución, en cambio, está “en rectificar la idea que tienen de ella, desmitificándola”. Y por esto la OMS ha dedicado este año, y especialmente el Día Mundial de la Salud que se celebrará dentro de un mes, para pensar en la depresión cada día que pasa, para destruir el estigma.

El que jamás ha padecido depresión no puede ni siquiera imaginar la intensidad de sus síntomas: falta de interés en la vida, ausencia de apetito, sentimiento de culpa y baja autoestima (“no sirvo para nada”, “soy un fracaso”) ,insomnio, pérdida de peso, ralentización del movimiento, poca resistencia al ruido, aislamiento e ideación suicida. El desarreglo sicológico hace, además, que la persona aumente la conciencia de sí misma y por tanto esté mirando obsesivamente sus sensaciones a fin de determinar si está mejor o peor. Y a eso puede sumarse despertar angustiado en la madrugada, náuseas, sudoración, miedos, porque a menudo la depresión va acompañada de ansiedad. Todo esto se debe, según investigaciones médicas, a que la persona deprimida está produciendo en demasía una sustancia llamada cortisol, es decir, está sufriendo cambios bioquímicos que producen estas consecuencias.

Ahora bien: aunque esto es así, y hay evidencias de que hay factores genéticos que inciden en la depresión, esta incidencia no parece ser superior al 16 %. En cambio, hay unos elementos desencadenantes que tienen que ver con el entorno o con conductas aprendidas, con falencias adaptativas. De la historia personal de los pacientes debe ocuparse el médico especialista. Pero en cambio, todos estamos obligados a preguntarnos sobre las causas sociales del aumento de la depresión: ¿Qué es lo que nos está pasando? ¿Podemos prevenir los estados depresivos, reflexionar sobre los factores culturales que los desencadenan?

Tres son sus víctimas mayoritarias: los adolescentes, las mujeres, los ancianos. Hasta cierto punto, población vulnerable. En los ancianos, las causas externas son fácilmente identificables: enfermedades, impedimentos, soledad, conciencia de la muerte. También está establecido que en mundos urbanos la enfermedad es infinitamente mayor. Es fácil deducir que en la ciudad el encerramiento es más deprimente y que las distancias, el caos vehicular y las rutinas de trabajo hacen difíciles las visitas cotidianas de los familiares. La vida de los viejos se hace monótona y no hay una noción de futuro que los aliente; aunque vale la pena decir que en las culturas latinas la noción de familia es más fuerte y es más probable que haya alguien que sacrifique su propia vida en favor de los padres o los abuelos.

Las mujeres también somos más proclives a la depresión, que muchas veces tiene origen en cambios hormonales que se dan en el posparto. Pero, como los adolescentes, también podemos ser víctimas de los llamados “estresores”, que no son otra cosa que demandas sociales que no podemos asumir, sobre todo por exceso de tareas y responsabilidades, como en el caso de las madres cabezas de familia. En los jóvenes estos “estresores” son distintos. Por el hecho de estar en plena transformación psíquica y física, su autoestima es más frágil y las demandas del medio, atizadas por la publicidad, cruelmente exigentes: hay que ser bello, popular, tener medios; el “distinto”, infortunadamente, debe estar muy bien armado para soportar el rechazo o la discriminación. El matoneo, tan común en las escuelas, puede llevar, como sabemos, a la depresión y al suicidio. También las exigencias extremas de los padres y de los maestros o, lo que es más grave, la autoexigencia, producto del perfeccionismo o de una idea equivocada del éxito, que hace que el más mínimo fracaso conduzca al autocastigo. En ese sentido, fallamos muchas veces como padres y educadores, pues desde la infancia no inducimos a la elasticidad, a la benevolencia con uno mismo, ni preparamos a los muchachos para la resolución de problemas.

Finalmente, habría que hablar de sociedades que condenan a sus jóvenes –y no sólo a ellos– a la desigualdad y a la falta de oportunidades. Un muchacho educado con dificultad económica, en ambientes muchas veces violentos, que tiene el sueño de una formación especializada pero debe rendirse a una realidad que lo condena a un trabajo elemental o, peor aún, al desempleo, puede caer fácilmente en la depresión; y también la mujer que debe soportar diariamente el peso de la violencia masculina, manifiesta a menudo como asfixia económica, o el varón que debe asumir más responsabilidades de las que se siente capaz.

Es claro que la depresión debe ser tratada médicamente, muchas veces con fármacos. Mientras más rápidamente se atienda, más probabilidades hay de salir pronto adelante, pues se supone que la mayoría de los pacientes se recupera entre 6 y 24 meses. Desafortunadamente, el panorama en Colombia es desolador: según la OMS sólo el 38,5 % de los adultos que solicitaron atención en salud mental, la recibieron. Algo que nos pone a pensar, sobre todo ahora que el país se dispone a incorporar un número considerable de exguerrilleros, dispuestos a dejar las armas a cambio de que la sociedad les dé una oportunidad.





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Por: Semna | Semana.com

El psiquiatra Hernán Santacruz, profesor emérito de la universidad Javeriana y miembro del grupo de atención siquiátrica y psicosocial en desastres, señala por qué es tan importante la recuperación psicológica de las víctimas después de tragedias como la de Mocoa.

 

SEMANA: ¿Qué efecto deja en los sobrevivientes una catástrofe de estas proporciones?

Hernán Santacruz: El primer efecto es estrés agudo que se caracteriza por un estado hiperalerta con una gran ansiedad, insomnio y en el que se pueden producir momentos de agitación desordenada o conductas riesgosas. Otros, sin embargo, hacen episodios de quietud absoluta, de parálisis, que dura unas horas o unos días. La gente se queda como pasmada. Esta fase de estrés agudo se describe hasta las 4 semanas. Luego de este tiempo, la mitad se recuperan completamente.

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SEMANA: ¿No todos sufren del mismo modo?

H.S.: De 100 personas que viven un impacto como el de Mocoa 50 están bien y 50 hacen estrés agudo y de estas últimas la mitad desarrolla trastorno de estrés postraumático, una condición que se define por un estado constante de ansiedad, insomnio o pesadillas en las que reviven una y otra vez los momentos más aterradores de la experiencia. También se caracteriza por pérdida de apetito y crisis de pánico que se pueden desencadenar cuando cualquier evento les recuerda la tragedia que vivieron.

SEMANA: ¿Cómo se alivia esta condición?

H.S.: Este estado, con tratamiento y sin tratamiento, va a resolverse en los primeros seis meses pero 12 por ciento de la población inicialmente afectada quedará con estrés postraumático crónico. Esos son los que tienen estrés postraumático en los siguientes seis meses al desastre.

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SEMANA: ¿Qué hace que estas personas no se curen?

H. S.: Se ha observado en las tragedias de Armero y Armenia que una cosa que agrava mucho y que empeora el pronóstico de estas personas es vivir durante periodos muy prolongados en campamentos, en sitios de damnificados, que son planteados inicialmente por corto plazo y se vuelven sitios de permanencia por años. Hay que evitar que se queden en esos sitios más de seis meses. Idealmente lo que se debe buscar es que toda la gente que perdió sus casas se aloje con familiares y amigos y se una a personas de su cercanía. El alojamiento en campamentos hace mucho daño, sobretodo a los jóvenes, porque se pierde el sistema de control sociales que las comunidades siempre tienen.

SEMANA: ¿Cuál es el momento crítico para iniciar la atención?

H.S.: La gente de Mocoa va a necesitar ayuda en las próximas tres o cuatro semanas y esa ayuda no debe limitarse a los fármacos. Una vez se subsana el cobijo y la comida, las víctimas deben recibir consulta psicológica de manera grupal, porque hacerla individual es muy difícil. Lo ideal es trabajar en grupos por una hora y media. Cabe agregar que quienes han sido victimas son los más pobres del pueblo, son sujetos desplazados de áreas de conflicto y entonces ya vienen vulnerados. Van a requerir ayuda más intensa porque ya vienen de estar mal desde hace mucho tiempo.

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SEMANA: ¿Es conveniente aliviar estos síntomas iniciales con medicamentos?

H. S.: Desde lo farmacológico debe evitarse usar los tranquilizantes conocidos como benzodiazapinas. Se tienden a usar pero estos medicamentos impiden la recuperación. En general es mas útil bajar al ansiedad con otras drogas como propanolol o antidepresivos de efectos sedantes, en dosis bajas.

SEMANA: ¿Cómo es el manejo con los niños?

H.S: Los niños que se quedan sin papas y aislados deberían merecer la atención primordial. Deben ser cuidados, protegidos y se debe iniciar la búsqueda de los adultos. Eso pasa en los primeros días de confusión inicial. Esperemos que algunos de ellos, ojalá pocos, queden perdidos.

SEMANA:¿Recomienda algunos primeros auxilios mentales para las víctimas?

H.S.: Todos los socorristas están capacitados para dar auxilios psicológicos a las víctimas y el primero es resguardar la vida de los sobrevivientes y resolver sus necesidades básicas de abrigo, hidratación, techo. Obviamente hay que evitar decirles ‘usted viera como están los demás’ o cosas así. Se debe procurar escuchar y siempre tener abierto un contacto para que la víctima sepa a donde dirigirse.

SEMANA: ¿Por qué es tan importante atender este tema desde la perspectiva psicológica?

H.S.: Porque mientras más gente reciba ayuda en las primeras semanas habrá menos estrés postraumático en los meses siguientes, y por lo tanto menos crónicos habrá.

 

SEMANA: ¿Qué pasa si no se tratan bien estos casos?

H.S.: Lo grave es que deja secuelas. Aquellas que lo necesitan y no se tratan pueden tener más tarde sintomatología depresiva. En Armenia, por ejemplo, algunos se volvieron drogadictos o alcohólicos sin antes haber padecido esas patologías

SEMANA: Cómo lidiar no solo con la pérdida de seres queridos sino de todo lo material?

H.S.: Son duelos múltiples y especialmente complicados porque el impacto del evento fue sorpresivo. La intensidad y la duración son los dos elementos que marcan el trauma. Esto no había pasado allá en Mocoa y fue una tragedia brusca y el elemento de lo inesperado es un factor crucial en el trauma. La avalancha aparece y dura 4 a 6 horas, pone en peligro la vida de los que viven allí y ocurre de noche. Si esto pasa de día sería diferente.

SEMANA: ¿En Colombia sabemos atender estas catástrofes?

H.S.: De todas las tragedias hemos aprendido muchísimo y por eso ya muchos de la tragedia de Mocoa están en Neiva y Pasto. Hemos observado que quienes han tenido lesiones físicas están menos mal psicológicamente que los que están sanos. A los heridos les cambia el destino de la angustia. Es como si la herida los protegiera. Además están siendo apoyados inmediatamente con enfermeras y médicos y protegidos o acunados por la gente que se ocupa de ellos. Los indemnes están más vulnerables al daño síquico.

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SEMANA: ¿Cuánto pueden durar los traumas?

H.S.: El estrés postraumático crónico, el que se prolonga más de seis meses, puede durar toda la vida. Aún hay gente en Armero que tiene reacciones catastróficas cuando se va la luz porque allá se fue la luz antes de la avalancha. Y son sobrevivientes de hace 30 años que se asustan y hace reacción de terror por el simple hecho de que se vaya la luz; les revive el evento que los marcó.

SEMANA: ¿Qué no se debe hacer?

H.S.: Hasta donde sea posible no separar las familias, que la víctima esté con los suyos, con conocidos y amigos. Observamos en la tragedia del río Paez que las redes de solidaridad comunitaria son más fuertes y sólidas entre los paeces y desde el comienzo el impacto sicológico allí fue más bajo que en Armero y en Armenia. Las poblaciones indígenas nuestras son más idóneas para soportar estas desagracias porque tienen un grado de solidaridad y acompañamiento mayor. Esos vínculos los protegen. En las ciudades todo eso se destruye.





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Por: CAROLINA GARCÍA | El País

La depresión posparto es la enfermedad mental materna más frecuente y afecta a la relación con el bebé. Se estima que la padecen un 15% de las madres recientes

Una de cada cinco nuevas madres presenta, en muchos países, algún tipo de trastorno perinatal o de ansiedad. Enfermedades que no se suelen evaluar ni tratar y que tienen consecuencias a largo plazo importantes para la mujer y el recién nacido. Entre las psicopatologías que afectan a las nuevas madres en este periodo destaca, por su frecuencia, la depresión posparto, cuyos síntomas pueden comenzar en el embarazo y suelen estar presentes hasta un año después del nacimiento del pequeño. Estos trastornos pueden afectar a cualquier mujer sin importar su educación, cultura o raza.

La depresión posparto es la enfermedad materna más común en el año que sigue al parto y tiene síntomas específicos precisamente por su efecto en el bebé, ya que suele alterar la capacidad maternal de responder amorosamente al nuevo hijo. Se estima que la padecen un 15% de las madres recientes, aunque en la mayoría de los casos no se llega a diagnosticar. Se le suele llamar “la depresión sonriente, precisamente, porque muchas madres consiguen esconder su sufrimiento por miedo a ser tachadas de malas madres”, explica Ibone Olza, psiquiatra infantil y perinatal, profesora asociada en la Universidad de Alcalá y directora del programa de formación en salud mental perinatal Terra Mater.

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Es la incapacidad de disfrutar, especialmente con el bebé, el sentimiento de culpa y arrepentimiento por haberlo tenido, la pena constante por el hijo. Cosas como pensar “pobre hijo mío que le tocó esta madre que no le quiere como debería”, o incluso “estaría mejor sin mí”, explica Olza. “La alteración del sueño, el no dormir ni siquiera cuando duerme el bebé porque no pueden dejar de escuchar cada ruidito que el bebé hace al respirar…El agotamiento profundo, las ganas de llorar, el mal humor. En los casos más graves, se llega a fantasear con hacer daño al bebé, hay pensamientos intrusivos, y también hay madres que no pueden acercarse a la ventana ni bañar al bebé solas porque temen tirarlo por la ventana o ahogarlo. Sufren muchísimo y lo peor es que muchas no se atreven a contar a nadie el infierno que están viviendo en su cabeza”, prosigue la experta.

“Hay que ayudar a las futuras madres y a sus bebés”, está es la premisa con la que parte la campaña del Día Mundial de la Salud Mental Materna que se celebra este miércoles 3 de mayo y que pretende llamar la atención con un mensaje claro: La salud mental materna de las mujeres importa (#maternalmhmatters). “Padecer un trastorno psicológico no es un crimen”, algo en lo que quieren incidir los promotores de esta jornada que instan a informar de los recursos con los que cuenta la mujer para salir adelante y superarlo.

“El estado psíquico de la madre afecta enormemente al bebé desde la gestación. Si sufre ansiedad, estrés o depresión el embarazo se complica, puede producirse un parto prematuro, hemorragias, infecciones… Además, su estado de ánimo afecta, de diversas maneras, al desarrollo cerebral de su bebé, condicionándola, incluso a muy largo plazo”, explica Olza. “¡El estrés en el embarazo puede ser casi tan tóxico como el tabaco!”, recalca la experta. “Y el efecto continúa en el posparto”. “Si la madre no está bien, si no se detecta su sufrimiento y no se le ayuda o se trata, además de al bebé, se verá afectada también la relación de pareja y la crianza de los otros hijos”, añade.

Para la experta, para conseguir que la mujer se sienta apoyada, es importante que la atención durante el embarazo no se centre solo en lo físico. Olza opina que los obstetras y las matronas deben saber detectar en las madres que padecen sufrimiento psíquico y “deben atender a la parte más emocional y preguntar en las consultas: ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿cómo está tu pareja?”. “Y cuando haya síntomas de una posible psicopatología, cuando haya sufrimiento, se debe derivar a la mujer a profesionales de salud mental perinatal y que estos participen en los equipos de atención al embarazo y posparto. La mayoría de estos trastornos son tratables, pero si no se hace nada se suelen cronificar, durar años y afectar profundamente al desarrollo del bebé”, argumenta la psiquiatra.

Pocos recursos en España para tratar la salud mental materna

Los recursos en nuestro país para atender a estas mujeres son muy escasos. “Apenas hay psicólogos en los equipos obstétricos o de neonatología. Es una carencia tremenda y dramática. Las familias a veces transitan situaciones durísimas, como la muerte gestacional (muerte del bebé en el útero o en el parto), sin apenas atención o apoyo psicológico. Esta carencia también afecta a los profesionales, que a menudo tienen que atender situaciones muy complejas de gestantes con trastornos mentales sin recursos especializados. No tenemos apenas unidades ni programas de psiquiatría perinatal ni existen las llamadas Unidades Madre-bebé donde ingresar de forma conjunta a las madres que requieren un ingreso psiquiátrico en el posparto, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos. Es urgente que se incorporen psicólogos perinatales a los equipos de atención al embarazo y posparto, así como a los servicios de neonatología”, dice tajante Olza.

Para la experta, si no se trata a la madre, su salud física empeorará, el embarazo se podría complicar y aumentaría la posibilidad de que el futuro niño sea prematuro. Sin mencionar, siempre según la experta, que se podrían tener  “dificultades con la lactancia, en la pareja, separaciones y divorcios”. “La crianza”, prosigue, “se iniciaría de la peor manera y provocaría que los hijos a su vez pudieran padecer alguna psicopatología a lo largo de la infancia y adolescencia”. “Un drama que se transmite de una generación a otra y que puede derivar en maltrato y violencia… Sin embargo, con la detección y tratamiento en el periodo perinatal se puede romper esa transmisión intergeneracional. Es el momento preciso para las intervenciones psicoterapéuticas, el impacto de un buen tratamiento cambia la evolución de toda la familia para bien”, añade.

La falta de información sobre la depresión posparto niega a la mujer estrategias para afrontarla. “Conocer esto es clave para formar a los profesionales sanitarios. Sabemos que las madres con depresión posparto no suelen ir al médico o al psiquiatra. Por el contrario, acuden a urgencias de pediatría a menudo porque el bebé no para de llorar o a la farmacia a comprar lo que sea porque están muy preocupadas por la salud de su retoño. “Creo que nos corresponde a toda la sociedad ayudar a las madres en el posparto, no dejarlas tan solas, facilitarles la vida y desestigmatizar la depresión”, agrega Olza.

Cuando se detecta, según la experta, el tratamiento consiste en diversos puntos

  1. Lo primero es la psicoeducación: entender qué es la depresión, que afecta a todo tipo de madres. Que ellas no tienen la culpa de estar mal y es importante que sepan que se van a curar y que van a poder disfrutar de su bebé.
  2. En el tratamiento hay que incluir al bebé y, si se puede, al padre o pareja. Buscar la manera de que la madre esté acompañada, favorecer que pueda descansar y que se relacione con otras madres.
  3. El ejercicio físico moderado tiene un efecto antidepresivo, aunque en algunos casos va a ser necesario el uso de fármacos.
  4. La psicoterapia es imprescindible: un espacio de escucha donde poder elaborar su nueva identidad como madre y aprender a relacionarse con el bebé de una manera más saludable.

Hay que recordar que, “si no se trata la depresión posparto, afecta mucho a la interacción con el bebé, así que este podría sufrir, por ejemplo un retraso en la adquisición del lenguaje o psicomotor por falta de estimulación. En los casos más graves hay riesgo de suicidio e incluso de infanticidio”, explica Olza. “Sin tratamiento, muchas madres siguen deprimidas meses o años. Son mujeres malhumoradas, con aumento de peso, que no disfrutan de sus hijos ni de su vida. Por eso es importantísimo prevenir, detectar y tratar”, termina la experta.