Abril 2021 | Edición N°: 1366
Por: Dr. Ignacio Zarante | Profesor Titular Instituto de Genética Humana



Todos los días recibimos noticias por los medios de comunicación masiva y las redes sociales sobre la desconfianza de las personas en las vacunas para luchar contra la enfermedad covid- 19. Las razones que esgrimen sus autores son múltiples y parece que se reprodujeran a medida que avanzan las respuestas a tantos interrogantes. En este espacio quisiera analizar los mayores miedos que se han generado y cuáles serían los argumentos para discutir con los llamados “antivacunas”. Es importante advertir que las respuestas a los mitos sobre la desconfianza en la inmunización hay que combatirlos con respeto y prudencia, pero sin olvidar el uso de argumentos contundentes que generen una percepción de riesgo en las personas, que finalmente lleve a cambiar la conducta y asuman la opción de vacunarse:

¿Por qué confiar en vacunas hechas por laboratorios farmacéuticos que tienen intereses comerciales?

El aumento en la expectativa de vida que en Colombia estaba en 57 años en 1960 (Fuente: Banco Mundial) y pasó a casi 80 años en el 2020 ha sido logrado por medidas de salud pública básicas (Alcantarillado, manejo de basuras entre otras) acompañadas de productos farmacéuticos que salvan la vida de millones de personas al día. Los antibióticos y las vacunas han sido puestos a disposición de la población con un efecto descomunal en la salud de los seres humanos. Las personas que nacieron después del año 1974 en Colombia cuando se inició el Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI) han sido usuarios de las vacunas desarrolladas por la industria farmacéutica y estas han logrado evitar una gran cantidad de enfermedades infecciosas mortales o discapacitantes. La conclusión será que todos los que hoy en día rechazan los procesos de vacunación tienen la posibilidad de hacerlo porque fueron vacunados en su infancia o en la adultez con resultados positivos más que evidentes. Los innegables (aunque legítimos) intereses económicos de la industria pueden incrementar las desigualdades en los momentos de lanzamiento de sus productos, pero finalmente como lo demuestran las campañas masivas de vacunación en países de medianos o bajos ingresos terminan llegando a los más necesitados cuando hay exceso de estos fármacos.

¿Por qué confiar en una vacuna que fue hecha en menos de la mitad del tiempo de lo que normalmente se hacen y además con tecnologías que nunca se habían utilizado?

La velocidad con que se desarrolla un fármaco o una vacuna depende de los recursos e interés que hay en el mundo para su perfeccionamiento. Ante el impacto económico global vimos que los capitales para desarrollar una vacuna fueron casi ilimitados y eso hizo que todos los procesos que se requieren se pudieran acortar. La primera razón tiene que ver con el uso de la tecnología de la información genética como estrategia de vacunación. La información necesaria para hacer una vacuna de ARN o ADN es solamente conocer la secuencia genética del virus (El orden de las letras) y eso se hizo en febrero de 2020. Con ese resultado se planean vacunas en tiempos récords a diferencia de las vacunas que requieren manipular el virus o sus componentes. Esta tecnología de introducir información genética en pacientes, aunque es nueva para hacer vacunas, se venía utilizando desde el inicio de la década del 90 con resultados muy positivos y además seguros. Los genetistas y otros especialistas hemos utilizado la transferencia de genes en múltiples enfermedades y con los mismos mecanismos que hoy utilizan las vacunas contra el SARS Cov-2 sin que se cumplan las predicciones de la creación de monstruos o la aparición de nuevas enfermedades. Por supuesto que toda tecnología y estrategia novedosa hay que probarla para que sea segura, pero toda la historia nos hace prever que los resultados serán igualmente buenos que en los años anteriores.

La estrategia de vacunación es uno de los elementos fundamentales en la detención de la pandemia.

Otra razón para generar una nueva vacuna con mayor rapidez sin dejar a un lado la seguridad fue poder reclutar voluntarios con mucha rapidez, pero sin dejar cumplir con los tiempos para estar tranquilos respecto a sus efectos secundarios. Si para reclutar 10.000 personas en el pasado en un experimento clínico se necesitaban 2 o 3 años, por la emergencia y la abundancia de recursos se reclutaron en pocos meses. Esto no quiere decir que el periodo para medir la seguridad se disminuyó, sino que se mantuvo igual; los 2 o 3 meses de seguimiento después de la inoculación se cumplieron para todos sin poner en riesgo a los voluntarios.

La última razón es que los laboratorios y gobiernos decidieron iniciar la producción sin que se hubieran terminado los periodos de evaluación y aprobación con el evidente riesgo de perder toda la inversión, pero con la premisa que era la única manera de tener la vacuna a tiempo. Los ejemplos de la vacuna de Sanofi nos muestran como algunas no cumplieron con las expectativas y tuvieron que detener y desechar su investigación porque no satisficieron los estándares mínimos de efectividad o seguridad. Este último punto es tal vez es el que nos debe generar mayor confianza en el proceso que estamos viviendo.

Todos los informes de efectos secundarios o muertes nos deben generar confianza en que se están evaluando constantemente y son un proceso normal en el desarrollo de estas tecnologías. Hay que estar alertas, pero muy seguros de que esta estrategia de vacunación es uno de los elementos fundamentales en la detención de la pandemia sin olvidar jamás, el lavado de manos, la distancia social, el uso del tapabocas y la circulación de aire en espacios cerrados.