Octubre 2022 | Edición N°: 1382
Por: Hoy en la Javeriana | Dirección de Comunicaciones



En la Edad Antigua surgió la bandera como “insignia visible de un grupo de soldados” que facilitaba su identificación y les permitía “lograr una cierta coordinación de sus movimientos y evitar su desunión en combate”. Con los años, esta pieza de tela, izada sobre un mástil, empezó a ser usada también como “símbolo de grupos sociales e incluso nacionales” (Diccionario de Símbolos, LIBSA, 2007). De esta forma, la bandera llegó a ocupar un lugar de privilegio en el escenario de los acontecimientos, pues además de servir de enseña o distintivo, en el lenguaje actual diríamos ‘marca’, indica la “causa que se defiende o por la que se toma partido”; esta es otra acepción que ofrece el Diccionario de la Lengua Española para ese término.

Podemos decir, entonces, que en la bandera también se reflejan los principios y valores del grupo que con ella se identifica, los objetivos que se propone, todo aquello que orienta sus actividades. Vale la pena anotar cómo, utilizando banderas y siguiendo un código preestablecido, es posible transmitir un mensaje desde un barco, sin decir una sola palabra: se trata de un lenguaje que por lo general se apoya en formas y colores.

La bandera de la Universidad ha guiado nuestros pasos por un camino en el que hoy podemos contemplar los logros alcanzados a lo largo de su historia.

Cuando en 1952 se creó la Orden Universidad Javeriana, hace ya 70 años, se estableció que el campo circular que se destaca en el centro de la insignia y sirve de base al emblema pontificio, estaría “repartido horizontalmente por los colores de la bandera de la Universidad”, que son amarillo, blanco y azul. Casi tres décadas después, en el Reglamento General expedido en 1979, se definió de manera formal cómo es la bandera de la Universidad (n. 794), disposiciones que fueron recogidas en el Reglamento de Emblemas, Símbolos y Distinciones (n. 5) promulgado en 2005. Se hizo notar entonces que “en su diseño original se combinan los colores amarillo y blanco que distinguen la bandera pontificia, y el azul y blanco que corresponden a los de la bandera que se izaba en otros tiempos en honor de la Virgen María”. Cabe recordar que, según los estudiosos de los símbolos, el amarillo, por lo general, está asociado con la energía vital y recuerda la tierra madura y la cosecha; el blanco, por su parte, hace referencia a la totalidad y la síntesis, a la perfección y la pureza, un color universalmente emblemático de la paz; en cuanto al azul, que es el del cielo y el agua, dice relación con lo celeste y trascendente, con lo espiritual.

Hoy en día, las personas que integran la comunidad educativa reconocen el tricolor javeriano que se destaca en auditorios y despachos, lo mismo que en espacios abiertos, entre ellos, la llamada Plazoleta de Banderas, abierta sobre la carrera séptima, frente a la Biblioteca General. Es así como los profesores y estudiantes, los empleados administrativos y los egresados distinguen a lo lejos la bandera de la Javeriana, símbolo también de esa unidad que dentro del pluralismo y la diversidad que defendemos, es determinante a la hora de hacer realidad los objetivos y propósitos institucionales.

Anualmente, el 1º de octubre, conmemoramos el Día de la Universidad, recordando aquella fecha de 1930 en la que un grupo de jesuitas tomó la decisión de volver a ofrecer en la capital de la República los estudios universitarios que, por cerca de siglo y medio, en los ya lejanos tiempos coloniales habían contribuido a forjar la nacionalidad. Así quedó consignado en el acta que suscribieron ese día. Pocos meses después, el 16 de febrero del año siguiente, en virtud de aquel acuerdo, un centenar de jóvenes iniciaron sus carreras en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas, bajo la guía de su decano, el P. Jesús María Fernández, S.J. En ese grupo se formó la primera promoción de javerianos del siglo XX, encabezada por Francisco González Torres, quien recibió su grado el 16 de mayo de 1936.

Por otra parte, debemos recordar que el año entrante se cumplirán cuatro siglos de un hecho histórico. En efecto, fue en 1623 cuando la Audiencia y el Arzobispo de Santafé hicieron el reconocimiento de los documentos -un Breve Pontificio y el Pase Real correspondiente- que permitieron otorgar grados universitarios en el Colegio de la Compañía de esta ciudad. Tal fue el origen formal de la Academia y Universidad de San Francisco Javier, que luego de la interrupción de sus labores, debida a la expulsión de los jesuitas, reabrió en 1930 las antiguas puertas de sus aulas y sus claustros.
Sin duda alguna, la celebración de estas efemérides nos invita a fijar de nuevo nuestra mirada en la bandera de la Universidad, la que ha guiado nuestros pasos por un camino en el que hoy podemos contemplar los logros alcanzados a lo largo de su historia. Ese tricolor nos seguirá animando a explorar y abrir nuevos senderos para la Javeriana del futuro, asegurando su desarrollo y progreso. Si bien será la misma institución de ayer, experta en servicio y humanismo, no será igual, porque se renovará para estar a la altura de las circunstancias y los desafíos del momento.