ISBN : 978-958-781-326-5
ISBN digital: 978-958-781-327-2

Red de Huerteros de Medellín: ¿(des)estructura organizativa en los nuevos movimientos sociales?

María Isabel Correa Espinosa

Estudiante de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.

mariaisabelcorrea2@gmail.com

Kelly Manosalva Fajardo

Estudiante de la Maestría en Antropología de la Universidad de Antioquia. Comunicadora de la Universidad de Antioquia.

kellymanosalva@gmail.com

Resumen

Desde 1970 han surgido nuevos movimientos sociales (NMS), opuestos a los movimientos tradicionales obreros. Estos han tratado de responder al capitalismo financiarizado y se han enfocado en las falencias de la modernidad (Boaventura de Sousa Santos, 2000; Frazer, 2016); además, han utilizado formas alternas de organización, que ponen en discusión la jerarquía, la estructura y la centralidad de la acción de protesta. Movimientos como Occupy Wall Street y los Indignados han llevado a gran cantidad de teóricos a cuestionarse acerca de las diferentes formas de organización que se están dando en los NMS, así como las relaciones de identidad colectiva que se generan entre las personas que los conforman y la construcción de intersubjetividades (Gerbaudo, 2013). Nuestra propuesta consiste en comprender un movimiento urbano, como la Red de Huerteros de Medellín, con el fin de generar un diálogo entre su (des)estructura organizativa y la perspectiva de los nuevos movimientos sociales.

Palabras clave: movimientos sociales, agricultura urbana, organización social.

Introducción: entre lo tradicional y lo nuevo en los movimientos sociales

La modernidad ha traído consigo contradicciones entre las ideas dominantes y la experiencia vivida, en algunas circunstancias este asunto podría carecer de importancia, pero en otras esferas estas incoherencias han sido determinantes en un tiempo y espacio para producir significados, reflexiones y prácticas alternativas (Roseberry, 2014). Las experiencias diferenciadas de los individuos que han sorteado estas paradojas (producto de un proceso colonial) han dado lugar a luchas en función de unas estructuras de desigualdad y dominación, que provienen de una historia no universal.

Durante la primera mitad del siglo XIX, aparecieron los llamados movimientos sociales tradicionales (movimiento campesino, movimiento obrero, movimiento estudiantil, entre otros), estos han sido caracterizados en contraposición a la propuesta de los llamados nuevos movimientos sociales (NMS) desde 1970. Estas tensiones o coyunturas, imponen un reto importante a la comunidad académica, puesto que la lectura que se hace de este tipo de fenómenos debería reconocer la coexistencia de ambos tipos de movimientos ¿qué asuntos permanecen? ¿qué elementos cambian? es decir, hay un proceso que deberíamos estar tratando de comprender sin restringir uno a la manera del otro.

Asimismo, la literatura ha referenciado unos planteamientos para los NMS, los cuales profundizaremos en el siguiente apartado, no obstante, quisiéramos detenernos sobre la organización interna de estos grupos, quienes han utilizado formas alternas de organización que ponen en discusión la jerarquía, la estructura y la centralidad de la acción de protesta en un momento de complejidad social.

Basándonos en la experiencia de la Red de Huerteros de Medellín (RHM), un colectivo que ha permitido la conexión de personas y grupos a nivel local, nacional y global con relación a diferentes temáticas a partir de la generación de espacios de encuentro, colaboración e intercambio de saberes con relación a la agricultura urbana (AU), la agroecología, las semillas libres, los datos abiertos, el consumo consciente, entre otros, nos permitimos cuestionar y reflexionar sobre las formas de organización de los NMS.

Antes de ampliar las concepciones de los NMS, quisiéramos resaltar la propuesta de Flórez (2015), quien hace un llamado a decolonizar la lectura de los movimientos sociales en América Latina, superar la visión eurocéntrica y tener una apertura a las acciones colectivas de nuestro territorio:

Algunos análisis se han preocupado por comprobar si las acciones colectivas de la región cumplen o no con los requisitos establecidos por la academia para llegar a ser un movimiento social; con una exhaustiva lista de chequeo en mano se evalúa su potencial para retar la modernidad. (p.77)

En esa medida, proponemos seguir el análisis de Zibechi (2015), Gerbaudo (2012) y Graeber (2011) sobre los movimientos sociales, y en una siguiente sección, comprender desde la experiencia de la RHM cómo estas premisas toman forma en el campo práctico.

De los movimientos obreros al anarquismo

Fue en el siglo XIX cuando se empezó a hablar por primera vez en la academia sobre el concepto de “movimiento social”, gracias a el economista Lorenz von Stein, quien introdujo el concepto desde un análisis sociológico en el que se pretendía analizar las masas irracionales. Esta misma corriente siguió propagándose años más tarde en las teorías psicosocial como las desarrolladas por LeBon y Freud. Sin embargo, fue en la década de los ochenta, con la gran proliferación de movimientos sociales, que se empezó a analizar este tipo de acciones colectivas bajo otras perspectivas teóricas como las posestructuralistas, posmarxistas y posmodernas, al reconocer la existencia de otro tipo de movimientos sociales diferentes al obrero y el campesino, tales como los movimientos feminista, étnico, estudiantil y ambientalista (Flórez, 2010).

En todo este proceso, la lucha de algunos movimientos sociales ha consistido en lograr extender las garantías brindadas por la modernidad a todas las personas. Otros más críticos, por el contrario, no creen en una sola fórmula emancipatoria, y han luchado por entender que el sujeto político es un sujeto heterogéneo, oprimido por un escenario que lo ha excluido y ha creado sistemas de subordinación que incluso trascienden sus instituciones, su vida diaria y sus vínculos sociales (Frazer, 2016).

Esta diferencia ideológica ha llevado a los movimientos sociales a tomar formas organizativas diferentes respecto a su relación con el Estado. De ahí, que muchos teóricos empiecen a utilizar el concepto de nuevos movimientos sociales para diferenciarlos, a pesar de que no se trata realmente de una novedad en el tiempo. Así, mientras los movimientos sociales tradicionales son vistos como aquellos que reproducen la lógica del Estado y sus instituciones afines, generan burocracia, división jerárquica del trabajo y estructuras de poder dispuestas de modo piramidal; los nuevos movimientos sociales son definidos como aquellos en los que “no existe una estricta división entre la dirección y sus bases, entre quienes dan las órdenes y las ejecutan, entre el saber y el hacer” (Zibechi, 2015, p.45).

Estos nuevos movimientos sociales están fuertemente inspirados en el anarquismo (aún sin saberlo). Sus principios, como los de los anarquistas tradicionales, son la autonomía, la asociación voluntaria, la ayuda mutua y la autoorganización. Se trata de revolucionarios que han abandonado los discursos que pretenden la toma del poder, y han empezado a formular ideas diferentes acerca de qué podría significar una revolución (Graeber, 2011). Al tratarse de movimientos anarquistas, uno de sus pilares es el rechazo del Estado y de todas las formas de violencia estructural, desigualdad o dominio.

Los nuevos movimientos sociales parten de la fe y la creencia de que es posible crear una sociedad nueva con otro tipo de relaciones sociales, su búsqueda es demostrar que las estructuras de dominio existentes son innecesarias, ponerlas al descubierto y subvertirlas. En palabras de Zibechi (2015), esto significaría crear un mundo nuevo, en lugar de cambiar el mundo:

Es el camino en el que los dominados pueden dejar de referenciarse en el dominante, superar la inferiorización en la que los instaló el colonialismo. No podrán superar ese lugar peleando por repartirse lo que existe, que es el lugar del dominador, sino creando algo nuevo, poniendo en juego su imaginación y sus sueños; con modos diferentes de hacer, que no son calco y copia de la sociedad dominante, sino creaciones auténticas, adecuadas al nosotros en movimiento. (p.39)

Al tratarse de movimientos anarquistas, los nuevos movimientos sociales destacan por su práctica más que por su discurso. Dedican sus discusiones principalmente a pensar en cómo organizarse para llevar a cabo sus acciones. Al contrario de los marxistas, no se preocupan demasiado por las cuestiones estratégicas y filosóficas, sino por cuestiones prácticas que reafirmen su autonomía. De ahí que sus acciones apunten hacia la infrapolítica, es decir, a una gran variedad de formas de resistencia discretas e indirectas que se expresan en los actos cotidianos (Scott, 2000). Los nuevos movimientos sociales construyen otros modos de organizarse a partir de sus propias formas de producción y de toma de decisiones en la cotidianidad.

En toda esta discusión teórica acerca de las diferencias entre los movimientos tradicionales y los nuevos movimientos sociales, el surgimiento de diversas movilizaciones populistas en la última década (Occupy Wall Street, Los Indignados, el Movimiento 15-M y el Movimiento Egipcio de la revolución de 2011), han llevado a varios teóricos a idealizar los tipos de organización existente en estos nuevos movimientos, hasta el punto de denominarlos como movimientos sin líderes. De esta manera, el uso de internet y de redes sociales, además de otras características que hemos mencionado, ha suscitado la idea de total horizontalidad. Afirmación que ha sido desmitificada por autores y activistas como Paolo Gerbaudo.

Gerbaudo (2012) afirma que, al realizar trabajo de campo en este tipo de movimientos, es posible notar que no existe una total horizontalidad, pues al analizar detalladamente el tipo de relaciones que surgen, se percibe la influencia de algunos líderes suaves que permiten la interacción y participación de todos los integrantes. Detrás de acciones de movilización aparentemente sin una estructura organizativa, hay líderes casi siempre invisibles y difícilmente perceptibles que se suscriben frecuentemente en la ideología del horizontalismo. Es decir, personas que no se autodenominan como líderes, pero que su trabajo ha sido decisivo para aportar cierto grado de coherencia a la participación espontánea y creativa del movimiento social.

Así, en lugar de suprimir totalmente la idea de organización jerárquica en los movimientos sociales, Gerbaudo (2012) habla de la existencia de nuevas formas de liderazgo distribuido, en el que un pequeño grupo básico de participantes contribuye más intensamente que otros a producir todos los elementos del paquete organizativo. De esta manera, la movilización social vista como una coreografía de acción colectiva, responde a la elaboración planeada de un grupo de coreógrafos que no son evidentes en escena, pero que aportan a la construcción simbólica de un sentimiento de unión y a la fusión de individuos en torno a un interés compartido.

Ahora bien, todo este debate teórico acerca de las diferencias entre los movimientos sociales tradicionales y los nuevos movimientos sociales, así como la supuesta desestructura de estos últimos, nos lleva a proponer como caso reflexivo a la Red de Huerteros de Medellín. Intentamos, como propone Flórez (2010), renunciar a “la búsqueda implacable de “ese” movimiento que ofrezca soluciones simples, del tipo todo o nada, a problemas de gran envergadura” (p.102). Buscamos visibilizar las acciones diversas, simultáneas y contradictorias que realmente se aprecian dentro de un movimiento social.

La experiencia de la Red de Huerteros de Medellín

Más allá de las generalizaciones que se pueden hacer de un grupo social, se podría decir que la riqueza de sus interacciones está en la heterogeneidad de perspectivas que confluyen en prácticas y reflexiones comunes. Así podríamos hablar de La Red de Huerteros de Medellín, como un colectivo social poliédrico que va más allá de establecer una sola forma de habitar el territorio, para acoger grupos, personas e iniciativas relacionadas con la agricultura urbana, y con ellas, una multiplicidad de saberes que entran en diálogo constante.

Desde la observación, la conversación y la participación que hemos tenido en diferentes actividades de la RHM, hemos podido analizar cómo este colectivo ha encontrado en la reflexión y la acción un proceso dinámico para constituirse como una “comunidad de aprendizaje”, tal como lo expresó Paula Restrepo (miembro de la Red) en el conversatorio “Huertas, territorios y otras soberanías”. Si se le preguntara a cada miembro del colectivo ¿qué es la RHM? se podrían recoger visiones dispares y grandes coincidencias. Todo este entramado ofrece un amplio espectro de abordajes para el análisis, sin embargo, hemos decidido concentrarnos en la (des)estructura organizativa, un asunto de discusión importante para la Red y para el debate que algunos autores han propuesto.

Como ya lo hemos expuesto, los NMS no son organizaciones estadocéntricas (Zibechi, 2015); en el caso de la RHM hay una idea de colectividad y solidaridad que apuesta por un trabajo comunitario, en el que la conexión entre la mano y la cabeza, en el sentido en que Sennett (2009) lo expone en “El artesano”, permite un diálogo entre la práctica y el pensamiento. La Red propicia encuentros físicos que convierten las huertas en espacios multifuncionales que facilitan el intercambio, la articulación y el fortalecimiento de los vínculos sociales, así lo percibe Javier Burgos, miembro fundador del colectivo.

La RHM se presenta a sí misma como un colectivo social en el que “cualquier persona que coma puede participar”, siguiendo a Javier Burgos, de ahí que haya más de 6.000 miembros en su grupo de Facebook. Para la Red todos los procesos que se dan dentro de ella son horizontales y desestructurados. Sus miembros fundadores la definen como procesos orgánicos que no han obedecido a una planeación, ni dirección definida, sino a un proceso que ha ido creciendo por sí solo con la reflexión y la acción de las personas que se van vinculando. En este quehacer, desde los encuentros cara a cara y la virtualidad, surgen por parte de sus miembros constantemente preguntas acerca del rumbo de estas intervenciones sociales ¿cómo trabajar sin la presencia del Estado? ¿qué significa ser autónomos? ¿cómo se vive la idea de horizontalidad? ¿quiénes son los actores de la red que están llamados a tomar decisiones? ¿Cómo puede funcionar un colectivo con tantas personas sin una estructura jerárquica?

A pesar de la negativa que hay en la Red sobre las jerarquías, y de la fuerza que tienen conceptos como los de autoorganización y ayuda mutua, hemos notado que hay una persona que cumple el rol de líder suave, como lo expone Gerbaudo (2012). Esta persona, junto a un grupo base, fortalece la concepción de relaciones horizontales, además de hacer las veces de articulador de perspectivas y acciones colectivas. Lo que sucede en un encuentro programado por la Red, ya ha pasado por la reflexión de este líder y de un grupo cercano de colaboradores, que desde sus ideas de compartir y aprender en comunidad, han creado una coreografía y unas condiciones para llevarla a cabo.

El trabajo y el esfuerzo que hay detrás de cada actividad realizada por la RHM es significativo; la planeación, los recursos y los espacios que se gestionan previamente, hacen parte de un trabajo voluntario, creativo y colaborativo, que en respuesta del carisma de este líder encubierto, da como resultado una sinergia y motivación alrededor de lo que se está construyendo en conjunto. Lo expresado no excluye que se presenten tensiones constantes entre sus miembros, pues en algunas ocasiones hay pugnas de poderes e intereses que terminan subordinándose al interés común y al poder de liderazgo que tengan quienes los representen.

El voluntariado le ha permitido al movimiento mantener cierta autonomía. Sin embargo, la reflexión acerca del tema es constante. Sus miembros más críticos son conscientes de que el crecimiento que ha tenido el colectivo los obliga a estar construyendo un manifiesto ideológico que les ayude a no perder el rumbo de lo que se desea, para así evitar ser cooptados por alguna institución pública o privada. La autonomía de la Red es a su vez un objetivo y una práctica. Un camino que se está recorriendo y del que se está aprendiendo en el hacer.

La horizontalidad y la autonomía responden a un sueño más que a una realidad actual. Se trata de la certeza de que es posible crear e inventar otras formas de vivir distintas a las lógicas estatistas. En palabras de Graeber (2011) es el optimismo, como un imperativo moral, el que mueve a este tipo de movimientos junto a la imaginación, como principio político, puesto que es la única vía para empezar a reflexionar en otras lógicas de organización.

De esta manera, la RHM no es un movimiento acabado y exitoso. De hecho, afirmamos que ningún movimiento social de este tipo es un producto terminado. Se trata más bien, como explicó Arturo Guerrero en una charla reflexiva que tuvo con algunos integrantes de la Red, de un Tlacuache. Un animal que debe estar pensando constantemente en tácticas y artimañas que le permita hacerse el muerto ante peligros externos y poder seguir creciendo, viviendo y reproduciéndose en su propio entorno. La idea de desarrollar maneras creativas de resistir a las lógicas actuales y empezar a crear en el camino otras maneras de organización.

Una reflexión final

Más allá de definir unas características específicas de los “nuevos” movimientos sociales, la reflexión sobre esta temática debe partir de la idea de que estos son procesos inacabados de continua reflexión y acción. En lugar de idealizarlos como espacios con características que los sobrepasan, la reflexión debe acompañar el activismo social en su proceso de constitución.

La Red de Huerteros de Medellín, es un ejemplo “no exitoso”, inacabado y complejo que demuestra que son posibles otras formas de organización, que aunque parecen desestructuradas, obedecen al proceso de lograr funcionar bajo otras lógicas y a los deseos de sus integrantes por empezar a construir otro mundo. En este proceso, la labor de los teóricos y académicos debe ser intentar anticipar cuáles pueden ser las enormes implicaciones de lo que YA está ocurriendo, y devolver esas ideas a los movimientos sociales no como prescripciones, sino como contribuciones (Graeber, 2011).

Referencias

De Sousa Santos, B. (2001). Los nuevos movimientos sociales. Revista OSAL, septiembre, 177–184.

Florez, J. (2010). Lecturas emergentes. Decolonialidad y subjetividad en las teorías de movimientos sociales. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.

Frazer, N. (2016). Las contradicciones del capital y los cuidados. New Left Review, (100), 111–132.

Graeber, D. (2011). Fragmentos de antropología anarquista. Barcelona: Virus.

Gerbaudo, P. (2012). Tweets and the streets: Social Media and Contemporary Activism. Nueva York: Pluto Press.

Roseberry, W. (2014). Antropologías e Historia. Ensayos sobre cultura, historia y economía política. Michoacán: El Colegio de Michoacán.

Scott, J. (2000). Los dominados y el arte de la resistencia. México D. F.: Ediciones ERA.

Sennett, R. (2009). El artesano. Barcelona: Editorial Anagrama.

Zibechi, R. (2015). Descolonizar el pensamiento crítico y las prácticas emancipatorias. Bogotá: Ediciones desde abajo.