ISBN : 978-958-781-326-5
ISBN digital: 978-958-781-327-2

Poderosas ficciones que construyen mundos: ecología de los engaños en las redes sociales

José Cabrera Paz

Máster en Sociedad de la Información y el Conocimiento de la Universitat Oberta de Catalunya. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador y consultor. Profesor Universitario.

cabrerapaz@yahoo.com

Resumen

Este artículo platea una pregunta: ¿con cuánta frecuencia llegan a nuestras redes sociales (RS) historias, noticias, rumores, que parecen tan incuestionables, que sentimos el compromiso emocional de difundirlas al instante en nuestro círculo de contactos? Tienen verosimilitud, congruencia y, sobre todo, un evidente color emocional, pero al cabo de un tiempo, muchos descubren (cuando eso por fortuna sucede) que no son nada más que fabulaciones, simulaciones, mentiras, estafas y ficciones individuales o colectivas. Los políticos, los fans, los personajes públicos, los ciudadanos, las empresas; todos, sin duda, con mayor o menor frecuencia y motivos, engañan o son engañados (Linvingstone, 2007; Ariely, 2013; Harris, 2013). Y lo hacemos en todas las culturas, ya sea para ocultar una transgresión o un error, buscar una ventaja personal, evitar a otros o protegerlos, por cortesía social o simplemente por dar una impresión positiva o puro divertimento (Levine et al., 2016). Y en el espacio fabulador por excelencia de las RS humanas, la mentira y el engaño son una especie extendida de contrato ficcional cotidiano (Drouin et al., 2016).

Como nunca antes en la historia, cada ciudadano, niño, joven y adulto se ve expuesto a una sobreabundancia de información (Nichols, 2017), de sobrecarga cognitiva, en la que, de casi nada, podemos hacer comprobaciones directas (Soloman y Fernbach, 2017). Muchas de estas fabulaciones quedan circulando en el sincretismo de verdades y ficciones de la arena social, y establecen incluso un nuevo género narrativo muy popular, las “leyendas urbanas”, de las cuales se desconoce su origen, pero circulan libremente por el circuito mediático de las RS; así, simulan verdades de toda naturaleza, e inspiran acciones y valoraciones. Nuestro mundo tiene hoy una enorme densidad narrativa; abundan los “cuenta cuentos” (Konnikova, 2017), que desde su espacio de poder cotidiano, cultural o político inventan poderosas historias que nos inspiran positivamente o que nos manipulan aterradoramente (Konnikova, 2017). La facilidad de acceso a la información es, sin duda, un enorme logro democrático y cultural masivo; pero, como muestran los estudios, también ha significado algo sorprendente. Cualquier ciudadano hoy con una mínima información, básica, tomada de cualquier red social o rincón de la web, siente que puede contradecir con seguridad al más experto de los expertos, y construir su propia narrativa experta para circular, ya se trate de la medicina, de la economía, del cambio climático. Como afirma Nichols (2017), esta afortunada sobreabundancia también ha traído de varias maneras la muerte de la experticia. En esta nueva y fabuladora RS planetaria, discernir lo verdadero de lo falso no parece ya tan sencillo como hacer un ejercicio contrafactual. En efecto, la investigación cognitiva al respecto (Skolnick y Goodstein, 2009) muestra que los adultos enfrentados a una historia que mezcla hechos reales y ficticios tienen dificultades significativas para diferenciar los unos de los otros. Y aunque los hechos científicos y matemáticos pueden hasta cierto punto de complejidad conceptual ser más sencillos de contrastar, en una historia en la vida cotidiana no ocurre lo mismo en lo relativo a los comportamientos sociales o informaciones complejas (Skolnick y Goodstein, 2009).

Palabras clave: redes sociales, niños, jóvenes, mentira, engaño, narrativa, ecología mediática.

Vivir un fragmento de verdad en un océano de suposiciones narrativas

Las RS son ubicuas, transversales. La web es el nuevo ecosistema semiótico, la más grande plataforma terrestre simbólica construida por la especie (Roco y Bainbridge, 2013) y la mayor externalización cognitiva de nuestros procesos mentales. Y en ella habita prolijamente la fabulación narrativa. Esto no es nuevo, todo el mundo humano ha sido así, desde por lo menos 200.000 años atrás incluso antes del lenguaje (Hoffecker, 2011). Los seres humanos somos una especie narrativa. Somos historias y vivimos en ellas emocionalmente (Konnikova, 2017). Ese es su poder, la emoción que las atraviesa, nos envuelve y nos inspira, nos detiene o nos propulsa. Para el proceso del humano moderno, la construcción simbólica de su entorno fue crucial para construir la cultura. Y la historia de la capacidad simbólica de la especie es la de sus tecnologías de representación (Hoffecker, 2011). Desde que empezamos a construir la cultura material en las primeras herramientas, hasta la emergencia del lenguaje y la invención de la escritura,o la representación bidimensional y tridimensional, hasta el mundo contemporáneo, todo nuestro entorno ha estado poblado de un universo cada vez más rico de tecnologías y modalidades narrativas que son la configuración dinámica de nuestra cognición interna y externa (Hoffecker, 2011; Malafouris y Renfrew, 2016).

Las empresas colectivas más poderosas y exitosas son hoy las cognitivas, las que representan el mundo, las que lo cuentan, lo explican y lo trasforman y las llamamos ciencia, arte, política, medios. Nuestro conocimiento del mundo es una diversidad de narrativas. Solo, por ejemplo: “Hubo dinosaurios en la tierra, desaparecieron y luego hubo millones de nosotros que imaginaban una tierra plana, con un borde a un abismo de temibles monstruos”; “Se lanzaron naves espaciales con humanos que fueron y regresaron a la luna”; o “La vida era posible en un planeta sin internet”.

Y de todo ello ¿Qué nos consta, qué tenemos que suponer como cierto? ¿Qué fabulamos? ¿Qué ficción construye nuestra mente? Nuestro conocimiento está mediado por este creciente, enorme y difuso sistema de narrativas del mundo. La proporción de lo que podemos comprobar de lo que sabemos es cada vez más precaria y minúscula ((Soloman y Fernbach, 2017). Nuestras comunidades de conocimiento son en realidad, a la vez, y de manera más fundamental, comunidades de ignorancia (Soloman y Fernbach, 2017). Dependemos de lo que los otros, nuestros entornos y todas sus tecnologías cognitivas, nos representan del mundo y nos hacen suponer en él. Cada relato del mundo es siempre parcial, como nuestro saber, “necesariamente incompleto” (Skolnick y Goodstein, 2009). Nosotros somos su completud. Harry Potter, por ejemplo, una de las más conocidas transnarrativas, tiene 7 libros, pero ninguno nos describe si es zurdo o diestro, o cuánto mide, o si cepilla sus dientes. No, en absoluto. A pesar de sus casi 4000 páginas es una historia incompleta de la que no sabemos casi nada, pero de lo cual suponemos casi todo, porque para la cognición humana la fracción de una descripción es suficiente para “suponer el resto”.

Ficcionales y relacionales por naturaleza

Basta una estela de humo para imaginar un incendio en el bosque. El ejercicio inferencial, las estrategias deductivas, la deducción algorítmica, la construcción hipotética y las operaciones probabilísticas son procesamientos típicos de la cognición humana (Reisberg, 2015). Somos imaginadores holísticos: las partes son suficientes para imaginar el todo, para hacer la hipótesis de que existe. Percibimos e interpretamos en paquetes completos. Cada fragmento es la punta de un iceberg y nosotros completamos el iceberg, lo imaginamos como una totalidad. Solo bastan unas cuantas características para suponer que el “todo existe”.

De manera automática completamos el cuadro narrativo, bastan unas señales para que supongamos el personaje completo de una historia y la totalidad de la historia (Skolnick y Goodstein, 2009.). Aun cuando las señales no sean suficientes operamos con el contexto, con nuestra cognición situada y relacional (Feldman Et al., 2010), con nuestra experiencia pasada, con nuestras formas de comprender, de atribuir y representar para “ficcionar” el mapa completo. La cognición humana es relacional y ficcional. El “relato del mundo” no es individual, aunque así lo parezca por nuestro natural sujeto-centrismo. Ni siquiera el relato de quienes somos, es “nuestro”. Cada uno ha construido su sentido de sí mismo en la interacción humana, en su contexto en las categorías de la cognición social con que lo han representado como miembro de una familia, un grupo, un colectivo (Feldman Et. Al, 2010).

Lo relacional genera siempre relatos que son experiencias emocionales. Al respecto las tecnologías contemporáneas solo nos han provisto de nuevos escenarios para lo que más disfrutamos hacer desde tiempos prehistóricos: contarnos con ficciones, imaginarnos y mentirnos (Zunshine, 2012). Del contar a “ficcionar” solo hay un pequeño paso, que es tan corto como el de mentir y engañar. Mentir es construir un mundo ficcional para representar una realidad alterna que parezca verosímil. Los estudios muestran que la mentira y el engaño, más allá de su connotación moral, tienen un sentido social que mantiene estables, e incluso hacen posibles, múltiples dimensiones de nuestras relaciones sociales: en la intimidad, en cotidianidad, en los círculos emocionales de todo nivel y en muchas transacciones sociales con otros (Linvingstone, 2007; Ariely, 2013; Harris, 2013; Drouin, et al. 2016).

La nueva investigación cognitiva arqueológica muestra en el mismo sentido que el éxito de la especie moderna de los humanos tuvo dos aspectos claves: la capacidad para dispersarse y adaptarse a múltiples entornos, y la evolución de la cooperación, de la posibilidad de hacer rentables socialmente el vivir juntos (Hoffecker, 2011). La historia de los últimos 10.000 años, cuando emergen las primeras ciudades, es la de la densidad física y simbólica colectiva: cada vez tendemos a vivir más juntos, más cerca y desarrollamos tecnologías relacionales para hacerlo posible: las tecnologías del contacto (Cabrera, 2009). Las RS sociotécnicas contemporáneas son el espacio cognitivo de mayor complejidad jamás creado. Nunca habíamos tenido tanta información del mundo, ni modelos de vida ni de “ser” de otros.

Por nuestras lógicas narrativas y ficcionales, por los juegos de poder atados a la cooperación, el mundo de las RS está siempre al límite del engaño. En las industrias culturales compramos engaños de ficción (videojuegos, cine, televisión, redes, etc) (Zunshine, 2012) y en el escenario social, los seres humanos rápidamente aprendemos a entrar en relatos y a contarlos, incluso a manipularlos deliberadamente para engañar al otro e imponer nuestros relatos del mundo.

Nuestros niños, jóvenes y adultos sin duda están aprendiendo en este mundo, su mundo, todo el tiempo. Necesitan hacerlo. Y hoy las RS tecnomediadas son uno de los ecosistemas más relevantes del aprendizaje social. El aprendizaje social es esta hibridación de realidad y ficción, relato e imaginación, mentiras y engaños. A escala global la tendencia a fabular con el engaño, a falsear y manipular es hoy una de las dinámicas con más poder y alcance en las prácticas de las redes sociales. En ellas el sistema mediático, los actores sociales (en sus confrontaciones y en sus reivindicaciones), y los actores políticos han cobrado especial relevancia. Con su movilización masiva de relatos que buscan imponer, negociar o manipular el universo simbólico, han hecho del engaño, la información falsa y la confusión un eficaz “kit” emocional que despliegan con frecuencia para buscar su fragmento de poder y posicionamiento en el mundo social.

A modo de conclusión

Desde muchos escenarios sociales quisiéramos tener una ecología narrativa que nos diga cómo hacer y vivir en mejores redes sociales. Pero sin duda esto pasa por comprender a profundidad por qué hacemos lo que hacemos en ellas. Una ecología mediática para la vida de las redes sociales, debe empezar por aquí, por comprender profunda y multidisciplinariamente qué es y por qué mentimos, estafamos y engañamos, y porque lo hacemos todos, y porque es tan difícil incluso darnos cuenta que lo hacemos (Ariely, 2013; Drouin, 2016). Si queremos RS pensadas para niños y jóvenes, y para cualquier adulto, para la sociedad toda, deberemos enfrentar esta condición “natural” milenaria del vínculo humano. Definir prácticas culturales, normativas sociales, estrategias de política públicas para enfrentar nuestra propia naturaleza fabulatoria no será asunto de un manual, o de una campaña, o de una legislación, o de un sistema informático de control de información falsa. Se requerirán, pero no serán suficientes. Y aquí no podré decir que es suficiente, pero si será necesario imaginar y proponer relatos con un claro poder emocional que hagan de la ética tanto un principio de vivir en redes como una experiencia con capacidad para emocionarnos y desear difundirla, hacerla viral y resistir las mentiras que nos aterran, las que nos ponen en riesgo como sociedad y como sistema planetario. Necesitaremos relatos del valor de la ética que tengan todo lo que triunfa con frecuencia en las redes: que nos emocione, que nos haga inspirar y sentirnos en contacto y con poder de “hacer” un mundo menos ingenuo frente al ubicuo y masivo poder humano de fabular.

Referencias

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