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“Gracias a la voz y la experiencia de Victoria, una enfermera que vivió en una zona de control paramiliar, se narra la manera cómo se fue transformando la salud mental de la comunidad, una vez los violentos pusieron en marcha una estrategia para romper el tejido social. Esta experiencia corrobora que la salud mental es un asunto que se vale de la vida colectiva. Recomponer la salud mental luego de experiencias tan dolorosas, en donde la muerte violenta estuvo presente, solo es posible a través del fortalecimiento de redes de apoyo, del diálogo y la participación.”





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“Desde distintas miradas como la psicología, la ciencia política, la psiquiatría, la neurociencia se construye un concepto de salud mental en el que la vida colectiva, el capital social, las redes de apoyo y la satisfacción de necesidades básicas contribuyen al buen vivir colectivo.

Se presentan algunos resultados de la IV encuesta de salud mental realizada en el 2015, en los que se encontró que el 95% de las personas afirman tener salud mental asociándola a actividades cotidianas como comer, descansar, dormir y en algunos casos con superar momentos difíciles, tener la oportunidad de seguir adelante y sentir paz interior. de lo que se trata es de ir más allá de una noción individual para abordar la salud mental como un asunto colectivo.”





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Gabriel Fernando Oviedo, Psiquiatra de Enlace de la Pontificia Universidad Javeriana, nos cuenta sobre la evaluación del paciente psiquiátrico en los servicios de urgencias.

Se aclara el criterio de selección de pacientes con síntomas de enfermedad psiquiátrica, las consideraciones y terminología correctas, además de ejemplos con casos reales de pacientes y errores que se comenten con frecuencia.

Finalmente se mencionan los diagnósticos, se hacen algunas recomendaciones y se presentan algunas diferencias clínicas entre trastornos psiquiátricos primarios y secundarios.





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Los prejuicios que tenemos sobre las personas (por su origen étnico, cultural, social o por su aspecto físico) inciden en nuestra interacción cotidiana, provocando formas de exclusión o discriminación. Descubrirnos como semejantes y estar abiertos al diálogo ayuda desarmar nuestros. En un mundo en el que cada día estamos más expuestos a pensamientos y formas de vida tan diferentes, abrir los ojos para entender las diferencias nos ayudará a vencer los obstáculos para la convivencia.





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Por: Piedad Bonnett |El Espectador.com

EN COLOMBIA, SÓLO UNA DE CADA DIEZ PERSONAS RECIBE TRATAMIENTO

La escritora Piedad Bonnett hace una reflexión sobre una de las enfermedades que más afectan a las personas jóvenes. La Organización Mundial de la Salud lanzó la campaña “Hablemos de depresión” en 2017.

El solo hecho de saber que la edad de personas afectadas por depresión es cada vez más temprana, debería alarmarnos. Si bien la media indica que es más fácil sufrir un primer episodio depresivo entre los 19 y los 39 años, sabemos que cada vez más los adolescentes, a veces casi niños, pueden sentirse deprimidos. Y no en el sentido coloquial del término, ese que usamos a la ligera para exagerar nuestra tristeza o frustración, sino en su verdadera acepción, la de enfermedad mental que a menudo incapacita a la persona o la puede llevar a la muerte. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 332 millones de personas padecen depresión en el mundo; de ellas, 788.000 mueren, casi todas por suicidio. Se calcula que para el 2020 esta será la enfermedad más frecuente en el mundo, superando las cifras de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.

Que la depresión es una enfermedad hay que reafirmarlo, porque uno de los problemas que explican por qué el porcentaje de pacientes que recibe tratamiento es bajísimo (en Colombia, una de cada diez personas), es que por tratarse de un trastorno del estado de ánimo se la subvalora y se cree que a punta de voluntad se puede superar. Expresiones como “Debes sobreponerte” o “Pero si lo tienes todo” equivalen en esas circunstancias a aumentar el martirio de quien la padece. El mismo enfermo puede tratar de convencerse de que no se trata de una depresión verdadera o, lo que es peor, puede intentar ocultar su mal a los demás por miedo a ser juzgado de débil o de loco, o por temor a perder su trabajo, a afectar una relación, a ser excluido de su grupo social. Porque, como bien escribió Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas, hay enfermedades que cargan, además del sufrimiento que ya les es inherente, con el peso de que son interpretadas como malditas o denigrantes o innombrables. La lepra, la tuberculosis, el cáncer, son algunos de sus ejemplos. A estas, por supuesto, podemos sumar las enfermedades mentales, estigmatizadas desde siempre y temidas por el entorno. La misma Sontag nos dice que hay que dejar de nombrar –u ocultar– ciertas enfermedades como si fueran “un animal de rapiña, perverso e invencible”. La solución, en cambio, está “en rectificar la idea que tienen de ella, desmitificándola”. Y por esto la OMS ha dedicado este año, y especialmente el Día Mundial de la Salud que se celebrará dentro de un mes, para pensar en la depresión cada día que pasa, para destruir el estigma.

El que jamás ha padecido depresión no puede ni siquiera imaginar la intensidad de sus síntomas: falta de interés en la vida, ausencia de apetito, sentimiento de culpa y baja autoestima (“no sirvo para nada”, “soy un fracaso”) ,insomnio, pérdida de peso, ralentización del movimiento, poca resistencia al ruido, aislamiento e ideación suicida. El desarreglo sicológico hace, además, que la persona aumente la conciencia de sí misma y por tanto esté mirando obsesivamente sus sensaciones a fin de determinar si está mejor o peor. Y a eso puede sumarse despertar angustiado en la madrugada, náuseas, sudoración, miedos, porque a menudo la depresión va acompañada de ansiedad. Todo esto se debe, según investigaciones médicas, a que la persona deprimida está produciendo en demasía una sustancia llamada cortisol, es decir, está sufriendo cambios bioquímicos que producen estas consecuencias.

Ahora bien: aunque esto es así, y hay evidencias de que hay factores genéticos que inciden en la depresión, esta incidencia no parece ser superior al 16 %. En cambio, hay unos elementos desencadenantes que tienen que ver con el entorno o con conductas aprendidas, con falencias adaptativas. De la historia personal de los pacientes debe ocuparse el médico especialista. Pero en cambio, todos estamos obligados a preguntarnos sobre las causas sociales del aumento de la depresión: ¿Qué es lo que nos está pasando? ¿Podemos prevenir los estados depresivos, reflexionar sobre los factores culturales que los desencadenan?

Tres son sus víctimas mayoritarias: los adolescentes, las mujeres, los ancianos. Hasta cierto punto, población vulnerable. En los ancianos, las causas externas son fácilmente identificables: enfermedades, impedimentos, soledad, conciencia de la muerte. También está establecido que en mundos urbanos la enfermedad es infinitamente mayor. Es fácil deducir que en la ciudad el encerramiento es más deprimente y que las distancias, el caos vehicular y las rutinas de trabajo hacen difíciles las visitas cotidianas de los familiares. La vida de los viejos se hace monótona y no hay una noción de futuro que los aliente; aunque vale la pena decir que en las culturas latinas la noción de familia es más fuerte y es más probable que haya alguien que sacrifique su propia vida en favor de los padres o los abuelos.

Las mujeres también somos más proclives a la depresión, que muchas veces tiene origen en cambios hormonales que se dan en el posparto. Pero, como los adolescentes, también podemos ser víctimas de los llamados “estresores”, que no son otra cosa que demandas sociales que no podemos asumir, sobre todo por exceso de tareas y responsabilidades, como en el caso de las madres cabezas de familia. En los jóvenes estos “estresores” son distintos. Por el hecho de estar en plena transformación psíquica y física, su autoestima es más frágil y las demandas del medio, atizadas por la publicidad, cruelmente exigentes: hay que ser bello, popular, tener medios; el “distinto”, infortunadamente, debe estar muy bien armado para soportar el rechazo o la discriminación. El matoneo, tan común en las escuelas, puede llevar, como sabemos, a la depresión y al suicidio. También las exigencias extremas de los padres y de los maestros o, lo que es más grave, la autoexigencia, producto del perfeccionismo o de una idea equivocada del éxito, que hace que el más mínimo fracaso conduzca al autocastigo. En ese sentido, fallamos muchas veces como padres y educadores, pues desde la infancia no inducimos a la elasticidad, a la benevolencia con uno mismo, ni preparamos a los muchachos para la resolución de problemas.

Finalmente, habría que hablar de sociedades que condenan a sus jóvenes –y no sólo a ellos– a la desigualdad y a la falta de oportunidades. Un muchacho educado con dificultad económica, en ambientes muchas veces violentos, que tiene el sueño de una formación especializada pero debe rendirse a una realidad que lo condena a un trabajo elemental o, peor aún, al desempleo, puede caer fácilmente en la depresión; y también la mujer que debe soportar diariamente el peso de la violencia masculina, manifiesta a menudo como asfixia económica, o el varón que debe asumir más responsabilidades de las que se siente capaz.

Es claro que la depresión debe ser tratada médicamente, muchas veces con fármacos. Mientras más rápidamente se atienda, más probabilidades hay de salir pronto adelante, pues se supone que la mayoría de los pacientes se recupera entre 6 y 24 meses. Desafortunadamente, el panorama en Colombia es desolador: según la OMS sólo el 38,5 % de los adultos que solicitaron atención en salud mental, la recibieron. Algo que nos pone a pensar, sobre todo ahora que el país se dispone a incorporar un número considerable de exguerrilleros, dispuestos a dejar las armas a cambio de que la sociedad les dé una oportunidad.





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Acompáñenos en la vida buena y la salud mental

A través del tiempo…

La idea de salud mental se construye a lo largo del tiempo y varía según el momento y la cultura, por lo tanto lo que hoy se considera salud mental es  diferente a lo que se pensaba  hace años, a la que vivieron nuestro padres y abuelos.
La salud mental depende de la satisfacción de las necesidades que llamamos básicas (sed, hambre, sueño) pero también son básicas el pensar, amar, jugar para lograr un bienestar emocional.
La empatía es la capacidad de ponernos en los zapatos del otro, porque entendernos es también salud mental.
Síganos, lea y si quiere comparta cómo entiende la salud mental… Al final de la página encontrará el espacio para dejas sus aportes. Nos interesa compartir y conocer experiencias.




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La vida de un árbol, la buena vida de un árbol.
Un árbol tiene raíces tronco y ramas,

crece con las ramificaciones,

unas llevan a otras,

hay raíces en las profundidades,

hay renovación de las hojas,

hay hojas secas y verdes.

La salud de un árbol no está determinada por la ausencia de su follaje

su bienestar puede estar en perder las hojas,

revitalizarse ayuda la producción de frutos.

La vida buena de un árbol representada en su tronco, en este sus marcas, con el pasar de la vida, con sus cicatrices.

Síguenos para encontrar la salud mental en el árbol de la vida buena





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Doctor. BC, Abogado de 76 años.

¿Para usted que significa la vida buena?

Considero que la vida buena es vivir la vida pudiendo hacer lo que a uno le satisface. Por su puesto, dentro de sus limitaciones. Observando con rectitud las reglas de la moral, de las buenas costumbres y respetando de todas maneras el derecho ajeno. Desde que uno pueda hacer en lo personal, lo social, lo familiar, lo que le parece y lo que considera que está bien para mí eso es la vida buena.

¿Se puede tener “vida buena” en el diario vivir? ¿Cuáles son sus características?

No siempre, se tiene en todas las actuaciones y todos los días la “vida buena”, porque en el transcurso del tiempo y de la existencia del ser humano se le están presentando dificultades, problemas tanto familiares como profesionales etc. De manera que toca sortearlos y hay que adelantar todas las actuaciones propias para superar las dificultades que se presentan y en la medida que esto se logre la vida buena va subiendo.





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Por: CAROLINA GARCÍA | El País

La depresión posparto es la enfermedad mental materna más frecuente y afecta a la relación con el bebé. Se estima que la padecen un 15% de las madres recientes

Una de cada cinco nuevas madres presenta, en muchos países, algún tipo de trastorno perinatal o de ansiedad. Enfermedades que no se suelen evaluar ni tratar y que tienen consecuencias a largo plazo importantes para la mujer y el recién nacido. Entre las psicopatologías que afectan a las nuevas madres en este periodo destaca, por su frecuencia, la depresión posparto, cuyos síntomas pueden comenzar en el embarazo y suelen estar presentes hasta un año después del nacimiento del pequeño. Estos trastornos pueden afectar a cualquier mujer sin importar su educación, cultura o raza.

La depresión posparto es la enfermedad materna más común en el año que sigue al parto y tiene síntomas específicos precisamente por su efecto en el bebé, ya que suele alterar la capacidad maternal de responder amorosamente al nuevo hijo. Se estima que la padecen un 15% de las madres recientes, aunque en la mayoría de los casos no se llega a diagnosticar. Se le suele llamar “la depresión sonriente, precisamente, porque muchas madres consiguen esconder su sufrimiento por miedo a ser tachadas de malas madres”, explica Ibone Olza, psiquiatra infantil y perinatal, profesora asociada en la Universidad de Alcalá y directora del programa de formación en salud mental perinatal Terra Mater.

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Es la incapacidad de disfrutar, especialmente con el bebé, el sentimiento de culpa y arrepentimiento por haberlo tenido, la pena constante por el hijo. Cosas como pensar “pobre hijo mío que le tocó esta madre que no le quiere como debería”, o incluso “estaría mejor sin mí”, explica Olza. “La alteración del sueño, el no dormir ni siquiera cuando duerme el bebé porque no pueden dejar de escuchar cada ruidito que el bebé hace al respirar…El agotamiento profundo, las ganas de llorar, el mal humor. En los casos más graves, se llega a fantasear con hacer daño al bebé, hay pensamientos intrusivos, y también hay madres que no pueden acercarse a la ventana ni bañar al bebé solas porque temen tirarlo por la ventana o ahogarlo. Sufren muchísimo y lo peor es que muchas no se atreven a contar a nadie el infierno que están viviendo en su cabeza”, prosigue la experta.

“Hay que ayudar a las futuras madres y a sus bebés”, está es la premisa con la que parte la campaña del Día Mundial de la Salud Mental Materna que se celebra este miércoles 3 de mayo y que pretende llamar la atención con un mensaje claro: La salud mental materna de las mujeres importa (#maternalmhmatters). “Padecer un trastorno psicológico no es un crimen”, algo en lo que quieren incidir los promotores de esta jornada que instan a informar de los recursos con los que cuenta la mujer para salir adelante y superarlo.

“El estado psíquico de la madre afecta enormemente al bebé desde la gestación. Si sufre ansiedad, estrés o depresión el embarazo se complica, puede producirse un parto prematuro, hemorragias, infecciones… Además, su estado de ánimo afecta, de diversas maneras, al desarrollo cerebral de su bebé, condicionándola, incluso a muy largo plazo”, explica Olza. “¡El estrés en el embarazo puede ser casi tan tóxico como el tabaco!”, recalca la experta. “Y el efecto continúa en el posparto”. “Si la madre no está bien, si no se detecta su sufrimiento y no se le ayuda o se trata, además de al bebé, se verá afectada también la relación de pareja y la crianza de los otros hijos”, añade.

Para la experta, para conseguir que la mujer se sienta apoyada, es importante que la atención durante el embarazo no se centre solo en lo físico. Olza opina que los obstetras y las matronas deben saber detectar en las madres que padecen sufrimiento psíquico y “deben atender a la parte más emocional y preguntar en las consultas: ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿cómo está tu pareja?”. “Y cuando haya síntomas de una posible psicopatología, cuando haya sufrimiento, se debe derivar a la mujer a profesionales de salud mental perinatal y que estos participen en los equipos de atención al embarazo y posparto. La mayoría de estos trastornos son tratables, pero si no se hace nada se suelen cronificar, durar años y afectar profundamente al desarrollo del bebé”, argumenta la psiquiatra.

Pocos recursos en España para tratar la salud mental materna

Los recursos en nuestro país para atender a estas mujeres son muy escasos. “Apenas hay psicólogos en los equipos obstétricos o de neonatología. Es una carencia tremenda y dramática. Las familias a veces transitan situaciones durísimas, como la muerte gestacional (muerte del bebé en el útero o en el parto), sin apenas atención o apoyo psicológico. Esta carencia también afecta a los profesionales, que a menudo tienen que atender situaciones muy complejas de gestantes con trastornos mentales sin recursos especializados. No tenemos apenas unidades ni programas de psiquiatría perinatal ni existen las llamadas Unidades Madre-bebé donde ingresar de forma conjunta a las madres que requieren un ingreso psiquiátrico en el posparto, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos. Es urgente que se incorporen psicólogos perinatales a los equipos de atención al embarazo y posparto, así como a los servicios de neonatología”, dice tajante Olza.

Para la experta, si no se trata a la madre, su salud física empeorará, el embarazo se podría complicar y aumentaría la posibilidad de que el futuro niño sea prematuro. Sin mencionar, siempre según la experta, que se podrían tener  “dificultades con la lactancia, en la pareja, separaciones y divorcios”. “La crianza”, prosigue, “se iniciaría de la peor manera y provocaría que los hijos a su vez pudieran padecer alguna psicopatología a lo largo de la infancia y adolescencia”. “Un drama que se transmite de una generación a otra y que puede derivar en maltrato y violencia… Sin embargo, con la detección y tratamiento en el periodo perinatal se puede romper esa transmisión intergeneracional. Es el momento preciso para las intervenciones psicoterapéuticas, el impacto de un buen tratamiento cambia la evolución de toda la familia para bien”, añade.

La falta de información sobre la depresión posparto niega a la mujer estrategias para afrontarla. “Conocer esto es clave para formar a los profesionales sanitarios. Sabemos que las madres con depresión posparto no suelen ir al médico o al psiquiatra. Por el contrario, acuden a urgencias de pediatría a menudo porque el bebé no para de llorar o a la farmacia a comprar lo que sea porque están muy preocupadas por la salud de su retoño. “Creo que nos corresponde a toda la sociedad ayudar a las madres en el posparto, no dejarlas tan solas, facilitarles la vida y desestigmatizar la depresión”, agrega Olza.

Cuando se detecta, según la experta, el tratamiento consiste en diversos puntos

  1. Lo primero es la psicoeducación: entender qué es la depresión, que afecta a todo tipo de madres. Que ellas no tienen la culpa de estar mal y es importante que sepan que se van a curar y que van a poder disfrutar de su bebé.
  2. En el tratamiento hay que incluir al bebé y, si se puede, al padre o pareja. Buscar la manera de que la madre esté acompañada, favorecer que pueda descansar y que se relacione con otras madres.
  3. El ejercicio físico moderado tiene un efecto antidepresivo, aunque en algunos casos va a ser necesario el uso de fármacos.
  4. La psicoterapia es imprescindible: un espacio de escucha donde poder elaborar su nueva identidad como madre y aprender a relacionarse con el bebé de una manera más saludable.

Hay que recordar que, “si no se trata la depresión posparto, afecta mucho a la interacción con el bebé, así que este podría sufrir, por ejemplo un retraso en la adquisición del lenguaje o psicomotor por falta de estimulación. En los casos más graves hay riesgo de suicidio e incluso de infanticidio”, explica Olza. “Sin tratamiento, muchas madres siguen deprimidas meses o años. Son mujeres malhumoradas, con aumento de peso, que no disfrutan de sus hijos ni de su vida. Por eso es importantísimo prevenir, detectar y tratar”, termina la experta.





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Por: Salud  | El Tiempo

Informe de la Organización Mundial de la Salud dice que el 4,7 % de los colombianos sufren este mal.

Un nuevo informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la depresión, un mal que afecta al 4,4 por ciento de la población del planeta, ubica a Colombia por encima del promedio mundial, lo que genera preocupación entre las autoridades en este tema.

Según la OMS, este trastorno mental afecta al 4,7 por ciento de los colombianos, un porcentaje que, según algunos estudios desarrollados en el país, podría llegar hasta los 19 puntos.

Aunque la investigación no profundiza en los resultados puntuales sobre el país –se trata de un informe global basado en cifras del 2015–, sí permite contrastar cómo estamos respecto al resto del mundo, donde unas 322 millones de personas viven con depresión, entre quienes las mujeres, los jóvenes y los ancianos son los más propensos.

En el contexto regional, a Colombia no le fue tan mal en el informe de la OMS. En América Latina, Brasil es el país con mayor prevalencia de depresión, con 5,8 por ciento, seguido de Cuba (5,5) y Paraguay (5,2). Chile y Uruguay tienen el 5 por ciento;Perú, 4,8, mientras que Argentina, Costa Rica y República Dominicana muestran, igual que Colombia, un 4,7 por ciento.

(Además: Asolearse, la nueva terapia contra la depresión)

La depresión, conocida también como trastorno depresivo mayor o depresión unipolar, es una enfermedad mental capaz de causar numerosos síntomas psicológicos y físicos. Su síntoma más conocido es una tristeza profunda y prolongada.

El documento de la OMS, revelado en Ginebra (Suiza), también estableció que la depresión es 1,5 veces más común entre las mujeres que en los hombres. Y tres grupos de edad son particularmente vulnerables: jóvenes, mujeres embarazadas y en estado de posparto –a un 15 por ciento se le diagnosticaría depresión en el futuro– y los ancianos, especialmente los jubilados.

(Además: La depresión, un grave problema de salud pública)

De hecho, el Estudio Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (Sabe 2015), revelado por el Ministerio de Salud el año pasado, confirmó que cuatro de cada 10 personas mayores de 60 años habían tenido algún síntoma depresivo, fundamentalmente por falta de recursos económicos.

El documento de la OMS evidenció también que la depresión no deja de expandirse. En la última década, del 2005 al 2015 aumentó en 18,4 por ciento su alcance, y, según Dinesh Bhugra, presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría –que representa a más de 200.000 profesionales de esta disciplina–, para el 2020 esta enfermedad será la más frecuente en el mundo, por encima de las cardiovasculares y el cáncer.

(Lea también: Los alimentos que pueden ayudar a prevenir la depresión)

Al año, apunta el informe, la depresión cobra la vida de 788.000 personas, sobre todo por suicidio. Y si bien la propia OMS recalca que hay tratamientos eficaces para combatirla, reconoce que más de la mitad de los afectados en el mundo (y más del 90 por ciento en muchos países) no los reciben.

El documento de la OMS también resaltó los obstáculos para acceder a los tratamientos. Entre otros, la falta de recursos y de personal médico capacitado, la estigmatización que tienen los trastornos mentales y una evaluación clínica inexacta o errónea.

La estadística en Colombia respalda la afirmación de la OMS. La Asociación Colombiana de Psiquiatría indica que solo uno de cada 10 colombianos con depresión recibe tratamiento adecuado, y la más reciente Encuesta Nacional de Salud Mental (2015) señala que solo el 38,5 por ciento de los adultos entre 18 y 44 años que solicitaron algún tipo de atención en salud mental la recibieron.

(Además: Las claves de la ciencia de la felicidad)

Las pérdidas no son solo en vidas. Económicamente, por motivos como la caída en la productividad, la apatía o la falta de energía, cuesta mundialmente más de 1 billón de dólares, calculó la OMS. “La depresión es lo que contribuye en mayor parte a años vividos con discapacidad. Por lo que es una causa principal de discapacidad en el mundo actualmente”, dijo el médico Dan Chisholm, del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS.

‘Tenemos política de salud mental’: Gobierno

Nubia Bautista, coordinadora del grupo de gestión integrada para la salud mental del Ministerio de Salud, asegura que desde hace casi 20 años el país cuenta con una política de salud mental.

¿El país tiene una política de salud mental?

Sí. Desde 1998, Colombia cuenta con una política de salud mental que se ha venido ajustando, según lo establecido en la Política de Atención Integral en Salud (Pais) y los resultados de la Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015.

En este momento se está preparando un documento Conpes sobre el particular, que tiene cuatro ejes: promoción de la salud mental y la convivencia social; prevención y atención integral de los problemas y trastornos mentales; prevención y atención integral de los trastornos asociados al consumo de sustancias psicoactivas, y atención psicosocial a poblaciones vulnerables.

Y frente al posconflicto...

Tenemos un nuevo enfoque enmarcado en las necesidades del posconflicto, es decir, hace énfasis en la convivencia, la construcción de paz y la atención a víctimas de la violencia y poblaciones vulnerables.

¿Cuáles son las dificultades de atención de los pacientes?

La principal dificultad se deriva del hecho de que la salud mental apenas ingresó al Plan de Beneficios en Salud en 2011. Aunque la consulta externa ha aumentado un 65 por ciento desde entonces, aún hay insuficiente formación al respecto en los niveles primarios de atención. Eso dificulta el diagnóstico y la atención oportuna.

¿Cómo afrontan esta situación?

Cada día hay mayor conciencia de que los problemas de violencia son del ámbito de la salud mental y requieren atención. Por otra parte, el posconflicto ha generado mayor sensibilidad sobre la necesidad de afrontar problemáticas complejas relacionadas con la salud mental, la convivencia pacífica, la inclusión social, los riesgos de reactivación de nuevas formas de violencia y la construcción de una paz duradera desde los contextos locales.