ISBN : 978-958-781-555-9
ISBN digital: 978-958-781-556-6

Conferencias

Poéticas del desolvido1

Germán Ortegón Pérez2

Resumen

En este artículo se reflexiona sobre la práctica de fotografiar los objetos que se han convertido en los nuevos narradores de historias, de relatos no contados; testimonios olvidados por los periodistas, por los conflictólogos o por los científicos sociales que prometieron desempolvar los hechos y las huellas que la guerra interna dejó en Colombia o en el norte de África. En cada obra fotográfica de las series realizadas en Colombia o en la excolonia española de Sáhara Occidental: “Lo que fuimos”, “Después de la guerra”, “Memorias de arena” e “Hijos de la nube”, la propuesta es hablar de un intercambio de miradas que permita la visibilización de lo invisible.

En cada fotografía viven piezas que fueron fundamentales en la vida cotidiana de sus dueños, y muchas de ellas quedaron abandonadas por motivos de fuerza mayor o con el deseo de volver para recuperarlas. Desde una estética bizarra que pone la mirada en la vida cotidiana y hasta en lo trivial, pero que busca la mejor composición, apoyado en la luz natural de los lugares donde los he encontrado, busco devolver los objetos a la vida para que nos narren aquello que sus dueños no pudieron contarnos con sus palabras o con algún testimonio escrito.

I

Desde el primer momento en que William Henry Fox Talbot fijó de forma estable en un negativo directo la ventana de su casa, en 1835, es un objeto el que determina la historia de la fotografía, como lo evoca Llorenç Raich en su obra Poética fotográfica (2017).

Son esos objetos y sus imágenes las que siempre he perseguido, tanto desde lo físico como desde el texto escrito en prensa, cuando luchaba por ser exacto al describirlos con todas sus formas y cualidades, invitado por la objetividad periodística que me obsesionaba. Así lo intentaba con la fotografía desde los 13 años, cuando empecé a disparar de manera inconsciente una Olimpus duplicadora que mi madre había traído a casa.

La pregunta sobre lo que dicen las imágenes siempre la he tenido presente desde el mundo audiovisual, donde tomo consciencia y analizo la responsabilidad de lo relatado en los programas de crónicas y reportajes que emitimos en Agenda CMI durante 15 años. Aquí, a través de una cámara subjetiva que narraba lo no evidente, pretendíamos devolverle la esperanza a una población desprotegida que vivía los estragos de la guerra, y que veía en los medios de comunicación una alternativa para ser escuchados y de pronto defendidos de los actores de violencia del país. Algunas veces se logró romper el silencio, otras no.

Siempre quise hacer fotografías que dijeran algo, que superaran la inmediatez de la selfi y la trivialidad, que estuvieran por encima de lo chévere y lo bonito. Siempre he querido dejar el alma en cada obturación y rescatar de cada uno de mis objetos-fotografía los gestos de humanidad que sobreviven en ellos.

II

Muchos creen que las imágenes —fotografía o video— están finalizadas, y no consideran en ningún momento que son organismos que tienen vida propia, que narran cosas no evidentes y que en algunos casos poseen deseos. Esta observación ha estado presente en mi vida desde cuando los objetos me llamaban la atención, y buscaba todas las maneras posibles de llevarlos a casa para que ocuparan un lugar en ella y, desde allí, empezar un nuevo diálogo, no solo conmigo, sino con los visitantes. ¿De quién son?, ¿por qué fueron abandonados?, ¿qué papel ocupaban en el hogar?, ¿por qué los trajiste? Esas preguntas sobre los objetos-imágenes nunca tuvieron respuestas únicas y animaban la imaginación de los presentes en casa. Las conversaciones con los objetos-fotografía nunca se detenían, y se entablaban diálogos desde la filosofía, la historia, la violencia, la política, entre otros.

La analogía que W. J. T. Mitchell establece entre las imágenes y un organismo vivo va más allá de la relación figurada. Al terminar el peregrinaje para ver las imágenes de la caverna de Altamira, la imagen que se dice es la más antigua creada por el hombre hace que recreemos en nuestra mente todos los sucesos que allí se narran. Así mismo, las cacerías de lobos pintadas en piedra en Sáhara Occidental, los indígenas deambulando en las paredes del valle de fuego en Nevada, Estados Unidos; las imágenes esculpidas en piedra en Yucatán, México, y las esculturas de San Agustín, Colombia, hacen que en nuestra interacción con esas figuras todos los relatos tomen vida a partir de lo leído, de nuestro imaginario y de nuestra historia personal.

Las imágenes pintadas de rojo que encontré en las cavernas de Sáhara Occidental, donde la cacería ya no era lo más importante, sino la representación de la danza de una mujer en el centro de un círculo de niños (figura 1), transformó mi imaginario sobre una comunidad existente 16 000 años atrás. Esas primeras líneas pueden ser el origen de la pintura saharaui. Creo haber logrado desde mi obra fotográfica que la bailarina saliera de la cueva para moverse en el papel y contarnos qué eran esos movimientos y para qué servían. Plasticidad, sincronización, música, estéticas, eros y armonía en una sola imagen. Eso veo yo, ¿qué verán ustedes?


Figura 1. Danzante

Fuente: Germán Ortegón Pérez.

Ya desde la semiología se nos había dicho que las imágenes eran símbolos que establecen una relación de identidad con la realidad y que se rozan con los sentidos. Y desde allí es que establezco esa relación, no solo desde el video, sino desde la fotografía, cuando pretendo narrar a modo de historiador en las crónicas y de foto-arqueología de la memoria con la instantánea de los objetos.

Cada día quiero indagar más sobre lo que narran los objetos-imágenes que me llaman como fetiches (figura 2), porque en algunos casos tuve conversaciones con ellos, ya que sentía su llamado y desde aquí les daba una personalidad casi siempre subjetiva, y en otros momentos algunos de ellos tomaron vida propia. Esas imágenes congeladas en el retrato ya tienen la huella de su dueño y cargan con el abandono del cual fueron víctimas. Siempre respeté el lugar donde encontré el objeto, y me propuse darle belleza desde el encuadre y la luz natural de cada espacio para resaltar esa estética no convencional, al enaltecer su presencia y confrontar a los espectadores cuando los indagan desde la memoria individual o colectiva, lo que logra afectar, en algunos casos, sus emociones y su comportamiento.

Carlos Arturo Gallego, curador de la serie “Memorias de arena” (2017, p. 2), (figura 3), dice:

En cada fotografía hay una historia narrada a la manera del ojo que la mira, a partir de sí mismo y sus grados de inmersión en contextos de dolor. Puede verse un dolor no sanado, una angustia más allá de las lágrimas y también un homenaje a los objetos que fueron algo y ahora intentan migrar como testimonios: Candido Portri o el Guernica.


Figura 2. Vírgen

Fuente: Germán Ortegón Pérez.

Figura 3. Cuscus

Fuente: Germán Ortegón Pérez.

En “Memorias de arena” quise rendirles un homenaje a los hombres, mujeres y niños que luchan por recobrar la tierra que les fue arrebatada. Y fue a partir de los objetos encontrados —que como lobos del desierto brotan de las arenas— que busqué narrar a hurtadillas el horror de la guerra.

Por otro lado, el curador de la serie “Lo que fuimos” (figura 4), Emilio Tarazona, expresa:

Construir con palabras, sin desdeñar los datos, el vínculo necesario entre aquellos objetos que quedaron al margen de la historia, es también hacer énfasis en el diálogo: la articulación entre los objetos y las personas, ausentes o presentes, que se suponen disgregadas o autónomas. Es convertir la dicha y la catástrofe, aparentemente ajenas, en un relato propio e interpersonal. (2016, p. 4)


Figura 4. Lo que fuimos

Fuente: Germán Ortegón Pérez.

III

En “Lo que fuimos” quise ver la belleza detrás de la tragedia para sensibilizar a una sociedad apática frente a la hecatombe que vive Colombia. Pero esa estética bizarra también causa dolor en los jóvenes que viven lejanos de estas realidades, y lágrimas en aquellos que en algún momento dejaron sus cosas en el campo o la ciudad. La belleza detrás del dolor. “Lo que fuimos”, “Después de la guerra”, “Memorias de arena” e “Hijos de la nube” relatan múltiples temporalidades y son reflejo histórico de algo no narrado.

Como lo expresé al inicio, los objetos viejos y abandonados siempre me han acompañado y con cada uno de ellos busco dejar memoria a modo de arqueólogo, ya no restaurándolos, sino rescatándolos desde la imagen para que puedan ser vividos por los espectadores, y para que estos les den una nueva vida a los objetos a partir de su historia personal o para que den respuestas a preguntas clave: ¿cómo fueron?, ¿cómo vivieron? o ¿a quién pertenecieron?

Y yo creo que mi búsqueda está por el sendero de encontrar en los objetos la conciencia, el amor y el deseo, no solo el mío, sino el del anterior dueño. Y esto lo planteo ya que la obra fotográfica pretende cambiar de lugar con el espectador, traspasarlo, tocarlo, incomodarlo y a la vez convertirlo en una imagen paralizada al detectar el objeto, jugar entre el observador y lo observado.

Para W. J. T. Mitchell, el objeto ha estado presente en las representaciones artísticas y nos ha hablado de costumbres y culturas, al evocar imágenes, sugerir ideas y establecer relaciones entre conceptos. El investigador menciona la importancia del objeto-documento, aquel que ayuda a reconstruir un pasado más o menos lejano; pero la contemplación de los objetos es crucial, pues nos abre otras puertas. Y agrega que una de ellas es la del valor simbólico que otorgamos a las cosas y que nos permite realizar múltiples lecturas sobre un mismo elemento, desde la poética a la creativa (Mitchell, 2017).

Cada objeto-imagen-fotografía retorna a la vida desde el momento en que me seduce para ser suspendida en la obra, con el fin de iniciar un diálogo entre sujeto y objeto desde el abandono del objeto a la sonoridad visual cuando logro desvelar su silencio interior. Esa vida renace desde el lenguaje fotográfico impreso en el papel, en el que se reinicia otro diálogo con los espectadores, esta vez desde la estética.

Para tratar de explicar el anterior concepto, tomo las ideas del profesor Mitchell cuando plantea que“todo el mundo sabe que la fotografía de su madre no está viva, pero aún así van a ser reacios a desfigurarla o destruirla”. Y agrega:

No hay persona moderna, racional o secular que piense que las imágenes deban ser tratadas como personas, aunque siempre parece que estamos dispuestos a hacer excepciones en casos especiales. Y esta actitud no se limita a valiosas obras de arte o imágenes que tienen significado personal. Cada publicista sabe que algunas imágenes, por utilizar la jerga comercial, “tienen piernas”; es decir, que parecen tener una capacidad sorprendente para generar nuevas direcciones y giros en una campaña publicitaria, como si tuvieran en sí mismas inteligencia e intencionalidad. (Mitchell, 2017, p. 57)

Esta premisa puede verse cada vez que el espectador se enfrenta a los objetos-imágenes-fotografía de manera física o digital, ya que cada objeto inicia una travesía por la historia personal del visitante y se convierte en parte de la leyenda y de los sentimientos de su nuevo dueño momentáneo. En algunos casos, estos sujetos son apresados por los objetos, y son paralizados y conmovidos a tal punto que algunos encuentran hogar para reiniciar la vida y desde allí reescribir una nueva historia. Estos espectadores han abrazado las imágenes con los ojos, la boca y el corazón. Sobre la experiencia de la interacción, J. W. T. Mitchell expresa:

En este desplazamiento estratégico es crucial no confundir el deseo de la imagen con los deseos del artista, el espectador, o incluso el de las figuras en la imagen. Lo que quieren las imágenes no es lo mismo que el mensaje que comunican o el efecto que producen; ni siquiera es lo mismo que dicen querer. Como las personas, las imágenes no saben lo que quieren; tienen que ser ayudadas a recordarlo a través del diálogo con otros. (2017, p. 73)

Agrega el investigador que el deseo de las imágenes es no ser interpretadas, decodificadas, adoradas, aplastadas, expuestas, desmitificadas o bien fascinar a sus espectadores. Ellas ni siquiera pueden desear que se les conceda subjetividad o personalidad por sus bienintencionados comentaristas, quienes piensan que la humanidad es el mayor cumplido con el que podrían pagar a las imágenes. Los deseos de las imágenes, sostiene W. J. T. Mitchell, pueden ser inhumanos o no humanos, modelados por figuras de animales, máquinas o incluso por imágenes más básicas.

Para mí, los objetos siempre están hablando, pero como dicen los sabios de la Sierra Nevada de Santa Marta, nosotros olvidamos el lenguaje de las cosas o muchas veces hacemos oídos sordos. Los objetos han narrado el contexto desde la prehistoria; el ser humano se ha abrazado a todo tipo de objetos solo por el hecho de haberlos creado.

Todos los objetos abandonados que encuentro están marcados por el deseo, los estigmas y la estética de su dueño, y al ser enaltecidos desde la fotografía, lo que pretendo es que interactuen con el observador atraído, quien indaga en su ser por aquello desde donde le habla y le conmueve la imagen artística.

Mitchell nos recuerda que a lo largo de los tiempos estos objetos se han ido perfeccionando, y su presencia ayuda a definir y explicar la evolución técnica, social y cultural de cada periodo. Agrega que la pintura no deja de ser un reflejo de cada momento y nos ha dejado constancia de los objetos que han creado las generaciones pasadas; así, se han convertido en un documento imprescindible para su interpretación. El mundo objetual representado acompaña todas las temáticas pictórica, religiosa, mitológica o histórica, pero fue a finales del siglo XVI cuando el objeto se convirtió en el único protagonista de la pintura, gracias al nacimiento del género de la naturaleza muerta (Mitchell, 2017).

Y creo que es a través del alma de las cosas, cuando me conecto con la cámara, que estoy buscando devolver a la vida todo aquello que creemos muerto. Cada vez que estos objetos están expuestos en una sala casera o de museo reviven con un nuevo traje, un nuevo sueño y algunos hasta descubren de nuevo su belleza. David duChemin, en el Alma de la cámara (2018), nos plantea:

[…] la cámara por sí sola es una maravilla, pero en manos del poeta, el narrador, el buscador del cambio o el artista frustrado, puede crear algo vivo que toque nuestra sensibilidad”. “Las mejores fotografías son aquellas en las que el fotógrafo vio algo que el resto de nosotros pasamos por alto a simple vista, y que para hacer este tipo de fotografías hay que estar presente, con una mente abierta y ver el mundo de una manera única. (2017, p. 09)

Y recurro a la fotografía para dejar huella, por que es a través de ella que puedo plantear indicios, informar, crear metáforas, revelar acciones, testimoniar y narrar todo aquello que habita detrás de los objetos. Esos objetos que he encontrado durante los últimos 25 años viven en mis obras fotográficas. Algunos de ellos son importantes por razones que van más allá de su funcionalidad, de sus características físicas o de su valor histórico. Se dice que un objeto tiene valor simbólico cuando guarda una segunda o más lecturas; es decir, un mensaje que va más allá de su simple identificación y uso tradicional.

Mi pretención es entablar todo tipo de conversaciones, algunas ritualistas, entre los visitantes, los observadores y las obras fotográficas, para que descubramos entre todos los gestos más profundos de humanidad que sobreviven en los objetos.

Y, para terminar, quiero compartir apartes de un poema de José Asunción Silva. Con el fin de continuar con otras manifestaciones del arte donde se refleja lo simbólico de los objetos:

Las cosas viejas, tristes, desteñidas,

sin voz y sin color, saben secretos

de las épocas muertas, de las vidas

que ya nadie conserva en la memoria,

y a veces a los hombres, cuando inquietos

las miran y las palpan, con extrañas

voces de agonizante dicen, paso,

casi al oído, alguna rara historia

que tiene oscuridad de telarañas,

son de laúd, y suavidad de raso.

(Ronda, 1889)

Referencias

DuChemin, D. (2017). El alma de la cámara. El rol del fotógrafo en la creación de imágenes. Madrid: Ediciones Anaya multimedia.

Gallego, C. A. (2017). Memorias de arena. Bogotá: Mimeo.

Llorenç, R. M. (2017). Poética fotográfica. 3.ª Ed. Madrid: Casimiro libros.

Mitchell, W. J. (2017). ¿Qué quieren las imágenes? Bilbao: Sans Solei Ediciones.

Silva, J. A. (1889). Ronda. Santafe de Bogotá.

Tarazona, E. (2016). Lo que fuimos. Bogotá: Razón Pública.


1 Las fotografías que se mencionan en este texto se encuentran alojadas en la página https://www.germanortegon.com/

2 Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana, en la Facultad de Comunicación y Lenguaje. ortegong@javeriana.edu.co