Este texto se publicó originalmente en la edición 56 de Pesquisa Javeriana bajo el título de “Ser médico nasa: el compromiso con toda una comunidad”.
En la cultura indígena nasa, la tulpa es el fogón, el lugar de encuentro con la sabiduría ancestral, donde el indígena y su familia comparten experiencias, alimentos, consejos de los mayores a los hijos y, por esa misma vía, toman decisiones importantes para su comunidad.
Justo alrededor de una tulpa en Jambaló, Cauca, una vez terminada su educación secundaria en 2011, Yerson Penagos, un aplicado joven indígena de 18 años, se reunió con sus mayores para decidir su futuro.
“Para la ruralidad es difícil acceder a la educación superior, porque nuestra formación académica no es buena y porque tenemos interiorizado que eso no es para nosotros”, comenta.
Sin embargo, dado el potencial que mostró al ganar varias veces matrículas de honor en secundaria y respondiendo con creces a las expectativas de su mamá, que a los 11 años lo llevó a estudiar a Santander de Quilichao porque la calidad educativa era mejor, la familia decidió que él no sería agricultor, profesor o tecnólogo, como la mayoría de sus pares. “Conversando llegamos a que nuestro territorio necesitaba un médico permanente”.
Con el convencimiento de no solo haber decidido su futuro, sino de asumir una responsabilidad con toda su comunidad, Yerson inició un camino lleno de retos.
El primero, conseguir cupo universitario. “Mis profesores me llevaban a ferias universitarias y así supe de una beca para minorías étnicas que tiene la Javeriana Cali”, recuerda. En el examen del Icfes había ocupado el séptimo puesto a nivel departamental y el decimoprimero en el contexto nacional, y, guiado por sus docentes, empezó a buscar universidades públicas, por las limitaciones económicas de su familia. “Siempre me aparecía la opción de Javeriana, entonces la abrí, me presenté y quedé; pero tenía que resolver cómo pagar. Participé para la beca, que era del 100 %, y la gané”.
El siguiente reto fue la adaptación, pues enfrentó experiencias de discriminación, por su forma de hablar o sus recursos limitados, y una crisis con su formación, cuando hacía sus rotaciones clínicas. “La interculturalidad no hace parte de la formación en salud. Nos cerramos a que el modelo biomédico es lo que debemos implementar y cuando llegan familias indígenas diciendo cosas que van en contra de eso, el argumento es: ‘Usted está mal, haga caso’… Estaba frustrado”.
Con apoyo de la universidad, Yerson se pudo tomar un semestre para volver con su familia. Regresar a la tulpa fue decisivo para retornar a la academia con mayor claridad.
Su misión no termina
“Al volver, la universidad me permitió hacer el primer semestre de la Maestría en Salud Pública en mi último año de pregrado. Fue un espacio de gente que tenía muy presente la importancia de la salud pública en nuestro país. Eso me amplió el panorama, pero sentía que necesitaba ver cómo funcionaba la ruralidad”. Terminó la universidad, en 2017 hizo su servicio social obligatorio en Jambaló y retomó la maestría, entendiendo qué pasaba con la salud en su territorio.
Su proyecto de tesis de maestría se concentró justamente en la sistematización de la experiencia de promotores en salud comunitaria en Jambaló, que, considera, debe formalizarse como programa intercultural, pues resulta clave para mejorar el acceso y la atención en salud, y garantizar el buen vivir (o wët wët fxizenxi, que en lengua nasa yuwe quiere decir ‘vivir sabroso’), desde una visión de diálogo entre el saber ancestral de su comunidad y el conocimiento científico occidental.
Hoy, Yerson es el médico permanente de Jambaló, dicta una cátedra sobre interculturalidad en la Javeriana seccional Cali, y no deja de tener presente su misión: “Bonito estar en esta publicación pues cumple un objetivo de mi proceso de caminar: motivar a los chicos a investigar, a que hagan preguntas. Si puedo generar ejemplo y motivación, me siento más que agradecido… La ruralidad necesita que la vean, que la investiguen, que la entiendan y la transformen”, concluye.