Los territorios hacen parte de lo que son las personas. No obstante, muchas veces esta influencia solo se hace evidente cuando, por alguna razón, se debe trasladar la vida a otro lugar. En ese punto, la migración aparece como una experiencia que confronta al ser humano, que le permite reconocer prácticas y gustos que se conformaron en virtud del territorio del que procede y que, una vez en el exilio, deben ser reconfigurados basándose en los códigos del nuevo territorio. Un proceso que demanda gran capacidad de adaptación, lo cual —por fortuna— parece ser un rasgo constitutivo de la naturaleza humana.
Motivada por la riqueza que encierran estos procesos de deconstrucción y reconstrucción, Flor Edilma Osorio, docente del Departamento de Desarrollo Rural y Regional de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Javeriana, realizó la investigación “Experiencias de ruptura y reconstrucción vital de inmigrantes económicos y refugiados colombianos en Québec, Canadá”. Este estudio modesto, que abarca el decenio comprendido entre 1995 y 2005, es el primer acercamiento al tema de las migraciones internacionales que hace Osorio, quien se ha dedicado a estudiar las migraciones internas, y de modo particular, el desplazamiento forzado.
La experiencia de haber viajado a Francia, en condición de estudiante, generó en Osorio varias preguntas que la impulsaron a investigar sobre esas transformaciones trascendentales que suceden al abandonar un territorio y empezar a apropiar un nuevo espacio. “Estar fuera permite reconocer los miedos propios y nos hace conscientes de cómo miramos y cómo nos miran”, señala la investigadora.
Al entender que un territorio es la “construcción social que articula relaciones sociales con el espacio y que, por lo mismo, supera las fronteras nacionales”, resulta evidente que la experiencia de la migración es un juego de tensiones entre la costumbre —que de repente resulta inoperante— y lo nuevo —que deja de ser extraño para convertirse en propio—.
Basada en esto, la investigación atendió particularmente tres procesos sociales que se presentan de forma simultánea y que abarcan la dinámica de ruptura y reconstrucción que tiene lugar en el proceso de migración: la construcción de la acción colectiva, del territorio y de la identidad.
El estudio señala que, según el censo de 2005, el número de colombianos residentes en el exterior es de 3.331.107, cifra que evidencia la relevancia de los movimientos migratorios de nacionales en los últimos años.
Un equipaje que pesa más de lo que parece
La investigación se centró en el caso de los inmigrantes colombianos en la provincia canadiense de Québec, donde —según el censo del 2001— este grupo ocupó el sexto lugar, aun cuando en el período 2000-2004, en Sherbrooke y Trois Rivières, ciudades de esa misma región, ocupó el primer lugar y en la ciudad de Québec, el segundo.
Sin embargo, la presencia de colombianos en Québec no se traduce en la existencia de redes sociales sólidas. Por el contrario, algunos optan por el anonimato como una estrategia para desprenderse de todo vínculo con el país, así como muchos otros prefieren limitar su círculo social a familiares y amigos que también están radicados en Canadá.
Pero, de acuerdo con el estudio, hay una razón de ‘peso’ que subyace a esta construcción de colectividad tan particular: la historia de más de 40 años de conflicto armado interno con la que carga el país. Osorio señala que este antecedente es el rasgo particular que determina el modo en el que tienen lugar los procesos de construcción de acción colectiva, identidad y territorio de los colombianos en Québec, y por eso advierte que las relaciones entre inmigrantes colombianos están mediadas por “la sensación de desconfianza permanente hacia el otro-otra”.
De este modo, el caso colombiano hace evidente que la construcción de identidad en esa región de Canadá no solo se basa en las rupturas, puesto que las continuidades también juegan un papel definitivo. Por eso el colombiano extrapola en Québec algunos de los prejuicios y estereotipos que se manejan en Colombia, como los relacionados con la clase social y la región de procedencia. De ahí que para el inmigrante resulte importante saber quién era en Colombia el otro: dónde vivía, quién es su familia y cuál es su formación profesional.
“Uno se trastea en la maleta todos los prejuicios y las ignorancias que tiene”, señala Osorio. Paradójicamente, mientras los inmigrantes colombianos se preocupan por establecer este tipo de distinciones incluso entre los refugiados y los que planearon hasta el más mínimo detalle de su traslado a Canadá, para el canadiense todos los colombianos que viven en Québec reciben el mismo rótulo: inmigrantes. No importa si a su arribo a Québec ya había un apartamento amoblado y una escuela para los niños, o si por el contrario, su traslado a Canadá lo sorprendió y llegó únicamente con seis mil pesos en el bolsillo.
El colombiano solo es un inmigrante y en esa medida es objeto de un tipo de discriminación que, aunque sutil, afecta el proceso de reapropiación del territorio, porque “uno nunca piensa que puede ser objeto de exclusión hasta que se enfrenta a ello”, según lo explica Osorio. De ese modo el colombiano se enfrenta a la dificultad de tener que adaptarse a una nueva lengua, unas leyes diferentes y un clima invernal en el que los días resultan ‘largos y tristes’.
En ese contexto, existen algunas expresiones de la capacidad de acción colectiva de estos colombianos, como la participación en grupos culturales y de tipo económico o empresarial, que no son tan frecuentes tal vez porque existen barreras como “las memorias de los miedos y los peligros, que no son gratuitos para nada y que pesan en nuestras vidas y las cargamos con nosotros, a veces sin percibirlo y que estarían limitando la reconstrucción de un tejido social”, anota la investigadora. Razón por la cual tal vez son más habituales las redes microsociales o las fiestas nacionales que aparecen como escenarios para reencontrarse con otros compatriotas y disfrutar de la danza, la música y la comida típica, como un modo de recrear la atmósfera del territorio que se extraña en la distancia. En estas celebraciones los símbolos patrios adquieren mayor valor para los inmigrantes.
Teniendo en cuenta los límites de la investigación y las preguntas que quedan abiertas a partir de este abordaje, Osorio propone en el cierre de su trabajo “avanzar en la realización de contrastes y comparaciones con inmigrantes colombianos en otros países, y con inmigrantes de otros países con situaciones similares a Colombia”. La investigadora considera interesante acercarse a la experiencia de los migrantes africanos, puesto que dicha población comparte con Colombia un contexto de “guerras irregulares y confusas”, que permitirían identificar similitudes con nuestro caso.
De ese modo, Osorio deja abierto un camino para futuras investigaciones que le hagan justicia a esas transformaciones “silenciosas, pero absolutamente profundas” que se producen durante los procesos de desterritorialización y reterritorialización.