A orillas del caño Viloria, en un puerto que alguna vez fuera estación de gasolina, los 30 grados de sensación térmica combinaban con las voces refrescantes de un grupo de niños y niñas que estaban por iniciar una aventura. Cuaderno, morrales, termos y neveras con comida flotaban de mano en mano desde el transporte terrestre hacia el transporte acuático. El ambiente festivo que se sentía podría indicar el inicio de un paseo escolar, pero en realidad era el inicio de una clase, solo que esta vez, el aula era flotante.
Esta clase es un viaje de dos días por La Mojana, una ecorregión estratégica del noroccidente del país y el territorio del semillero de investigación Agroanfibia.
Nacido en la Institución Educativa San Marcos (en el municipio del mismo nombre, en Sucre), Agroanfibia hace posible que un espacio extraescolar se convierta en un laboratorio donde la creatividad toma forma de soluciones para el territorio y potencia habilidades que transforman las trayectorias de sus integrantes. El espacio es fruto del trabajo articulado de docentes, investigadores y habitantes de la región, en la que confluyen los vertimientos de los ríos Cauca, San Jorge y Magdalena, así como un sin-número de ciénagas incluyendo la de Ayapel, San Marcos, Hormiga, San Benito, entre otras.
Una de las experiencias recientes de Agroanfibia es el aula flotante, una canoa de carga de más de 14 metros de largo por 4 de ancho, que se convirtió en aula y reemplazó los productos agrícolas y de construcción por sillas, carteles, cámaras y micrófonos. Todos los tripulantes llevaron su experticia y su experiencia a una conversación flotante en clave de región y de posibilidades.


Una escuela para ejercer la curiosidad
En un territorio donde lo cotidiano depende del agua y sus ciclos para sembrar, pescar o llegar a la escuela, Jairo Castro entendió que enseñar ciencia sin integrar el paisaje era enseñarla incompleta. Con esto en mente, el docente de matemáticas de la Institución Educativa San Marcos dio forma hace siete años al semillero Agroanfibia, un espacio donde investigar fuera un verbo cotidiano que se conectara con los contenidos escolares y con la realidad de su territorio.
Para Castro, lo fundamental es que quienes pasen por el semillero tenga una mirada crítica de lo que ocurre a su alrededor. Por eso Agroanfibia sintetiza las dualidades de la región: por un lado, sembrar y navegar la misma tierra en diferentes momentos del año, y, por otro, comprender que el agua no es enemigo sino identidad.
Entienden que la identidad mojanera se construye entre el agua y la tierra, entre las urgencias y las resistencias. Están inspirados en el “hombre hicotea” descrito por Orlando Fals Borda, una metáfora antropomórfica mitad hombre mitad tortuga hicotea, que el sociólogo colombiano utiliza para representar a los habitantes de La Mojana y San Jorge, que habitan de manera anfibia tanto el agua como la tierra y enfrentan con la entereza de su caparazón las fluctuaciones de su paisaje y los reveses de la vida.
En La Mojana, las embarcaciones fluviales reciben nombres locales como chalupa, canoa o yonson, según su forma, material y el uso de motores fuera de borda.

Una canoa convertida en salón de clases
A mediados de este año el aula tuvo su primera travesía con una tripulación diversa integrada por profesores del semillero, estudiantes curiosos, saberes locales, aliados académicos y el equipo de Pesquisa Javeriana. Zarpamos desde la vereda Calle Nueva, en el caño Viloria, y durante siete horas navegamos por comunidades como Cuiva, Lomas de San Juan y Galindo, hasta anclar en el puerto principal de Sucre (en el departamento de Sucre) en la primera jornada. Al día siguiente partimos hacia Majagual (también en Sucre) donde terminó la experiencia.
El salón de clases se puso en movimiento por la fuerza que ejerce el agua hacia arriba y la propulsión del “yonson”, como llaman al motor a gasolina situado en la popa. Pero lo que ocurrió en el aula tuvo detrás un considerable esfuerzo humano. Antes de encender el “yonson” se tuvo que definir una ruta, pedir permisos familiares, adaptar la canoa, coordinar aliados, integrar actividades científicas, identificar puntos críticos del paisaje, planear paradas, garantizar seguridad y conversar con comunidades locales.
En el aula flotante confluyeron investigadores de distintas áreas del conocimiento de la Pontificia Universidad Javeriana, así como del Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Desde el territorio se sumaron el profesor Henry Huertas y el pescador Farid García, conocedor y dibujante de las aguas de La Mojana. Juntos hicieron posible que esta aula móvil se convirtiera en una experiencia de aprendizaje conectada con las realidades del territorio.
El ingeniero civil y experto en hidrodinámica Jorge Escobar aporta datos sobre las fluctuaciones del agua que sirven a las comunidades para tomar decisiones colectivas.


Una ciénaga como tablero
El aula flotante navegó por los caños que conectan las veredas y nos dejó ver a todos los árboles marcados por las crecientes, las zonas inundadas y la manera como el paisaje y sus habitantes se han transformado. Para el profesor Jairo Castro esto era muy importante: dejarle ver a los niños y niñas del semillero que el agua tiene varios tonos y que esos tonos son indicadores de la salud de la región. Castro explica que, “a los niños en las escuelas les enseñan el agua de color azul, pero en el territorio el color menos presente es ese azul de los libros de texto”, y considera necesario cambiar ese imaginario para poder navegar y “escuchar” a La Mojana.
“Que no sea azul no significa que no sea agua”, Jairo Castro
Los cambios en el color del agua, el aumento de plantas acuáticas que ahogan la ciénaga, matando la fauna que la habita, y de las inundaciones extendidas por más de cuatro años, se deben en gran medida a la ruptura del dique de Caregato. Se trata de un punto crítico en la contención del cauce del río Cauca que desde su colapso ha transformado por completo la manera en que río y ciénaga interactúan.



La Mojana es una batea gigante a donde llega todo, explica Jorge Escobar, profesor del departamento de Ingeniería Civil de la Pontificia Universidad Javeriana. Como el agua se mueve lento o casi no se mueve, todo lo que traen los ríos y caños en sus cauces se acumula en el fondo del terreno deprimido. Cuando la ciénaga ya no puede contener más, el agua busca nuevas direcciones. A la ciénaga llegan también los impactos de la minería y con ello se afectan los ecosistemas que sostiene. Contar con métodos para evaluar el agua, detalla Escobar, permite monitorear la salud de la ciénaga y detectar señales de desequilibrio.
“No sabía que había diferencias entre un río, una ciénaga, y que la ciénaga funciona como un riñón que filtra el agua del río”. Adrián Campos – Agroanfibia
La naturaleza en crisis como contenido de clase
Desde hace más de cinco años, Jorge Escobar viaja regularmente a La Mojana para tomar mediciones de caudal, profundidad, velocidad del agua y su sedimentación. Lo hace con instrumentos portátiles, sensores, ecosondas y herramientas que permiten ver lo que está oculto bajo la superficie. Ese día, mientras el aula avanzaba, Escobar no solo hacía parte de las conversaciones, también realizaba mediciones batimétricas del relieve del fondo del agua. Cada dato recolectado en este y otros muchos trayectos que ha realizado es entregado a las comunidades para apoyar su toma de decisiones.
En las conversaciones con los miembros del semillero y los demás tripulantes, Escobar habló de cómo la velocidad del flujo de agua dicta las normas de la ciénaga y de cómo los sedimentos afectan la vida de los peces y de las personas. El investigador compartió la ciencia tras sus explicaciones y la conectó con la realidad de esa casa anfibia mientras les recordaba a los mojaneros presentes que, “si no son ustedes quienes cuidan este territorio, nadie más lo va a hacer”.
Por su parte, la antropóloga Juana Camacho invitó a los tripulantes del aula a observar el agua más allá de su apariencia, pensar que su color, olor y sabor revelan la salud del ecosistema y no pueden separarse de las plantas, animales y suelos que la rodean. Señaló cómo la minería, la agricultura y las decisiones humanas afectan la región y explicó que los ríos arrastran problemas desde lugares tan lejanos como Bogotá.


En esa misma línea, el biólogo Mario Mora explicó el papel de las plantas acuáticas: fundamentales para el ecosistema, pero problemáticas cuando crecen en exceso por la sobrecarga de nutrientes, como ocurre con el buchón o tarulla en las aguas de La Mojana. Ambas intervenciones reforzaron la idea de que proteger la región requiere una visión ecosistémica, un monitoreo constante y el reconocimiento de la responsabilidad humana en la transformación de este territorio.
El aula flotante también creó un puente con quienes conocen el territorio por experiencia directa. Farid García, guía de la embarcación e ilustrador de historias mojaneras, compartió su experiencia de pescador que ha navegado estos caños durante décadas. Habló del agua como un organismo que hace parte de las vidas de todos y en cuyos cambios se anticipa la migración de los peces, las crecientes y los comportamientos de otros animales.
De la mano del profesor Jairo Castro, el semillero se ha convertido en un espacio de curiosidad al servicio del territorio. El trabajo de Castro, ha sido reconocido recientemente al ser seleccionado entre más de 5000 nominaciones como uno de los 50 finalistas del Global Teacher Prize 2026, un reconocimiento que destaca a docentes con impacto transformador en el mundo.
El semillero Agroanfibia, representado en siete niños y niñas mojaneros, no termina su trabajo en el agua. Los estudiantes seguirán transformando sus experiencias y aprendizajes en acciones que sigan resignificando su región al multiplicar esta experiencia y llegar a más niños, a más escuelas, a más familias. De esta manera, la curiosidad y las ideas no quedan en un cuaderno, sino que circulan como el agua.




