Investigar: ¿para qué?
Por supuesto que para esta pregunta hay muchas respuestas, todas legítimas, pero también parciales e incompletas. Sin embargo, cuando se plantea desde la Universidad, la pregunta adquiere unas características sui generis.
Hay universidades que se entienden a sí mismas como instituciones de educación superior que realizan su misión centradas principalmente en la docencia, y como es de esperar, algunas de ellas lo hacen bien o muy bien, otras regular, y otras definitivamente mal, pues lo que enseñan o bien no está a la altura del desarrollo universal del conocimiento o no obedece a las necesidades de la población a las que está dirigido su esfuerzo.
Otras universidades se entienden a sí mismas –o son clasificadas– como universidades de élite o de investigación. Cuando esta autodefinición es auténtica y sincera –no siempre lo es– lo que se quiere decir es que la institución posee los recursos humanos, financieros y de infraestructura física y de calidad académica para que la docencia se realice a partir de proyectos de investigación que los profesores y los grupos de investigación desarrollan como su actividad principal. Un ejemplo de esto es la llamada “iniciativa de excelencia” del Gobierno alemán, que hacia finales del año 2007 escogió nueve universidades élite a las que les entregó, tras un riguroso proceso de selección, un generoso presupuesto de 1,9 mil millones de euros para el desarrollo de esos proyectos que están llamados a constituirse en punta de lanza de la ciencia a nivel mundial.
Por su parte, otra gran cantidad de universidades, entre las cuales habría que incluir a las mejores universidades públicas y privadas de Colombia, son universidades de docencia que realizan investigación, es decir, que invierten recursos propios y externos para desarrollar proyectos y grupos de investigación que jalonen y estimulen la actividad docente de alta calidad y así también contribuyan al desarrollo social.
En países en donde el número de cupos para la universidad es inferior al número de bachilleres que podrían tener acceso a la educación superior, resulta de particular relevancia social que incluso las universidades que pretenden ser investigativas desarrollen una pertinente y necesaria tarea docente. En el caso de las universidades públicas, porque en un Estado social de derecho ellas son precisamente las llamadas a atender las necesidades educativas de muchos colombianos cuyos ingresos son bastante limitados; en el caso de las universidades privadas, que tienen que financiarse principalmente con los recursos que provienen de las matrículas, porque los padres de familia cancelan el valor de las mismas con el fin de que sus hijos reciban una educación de calidad.
La investigación en las universidades colombianas debe atender, entonces, a una doble finalidad: incrementar los índices de la calidad de la docencia disciplinar y profesional, y producir conocimientos. Lo segundo es garantía de lo primero. La investigación en la universidad no vale la pena si no es de muy alta calidad, y con frecuencia uno se pregunta si mucho de lo que se presenta como investigación universitaria en realidad no es más que laudables actividades de actualización o, como suelen decir los estudiantes, ponerse al día. La investigación que se lleva a cabo en la universidad debe proponerse mover las fronteras del conocimiento, aportar elementos novedosos desde un punto de vista metodológico, y fortalecer la formación profesional de quienes tendrán en sus manos el futuro y el bienestar de muchos. La investigación es la búsqueda de la verdad, y bien sabemos que la verdad, a la vez que nos hace libres, nos conduce por los senderos de la justicia y la paz.