Este artículo titulado Así fue el festejo de la Independencia de Colombia fue publicado originalmente el 10 de julio de 2010 en Pesquisa Javeriana y se reproduce tal como circuló.
Era viernes, día de mercado, cuando don Joaquín Camacho se dirigió a la casa del virrey Antonio José Amar y Borbón para averiguar por la solicitud de instauración de una junta de gobierno. Pero el virrey, insolente y sucinto, negó tal propuesta, por lo que los criollos se vieron obligados a fraguar un plan.
Uno de ellos, Luis de Rubio, visitó el negocio de José González Llorente, un próspero comerciante español a quien le pidió prestado un florero para ser usado en una cena en honor a otro criollo: Antonio Villavicencio. Ante la negativa del préstamo y la petulancia del español, los criollos se sublevaron, rompiendo los objetos que se hallaban en la tienda. Fue esa la excusa para iniciar una reyerta.
José María Carbonell incitó a los criollos a que se unieran a la ya turbulenta protesta, mientras que para contener la furia, José Miguel Pey, alcalde de Santa Fe, se vio obligado a sacar de la ciudad a Llorente.
Al caer la tarde, la situación adquirió un cariz más pacífico y se inició la designación de los miembros de la junta criolla, pero cuando nombraron al virrey como presidente retornó el caos popular.
Las tropas realistas, en cabeza del comandante español Juan de Sámano, planearon destruir la protesta, pero José Acevedo y Gómez, a quien hoy se le recuerda como el “Tribuno del pueblo”, declaró reo a cualquiera que estuviera en contra de la junta recién instaurada. Dicho esto, se creó un cabildo abierto en el que apresaron al virrey.
Fueron esos los primeros murmullos independentistas en Colombia.
La celebración latinoamericana
Hace más de un siglo
Según la historiadora y magíster en comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana, María Isabel Zapata, cien años atrás las celebraciones de la independencia en América Latina difirieron según el país.
En México, por ejemplo, se llegó a cuestionar la fecha de la independencia (1810 o 1821). Según investigaciones, la conmemoración de 1921 expuso “una relación más estrecha con el pasado y su proyección hacia el futuro”. Pero además, rescató como elemento innovador el hecho de que los líderes políticos de turno promovieran valores por medio del acto de la repetición de la celebración.
En Chile, un grupo de intelectuales anónimos se sublevó en contra del festejo pro-hispánico, pues encontró desventajas en la política externa que buscaba la atracción de inmigrantes extranjeros, lo que no resultó conveniente para la consolidación de la nación.
Con el caso argentino ocurrió lo contrario, pues la conmemoración del centenario fue el resultado de la edificación del concepto de nación desde la inmersión del “otro”, es decir, el inmigrante recién llegado. Este concepto presentó dos aristas: el extranjero percibido como enemigo y, a la vez, como factor determinante en la formación de una nueva raza argentina.
En lo que respecta a Colombia, la celebración, dice Zapata, “muestra el hecho de la conmemoración como un problema en sí mismo”, pues, “la fecha se impuso desde el centro del país”, como lo expresó el periódico cartagenero El Porvenir.
Para Zapata, quien también cursa un doctorado de historia en la Universidad Nacional, “estas posiciones son provechosas para la historiografía en la medida en que evidencian la pugna que puede estar detrás de la construcción de la memoria entre lo que se recuerda y olvida”.
En busca del consenso por la celebración
A principios del siglo pasado, Colombia estaba sumida en los estragos causados por las guerras civiles del siglo XIX, en especial, por la guerra de los mil días. Al mismo tiempo, la pérdida de Panamá acrecentaba la desesperanza de los colombianos, quienes pedían al gobierno una medida para atenuar la crisis.
Rafael Reyes, presidente de Colombia en aquella época, ideó entonces un proyecto político conocido como “la reconstrucción o concordia nacional”: un plan que apuntaba a rescatar la acción administrativa y a menguar el espacio político.
En palabras de la investigadora: “sus proyectos iban encaminados a sepultar las tendencias federalistas de las élites regionales y buscaban el fortalecimiento de la unidad nacional”. Tal unidad era imprescindible para prevenir una guerra de secesión. Pero, a la luz de sus contemporáneos, sus ideales chocaban con los intereses de muchos.
Fue así como el Congreso, de mayoría conservadora, se opuso a gran parte de esas propuestas, por lo que Reyes terminó cerrándolo el 13 de diciembre de 1904. Ese fue uno de los motivos que lo forzaron a dejar el cargo y a salir del país. Más adelante, de 1910 a 1914, el nuevo mandatario de Colombia sería un conservador: Carlos E. Restrepo.
Esa inestabilidad hizo que la celebración del centenario se viera afectada por la ausencia de continuidad en los recursos económicos y en la planeación, por lo que la logística y la realización de los festejos resultó un tanto modesta para la época; la Junta organizadora no contaba con los recursos suficientes y, en la mitad del camino, se vio enfrentada a la renuncia de varios de los miembros de las subcomisiones. Incluso, la Junta organizadora y la Comisión de la Exposición Industrial y Agrícola presentaron quejas por las actas en las que se insinuaban enfrentamientos entre el General Rafael Uribe Uribe y la junta definitiva, relacionados con los detalles de la estatua de Nariño y la ubicación de la Exposición Industrial.
El papel de la prensa en el festejo libertario
Por medio de la investigación titulada “La celebración del centenario de la independencia en la Revista del Centenario y El Gráfico”, María Isabel Zapata recoge posiciones y tensiones entre las representaciones que afloraban en el pensamiento de los liberales y conservadores de la época frente a tal conmemoración.
Para ahondar en las diversas perspectivas, la investigadora aborda la prensa, un medio decisivo para el aniversario independentista desde el punto de vista gubernamental y pedagógico.
Mediante el registro periodístico elaborado en la Revista del Centenario (oficial) y del semanario El Gráfico (independiente), Zapata denomina a los medios como garantes de memoria, promotores de la identidad nacional y generadores de participación, pues evidencian la integración de varios sectores de la sociedad en diferentes niveles de colaboración y visibilidad.
En el medio oficial del centenario se descubren los principales proyectos y tropiezos de la Comisión preparatoria; por ejemplo, allí se pueden leer las largas discusiones que giraron en torno al presupuesto asignado a cada actividad y cada región del país, o las largas relatorías de las reuniones: discusiones preparatorias realizadas durante la administración del Quinquenio de Reyes, que antecedieron los quince días en los que se realizó la celebración del centenario de la Independencia.
El Gráfico nació en el momento de la celebración del centenario independentista. Gracias a su amplio despliegue fotográfico, en 1914 se anunció como el impreso de mayor circulación en el país. La investigadora descubre cómo en el semanario la recurrencia del tema, y la posición de la fotografía en el diseño vehiculan un discurso elitista basado en figuras heroicas y eventos sociales en los que se destaca a las personalidades de la época.
En cuanto a las rarezas llevadas a cabo en la conmemoración, la investigación da cuenta de la realización de varios concursos con fines pedagógicos, que buscaban mostrar los adelantos científicos de la nación en diferentes ramas: geografía, medicina, historia, jurisprudencia, instrucción pública y agricultura.
También señala que la Junta organizadora escogió el texto de Gerardo Arrubla y Jesús María Henao como el único libro para la enseñanza de la historia, tanto en primaria como en secundaria, en un intento por fijar un discurso único sobre la independencia nacional.
El número de estatuas levantadas en diferentes puntos de la ciudad nunca fue tan amplio como en aquella fecha. Las estatuas de Nariño, Caldas, el Mariscal Sucre y Policarpa Salavarrieta se erguían en las plazas colombianas. Dice Zapata que “esta fiebre de inauguración de estatuas llegó a tal punto que se promulgó la Ley 28 de 1910, en la que se resolvió hacer una estatua de José María Córdoba para poner en la capital de la república, ya iniciada la celebración”. Las efigies de Caldas, Nariño, Santander y Bolívar se convirtieron en las imágenes más representativas de la celebración del centenario, no sólo por los lugares que ocuparon en el semanario El Gráfico, sino por su ubicación espacial.
En cuanto a los festejos sociales y populares, se hicieron fiestas conmemorativas en cada barrio. En los municipios del país se construyeron para la celebración escuelas, hospitales, carreteras, puentes, acueductos, bibliotecas y hasta laboratorios químicos, entre otras obras, aunque el presupuesto no alcanzó y el dinero se quedó corto para terminar algunas.
En Bogotá, el personaje que representó a la prensa ante la junta organizadora fue Enrique Olaya Herrera. A diferencia de lo que ocurre en nuestros días, la prensa de la época, por condiciones económicas y culturales, no estaba dirigida a un público amplio. Por eso, el espacio dedicado en sus páginas al registro de los festejos populares resultó casi nulo. Además, teniendo en cuenta que tales celebraciones se organizaban en las horas de la noche, resultaba difícil tomar fotografías. Por fortuna, gracias a los avances tecnológicos logrados en estos cien años, hoy ese tipo de percances pueden ser reparados.
Vuelta de hoja
A comienzos del siglo XXI, después de un extensivo y concienzudo debate que duró cerca de tres años, el gobierno y académicos de distintas disciplinas, llegaron a un consenso acerca de cómo se debía celebrar el bicentenario de la gresca del 20 de julio de 1810.
A la postre, el presidente Álvaro Uribe Vélez nombró la Comisión de Honor del Bicentenario: un colectivo de académicos presidido por la primera dama, Lina Moreno, encargado de ejecutar la planeación de la celebración.
Eran, básicamente, dos los objetivos que tenían que cumplir los eventos propuestos: dar cuenta del proceso fundacional de la nacionalidad colombiana y buscar la participación de la ciudadanía en torno a las actividades artísticas y culturales dentro del marco del acontecimiento nacionalista.
Así pues, se crearon espacios como el salón Bat de Arte Popular, el coloquio de la independencia, la muestra histórica gastronómica, la tertulia musical santafereña, la exposición sobre la flora (una recopilación de los trabajos de José Celestino Mutis) y los más notorios por su carácter masivo: los conciertos musicales celebrados en San Andrés, Cúcuta, Tame y Bogotá, en los que se hizo, desde el gobierno, un llamado a la consolidación de la seguridad democrática.
El registro y la memoria del dominio del imperio colonial en América, los movimientos sociales que paulatinamente lo agrietaron y el proceso militar comprendido entre 1810 y 1819 concurrieron en las actividades que ha conmemorado, hasta ahora, el bicentenario. Sin embargo, los festejos más esperados y el momento cumbre de la celebración tendrán lugar a partir del mes de julio del presente año. La expectativa está latente, por ejemplo, en el Museo de Bogotá reposa una urna desde hace cien años con una inscripción que reza: “Para abrirla el 20 de julio de 2010”. El día está próximo y cuando ocurra, quizá los historiadores encuentren valiosas piezas que mantendrán vivo el recuerdo de la gesta independentista.
Para leer más…
Zapata Villamil, María Isabel. (2004). “Medios de comunicación y diversidad cultural”. En Identidades 11. Editorial Norma, Bogotá.Página oficial de la Alta Consejería Presidencial para el Bicentenario de la Independencia de Colombia https://www.bicentenarioindependencia.gov.co/Es/Paginas/Default.aspx