Eran las tres de la tarde en Berna, Suiza, y las ocho de la mañana en Colombia, cuando el epidemiólogo bumangués, Óscar Franco, comenzaba a recordar, en medio de esta entrevista, que estudió medicina porque a sus tres años tuvo que cuidar algunas complicaciones de salud que aquejaban a su mamá. Esa vocación de cuidado y ayuda lo acompañaron desde entonces e intuyó que su propósito de vida tendría que ir en esa dirección.
Además, no dudaba que independientemente de la profesión que eligiera, debía ser en la Pontificia Universidad Javeriana, en donde estudiaba su primo Mauricio, quien cursaba el programa de Biología. “Cuando yo tenía cuatro o cinco años entraba a su habitación y veía enciclopedias de biología, le preguntaba por eso, por la Javeriana, sobre cómo era estudiar allí”, recuerda Franco emocionado.
En el camino aparecieron opciones como finanzas y la biología marina. “Siempre me ha gustado el mar y me ha preocupado la forma en que lo tratamos, lo ensuciamos y destruimos. Cuando tenía 16 años estuve de intercambio en Australia y en una de las clases nos enseñaron a bucear, hacíamos tareas de biología marina y me gustó mirar la flora y fauna, por eso sentía que estudiarlas era otra forma de contribuir al planeta”.
Pero ninguna de estas opciones resultó tan apasionante como la medicina, y como se lo propuso cuando no había cumplido un lustro de vida, terminó graduándose como médico de la Javeriana. Ese sería el inicio de un largo transitar académico y profesional que lo ha llevado a diferentes países, desde los cuales se ha consolidado como uno de los epidemiólogos más destacados con 726 publicaciones científicas (o 727, no recuerda bien), revisadas por pares.
Óscar Franco hizo parte de la edición XVI del Congreso La Investigación, organizado por la Universidad Javeriana, y ofreció una charla virtual titulada Desde la prevención cardiovascular hacia el envejecimiento saludable: mi travesía científica.
Previo al inicio del congreso, que se llevó a cabo del 14 al 17 de septiembre, Pesquisa Javeriana habló con el médico que ahora dirige el Instituto de Medicina Social y Preventiva de la Universidad de Berna, Suiza, institución de la que es profesor, como también lo es de la Universidad de Harvard. En esta conversación contó parte de esa “travesía científica”, en la que confiesa, entre otras cosas, que la pandemia fue como si todos sus miedos se volvieran realidad.
¿Aún persiste el interés por la biología marina?
En los últimos dos años he tratado de implementar el concepto de salud planetaria en el instituto que dirijo. Son 170 personas que trabajan en temas diferentes y muchos no se dan cuenta de la situación que vivimos ni de la urgencia de actuar para salvar el planeta.
Algunos me dicen: ¿Qué tiene que ver lo que yo hago con la salud planetaria? Resulta que casi todo. No se trata solo de hacer una investigación sobre esta situación sino de tomar acciones, volar menos y tomar más el tren, no imprimir y cambiar la forma en que trabajamos. Eso empezó en el 2019 y luego llegó la pandemia, que puso todos los aviones en el suelo. También normalizó que podamos tener esta conversación sin que yo tenga que tomar un avión hasta Bogotá.
¿En qué momento la epidemiología empezó a ser relevante en su vida?
No fue relevante ni cuando estudié medicina. Me parecía algo aburrido porque pensaba que lo mejor era operar, tenía esa visión tradicional de hacer la medicina, que es quitar algo para curar algo. Pero aclaro que la epidemiología en la Javeriana es buenísima, no era culpa de la universidad sino mía, que no quería, no me entraba, no le daba el espacio. Ese es un error que cometemos como estudiantes: que nos cerramos. Hay muchas formas de hacer carrera y en medicina van más allá de ver al paciente, operarlo y mandarlo para la casa. Va más allá del individuo.
La epidemiología ocurrió casi que por accidente. Yo quería hacer una maestría y no tenía dinero, busqué una beca para poder salir. Encontré unas opciones del gobierno holandés para hacer una maestría en Epidemiología Clínica en Rotterdam, con la Universidad Erasmus, era una convocatoria global y pensé: no tengo nada que perder. Y gané.
Empezó sin mucha convicción, pero terminó dedicándose a eso, ¿qué lo motivó?
La clase con el profesor Albert Hofman, para mí, marcó un antes y un después. Eso fue en el 2001. Agosto 6 o 7, fue un lunes, me acuerdo perfectamente porque él nos decía: miren el reloj y anoten la fecha, que a partir de este momento van a empezar a ser epidemiólogos gradualmente. Luego he trabajado muchos años con él, es el director del Departamento de Epidemiología en Harvard, y yo le digo: usted me cambió el concepto de la epidemiología, pero él no se acuerda que me marcó la carrera. Él ha sido mi faro de guía en la epidemiología.
¿Qué cree que es importante para que haya más faros como él? A veces el profesor, como inspira, también puede desmotivar…
Lo principal es entender la academia como el principio fundamental de la investigación. La academia es el núcleo, dar clases debe ser un privilegio, no una obligación. Eso en muchas universidades no se ve, la educación es más: “Tengo que dar una clase, ¡Qué pereza!”. Hay que entender que nuestros presentes son efímeros como para enfocarnos solo en nuestro desarrollo, son las nuevas generaciones quienes van a cambiar las cosas, esta nueva generación trabaja en equipo, a veces no alcanzamos a verlo, y mirar de esa forma a largo plazo ayuda a entender que solo somos comunicadores de mensajes en la academia.
Nunca los epidemiólogos estuvieron más solicitados, ¿usted cómo ha vivido esta pandemia?
Ha sido muy difícil, como epidemiólogo me había preparado y anticipado que esto podía ocurrir, pero nunca quise que ocurriera. Quería que se quedara en películas como Contagio o 12 monos.
Cuando ocurrió lo de la H1N1, en 2008, participé dentro del comando de manejo de la pandemia, estaba en la región de West Midlands, me dio la gripe porcina y fui de los primeros a los que les dieron Tamiflu (un fármaco antiviral) y desde entonces imaginaba ese escenario caótico de la pandemia. Cuando vi lo que estaba ocurriendo en Wuhan, el 31 de diciembre de 2019, hablé con mi esposa y le dije: esta es, llegó lo que nunca quise que llegara.
¿Cómo fue ese día a día?
Fue muy triste porque te imaginas lo peor y ves que está ocurriendo y eres consciente de lo que va a seguir. Entiendes lo que son las curvas en exponenciales, cómo la gente se va a enfermar, va a morir y la economía va a sufrir, entonces es peor porque sabes cómo son las cosas, y peor todavía si tienes toda la carga laboral y la responsabilidad que sientes al entender y conocer lo que está ocurriendo. Sabes que es tu momento de ayudar.
Si hay un incendio, es el momento de los bomberos; o es el de un policía cuando tiene que atrapar un ladrón. Uno vive esta lucha para apagar ese fuego que es ahora la pandemia. Estamos día y noche tratando de encontrar soluciones, de ayudar y nos frustramos al ver que los mensajes se repiten, que estoy diciendo lo mismo, peleando con el uno, con el otro, que la teoría de conspiración, que Bill Gates está detrás de todo, creo que todos los días me llega un mensaje de esos.
Ha sido un periodo difícil, nos hemos sentimos muy útiles pero no tanto como nos gustaría, como que todo el mundo se vuelve epidemiólogo y mandan cadenas de WhatsApp con recomendaciones y realmente la desinformación ha sido muy grande para nosotros poder hacer algo en contra de eso. Un amigo lo describía como sembrar en el mar, tirar semillas al mar.
Pero también hay plantas que crecen en el mar…
De acuerdo, pero es un trabajo arduo que puede generar buenos resultados que requieren mucha consistencia, sacrifico; me he dedicado a la comunicación, a alcanzar a la gente, no tanto a mis colegas, y por eso decidí, desde el 12 de marzo de 2020, que todos los días iba a publicar información en Facebook que fuera fácil de entender. En este tiempo he puesto dos o tres posts diarios, hay como 900. El que los lea, bien; si los quieren copiar, también. No cobro por eso, tampoco es por hacerme influencer, siento la responsabilidad de llevar un mensaje.
En uno de sus artículos más recientes se plantea que las redes sociales, Twitter, específicamente, son escenarios ideales para la vigilancia de salud pública, ¿por qué?
La gente mira mucho Twitter y otras redes para enterarse de lo que ocurre. Esto me tomó por sorpresa: que la comunican realmente estaba ocurriendo en redes sociales, Twitter no me gusta porque no me deja escribir largo, yo hago una introducción, conclusiones y por eso decidí escribir en Facebook, ahí aprendí que no solo se necesita comunicación de ciencia, sino de acompañamiento.
En una editorial, en la que aparece como coautor, se plantea que muchas investigaciones solo se publican en revistas científicas con acceso restringido para sus suscriptores, ¿no hay interés en que el conocimiento se divulgue o es un problema de financiación?
Se ha vuelto un negocio el conocimiento y nosotros, como científicos, debemos tomar una actitud más proactiva sobre cómo comunicamos el conocimiento. Por eso, y especialmente durante la pandemia, la ciencia se tiene que comunicar de la forma más sencilla y común. Más allá de que lean un artículo científico, es que esté digerido, incluso si eres científico, muchas veces no entiendes el contenido si estás en un campo diferente, entonces ¿qué se puede esperar de alguien que no tiene formación académica?
Hay que dar acceso abierto para que todos los académicos y científicos vean las investigaciones, pero eso se tiene que traducir y transmitir a la población general.
¿En qué momento empezó el trabajo con la prevención cardiovascular?
Empecé cuando recién arrancaba en epidemiología, mi primer supervisor me dijo: si quieres hacer cosas grandes (yo le dije que hacía epidemiología para ayudar a la gente), búscate un problema grande. Y la primera causa de mortalidad en el mundo es la enfermedad cardiovascular. Entonces dije: ¿qué más grande que lo que más mata a la gente?
Sabemos muchas cosas de las enfermedades cardiovasculares, pero seguimos muriendo de eso, ¿por qué? Ese fue el desafío, como don Quijote peleando contra los molinos, a ver si peleando puedo ayudar con algo, por eso me metí en esto y por eso mi travesía científica, de la que hablo en la charla.
En la charla también hablará de envejecimiento saludable, ¿cómo se logra?
Si queremos prevenir las enfermedades del corazón, hay que hacer ejercicio, comer bien, no estresarse, dormir bien, no tomar alcohol, no fumar. Los secretos del envejecimiento saludable son los mismos de la enfermedad cardiovascular, básicamente. Es un estilo de vida, y si se extiende aún más, son los mismos principios de cambio para proteger el planeta: no coja el carro, use la bicicleta, haga actividad física, no fume, coma bien, no contamine, todo eso se resume en la higiene: mantener el cuerpo y el planeta limpios. Todos estos conceptos han cobrado más importancia durante la pandemia.
¿Qué tanto tiene que ver el entorno en la construcción de un envejecimiento saludable?, ¿es lo mismo envejecer en Colombia que en Suiza?
Juega un papel muy importante, pero, al mismo tiempo, hay aspectos, no solo físicos (como tener un parque y vías para montar bicicleta), sino también psicológicos y sociales a tener en cuenta.
En algunos países europeos hay mucho espacio para montar bicicleta, pero hay muy poco en términos de capital social, que sí se tiene en Colombia, ese capital humano y afectivo que no se halla en otros países. Claro que en Colombia el reto es ir al trabajo en bicicleta y regresar con la bicicleta, o regresar vivo.
La salud no se genera ni se diseña en los hospitales, sino en las familias y comunidades, no está en un centro asistencial, sino en las casas de los barrios, ahí aprendes a comer y a hacer ejercicio. Creemos que la salud nos la dará el médico con las pastillas, y no, no viene del hospital.
¿Qué hace un instituto de salud social y preventiva como el que usted lidera?
En mi instituto se incorporan departamentos de epidemiología, salud pública, bioestadística y de medicina social, lo que trata es de integrar estas áreas para que la gente no llegue a requerir tratamiento médico quirúrgico, sino que mantenga o recupere la salud; ese es el objetivo, entendiendo la prevención desde un marco social.
Casi el 80 % de las personas que han fallecido durante la pandemia en Colombia son del primer y segundo estrato social más bajo, lo que quiere decir que la pandemia nos ha dado una cachetada de realidad: que no importa lo que hagamos para invertir en formar médicos y crear hospitales si no mejoramos las condiciones de salud de las poblaciones más necesitades. Tenemos que disminuir el desequilibrio para el acceso de servicios de salud y tratamiento.
Con toda su experiencia salud pública, investigación, ¿qué cree que se puede hacer en Colombia para mejorar el sistema de salud?
Es esencial entender tres pilares como derechos fundamentales y no como privilegios: educación, conocimiento y salud. Son principios básicos y deberían ser otorgados a todos los seres humanos. Aún se ven como privilegios, como factores de negocio. Yo creo que los negocios pueden existir, el capitalismo puede existir, pero la salud, el conocimiento y la educación son derechos fundamentales y como tales deben defenderse.
Lo segundo es que con infraestructura se puede ayudar a que la gente viva mejor, mejores casas, carreteras, andenes, ciclorrutas, impuestos a las cosas que son dañinas, subsidios a frutas y verduras que son benéficas.
¿Desde hace cuánto no vive en Colombia?
Salí del país en el 2001, de resto, vuelvo de trabajo.
¿Ha pensado en volver?
El problema del exiliado colombiano no es que no quiera estar en Colombia, sino que no se pudo quedar. Salí porque no tenía recursos para una especialización. Es la realidad de cientos, si no de miles de colombianos que han tenido que buscar una oportunidad en el exterior porque un crédito en Colciencias (hoy Minciencias) o en el ICETEX es muy difícil de pagar posteriormente, entonces muchos de los que están afuera no es porque queramos sino porque la vida nos llevó a buscar esas oportunidades.
La vida no se detiene, yo sigo congelado en el tiempo, soy un colombiano del 2001. Todos los días leo periódicos, cuatro o cinco, sigo a los youtubers y estoy enterado de más cosas que muchos de mis amigos colombianos, pero vivo como en un universo paralelo multidimensional con mi esposa y mi hijo, y gradualmente la vida me fue sacando y creando dos Óscar, el que creció en Colombia y el que está en Europa, y eso duele, siempre seré colombiano, pero algún día sueño con que quizás pueda hacer algo por el país desde allá, no solo por fuera.
Acá puede ver la presentación de Óscar Franco en el XVI Congreso La Investigación.