El científico Moisés Wasserman publicó una celebrada columna el 15 de julio del año en curso. Allí se quejaba de un documento de “visión política”, fechado el 20 de mayo de este año, que parece anticipar lo que serán las políticas de desarrollo del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) en el nuevo gobierno. La columna es una explicación superficial de algunas de las dinámicas de producción de conocimiento científico. Se trata de un texto divulgativo, editado en un medio dirigido a todo tipo de público; no habría nada para objetar al documento si la devota explicación del profesor Wasserman no estuviera fundada en falta de rigor científico, (como ya lo ha indicado otra columna).
En breve, y usando los mismos términos del eminente bioquímico, “se necesitarían muchas páginas para responder afirmaciones abiertamente falsas, sin ninguna sustentación en referencias o datos”, como las que se presentan en el texto del profesor Wasserman.
La columna basa su vehemente rechazo a lo que podría ser la política científica del nuevo gobierno en el juicio a dos conceptos: “ciencia hegemónica” y “justicia epistémica”, dos nociones muy comunes en las ciencias sociales contemporáneas –como ya lo dijo el célebre Boaventura de Sousa en esta otra columna– que el columnista rechaza en un abierto desconocimiento de lo que significan y, más grave todavía, con una ingenua actitud frente a las fronteras entre las especialidades del saber.
Imaginamos que, como exrector de una de las mejores universidades del país, este profesor sabe bien las diferencias entre los saberes y seguramente no considera que su calidad de bioquímico lo hace mejor juez que quienes hacen sociología, antropología o historia, mejor juez que las ocho personas con reputados títulos académicos que firman ese documento. Enfrentar sin más esas nociones sería tan absurdo como que nosotros –formados en las ciencias humanas–, criticáramos los sabidos problemas empíricos del concepto “función de onda”, problemas que sin duda el profesor Wasserman conoce mucho mejor que nosotros.
Más allá de estos desaciertos, lo que sorprende es que la columna haya pasado por alto lo fundamental del documento de visión política, lo que ocupa la mayoría de sus páginas, (contenido que en un acto de banalidad, en la diagramación del artículo, El Tiempo redujo a los dos comentarios más insulsos del trabajo de Wasserman). El texto se concentra en problemas básicos como el aumento de los recursos para la investigación, el aumento en la cobertura de la enseñanza universitaria, en la articulación del trabajo de las Instituciones de Educación Superior (IES) con otros niveles del sistema de educación, en poner la producción del conocimiento científico en función de las necesidades sociales como la inclusión, la conservación del medio ambiente, la soberanía alimentaria, la generación de energías limpias, el fortalecimiento de las disciplinas académicas… No se entiende entonces por qué tanta alharaca con un texto que a todas luces promueve el fortalecimiento del SNCTI.
Es evidente que el documento de visión política no es perfecto. Entre las críticas que se le pueden hacer está precisamente el hecho de que su abierta beligerancia frente a la ciencia hegemónica oscurece lo sustancial de la visión política que pretende transmitir. Pero también está el tratamiento superficial de la noción de “diálogo de saberes” como una especie de panacea automática para la inclusión de otros conocimientos, visión que desconoce las enormes dificultades que entraña un ejercicio que parte de asimetrías profundas y naturalizadas.
Además, aparecen elementos inquietantes en lo operativo, como la propuesta de financiar directamente agendas de I+D para “ir más allá” de la financiación a través de concursos y convocatorias públicas, cuando las convocatorias han mostrado ser uno de los instrumentos más útiles para asignar recursos de manera transparente. Estas carencias serían a nuestros ojos más relevantes que las que se han señalado públicamente a raíz de la columna de Wasserman, pero se pueden explicar por tratarse de un documento de campaña y no de un borrador de política propiamente dicho.
No deja pues de sorprendernos que todos los que furiosamente aplaudieron esa reflexión superficial se hayan conformado con una crítica sin fundamento de dos nociones que están muy lejos de la especialidad del articulista. ¿Qué les molesta? No diremos aquí que él y sus seguidores quieren el ministerio para sí, ni que les incomoda la posibilidad de que sea una mujer la que ocupe el cargo de ministra de Ciencia, tecnología e innovación.
Tampoco diremos que solo aceptan los saberes matematizados y fundados en protocolos exhaustivos y estandarizados para el manejo de información empírica; seguro que alguna vez en su vida recibieron tratamiento de alguien mayor con recetas caseras para la gripa o el dolor de oídos, o estuvieron atentos a las indicaciones que les dieron en el campo para evitar la picadura de una culebra, o miraron al cielo prediciendo la lluvia de la tarde.
Para evitar lecturas maliciosas, aclaremos que no tenemos dudas sobre el poder del conocimiento científico y la producción tecnológica. Su existencia y rigor han hecho posibles los automóviles, la potente maquinaria para extraer materiales de la tierra, los computadores, los satélites o el aumento en la expectativa de vida de una buena parte de la humanidad. Pero no podemos desconocer los efectos ambientales, económicos y sociales de esa forma de vida que produjo y se fortalece por la ciencia y la tecnología. Una forma de vida que otros científicos han diagnosticado como causa determinante del cambio climático, crisis migratorias o el hambre y en general la segura extensión de estos riesgos para cada vez más personas.
Por ello, el documento de visión apuesta por una ciencia con una agenda ambiental, social y abierta a reconocer otras formas de saber con las que podría interactuar.
Esperamos que ustedes puedan leer el mentado documento y descubrir que es una apuesta política (ojalá que algo de ello se cumpla) por la promoción de la importancia del conocimiento en las sociedades contemporáneas. Un documento que otorga a la ciencia un lugar de primer orden en un escenario complejo de saberes entre los que ella es uno de tantos. ¿Será que es esto último lo que les molesta?
* Investigadores del Instituto de Estudios Sociales y Culturales – PENSAR, de la Pontificia Universidad Javeriana.