El chontaduro es una planta nativa de América tropical, se distribuye en zonas húmedas por debajo de los 1500 metros de altura, desde honduras hasta Brasil y Bolivia. Junto con el maíz y la yuca fue fundamental en la alimentación indígena de los pueblos amerindios, según han encontrado los investigadores Gloria Galeano y Rodrigo Bernal en su libro “Palmas de Colombia”.
En nuestro país, tenemos más de 100 formas para referirnos a esta planta, con nombres indígenas como supi (embera), huyũdĩ (nukak) o chánul (awa pit). Otras formas comunes en distintas regiones, incluyen nombres como cachipay (Boyacá y Cundinamarca), pejibá (Costa del Pacífico norte), pijiguao (Guainía), pipire (Llanos Orientales y Vaupés) y pupuña (Amazonía). Estas denominaciones hacen evidente la apropiación de esta palma en diversas culturas a lo largo del territorio.
En el documental “Así suenan las bioeconomías del chontaduro” exploro esta historia y los múltiples usos del chontaduro. Asimismo, hago un recuento de las investigaciones científicas e iniciativas de desarrollo que podrían impulsar esta planta como motor de la bioeconomía.
Vea aquí el documental:
La etnobotánica y el sonido del chontaduro
Las palmas son uno de los grupos de plantas con más uso conocidos y el chontaduro no es la excepción. Con su madera se elaboran viviendas, puentes e instrumentos. De los tallos tiernos se produce el palmito, un ingrediente que hace parte de la gastronomía del Pacífico colombiano. Los frutos se consumen usualmente cocinados, pero también se produce una gran variedad de alimentos: harinas, snacks, jugos, o ingredientes culinarios. Sus usos, sin embargo, van más allá de la alimentación.

Por ejemplo, está la marimba de chonta, un instrumento de percusión tradicional en la música del Pacífico colombiano. Su elaboración se hace a partir de distintos tipos de madera, principalmente la guadua y la “chonta”. Aunque esta última, se puede obtener de distintos tipos de palma, “el sonido del chontaduro es maravilloso y tiene unas vibraciones tan limpias, que hacen que uno se transporte mucho más al sonido de la selva”, afirma Anderson Angulo, percusionista y fabricante de instrumentos tradicionales.
Un fruto con mucho color
La importancia como alimento, ha sido reconocida durante siglos. Por su contenido de proteína, es conocido como el “huevo vegetal”. Comparado con otros alimentos comunes, presenta valores significativos de fósforo, calcio y fibra. El aprovechamiento del fruto puede incluir la cáscara y la semilla, como lo demuestran las preparaciones de chefs como el nariñense David Ruiz Koch, quien en redes sociales comparte recetas como el “arroz de Titote”, preparado con la semilla, o la “sal de chontaduro” con la cáscara.
Estudios científicos del fruto a nivel molecular exploran, además de su valor nutricional, otras aplicaciones. Investigadores colombianos han validado su potencial como colorante natural alimenticio, debido al contenido de carotenoides que le dan su característico color amarillo a rojo. Otras moléculas ubicadas especialmente en la cáscara son las responsables de ser reconocido como un fruto afrodisiaco, comenta Gabriel Vélez, investigador del Instituto iÓmicas de la Pontificia Universidad Javeriana, sede Cali.

Chontaduro y economía
El chontaduro es cultivado en varias regiones de Colombia, principalmente en los departamentos de Chocó, Cauca, Valle del Cauca, Nariño, Caldas, Risaralda, Guaviare y Putumayo. La producción de palmito, frutos y derivados ha jugado un papel muy relevante en programas de sustitución de cultivos ilícitos. Solo el municipio de Villagarzón (Putumayo), la producción anual de este fruto alcanza las 14.000 toneladas y beneficia a más de 174 familias según cuenta Noralba López, integrante de ASOCHON, la asociación de productores de chontaduro de este municipio.
Para lograr la sostenibilidad financiera, los emprendimientos frutícolas deben asumir retos del mercado, como los bajos precios en la temporada de cosecha. En respuesta a esto, los productores han encontrado la forma de llevar sus frutos y derivados a presentaciones que los preserven mejor y de esta manera tener mayores ganancias, oferta por más tiempo y nuevos clientes. Es el caso de la harina de chontaduro, que recientemente fue incorporada como insumo de la “Bienestarina Mamá”, un alimento para madres gestantes y lactantes producido por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF.

La bioeconomía es principalmente intensiva en conocimiento. No se trata solo de producir ganancias, requiere una gestión sostenible de los recursos naturales, más allá de los criterios de mercado. En otras palabras, es abordar la economía comprendiendo las relaciones y consecuencias con el entorno, es decir, sus implicaciones ecológicas.
El cuidado de nuestra casa común y las “economías otras”
Conocer el chontaduro pone en evidencia la relación de la naturaleza con los estilos de vida. Si miramos en este momento a nuestro alrededor, notamos que la mayoría de los objetos que nos rodean han sido producidos de manera directa o indirecta a partir de un recurso natural, ya sea biológico, mineral o energético. Esto nos enfrenta a pensar en el consumo y las maneras de producción.
La filosofa Patricia Noguera, plantea el problema ético detrás de “sostener el desarrollo”, al basarse en el consumo incesante de los recursos naturales, que son finitos. Esto nos invita a pensar, mirar y construir entre todos alternativas económicas que permitan cuidar la vida con un enfoque ecosistémico.

Los problemas que afronta nuestro planeta, que también incluyen a la humanidad, requieren mirar desde distintos puntos de vista. “Así suenan las bioeconomías del chontaduro” es un reportaje documental que nos muestra varias formas de relacionarnos con esta palma y como alrededor de ello se generan dinámicas culturales, científicas y económicas.