La información de cualquier organismo vivo del planeta Tierra está en su parte más diminuta. Es tan pequeña que ni siquiera se puede ver en un microscopio tradicional. Se trata del ADN, una molécula presente en las millones de células -también minúsculas- que integran a las flores, los árboles, las frutas, los animales, los humanos, las bacterias… Es decir, a todos los seres que habitan nuestro mundo. Esta partícula contiene una cantidad enorme de datos sobre sus características físicas y químicas.
Además del ADN, los organismos cuentan con otras moléculas que también guardan millones de datos como el ARN, las proteínas y los metabolitos. Sin embargo, en el ADN y el ARN de cualquier ser vivo se encuentra toda su información genética. Algo así como una ‘receta’, pero de la vida.

¿Y para qué sirve ese conocimiento? Desde la ciencia, para saber de qué están hechos los animales, los vegetales y los microorganismos. Desde la industria, para fabricar medicamentos, cosméticos y alimentos o para desarrollar biotecnología a partir de las propiedades que tienen las moléculas, un negocio que anualmente deja millones de dólares en ganancias. Según el Foro Económico Mundial, la mitad del Producto Interno Bruto del planeta (unos 44 billones de dólares) depende del uso de recursos naturales.
Ahora bien, la ciencia y la industria acceden a ello por medio de Información Digital sobre Secuencias de Recursos Genéticos, también conocida como DSI –Digital Sequences Information–. Se trata de los datos digitalizados o codificados de los genes –ADN y ARN– de los organismos vivos, que por lo general provienen de países megadiversos como Colombia o zonas del planeta ricas en recursos naturales que son conservadas y protegidas por comunidades indígenas y locales, las cuales no reciben los dividendos económicos de la utilización de esa información.
De acuerdo con el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD), el uso comercial de DSI podría generar cerca de 1.560 millones de dólares para el 2024 y la cifra subiría a 2.300 millones para 2030.
El reparto justo de los beneficios económicos que deja emplear DSI fue una de las discusiones más relevantes que ocurrió en la pasada Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16), celebrada en Cali entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre de 2024. En medio de este evento global donde se habló de la conservación de la diversidad biológica y cómo frenar su deterioro, se acordó la creación del ‘Fondo de Cali’, un mecanismo mundial para asegurar esa distribución, incluyendo a las comunidades que cuidan de los recursos naturales de donde se extrae esa información genética.
“Los beneficios económicos del uso de DSI son para todos, pero se requiere distribuirlos especialmente entre quienes aportan a la conservación de los recursos naturales”, dijo Federica Di Palma, científica británica experta en genética, profesora de biodiversidad en la Universidad de East Anglia (Norwich, Inglaterra) y directora científica de la organización Genome British Columbia.
Y continuó: “Es un tema importante que se debatió en la COP16 porque se debe asegurar que todo el mundo se beneficie de la información genética. No solo las personas que realizan las investigaciones sino también las que proporcionan las muestras biológicas, las comunidades indígenas y las comunidades locales, ya que gran parte del material genético procede de tierras que están protegidas y conservadas por estas personas”.
De moléculas a bases de datos
Tanto para la ciencia como para la industria, trabajar con DSI facilita la investigación y la producción, pues se ahorra tiempo a la hora de buscar los datos genéticos de algún organismo. Pero, ¿cómo la información genética de una planta, un animal o un microorganismo se digitaliza? Por ejemplo, el ADN y el ARN de una variedad de frijol o de arroz son extraídos y estudiados por medio de ciencias ómicas, una serie de técnicas que permite desmenuzar la composición física y química de los seres vivos y observar, a gran escala, esa información. Es como poner una enorme lupa sobre estos granos para ver en detalle sus características más allá del color, la forma y el tamaño.
Esa información es codificada, digitalizada y almacenada en bases de datos como las del consorcio Colaboración Internacional de Bases de Datos de Secuencias de Nucleótidos, que reúne a las tres más grandes del mundo: GenBank de Estados Unidos, el Laboratorio Europeo de Biología Molecular y el Banco de Datos de Japón. Según un artículo de la revista Nucleic Acids Research, de 2021, el tamaño de DSI que se almacena allí superó los nueve petabytes en 2020. Es el equivalente a casi 600.000 memorias USB con capacidad para 16 gigabytes, las más comunes para guardar archivos digitales.
Otra manera de generar DSI es por medio de los bancos de germoplasma. Son instalaciones adecuadas para depositar muestras de organismos como semillas y fragmentos biológicos con el fin de conservarlos. Allí se catalogan y digitalizan para que los científicos e investigadores utilicen la información genética.
En Colombia diversos centros de investigación adelantan diferentes proyectos científicos que emplean DSI para aumentar la producción agrícola y pecuaria, entender qué es lo que consumimos y fortalecer la nutrición, lo que supone una mejora en la alimentación y por tanto la salud de sus ciudadanos.
En la sección de microorganismos del laboratorio de genética molecular de la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria (Agrosavia), sede Tibaitatá, por ejemplo, los investigadores trabajan con bacterias, hongos y levaduras útiles para los sectores pecuario y agrícola.
La microbióloga Lorena García, maestra en ciencias químicas y una de las curadoras del banco de germoplasma de esa entidad, dice que estos organismos son recolectados en campo o por medio de muestras de animales o vegetación y llevados al laboratorio para extraerles el ADN y el ARN con el que se hará la revisión de sus componentes genéticos. Luego, esa información es convertida en DSI para que los científicos de Agrosavia pueda trabajar en proyectos de investigación sobre cómo aplicar ese conocimiento en la producción agropecuaria y ponerlos a disposición de todos los colombianos: desde estudiantes hasta industriales.

“En la parte de interés agrícola hay dos campos fuertes: biofertilizantes y control biológico de plagas. Hacemos la recolección de microorganismos de diferentes partes del país, tomamos muestras del sustrato del suelo, de los frutos y de insectos. A partir de ello empezamos a caracterizar, porque hay que conocer con lo que contamos. Los microorganismos tienen un potencial muy grande en la producción agropecuaria”, comenta García.
Esa información que menciona la microbióloga se incluye a la sección de microorganismos del banco de germoplasma de Agrosavia, al que puede acceder cualquiera mediante los acuerdos de acceso a recursos genéticos suscritos con la Agencia Nacional de Licencias Ambientales para investigación científica o la producción y su uso comercial.
Otro instituto en Colombia que emplea DSI es el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT). Hace parte del Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (un conjunto de 15 centros de investigación a nivel mundial) y queda ubicado en Palmira, un municipio cercano a Cali. Allí se encuentra el banco de germoplasma ‘Semillas del futuro’, una colección de más de 67.000 datos genéticos donde se destaca la información sobre frijol, yuca, forrajes tropicales (esenciales para la producción pecuaria) y arroz.
El CIAT tiene un laboratorio de edición genética. Allí se utiliza la información digitalizada que sale del banco de germoplasma para realizar cambios a genes de alimentos y potenciar sus propiedades. Por ejemplo, lo que se hizo con el arroz, especialmente con la variedad japónica: se logró que ese grano pueda secuestrar más carbono, lo que representa mayor valor nutricional, aumento en la producción y mejor adaptación al cambio climático, según explica la fitopatóloga Sandra Patricia Valdez, quien trabaja en ese laboratorio.
“Cuando se hace edición genética, nos interesa saber cuáles son las propiedades y las características de los alimentos; o para qué se utilizan. Con esos genes, en el laboratorio les introducimos cambios para que los granos sean más resistentes a enfermedades o generen mayor producción”, recalca Valdez.
El proceso inicia desde la plantación de la variedad de arroz en un cultivo con las condiciones comunes. Luego se saca una muestra para extraer el ADN que va al banco de germoplasma, se digitaliza esa información y en el laboratorio donde trabaja Valdez se intervienen las moléculas (proteínas y metabolitos) del grano para mejorarlo, así como también se hacen pruebas para ver su reacción ante enfermedades y factores biológicos externos.
“Una de las ventajas de contar con el banco de germoplasma es que tenemos, a la mano, la información genética del arroz. No tenemos que esperar a que un instituto de otro lado nos mande la secuencia digital, trabajamos con lo que está disponible en red. Nos ahorra tiempo”, comenta la investigadora del CIAT, quien para reforzar la explicación sobre los resultados trae dos muestras de arroz: una antes de la edición genética y otra luego de ese proceso, con más granos.
“El uso de la información genética para nosotros es importantísimo porque si yo no tengo conocimiento del genoma de las plantas no voy a saber dónde tengo que editar, no voy a saber cómo se están comportando los organismos, cuál es la mejor variedad que puedo llevar a un sitio para una mejor producción o para que resistan enfermedades”, agrega la investigadora.
Para el aprovechamiento de la información genética, como lo está haciendo Agrosavia y el CIAT, es necesario contar con infraestructura y tecnología que ayude a encontrar o detectar la composición molecular de los organismos, pues se trata de estudiarlos a nivel micro y nanoscópico.
Más allá de la industria
En el Instituto de Investigación en Ciencias Ómicas, (iÓmicas), los científicos investigan cómo nacen, crecen y se autorregulan los organismos vivos bajo diversas condiciones externas. Utilizan las ómicas, las ciencias naturales, la ingeniería de nanoescala y las ciencias de la computación para contribuir a soluciones para diferentes retos universales, concretamente en salud global, seguridad alimentaria, agua potable y sostenibilidad productiva y ambiental. Ubicado en la sede en Cali de la Universidad Javeriana, allí trabajan más de 30 científicos e investigadores.
Su director general, experto en físicoquímica de nanoescala, el profesor Andrés Jaramillo Botero, explica que la base de la estrategia e investigación de iÓmicas “es lograr el control arbitrario y preciso de la materia, desde la escala de sus bloques constructivos (los átomos). La naturaleza aporta el mejor ejemplo de esta capacidad, a través de organismos vivos que se autoensamblan y responden a los estreses externos a partir de un código de instrucciones consignado en el ADN y una maquinaria intracelular masiva, precisa y eficiente”.
Este instituto está conformado por cuatro laboratorios: el laboratorio ‘In-silico’, donde se utiliza la teoría fundamental, la matemática y la computación de alto rendimiento para modelar procesos físicos, químicos y biológicos de organismos con el fin de entenderlos; el laboratorio de nanotecnología, donde se identifica la estructura y la composición de la materia desde la escala de los átomos y se crean nuevos materiales, dispositivos y sistemas nanoestructurados; el laboratorio de fenotipado, dedicado al desarrollo de tecnologías para predecir o medir la respuesta de un organismo vivo antes estreses físicos y biológicos externos; y el laboratorio de multiómicas, en el que se caracterizan los materiales vivos, desde el genoma hasta el fenoma.
A través de estos laboratorios, en el Instituto iÓmicas se trabaja en varios programas como la iniciativa global ‘Tabla Periódica de los Alimentos’ (PTFI por sus siglas en inglés), una iniciativa financiada por la Fundación Rockefeller y de la cual este instituto es centro de excelencia mundial. Consiste en comprender la composición molecular de los alimentos que consumimos y sus efectos biológicos para determinar su potencial de aplicación más allá de la nutrición.

Bajo este programa, el equipo del laboratorio de multiómicas se enfoca en separar el conjunto de compuestos moleculares que conforman un alimento. Las muestras de cada alimento son pulverizadas, centrifugadas y luego mezcladas en solventes químicos para su caracterización en equipos que pueden determinar las cantidades de cada molécula presente. Bajo este mismo programa, el equipo del laboratorio ‘in-silico’ se encarga de desarrollar y aplicar técnicas de analítica de datos masivos para entender la estructura, la composición y la función de los diferentes compuestos moleculares que componen las muestras caracterizadas.
Hasta la fecha, explican los científicos que trabajan en este laboratorio, se han caracterizado la mayoría de frutas nativas de Colombia o que son consideradas ‘exóticas’, como por ejemplo chontaduro, gulupa, maracuyá, entre otras; decenas de frijoles del banco de germoplasma del CIAT y muchos otros productos agrícolas. Esta información les sirve a los consumidores, a la industria alimenticia o farmacéutica y también a nutricionistas y médicos para mejorar la salud de comunidades donde se consumen y cultivas estos alimentos.
Además, con el apoyo de organizaciones y entidades científicas como Bezos Earth Fund, la American Heart Association, la Fundacion Bill y Melinda Gates, el Ministerio de Ciencias de Colombia, en iÓmicas se adelantan soluciones para la mitigación del cambio climático a través del desarrollo de nuevas tecnologías que identifican contaminantes en suelos, agua y atmósfera; y para el abordaje de enfermedades cardiometabólicas relacionadas con las dietas alimenticias de las personas, entre otros esfuerzos de relevancia para el futuro de la humanidad.
La discusión quedó abierta
Si bien en la pasada COP16 se discutió sobre la distribución de los beneficios económicos del uso de DSI, es un asunto que se está abordando desde la COP13 de 2016, celebrada en Cancún (México).
Los países -o las partes- miembros del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD) vieron la necesidad de poner el tema sobre la mesa para cumplir con el Protocolo de Nagoya, un documento complementario al CBD y aprobado en 2010 que tiene como objetivo alcanzar “la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos, incluso por medio del acceso apropiado a los recursos genéticos y por medio de la transferencia apropiada de tecnologías pertinentes”. Colombia, a la fecha, es una de las 14 naciones que lo firmó pero que aún no lo ratifica.
Por otro lado, el Marco Mundial Kunming-Montreal -que salió de la COP15, predecesora de la de Cali- fijó en su meta 13 tomar medidas para “lograr la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos y de la información digital sobre secuencias de recursos genéticos, así como de los conocimientos tradicionales asociados a los recursos genéticos”.
Con el ‘Fondo de Cali’ se da un primer paso para lograr la distribución “justa y equitativa”, pero falta discutir asuntos en detalle sobre su funcionamiento.
En el documento publicado por el CBD sobre el fondo se explica que las empresas que utilizan DSI deberán aportar el 1 por ciento de sus ganancias o el 0,1 por ciento de sus ingresos siempre y cuando cumplan con al menos dos de estos tres umbrales: que tengan activos por más de 20 millones de dólares, ventas por más de 50 millones y ganancias más por 5 millones. Los centros de investigación y académicos que emplean esta información genética, según el texto, no tendrían que contribuir.
La organización Third World Network, que le hizo seguimiento a la discusión, asegura que uno de los problemas o de las “lagunas” del fondo es que plantea una voluntariedad en el aporte económico a las empresas. “Un requisito obligatorio de distribución de beneficios monetarios es preferible. Términos como ‘será’, ‘debería’ y ‘se alienta a’ tienen que eliminarse de la decisión”, se lee en un informe reciente.
También se critica que no se les exija a todos los usuarios de DSI aportes monetarios para el fondo, incluyendo a instituciones como el CIAT y Agrosavia, pues para la organización estas instituciones también se benefician económicamente de la información genética. “Los usuarios no comerciales, como la academia y centros de investigación, pueden entregar la concesión de licencias sobre los resultados de sus trabajos basados en DSI a cambio de un pago regular o único de regalías”, asegura Third World Network.
Además, en la COP16 no se alcanzó a detallar la manera en que se distribuirán los recursos que lleguen al fondo entre comunidades indígenas y locales. El documento del CBD estipula que el mecanismo será administrado por Naciones Unidas a través de su Oficina de Fondos Fiduciarios, “bajo la autoridad de la Conferencia de las Partes y rindiendo cuentas a esta”. También establece que al menos la mitad de los recursos del fondo se emplearán en suplir las necesidades de las comunidades. Pero no se fijó cómo será la repartición o se hará esas inversiones.
Si bien en los adjuntos del texto se incluye la lista de criterios para la asignación de los recursos del fondo (la riqueza en biodiversidad, el origen geográfico de los recursos genéticos y las necesidades de conservación) y se crea un Grupo sobre Metodología de Asignación, queda la tarea de crear el método de repartición. ¿De cuánto dinero le corresponde a cada país o comunidad? ¿Será entregado directamente? ¿Desde cuál fecha llegarán esos beneficios?
Esas son dudas pendientes a resolver en el próximo año o en la COP17, que se realizará en 2026 en Ereván, la capital de Armenia. La discusión continúa abierta.
Este texto ha sido producido en el marco de una colaboración entre la Pontificia Universidad Javeriana, la Embajada Británica en Colombia y la Red de Ciencia e Innovación del Reino Unido.