Tunja, primera década del siglo XVII. Una plaza principal, siete calles, tres conventos de religiosos –San Agustín, Santo Domingo y San Francisco–, dos de religiosas –Santa Clara y la Concepción–, 313 casas cubiertas de teja y paja y muchos solares sin edificar. Un corregidor, dos alcaldes, una alférez mayor, un alguacil mayor, 13 regidores. Trescientas familias de población hispana, tres mil indígenas tributarios. La agricultura, su principal fuente de riqueza. El agua ya escaseaba y sus habitantes solían llevarla en cabalgaduras a sus lugares de habitación o de trabajo.
Es ése el panorama que encuentran los primeros jesuitas que llegan a la ciudad de Tunja. Explican el catecismo y enseñan el canto de oraciones a niños y a estudiantes que reúnen en la plaza. Visitan cárceles y hospitales para dar alivio a prisioneros y enfermos. Predican y hacen confesiones. Por supuesto, no estaba previsto que su misión se limitara a tales actividades. Wolfgang Reinhard asegura, precisamente, que la modernización de la Compañía de Jesús se debió a su programa pedagógico y a sus proyecciones misionales fuera de Europa.
Los primeros meses los sacerdotes se alojan en el hospital de la ciudad. De su mano vendría el proyecto de contar con una residencia, fundar un colegio y edificar un templo en una ciudad que era vista como sitio estratégico para extender las actividades de evangelización. Su presencia allí alcanzó la conformación de un interesante y preciado conjunto urbano del periodo hispánico colonial, integrado por el claustro del Colegio, el Templo de San Ignacio y la Casa del Noviciado.
¿Qué hizo singular la arquitectura jesuítica de la época? ¿Por qué estudiar las características espaciales de sus construcciones? ¿Qué se puede decir de su traza, su edificación y su significado simbólico? ¿Cómo se consiguieron los predios y cómo se planearon las obras?
Los interrogantes son múltiples desde la mirada del arquitecto. Felipe González Mora, investigador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Javeriana y gran conocedor de la historia de la arquitectura y el urbanismo de los siglos XVI, XVII y XVIII, con la paciencia propia de quien rastrea fuentes documentales de primera mano y la sapiencia del que puede interpretar lo que dicen los vestigios que se conservan de edificaciones construidas siglos atrás a pesar de sus múltiples intervenciones, presenta un minucioso trabajo que adelanta hace ya más de diez años sobre la arquitectura jesuítica de la Colonia.
Una valiosa dupla
Todo empezó cuando, desde el Departamento de Historia de la Arquitectura de su facultad, se hicieron unos primeros estudios para realizar un proyecto de restauración en el claustro de San Pedro Claver en Cartagena. En ese momento nace la inquietud por los colegios de la Compañía de Jesús distintos a los más conocidos y estudiados, es decir, los de Cartagena, Bogotá y Popayán. “¿Y los demás? ¿Los de ciudades como Tunja, Mompox y Honda? ¿Cuántos hubo en realidad? ¿Qué uso podrán tener en este momento si es que existen? Me hice esas preguntas y noté que había un vacío enorme en su historia arquitectónica”, comenta González. A esos interrogantes se unían los que ya habían surgido durante el curso de un trabajo en el que avanzaba, relacionado con las misiones y las reducciones de los jesuitas en los Llanos, proceso que también mostraba cómo generalmente los historiadores abordan la mirada social de los sucesos, las personas, sus comportamientos, sus legados, pero la arquitectura como objeto de estudio suele dejarse a un lado.
En el trayecto de las pesquisas y el rastreo de documentos entra en contacto con el sacerdote jesuita y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, José del Rey Fajardo, uno de los grandes conocedores de la historia de esta orden religiosa en el Nuevo Reino de Granada. Logran consolidar una valiosa dupla que ha sumado, con gran rigor, importantes trabajos sobre el tema. Precisamente, en la reciente Feria Internacional del Libro de Bogotá fueron presentados los dos tomos del libro Educadores, ascetas y empresarios. Los jesuitas en la Tunja colonial (1611-1767), publicado por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana, fruto de la labor realizada desde el grupo de investigación Patrimonio Construido Colombiano de la Facultad de Arquitectura de esta universidad.
Allí, el trabajo de Felipe González se concentró en estudiar la arquitectura de los edificios que conformaron el antiguo complejo urbano jesuítico establecido en Tunja durante los siglos XVII y XVIII. El reto fue enorme pues, como lo explica González, debió enfrentarse a la ausencia de importantes fuentes manuscritas relativas al colegio tunjano de los jesuitas, a los efectos del traslado del Colegio de Boyacá en 1835 al predio y las casas ocupadas por el colegio jesuítico, con la consecuente demolición y mutilación de las antiguas estructuras, y a la infortunada intervención arquitectónica realizada al Templo de San Ignacio entre 1969 y 1971, que alteró considerablemente y de forma irrecuperable su espacialidad interior.
Interpretar paso a paso
El camino recorrido fue largo y difícil. La investigación se propuso conocer cómo se adquirieron los predios, cuáles eran las características espaciales de los edificios, en qué consistía el programa arquitectónico de los jesuitas, qué materiales fueron utilizados, quiénes estuvieron detrás de los proyectos, cómo se financiaron las obras, qué representaba el conjunto jesuítico en el marco urbanístico tunjano y cuál fue la evolución de las edificaciones.
Así, González se adentra en la Casa del Noviciado, el Templo de San Ignacio y el Colegio. Además, en las haciendas de la región que operaban como entes económicos, con producción propia ganadera o agrícola, para el sostenimiento de la comunidad y la atención de las necesidades de alimentación de los colegios, y que en este caso son las de Tuta, La Ramada, San Fernando de Lenguapá, La Compañía de Firavitoba y El Salitre en Paipa.
Si se visita Tunja hoy es posible encontrar el Templo de San Ignacio, que se conserva y aún refleja las características espaciales de su traza y la solidez de su fábrica, a pesar de la brutal intervención de que fue objeto. Hay que detenerse en su bella portada, las columnas y las fajas, y su hermoso campanario. También es posible observar en el hoy Colegio de Boyacá algunos tramos coloniales, que no son muchos, de la casa que ocupó el colegio jesuítico, y contrastarlos con los bloques de aulas de tres pisos construidos en el siglo XIX y a principios del XX para dar cabida a más estudiantes. La Casa del Noviciado, por el contrario, fue derribada en los años setenta para dar paso, en palabras de González, a “una desabrida plazoleta, dejando en evidencia un vacío urbano que afectó irremediablemente el perfil del lugar”.
La investigación permite rastrear lo que sucedió desde la adquisición del primer solar hasta nuestros días. El 26 de marzo de 1611 se trata en el Cabildo de Tunja el tema de la fundación de un colegio de jesuitas. Ya el 13 de abril se firmaban las escrituras de las que serían las primeras casas de tierra y piedra, cubiertas de teja, de la Compañía en la ciudad. Viene entonces el proceso de adaptar el espacio para la que será la primera iglesia y, tal como lo escribe el padre Gonzalo de Lyra en las Letras Annuas de 1611-1612, documentos fundamentales para estudiar la historia de la congregación: “[…] en pocos días, quitando los entresuelos de un cuarto muy bueno, se ha acomodado una muy buena iglesia, que puede para muchos años servir, y si le hacen un crucero podrá quedar así para adelante”.
Paso a paso fueron ocupando distintos solares de una misma manzana, que por donaciones o herencias se sumaban a lo que se conocería después como el conjunto urbano jesuítico de Tunja. Para el año 1767, cuando fueron expulsados del Nuevo Reino de Granada, los jesuitas poseían la mitad de una manzana ubicada, como lo cuenta González, en la esquina suroccidental de la plaza mayor de la ciudad, entre las carreras 10 (antigua Calle Real) y 11, y entre las calles 18 y 19 de la nomenclatura actual.
Paso a paso también, el investigador estudia al detalle la historia, los periodos de construcción y la evolución arquitectónica de los tres edificios y de las haciendas. Utiliza, entre otras fuentes, las Letras Annuas y documentos manuscritos localizados en el Archivium Romanum Societatis Jesu, el Archivo General de la Nación de Bogotá –en donde desafortunadamente no se encontraron los inventarios y avalúos de bienes y alhajas del Colegio de Tunja (que debían registrar la información de lo que existía en el momento de la expulsión de los jesuitas)– y la Biblioteca Nacional. Además, múltiples fuentes secundarias alimentan el proceso de interpretación.
Se trata de un modelo de trabajo que valdría replicar para estudiar la arquitectura de otras órdenes religiosas. Es una aproximación interesante en la medida en que “se abordan objetos de estudio en conjunto, desde las disciplinas de la historia y de la arquitectura, a partir de fuentes documentales primarias”, dice González.
Con este estudio y los similares que se adelantan en Mompox, Honda y Santa Fe de Antioquia, se van llenando vacíos enormes en relación con la arquitectura jesuítica de la Colonia.
Para leer más
<style=”color: #999999;”>+Del Rey F., J. & González M., F. (2010). Educadores, ascetas y empresarios. Los jesuitas en la Tunja colonial (1611-1767) (tomo II). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.<style=”color: #999999;”>+González M., F. (2008). El Templo de San Ignacio de Tunja, Colombia: interpretación sobre su desarrollo espacial, 1615-1767. Disponible en: https://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/26978/1/articulo3.pdf. Recuperado: 02/08/2010<style=”color: #999999;”>.