El pasado 20 de julio fue especial. Iba a ser otro festivo de Independencia más, con sus desfiles militares, discursos y sobrevuelo de aviones de guerra, hasta que sonó la alerta del correo electrónico de Andrea Casas, estudiante doctoral de ciencias, con énfasis en genética. “Eran los resultados de todas las
muestras completas de ADN”, dice, recordando parte del texto que llegaba directamente del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Innsbruck, en Austria.
Fue la señal para concentrarse de nuevo en el trabajo. Tuvo que aprender a realizar el análisis para determinar la datación molecular de las 38 muestras humanas con una técnica de última tecnología —secuenciación completa del mitogenoma—, y fue la primera vez que un investigador colombiano secuenciaba en una muestra precolombina el genoma completo del ADN mitocondrial, el que guarda la información, generación tras generación, del linaje materno. Si con el procedimiento convencional se logran analizar entre 210 y 400 pares de bases, ahora es posible estudiar a fondo la información completa que resguarda la mitocondria, o sea, procesar más de 16.000 pares de bases o nucleótidos.
La investigadora dedicó todo el segundo semestre de 2016 a analizarlos, y así se fue revelando un fragmento de la historia. Sus muestras pertenecen a restos humanos encontrados en las inmediaciones del Templo del Sol, el centro religioso de la cultura muisca en Sogamoso, Boyacá; son una clave para conocer tanto la evolución de los primeros humanos que recorrieron los campos de lo que hoy es Colombia, como de los rumbos de su ascendencia y de su descendencia.
El estudio se centra en la información genética de individuos que vivieron en tres eras distintas: los cazadores-recolectores, que se asentaron en las montañas boyacenses (hace 8000 años); los pobladores que iniciaron la cultura muisca gracias a la práctica de la agricultura, en el periodo Formativo (hace cerca
de 1000 años), y los indígenas que sufrieron la Conquista a manos de los españoles (hace unos 500 años).
Este proceso ha permitido establecer vínculos de linaje y comenzar a descifrar la importancia del Templo del Sol tanto para los muiscas como para diferentes culturas de todo el continente. Asimismo, apoya la teoría del origen asiático de los pobladores que se fueron asentando en las montañas, planicies y costas colombianas: una historia que solo se entiende al mirar atrás en el tiempo, a través de las mutaciones genéticas de los restos óseos de estos habitantes precolombinos.
Rastreando al hombre

La génesis de este proyecto data de 1992, cuando, por los 500 años del descubrimiento de América, la comunidad científica colombiana inició la Expedición Humana: una serie de viajes para describir nuestra herencia cultural, social, histórica y molecular. Los antropólogos, arqueólogos, genetistas e historiadores, entre otros, llegaron a distintas comunidades para hacer múltiples pruebas y tomar nota sobre su salud y sus particularidades culturales.
Después de este proyecto iniciado en la Universidad Javeriana, coincidieron el genetista Alberto Gómez, hoy director del Instituto de Genética Humana de la Javeriana, su colega y compañero de trabajo Ignacio Briceño y el antropólogo forense José Vicente Rodríguez, actual director del Laboratorio de Antropología Física de la Nacional. Su vínculo fue vital para conocer el contexto que dio vida a las diferentes culturas del país y en especial para determinar sus parentescos. “Así desarrollamos el concepto de la genética de poblaciones precolombinas y su filiación con las actuales”, explica Gómez.
Con los años, estos científicos lograron que sus instituciones trabajaran en conjunto y así formaran nuevos investigadores, entre ellos, Andrea Casas. Fruto de ello fue la investigación sobre restos óseos de la cultura guane de Santander, que, a partir de datos mitocondriales, estableció que, pese a las diferencias morfológicas con otras comunidades precolombinas como los muiscas, sus individuos poseían una alta diversidad y por lo tanto no eran aislados genéticos, como creían los antropólogos.
En 2012 iniciaron otra aventura: determinar si los restos encontrados en Boyacá, en las inmediaciones del Templo del Sol, estaban relacionados entre sí. Las primeras pruebas de datación carbónica señalaban una enorme distancia de tiempo entre ellos: ¿habría una continuidad del linaje?, ¿pertenecerían a culturas diferentes?, ¿en algún momento la una exterminó y suplantó a la otra? Casas, siguiendo la batuta de sus tutores Gómez, Briceño y Rodríguez, se encargaría de responder estas preguntas. Al adoptar este proyecto como su tesis doctoral en ciencias, identificó diferentes haplogrupos —la marca genética que determina nuestra ascendencia—, con los cuales se puede rastrear la procedencia, tanto geográfica
como étnica.
De esta forma, determinó que dos de estos sujetos vivieron en el periodo Precerámico (entre 8000 y 2000 a. C.); seis, en el Formativo (entre 1000 años a. C. y el siglo VIII de nuestra época), y que los 30 restantes pertenecieron a la cultura muisca. El 69% cuenta con el macrohaplogrupo A2 en sus mitocondrias, originario de los primeros pobladores de Asia que cruzaron hacia América por el estrecho de Bering. Además, encontró el subhaplogrupo A2ac1, que caracteriza hoy a las poblaciones andinas de Colombia y Ecuador; el A2ad, propio de la zona del Darién (frontera entre Panamá y Colombia); y el B2d, que identifica a la población wayúu.
Pero el hallazgo más desconcertante es el subhaplogrupo A2y. Este “solamente ha sido reportado en una comunidad indígena contemporánea aislada de la Amazonia ecuatoriana”, explica Casas, refiriéndose a los waorani, que habitan las selvas de Ecuador y se caracterizan por su aislamiento cultural y geográfico. Hasta la fecha, este marcador genético solo se había encontrado en el noroccidente ecuatoriano.
Esta es una primera evidencia para establecer la importancia que tenía el Templo del Sol para las culturas precolombinas, eventualmente similar a la de la Meca de los islámicos. Y es apenas el principio: “estamos aportando evidencias de que esto, antes de los españoles, era sumamente diverso, que ya había mestizaje”, asegura Gómez.
El principio del principio
Diferentes teorías explican cómo se pobló esta esquina del mundo. Una de ellas habla de diferentes olas migratorias en las que una civilización pudo haberse enfrentado a los pobladores originales y haberlos eliminado por enfrentamientos. El tamaño de los cráneos alargados (dolicocéfalos) y las mandíbulas grandes de los cazadores-recolectores, comparados con la cabeza redondeada de los muiscas (braquicéfalos), explicaría esta teoría.
Pero Rodríguez defiende otra hipótesis, según la cual pequeñas microevoluciones por cambios drásticos en el ambiente habrían causado estas diferencias. “En el segundo milenio a. C. se dieron cambios sustanciales como la elevación de las temperaturas y la reducción de la pluviosidad. La población se densificó, los individuos enterrados aumentaron y aparecieron las enfermedades infecciosas, como la treponematosis, posiblemente sífilis venérea”.
Los resultados de Casas comienzan a darle la razón: en los 38 restos se encontraron 31 linajes mitocondriales, es decir, 31 conexiones generacionales por vía materna, una muestra de que la diversidad genética precolombina no era solo amplia, sino además profunda, y que fue cortada por ‘el contacto civilizador’. “Hay una reducción del componente genético después de la Conquista, pues se observa la pérdida de linajes”, expresa la genetista. Los historiadores han estimado que 66,5 millones de indígenas murieron en un periodo de 130 años a causa de enfermedades o por violencia, dato que confirma el corte drástico de los linajes.
Esta investigación, a partir de la cual se generó en 2016 una ponencia en el congreso de la especialidad en Uppsala, Suecia, aportará respuestas sólidas a la pregunta sobre el origen de los poblamientos del continente americano y sus mestizajes pre y poscolombinos. Tal como lo resume Alberto Gómez: “queremos desbaratar absolutamente el concepto de razas y promover el de que todos somos parientes”.
Para leer más
- Andrea Casas-Vargas, Alberto Gómez, Ignacio Briceño, Marcela Díaz-Matallana, Jaime E. Bernal, José Vicente Rodríguez. “High Genetic Diversity on a Sample of Pre-Columbian Bone Remains from Guane Territories in Northwestern Colombia”. American Journal of Physical Anthropology (2011), 146(4): 637-649.
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN: Diversidad del ADN mitocondrial en restos óseos prehispánicos asociados al Templo del Sol en los Andes orientales colombianos.
INVESTIGADORES PRINCIPALES: Andrea Casas, Alberto Gómez y José Vicente Rodríguez
COINVESTIGADORES: Liza Romero, William Usaquén, Sara Zea, Margarita Silva e Ignacio Briceño
Instituto de Genética, Universidad Nacional de Colombia; Instituto de Genética Humana, Pontificia Universidad
Javeriana, y Laboratorio de Antropología Física, Universidad Nacional de Colombia
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2012 – en ejecución