Forjada en el fuego: debajo de la piel de Laura

Por Alejandra González Lasso
Ilustraciones: Victoria Parra

Laura Rincón, de 23 años, tiene más de la mitad de su cuerpo quemado. Las cicatrices de la violencia van desde el cuello hasta los dedos de los pies. Se ha sometido a 22 cirugías, cerca de 160 terapias ocupacionales y tuvo que combatir dos bacterias durante diez meses en la unidad de quemados del Hospital Simón Bolívar en Bogotá. Laura renunció a su empleo como administradora de una empresa de comidas para gatos cuando su pareja la empapó de thinner y le prendió fuego. Ella es una de las 80 mujeres víctimas de ataques con agentes químicos u otras sustancias, que arroja la estadística de los últimos cinco años de la Secretaría Distrital de la Mujer en Bogotá.

“Como a los 10 meses de convivir él me pegó, no me acuerdo. Creo que fue en la cabeza porque yo le dije al otro día a mi jefe que no podía ir porque tenía mucho dolor de cabeza”. comentó Laura que en ese momento tenía 21 años y Giovanni Rivera, su pareja, 36 cuando la agredió física, económica y psicológicamente. 

Ella no contaba con las herramientas para identificar a un agresor. No conocía sobre las banderas rojas o simplemente no había escuchado la popular frase “amiga date cuenta” que usan cotidianamente las jóvenes, para advertir e intentar ayudar a tomar conciencia de algo que podría ser crucial para su bienestar emocional o físico. En un país, con un índice alarmante del 66.621 de los casos registrados por violencia de en género en 2024 son contra de la mujer según, el Instituto Nacional de Salud [INS] con una tasa de 75,6%. Laura no pudo escapar de un hombre violento.

Hace tres años que su vida y su cuerpo cambiaron y a pesar de todo hoy lo habla con una gran sonrisa en el rostro. Desenfadada viste una blusa corta que deja ver las marcas de la sinrazón, esas que le recuerdan que allí hubo dolor y desde ahí renació como un ave fénix. Acorazada por una “rabia digna”, como ella la llama, que forjó ante tantas cirugías, terapias y circunstancias desafiantes, clama justicia. No ha renunciado ante un sistema judicial colapsado que se queda corto a la hora de proteger y reparar a las víctimas de agresiones.

Para Laura no es fácil hablar sobre los ataques con agentes químicos y otras sustancias. Es duro evocar el día en que el cuerpo ardía y dolía. ¿Quién quiere recordar que semejante daño lo propició la persona con la que compartía desde conversaciones banales hasta ese profundo sentimiento llamado amor? 

Para el año 2020, en Colombia el 80% de los ataques con agentes químicos u otras sustancias se perpetraron contra mujeres con baja escolaridad, dependencia económica y emocional hacia sus parejas, y antecedentes de violencia física y psicológica. Los principales agresores son sus exparejas, y la ruptura de la relación es un factor determinante, como en el caso de Laura, según el Boletín sobre ataques con agentes químicos de la Secretaría Distrital de la Mujer de 2021.

El acto atroz lo cometió Andrés Giovanni Rivera, en el barrio Santa Catalina, al suroccidente de Bogotá en la madrugada del 9 de octubre de 2021 y en presencia de dos de sus amigos, que no pudieron hacer nada para detenerlo. Andrés primero intentó asesinarlos a todos abriendo la llave del gas y luego caminó raudo hacia la habitación en busca de Logan, un cachorro de tres meses que Laura adoraba. No permitió que se lo arrebatará porque ella sabía que le iba a hacer daño.

Laura y Logan regresaron al cuarto y se quedaron sentados sobre la cama. Andrés reapareció, esta vez con una botella de una sustancia química, que le roció a la joven y con un encendedor le prendió fuego. Le dijo una frase que ella no logra completar en su memoria, “algo así como: si usted no… pues muérase…”

Las palabras de Andrés y las acciones violentas que ya había ejercido contra Laura en meses pasados demuestran que arrojarle la sustancia fue un acto premeditado, con la intención de causar daños permanentes en su cuerpo, desfigurarla, torturarla a tal punto de querer borrar su vida, como una forma de venganza contra sus derechos a la autonomía y la libertad de no continuar en esta relación. 

Las mujeres que han sufrido la desoladora sentencia “Si no es para mí, no es para nadie” son testimonio de que los ataques con agentes químicos u otras sustancias buscan despojarlas de su belleza y, con ello, En una sociedad que valora más a las personas con atributos físicos atractivos, dañar esos rasgos se convierte en una forma de control sobre sus existencias, es dejarlas atrapadas dentro de sus propios cuerpos.

“Yo pues obviamente viéndome toda prendida, voté al perrito y los amigos de Andrés rápido lo apagaron y yo me fui para el lavaplatos. Me eché agua en la cara y cuando salí del cuarto había un espejo gigante y me vi toda en llamas, esa llama era amarilla… como en las películas”. Laura gritó desesperadamente del dolor, del ardor y al gritar sus palabras se perdieron en la humareda que provocó la reacción entre el químico y el fuego. Su piel se deshizo y parte de sus tejidos quedaron pegados por las paredes donde se agarraba desesperada.

De acuerdo con Jorge Luis Gaviria Castellanos, cirujano plástico y reconstructivo con más de 20 años de experiencia en tratar pacientes quemados y actual jefe de la unidad de quemados del Hospital Simón Bolívar, cuenta que la gravedad de las heridas en la piel de una persona cuando entra en contacto con agentes químicos u otras sustancias, depende básicamente de cuatro factores: primero, la edad de la persona, es determinante en el tratamiento y en la capacidad de recuperación del tejido. Por ejemplo: el impacto en la piel de los ancianos y niños puede ser más profundo porque su piel es más delgada. 

Segundo, el área anatómica en la que cayó el agente químico, incluyendo partes especiales como la cara, las manos, los pliegues del cuerpo (el codo, la axila, los pies o los genitales). Estas pueden causar daños no solo físicos sino también funcionales irreversibles. Tercero, el tiempo que el agente químico permanece en contacto con la piel de la persona, ya que esto determinará la profundidad de la quemadura. Cuarto y último, la concentración del químico; entre más concentrado sea el agente químico, mayor será el daño. En Laura se configuraban las 3 últimas complejidades descritas.

La piel de los seres humanos se puede comparar con una torta de tres capas, donde cada una cumple un rol distinto pero esencial para la estructura general.

La hepidermis es la capa superficial de la piel, lo que funciona en la torta como el “glaseado”. Esta capa es la primera línea de defensa contra el mundo exterior, protege el cuerpo de sustancias dañinas y evita que pasen a través de la piel. Sin embargo, cuando agentes químicos u otras sustancias entran en contacto con esta capa, es como si arrojaran agua hirviendo directamente sobre ese “glaseado”, lo que puede hacer que se agriete, rompiendo la capa en pequeños trozos y dejando expuesto el centro de la torta. Este tipo de lesión conocida como quemadura de primer grado es considerada leve y es poco frecuente en los ataques con agentes químicos, ya que estos suelen destruir más allá de la epidermis.

La capa media de la piel es la dermis, es la más grande y gruesa. Es como el relleno jugoso que mantiene todo junto. Cuando los agentes químicos interactúan con esta capa pueden causar estragos profundos. Es como si esa misma agua hirviendo se filtrara en el relleno de la torta, desmoronando la harina, disolviendo la mermelada. Cuando se quema la dermis se provoca sangrado y formación de ampollas. Además, esta capa de la piel está llena de terminaciones nerviosas, lo que hace de este evento algo sensible y doloroso para quien lo vive. Es como si alguien sacudiera la torta. Incluso si no se cae y se destruye por completo, podría tambalearse y desordenarse lo suficiente para causar daños severos. Este tipo de lesión se considera quemaduras de segundo grado.

La capa inferior es como el relleno suave de arequipe o mermelada y protector que mantiene la torta unida. En la piel esta capa es la hipodermis, es la más profunda y la que protege las terminaciones nerviosas. Cuando el líquido caliente hace su entrada hasta esta capa de la torta, la destruye en su totalidad. 

En la piel esto significa una quemadura de tercer grado, la cual produce una muerte celular llamada necrosis, lo que conlleva a la pérdida de sensibilidad a no sentir dolor, y el nervio desaparece. Hasta esta última capa llegó la sustancia que le produjo ese tipo de quemaduras a Laura. El agente químico derritió sus tejidos a tal punto que quedaron expuestos huesos y desfiguraron su cuerpo. Estas lesiones de carácter severo se intervienen con múltiples cirugías y rehabilitación, tratamientos que se pueden prolongar tanto como la vida misma.

“Como a los 10 meses de convivir él me pegó, no me acuerdo. Creo que fue en la cabeza porque yo le dije al otro día a mi jefe que no podía ir porque tenía mucho dolor de cabeza”. comentó Laura que en ese momento tenía 21 años y Giovanni Rivera, su pareja, 36 cuando la agredió física, económica y psicológicamente. Ella no contaba con las herramientas para identificar a un agresor. 

No conocía sobre las banderas rojas o simplemente no había escuchado la popular frase “amiga date cuenta” que usan cotidianamente las jóvenes, para advertir e intentar ayudar a tomar conciencia de algo que podría ser crucial para su bienestar emocional o físico. En un país, con un índice alarmante del 66.621 de los casos registrados por violencia de en género en 2024 son contra de la mujer según, el Instituto Nacional de Salud [INS] con una tasa de 75,6%. Laura no pudo escapar de un hombre violento.

Hace tres años que su vida y su cuerpo cambiaron y a pesar de todo hoy lo habla con una gran sonrisa en el rostro. Desenfadada viste una blusa corta que deja ver las marcas de la sinrazón, esas que le recuerdan que allí hubo dolor y desde ahí renació como un ave fénix. Acorazada por una “rabia digna”, como ella la llama, que forjó ante tantas cirugías, terapias y circunstancias desafiantes, clama justicia. No ha renunciado ante un sistema judicial colapsado que se queda corto a la hora de proteger y reparar a las víctimas de agresiones.

Para Laura no es fácil hablar sobre los ataques con agentes químicos y otras sustancias. Es duro evocar el día en que el cuerpo ardía y dolía. ¿Quién quiere recordar que semejante daño lo propició la persona con la que compartía desde conversaciones banales hasta ese profundo sentimiento llamado amor?

 Para el año 2020, en Colombia el 80% de los ataques con agentes químicos u otras sustancias se perpetraron contra mujeres con baja escolaridad, dependencia económica y emocional hacia sus parejas, y antecedentes de violencia física y psicológica. Los principales agresores son sus exparejas, y la ruptura de la relación es un factor determinante, como en el caso de Laura, según el Boletín sobre ataques con agentes químicos de la Secretaría Distrital de la Mujer de 2021.

El acto atroz lo cometió Andrés Giovanni Rivera, en el barrio Santa Catalina, al suroccidente de Bogotá en la madrugada del 9 de octubre de 2021 y en presencia de dos de sus amigos, que no pudieron hacer nada para detenerlo. Andrés primero intentó asesinarlos a todos abriendo la llave del gas y luego caminó raudo hacia la habitación en busca de Logan, un cachorro de tres meses que Laura adoraba. No permitió que se lo arrebatará porque ella sabía que le iba a hacer daño.

Laura y Logan regresaron al cuarto y se quedaron sentados sobre la cama. Andrés reapareció, esta vez con una botella de una sustancia química, que le roció a la joven y con un encendedor le prendió fuego. Le dijo una frase que ella no logra completar en su memoria, “algo así como: si usted no… pues muérase…”

Las palabras de Andrés y las acciones violentas que ya había ejercido contra Laura en meses pasados demuestran que arrojarle la sustancia fue un acto premeditado, con la intención de causar daños permanentes en su cuerpo, desfigurarla, torturarla a tal punto de querer borrar su vida, como una forma de venganza contra sus derechos a la autonomía y la libertad de no continuar en esta relación. 

Las mujeres que han sufrido la desoladora sentencia “Si no es para mí, no es para nadie” son testimonio de que los ataques con agentes químicos u otras sustancias buscan despojarlas de su belleza y, con ello, En una sociedad que valora más a las personas con atributos físicos atractivos, dañar esos rasgos se convierte en una forma de control sobre sus existencias, es dejarlas atrapadas dentro de sus propios cuerpos.

“Yo pues obviamente viéndome toda prendida, voté al perrito y los amigos de Andrés rápido lo apagaron y yo me fui para el lavaplatos. Me eché agua en la cara y cuando salí del cuarto había un espejo gigante y me vi toda en llamas, esa llama era amarilla… como en las películas”. Laura gritó desesperadamente del dolor, del ardor y al gritar sus palabras se perdieron en la humareda que provocó la reacción entre el químico y el fuego. Su piel se deshizo y parte de sus tejidos quedaron pegados por las paredes donde se agarraba desesperada.

Laura, en un acto de supervivencia cuando su pareja la atacó con thinner, ingresó a la ducha. “Lo peor es que yo me bañaba y no caía, no se apagaba el fuego, lo que hacía era que bajaba, o sea el fuego, no iba apagándose si no que iba bajando”. El líquido al contacto con el agua lo que hizo fue flotar por todo el cuerpo de Laura dejando quemaduras a su paso. Por fortuna Laura ese día tenía puesta una toalla higiénica y a Logan sobre sus piernas, por lo que se protegieron sus genitales y de paso su existencia.

Después de que Laura se apagó, tomó su celular y corrió hacia la terraza donde estaban Andrés y uno de sus amigos. Aunque, ella no recuerda las expresiones de los hombres, tiene un momento grabado y es que el otro amigo de Andrés, al verla en llamas, forcejeó la puerta y escapó en pánico. Con las manos hechas pedazos, Laura marcó el número de la policía 123, que acudieron al llamado.“Entonces él me dijo, no vaya a decir nada y diga que estábamos matando cucarachas, que fue un accidente”

Mientras los vecinos le gritaban arbitrariamente a la joven mujer que bajara, preguntándose por qué seguía allí, ella no sabía dónde estaban las llaves, lo que la hacía incapaz de huir. Estaba aterrorizada, destrozada y atrapada, incapaz de pronunciar una palabra. Encerrada en el miedo, Laura no tuvo más remedio que ocultar lo ocurrido a los patrulleros de la policía, aceptando la versión de que “estábamos matando cucarachas […] fue un accidente”. Cuando Laura habla sobre lo que pasó, se refiere a la agresión como un accidente, una narrativa que su agresor le impuso desde el principio, condenándola al silencio.

Treinta minutos después llegó la ambulancia. Laura, acompañada por la policía, bajó de la terraza para recibir atención médica. Mientras estaba en la ambulancia llegó de repente la novia de un amigo de la pareja y le dijo: “Usted diga la verdad, no se quede callada”. Estas palabras le dieron la fuerza a Laura para hablar. Llamó al paramédico y le confesó: “Oye, quiero contarte la verdad, eso no fue lo que sucedió” El paramédico llamó de inmediato a uno de los policías para que Laura dejará de ocultar las agresiones, asegurándose de que Andrés no pudiera tocarla. El policía escuchó su relato y capturó al agresor de inmediato.

“Me tuvieron que amarrar”, se quiso tirar por la ventana.

La chica de 21 años atravesó de sur a norte la ciudad para llegar al Hospital Simón Bolívar en un viaje que duró aproximadamente 1 hora y 15 minutos “Fue horrible. Primero, tenía que acostarme en la camilla con la espalda y los brazos quemados. Tenía que ir acostada, pero con los brazos y las piernas levantados porque no podía soportar que algo los rozara. Aunque la espalda estaba quemada, la aguantaba, pero los brazos no; estaban muy destruidos”. Una vez en el centro asistencial la atendió el personal médico capacitado por más de diez años para reparar lo que los agentes químicos y otras sustancias destruyen.

No le dolía respirar, le dolían cada una de las heridas que habían quedado en su piel, cada movimiento y cada roce en su cuerpo. Para controlar el dolor las enfermeras tuvieron que insertar un catéter endovenoso, una delgada manguera que se coloca en una vena para administrar medicinas o líquidos directamente al cuerpo, evitando múltiples pinchazos. A pesar de estar con la piel vuelta trizas, Laura, con una risa inocente, preguntó si la inserción del catéter le dolería. Sorprendido el personal de enfermería la miraban asombrados de que con su cuerpo casi sin piel, aún temiera a los pinchazos de las agujas.

Después de la inserción del catéter, le administraron ketamina, un medicamento que alivia el dolor y provoca una sensación de calma, somnolencia y relajación. Además, la Ketamina tiene propiedades disociativas lo que puede causar una sensación de separación del cuerpo y el entorno. Laura pasó algunas horas en el servicio de urgencias, y aunque ya no sentía dolor físico, experimentaba un frío intenso.

Intentó bajarse de la camilla con ayuda de las enfermeras. Aún consciente aceptó pero al moverse se sintió débil, con las piernas temblorosas, como si fueran gelatina. “Me caí, o más bien, me estaban sosteniendo porque no podía”, cuenta. Luego la trasladaron a una camilla especial de textura suave equipada con un sifón para recolectar todos los residuos, y comenzaron a bañarla para quitar toda la sustancia.

 No recuerda nada más, el efecto del medicamento la sumergía una experiencia fuera de su cuerpo “Yo veía todo el hospital rosado manejaba la camilla rápidamente y feliz”, comenta Laura esbozando una sonrisa que contrasta con la dureza de los hechos. Pero la realidad se imponía: en sus momentos más oscuros, bajo los efectos de los medicamentos, intentó arrancarse las vendas, se culpaba a sí misma de la situación e intentó lanzarse por la ventana. “Me tuvieron que amarrar”, admite reconociendo lo crítica que era su situación.

A medida que pasaban las horas, se inició el tratamiento quirúrgico para atender las quemaduras de tercer grado de la joven. Este procedimiento consiste en el desbridamiento, que implica retirar todo el tejido que ha muerto tan pronto como sea posible y cubrir las heridas. En este punto los médicos también emplean la dermoabrasión, es decir que mediante un dispositivo especial se desgasta o lija suavemente la superficie de la piel afectada, explica el cirujano Gaviria.

El objetivo del tratamiento es lograr la liberación espontánea de la escara, la escara es la capa de tejido muerto o dañado que se forma sobre la quemadura, se caracteriza por ser de color negra, una mancha que disfraza la penetración del agente químico hasta la última capa de la piel de la víctima. Cuando esta se libera, significa que el tejido profundo empieza a sanarse. Es importante retirar toda la piel quemada en las primeras 72 horas, porque esta es la principal causa de infección en los pacientes y otras las complicaciones que se pueden dar.

Al retirar toda la piel quemada, lo que queda al descubierto es el tejido celular subcutáneo, la capa de tejido graso se encuentra debajo de la piel y normalmente está protegida por las capas superiores. En casos donde las quemaduras cubren menos del 10% o hasta el 20% del cuerpo, los médicos pueden recurrir a autoinjertos, utilizando la propia piel del paciente para cubrir las heridas. Pero en el caso de Laura, con más del 60% de su cuerpo afectado, no había suficiente piel donante para hacer estos injertos. Dejar áreas tan grandes expuestas no es una opción; sería abrir de par en par la puerta a infecciones, pérdida de proteínas y líquidos vitales, una hospitalización prolongada o incluso la muerte.

Aquí es donde la situación se vuelve crítica: los médicos necesitan cubrir esas heridas de inmediato, pero los apósitos, que son similares a curas grandes y con componentes especiales que se ponen sobre las heridas para protegerlas y ayudarlas a sanar, son costosos, y las autorizaciones por parte de las EPS pueden tardar, dejando a los profesionales en una carrera contrarreloj para cubrir a las víctimas. Laura recuerda vívidamente lo que vino después: “Terminaron y quedé como una momia, toda vendada, todo mi cuerpo estaba cubierto, no había parte libre. Tenía el cuello quemado, aunque ahora ya no se nota. Todo esto estaba rosadito, todo quemado”.

A las 7:00 de la noche su madre finalmente pudo verla en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). “Mi mamá pensó que había tenido un accidente con la moto, tal vez una quemadura menor”, explica Laura. Pero la realidad era mucho más grave. Al ver a su hija cubierta de vendas y apenas reconocible, sintió que el mundo se le venía abajo. Un enfermero tuvo que sostenerla, darle un vaso con agua y sentarla en una silla antes de que se desmayara. “Verme así fue sin duda, una de las peores experiencias de su vida”, comenta Laura, consciente del dolor que su condición causó en su madre y toda su familia.

Los ataques con agentes químicos u otras sustancias impactan profundamente tanto en las víctimas como en sus familias y personas cercanas. Según un estudio del grupo de investigación de Psicología Social, Organizacional y Criminológica de la Facultad de Psicología de la Universidad El Bosque, se destacan diversas consecuencias emocionales y psicológicas en los padres de las víctimas. En el caso de las madres, se identificaron sentimientos de dolor, angustia, negación, cansancio mental, culpa, duelo e impotencia. Estas mujeres experimentan dificultades para expresar sus emociones, tratan a sus hijas con lástima, asumen el rol de cuidadoras primarias y alteran sus rutinas para cumplir con esta función.

Por otro lado, los padres tienden a experimentar sentimientos de venganza. Se centran en encontrar respuestas a preguntas como “¿quién?” y “¿por qué?”. Además, muestran mayor resistencia a aceptar la nueva realidad de sus hijas, especialmente cuando se enfrentan a reconocer el nuevo rostro de la víctima. En casos como el de Laura, donde la pareja o expareja es el agresor, los padres suelen reprimir sus sentimientos y tienden a juzgar tanto a sus hijas como a sus compañeras o esposas, creyendo que el ataque podría haberse evitado. En algunas ocasiones, consideran que las madres de las sobrevivientes son responsables por haber permitido dichas relaciones. Además, los padres pueden ejercer violencia psicológica no solo contra las víctimas, sino también contra sus compañeras o esposas.

El personal del Hospital Simón Bolívar enfrentó diariamente a la familia de Laura con la posibilidad de su fallecimiento, debido a que la mortalidad era extremadamente alta para ella. María Valentina Perdomo Córdoba, médico internista de la Fundación Santa Fe, explica que la mortalidad aumenta en proporción al porcentaje de la quemadura; uno tiene mayor probabilidad de morir cuanto más extensa es el área quemada: “Uno se muere más, si está más quemado”, dijo. Además, existen zonas específicas del cuerpo denominadas “quemaduras mayores” que no necesariamente requieren un 20% de superficie afectada. Si se comprometen áreas como la cara, el cuello o los pliegues, que son esenciales para la funcionalidad, puede haber una cicatrización que limite el movimiento.

Otro factor crítico que incrementó el riesgo de mortalidad de Laura fue la inhalación de humo, que causa complicaciones respiratorias severas, siendo este uno de los principales factores de mortalidad en pacientes con quemaduras. Las dificultades asociadas a las quemaduras también son determinantes en la supervivencia del paciente. Las quemaduras pueden provocar shock hipovolémico, en el cual el cuerpo no recibe suficiente oxígeno, lo que puede resultar en falla orgánica y otras complicaciones fatales. Además, las heridas abiertas creadas por las quemaduras son altamente susceptibles a infecciones. En el caso de Laura, desarrolló infección por dos bacterias, lo que complicó aún más su estado de salud y contribuyó significativamente a su riesgo de muerte.

Durante los cinco primeros meses que Laura pasó en la UCI, su madre recorrió cada día el largo trayecto desde el barrio Santa Catalina para visitarla hasta el Hospital Simón Bolívar al otro extremo de la ciudad de Bogotá. “Todos los días les decían que se prepararan para lo peor, que tal vez un día llegaría y encontraría la cama vacía”, relata Laura. Ese temor casi se materializó un día cuando llegó al hospital y vio la cama de Laura vacía. Momentos antes, había subido por el ascensor junto a un cadáver. “Entró gritando: ‘¿Dónde está mi hija?’, pensando lo peor”, cuenta Laura, con una mezcla de tristeza y risa nerviosa. A la mujer la habían trasladado a otro piso porque su cuerpo creó barreras para combatir las bacterias adquiridas y ya no requería un monitoreo continúo.

La rehabilitación de Laura fue una verdadera montaña rusa marcada por dos reingresos que la llevaron a permanecer diez meses en el hospital “Por no cuidarme tuve que reingresar dos veces; en una ocasión estuve fuera del hospital solo 15 días, y en la otra salida, otros 15 días”, relata Laura.

La falta de apetito la llevó a perder peso de manera drástica, bajó hasta 37 kilos , antes de las quemaduras pesaba aproximadamente 50 kilos. La comida del hospital no le gustaba; no toleraba las verduras ni el pescado, lo que complicaba su recuperación. Es común que muchos pacientes con quemaduras sufran pérdida de apetito, náuseas y dificultades para comer debido al dolor o al estrés. Sin embargo, la nutrición es un aspecto crucial en la recuperación de víctimas de quemaduras de tercer grado, especialmente debido a su estado hipermetabólico, que es cuando el metabolismo funcionaba a un ritmo acelerado, reparando los tejidos dañados y combatiendo las infecciones. Por esta razón, la dieta de Laura debía ser alta en proteínas, grasas y carbohidratos.

Para asegurar que Laura recibiera los nutrientes necesarios, los médicos recurrieron a la alimentación por sonda nasogástrica, un pequeño tubo que se inserta por la nariz y llega directamente al estómago, permitiendo que todos los nutrientes lleguen de manera óptima. Laura recuerda: “Muchas veces me pusieron mangueras por la nariz porque, como no comía, me alimentaban por ahí con un líquido que era pegajoso y olía a dulce.”

“Uno nunca se acostumbra al dolor”

Las curaciones de las heridas fueron, probablemente, una de las experiencias más dolorosas que Laura haya vivido. “La primera curación fue durísima, aunque, bueno, todas lo fueron. Yo gritaba, creo que estuve a punto de romper todos los vidrios del hospital con un solo grito de dolor. Dolía mucho porque las gasas se pegaban, a pesar de que les ponían cosas para que no se adhirieran”, recuerda Laura con angustia. 

Este es un procedimiento extremadamente doloroso y no se realiza con anestesia o por lo menos no con la cantidad suficiente. Y se debe a varias razones médicas: una de ellas que el equipo médico debe evaluar el estado de la herida y la respuesta de la paciente. El dolor aunque difícil de soportar, puede ser un indicador de mejoría, ya que puede señalar la regeneración de las terminaciones nerviosas o por el contrario, puede alertar sobre una posible infección o mala circulación. El uso excesivo de analgésicos podría enmascarar estos signos y síntomas críticos, según lo explica la médico Perdomo Córdoba.

El sufrimiento que Laura experimentó desde la primera hasta la última curación fue tan intenso que una vez en casa evitó continuar con el tratamiento. Como resultado, los pliegues en áreas como las rodillas se le adhirieron, impidiéndole caminar. Además, hubo rechazo de los injertos, lo que la obligó a ser readmitida de urgencia en el hospital. Laura jamás se acostumbró al dolor. “¿Usted cuánto lleva acá y aún no se acostumbra al dolor? Deje de ser quejumbrosa”, le decían algunas enfermeras. Pero ella siempre respondió: “Uno nunca se acostumbra al dolor. Puede llegar a ciertos niveles de tolerancia, uno se dice: ‘me lo aguanto, me lo aguanto’, pero acostumbrarse al dolor, jamás.”

Yinna, terapeuta ocupacional, no solo ayudó a Laura a volver a caminar, sino que también la motivó con sus palabras, alentándola a seguir esforzándose y a superar su difícil situación. “¡Ay, yo amo a Yinna!”, exclama Laura al recordar a esta profesional del Hospital Simón Bolívar. “Al principio, odiaba a Yinna con todas mis fuerzas, porque la veía como un símbolo de dolor, pero luego entendí que todo lo que hizo fue por mi bienestar. Gracias a ella y a su equipo de “Nueva Piel”, estoy caminando hoy. Yinna me animó a continuar la rehabilitación después de la hospitalización, e incluso financió mis terapias para apoyarme en ese proceso.”

Aunque las Entidades Promotoras de Salud [EPS] en Colombia tienen la obligación de cubrir la rehabilitación de las víctimas de ataques con agentes químicos u otras sustancias, realmente no es posible. Primero, no hay suficiente personal capacitado para la rehabilitación de pacientes quemados. Segundo, en el caso de Laura y de muchas sobrevivientes su rehabilitación para poder caminar fue considerada como un procedimiento estético, lo que complica el acceso a los servicios necesarios. Por estas razones, la presencia de profesionales como Yinna es tan determinante en los procesos de rehabilitación y en la recuperación de la vida de las víctimas de ataques químicos.

Cada vez que ingresa al Hospital Simón Bolívar una víctima de ataques con agentes químicos u otras sustancias, se activa un grupo multidisciplinario de profesionales. Este equipo incluye trabajadores sociales, especialistas en salud mental (como psicólogos o psiquiatras), terapeutas físicos y ocupacionales, así como cirujanos plásticos. Otros especialistas son consultados según la zona del cuerpo afectada. Además, el centro médico activa la ruta de atención a víctimas de agresiones con agentes químicos y otras sustancias, implementada por la Secretaría Distrital de la Mujer, con el fin de brindar una atención integral a las víctimas que consiste en atención médica, protección, seguridad y acceso a la justicia.

Para Laura el apoyo de la Secretaría Distrital de la Mujer fue y es fundamental. Desde ese día, una dupla de atención psicosocial se encargó de asegurar que se cumplieran sus derechos, garantizando su acceso a la salud y un tratamiento integral que incluyó apoyo psicológico tanto para ella como para su familia. Gracias a estas redes de apoyo y articulaciones interinstitucionales como: Alexandra Rada, Fundación Natalia Ponce y La Fundación del Quemado Laura ha podido avanzar significativamente en su tratamiento y rehabilitación. Este apoyo ha sido crucial para que pueda retomar su vida y continuar con su proyecto personal.


Los derechos legales de las víctimas

Desde lo jurídico, las víctimas de ataques con agentes químicos u otras sustancias enfrentan un gran desafío, no solo por las dificultades económicas, sino también por el desconocimiento del sistema legal que las protege. Para Laura y su familia, este era un mundo completamente desconocido. En este contexto, la abogada María Fernanda Carrillo, de la Secretaría Distrital de la Mujer jugó un rol decisivo. Desde el primer día, “Mafe”, como la llama cariñosamente Laura, se hizo cargo de su representación. 

No solo ha traducido para la víctima todas las normas y decretos legales, sino que también la ha acompañado en cada audiencia y se ha asegurado de que no sea revictimizada durante el proceso. Ambas han perseverado en su lucha con la firme convicción de que aunque el camino sea largo, el agresor será condenado y Laura obtendrá la reparación que merece. Laura afirma: “Yo también quiero que lo metan preso, pero si se demora, se demora. Él tendrá que pagarlo alguna vez”. Para Laura, la justicia no solo implica reparar el daño que ella sufrió, sino también que se haga justicia por Logan, su perrito de tres meses que falleció a causa del ataque.

En octubre de 2021, un juez de control de garantías de Bogotá dictó medida de aseguramiento de casa por cárcel contra Andrés Giovanni Rivera. A pesar de esta decisión, Carrillo y Laura han mantenido su firme determinación de buscar justicia. La audiencia más reciente se realizó el 14 de febrero de 2024 en la cual Laura tuvo la oportunidad de narrar su historia detalladamente. “Conté todo, les hablé tal como te estoy contando a ti, les mostré las cicatrices en mis brazos y les dije que, así como están mis brazos, están mis piernas”, relata Laura de manera valiente al mostrar los rastros de la sustancia en su piel. 

En esa audiencia también testificaron la veterinaria de Logan, expertos de Medicina Legal, y el policía que la atendió el día del ataque. El 12 de julio los médicos que trataron a Laura y otros testigos de la Fiscalía aportaron sus testimonios en favor de la víctima.

Según la abogada Carrillo, el proceso está llegando a su fin. Solo falta escuchar al procesado antes de concluir las pruebas. Se espera que el juicio termine en septiembre de 2024, sin ceder en su empeño por lograr una condena definitiva que refleje la gravedad de los hechos ocurridos.

A nivel físico Laura no experimenta dolor permanente, solo siente ocasionalmente pequeños “corrientazos”, como cuando una aguja pincha las piernas. Sin embargo, su fortaleza psicológica es impresionante. “ Como la sobreviviente más joven en Bogotá de un ataque con sustancia química, Laura se ha convertido en un referente inspirador para muchas mujeres, especialmente por la forma en que ha asumido y aceptado sus cicatrices” dijo Erika Rodríguez Vargas, la referente para el delito de ataques con agentes químicos, sustancias inflamables y líquidos hirvientes de la Secretaría Distrital de la Mujer.

“No, no me siento mal por mis cicatrices. Puedo andar en camiseta sin mangas o lo que sea, y no me da pena. Esa soy yo, y nadie va a poder cambiarme”, afirma con convicción. Aunque, Laura no se ha sentido discriminada directamente, las miradas curiosas nunca faltan. “No es tanto que me miren mal, pero sí con curiosidad, como preguntándome: ‘¿Qué le pasó?’. Trabajo en una cigarrería, y siempre hay comentarios como ‘¿Qué te pasó ahí?’. Mi respuesta es simple: ‘Me quemé de pequeña’. No tengo que dar más explicaciones, y además, no les interesa, son desconocidos.”

Laura no solo ha aprendido a vivir con sus cicatrices; ha convertido su experiencia en una fuente de inspiración, perseverancia y fuerza en su lucha por alcanzar la justicia, sin permitir que el miedo la consuma. Aunque su agresor permanece bajo medida extramural, Laura vive, sale, trabaja, sueña con culminar sus estudios, disfruta y demuestra que su agresor no logró su objetivo de encerrarla en su propio cuerpo. Como el hierro que se forja en el fuego, Laura ha renacido más fuerte y resiliente, mostrando que ni el dolor ni las cicatrices pueden limitar su libertad.