¿Cuál es la mayor dedicatoria de amor? Flores, poemas, inclusive monumentos brotan en nuestras cabezas cuando pensamos en lo que hace el ser humano para expresar amor. Para otros, sin embargo, una dedicatoria puede tomar la forma de un artrópodo de ocho patas, con un único e hipnotizante abdomen azul. Una joya, pero de la hojarasca.
Nops mamoris es una nueva especie de araña descrita por investigadores javerianos. En un artículo publicado en la revista Zootaxa, el biólogo Daniel Chirivi, y los estudiantes de Biología Juan Manuel Rodríguez y Pardo Staper, del Laboratorio de Entomología de la Pontificia Universidad Javeriana, dieron a conocer esta especie de artrópodo a la comunidad científica.
El nombre de esta especie, mamoris, es la contracción de la expresión de cariño “mi amor” y es una dedicatoria de Rodríguez a su pareja María Alejandra Tapias, quien también estudia Biología y cuya vida ha sido acompañada por arácnidos. Posiblemente no todos recibirían esta carta de amor con agrado, sin embargo, para Tapias, “fue un gesto increíblemente valioso, un hermoso recordatorio de lo importante que eres para la persona con la que has elegido compartir cada día”.
El amor entre Rodríguez y Tapias ahora está atado al trayecto evolutivo de una araña con un color excepcional en la naturaleza y, que probablemente, solo se puede encontrar en ciertos bosques húmedos con ríos trenzados de la cuenca del río Sumapaz. En una finca de Pandi, Cundinamarca, al lado de una pequeña quebrada, nuestra araña se dedicaba a cazar entre hojas muertas. Su indiscreto color quedó grabado en la cabeza de los investigadores desde la primera vez que lo vieron. Tomaron varias salidas, búsquedas diurnas y nocturnas para encontrar suficientes de estas arañas y poder afirmar que se trata de una nueva especie.
Los pedipalpos, unas patas que emplean para manipular sus alimentos, dieron la pista de que en efecto así era. Estas patas en los machos son utilizadas para transferir esperma a las hembras, dándoles una forma englobada. Mirando los pedipalpos de otras arañas, Nops mamoris parecía tener una proyección del pedipalpo más alargada que otras arañas parecidas a ella. Tras mirar este rasgo reproductivo del macho y los de la hembra, además de sus colores, patrones, patas, y luego de comparar entre varias de estas arañas, un arduo trabajo, confirmaron que se trataba de una especie no conocida por la ciencia.

Esta araña es la segunda de su grupo (llamado Nops) en ser descrita para Colombia. Aunque sus colores y patrones azules permiten una distinción inmediata de otras arañas, se puede requerir bastante para describir una especie. Esta detallada labor puede hacer que cualquiera se pregunte ¿para qué nos tomamos el tiempo de hacer todo esto?, ¿por qué pueden nombrarse especies como una dedicatoria de amor?
No solo arañas: ¿Por qué nombramos especies?
“El nombre por sí solo, es una cosa de gran poder, por tanto, es el recipiente que arrastra la idea del reino imaginario al reino terrenal”
Lulu Miller
El bautizo de la biodiversidad ha tenido el propósito de categorizar a las especies y, por más evidente que parezca, hacerlas concebibles al tener una forma de referirnos a ellas. Desde una noción antropocéntrica del universo, si algo no tiene nombre, no existe. Lulu Miller abre el quinto capítulo de su libro Why Fish don’t exist con este cuestionamiento filosófico. La culpa, el pecado y hasta el amor no existían, su existencia emergió cuando alguien les atribuyó un nombre.
La “nueva” existencia o nombre de una especie como Nops mamoris, en un contexto científico global, debe ser reconocida a través del planeta. De esta forma, se establece un acuerdo independiente del lenguaje. Como lo pone Giovanny Fagua, investigador en sistemática y evolución de artrópodos de la Javeriana, esto permite que una persona en China tenga certeza que se refiere a lo mismo que otra en Kenia: que es la misma hierba medicinal o el mismo insecto que trasmite fiebre amarilla, independientemente de que uno de ellos hable en mandarín y le respondan en suajili.
Carlos Linneo, en el siglo XVIII, formalizó los intentos previos del acuerdo del que Giovanny nos habla. Así se instaura un código nomenclatural con nombres binomiales, escritos en latín y compuestos por: el género, que hace las veces de un apellido, y el epíteto específico, que equivale a un nombre. Curiosamente, en esta nomenclatura el apellido antecede al nombre. En el caso de la especie descrita por Chirivi, Rodríguez y Staper pertenece al grupo Nops y su epíteto específico es la declaratoria de amor.
Yo conozco esa mosca
El código internacional de nomenclatura, que mencionamos previamente, ha conferido cierta libertad al nombrar especies. Este albedrío permite referenciar elementos culturales, personales o netamente descriptivos (destacando una cualidad de la especie). La creatividad del nombre puede favorecer la atención, familiarización y conservación de la especie descrita.
Por ejemplo, moscas caleidoscópicas, como Opaluma rupaul, son tocayas del activista y estrella del movimiento drag Ru Paul. Con Hyalinobatrachium esmeralda nos referimos a ranas cristalinas como esmeraldas en honor a las joyas de Pajarito, Boyacá. Y el fósil del pez que logró pasar a la vida terrestre, es recordado como el pueblo Inuit del norte de Canadá llamaba a los grandes peces dulceacuícolas de aguas pandas (Tiktaalik).
La taxonomía, humorística y bella, se ve favorecida por estas mismas características. Sin embargo, no siempre ha sido una aliada de la expresión artística de los científicos.
Taxonomía, estrategia de subyugación
Estas convenciones en latín se impusieron sobre la riqueza lingüística preexistente de múltiples pueblos indígenas. A pesar de que especies como el Tiktaalik revive palabras autóctonas, no remedia el colonialismo enraizado en la taxonomía.
En Sudáfrica, un grupo de escorpiones toma el nombre despectivo perpetuado por colonizadores al pueblo Khoikhoi y los epónimos, nombres que aluden u honran a alguna persona, de algún nativo en lugares como Nueva Caledonia eran básicamente nulos antes de 1940. Lamentablemente, más del 90% de los epónimos en estas islas del Pacífico Sur hacen referencia a hombres europeos, la misma tendencia se mantiene a lo largo de todo el continente africano.
Este trasfondo ha abierto debates sobre las implicaciones de nombrar especies, sin desacreditar la indispensabilidad de la taxonomía. La taxonomía es la columna vertebral de los estudios en biodiversidad. Se requiere conocer para entender y cuidar, y actualmente, desafortunadamente, esta columna está más frágil que nunca.
El impedimento taxonómico
La taxonomía tradicional consistía en una conversación con el organismo para llegar a conocerlo: ¿Quién eres? ¿Qué te hace único? Es una conversación bastante complicada, para responder estas preguntas se cuestiona que comparte el organismo con los demás. Tal y como hicieron Chirivi, Rodríguez y Staper, los científicos comparan huesos, dientes, pelos e inclusive comportamientos; hasta que con certeza pueden proclamar una nueva especie. Y, aun así, no siempre encontramos seguridad suficiente.

Así, trazamos límites entre distintas especies, límites bastante difusos. Una sola especie puede ser un mosaico de formas y colores, de igual forma, hay especies distintas que parecen gemelas. Por tanto, la pregunta ¿Qué te hace único? no es tan sencilla, requiere de paciencia y rigurosidad. Por ejemplo, la ranita diablo es una única especie, sin embargo, presenta incontables patrones de coloración.

En esta imagen vemos tres especies diferentes, una en cada columna. Las llamamos especies crípticas por su dificultad de distinción. Los códigos genéticos nos han permitido esclarecer la bruma de estos límites. La utilidad de herramientas genéticas aceleró la descripción de especies, basta con tomar una muestra de algún tejido para acelerar nuestra conversación.
La genética permitió responder incontables y fascinantes preguntas en áreas como la ecología evolutiva. Sin embargo, en un mundo desenfrenado en avances científicos se apuesta a la forma más eficaz de obtener resultados. En algunos casos, la especie se traduce a un código inerte en un computador, y progresivamente se atenúa la identidad del taxónomo paciente y minucioso que conversa con las especies.
Con respecto a esto, Lucas Barrientos, líder del Semillero de Evolución y Ecología de Anfibios y Reptiles, cuenta que la taxonomía es como un cultivo. Es diferente el que siembra y cosecha al que meramente comercializa el fruto. El campesino escucha su cultivo y logra entenderlo a profundidad, desarrolla disciplina en su cuidado y un sentimiento de responsabilidad con él.
Estas mismas cualidades del cultivador son las que Lucas expresa que se desarrollan conversando con las especies, de las cuales destaca una quietud reflexiva que nos vincula hondamente con las especies que estudiamos y conservamos. Actualmente, tenemos 8.537 especies endémicas oficialmente registradas en Colombia, y cada vez que nos encontramos en algún ecosistema de este país ondulado, suenan los murmullos de todas aquellas con las que nos hace falta conversar.