Las crisis ecológicas como el secamiento de cuerpos de agua, que han generado, por ejemplo, el desabastecimiento de agua en Bogotá, están relacionadas con la conexión entre ecosistemas. Si bien gran parte de ellos están resguardados en los 61 Parques Nacionales Naturales (PNN), que ocupan un 11.22% del territorio nacional, y un 75.2% del área protegida en Colombia, el país se raja en conectividad ecológica, es decir, la capacidad del paisaje de permitir flujos ecológicos, como el movimiento de animales, la dispersión de semillas, los flujos genéticos, y el movimiento de masas de agua por aire y tierra.
Según el índice ProtConn, utilizado para analizar este indicador, solo el 4.6% de esta superficie está bien conectada, lo que pone en gran riesgo de colapso el equilibrio ecosistémico. En el día de los bosques, Pesquisa Javeriana le cuenta cuál es la situación de la conectividad ecológica en Colombia.
Una buena noticia que llegó tarde fue que, en 2024, Colombia logró un 17,18% de área terrestre protegida. Con esta cifra cumplió a medias y con cuatro años de retraso, la meta 11 de Aichi, el marco de objetivos globales que buscaban detener la pérdida de biodiversidad y que rigió hasta 2020. El Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal, vigente en la actualidad, propone algo aún más ambicioso, la meta 30×30, que busca que el 30% del área marina y terrestre se encuentre protegida.
Si bien Colombia va a buen ritmo, el último informe de Parques Nacionales Naturales Cómo Vamos muestra que el país ha sido incapaz de conectar sus áreas protegidas apropiadamente. El estudio también encontró que, aunque en Colombia existan cientos de áreas protegidas además de los PNN, estos aportan más del 86% de la conectividad nacional.

¿Cuál es el problema con la conectividad ecológica en Colombia?
Todos los procesos relacionados con la conectividad son necesarios para el equilibrio de los ecosistemas y para para asegurar los servicios culturales, de provisión, regulación y soporte que suministran.
El estudio de la conectividad se basa, mayoritariamente, en el modelo matriz, parche y corredor. Para entenderlo, piense los lugares que frecuenta en su vida cotidiana, comenzando por la casa donde vive con su familia, su oficina, el supermercado y la casa de su pareja. Todos pueden ser considerados parches de hábitat que usted visita para descansar, proveerse de alimento y, si lo desea, reproducirse. La ciclovía, el Transmilenio o las aceras peatonales son los corredores que usted utiliza para movilizarse de un parche a otro, y, finalmente, lo que rodea a los parches y corredores es la matriz.
Imagine que un día desea ir a la casa de su pareja, a la que siempre va en bus, pero justo ese día se suspende el sistema de transporte público. Tal vez eso no lo disuada de visitar a su amado… pero ¿Y si todas las vías son reemplazadas por lodazales hediondos? ¿y si las ciclorrutas y los andenes son dinamitados? Usted se vería obligado a tener una relación a distancia, no solo con su pareja, sino con su trabajo, la tienda de los víveres y un largo etcétera.
Al cabo de un tiempo se quedaría sin dinero, no tendría con quién reproducirse además de su familia, agotaría las reservas de su nevera e inevitablemente, moriría. No sería el único en fallecer ¡la ciudad entera colapsaría bajo estas condiciones!
Pues bien, eso es lo que les ocurre a los ecosistemas cuando los flujos ecológicos son cortados. Las áreas protegidas, abundantes en Colombia, pueden asumirse como parches de hábitat que poco a poco se han convertido en islas rodeadas de un mar de cultivos, canteras, potreros, ciudades y demás transformaciones que los humanos les hemos hecho al paisaje, sin dar mucha oportunidad a los organismos para movilizarse entre isla e isla.
Como explica Camilo Correa, investigador javeriano de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales, experto en conectividad ecológica y uno de los autores del informe PNN Cómo Vamos, “uno de los flujos más importantes entre áreas protegidas es el flujo de fauna. Por ejemplo, entre el Amazonas y los Andes se mueven grandes mamíferos, como el tapir y el jaguar, así como mariposas y otros organismos que viajan entre áreas protegidas. A partir de eso surgen otros flujos, como la dispersión de semillas y los intercambios genéticos”.
Sin embargo, los flujos ecológicos no solo involucran a los organismos vivos, sino a los elementos abióticos del paisaje. Una muestra de esto es la conectividad hídrica, que incluye el recorrido entero de los cuerpos de agua, sus pulsos de inundación y los movimientos del agua que se evapora en un lugar y es transportada por el viento hasta caer en forma de lluvia en otro.
“A mí me sorprende, por ejemplo, cómo las represas del Alto Magdalena pueden afectar a las poblaciones de bagres de la depresión Momposina, porque son especies migratorias que van allá a desovar. Estudios muestran que en la macro cuenca del Amazonas hay peces que pueden migrar hasta diez mil kilómetros longitudinalmente por el río, pero cuando se inunda también pueden migrar lateralmente. Y ni hablar de los flujos de sedimentos”, comenta Néstor Espejo, investigador encargado de la integridad ecosistémica en Parques Nacionales Naturales de Colombia. “Son muchas las dimensiones de conectividad”, concluye.
La pérdida de conectividad es un problema que para los humanos es más tangible de lo que parece. Como explica Correa, una de las repercusiones de la falta de conectividad es el desabastecimiento de agua en Bogotá: el agua que se evapora de la Amazonía se eleva y es arrastrada por las corrientes de aire hacia la cordillera de los Andes, donde choca con la vertiente oriental y cae en forma de lluvia en páramos como Sumapaz y Chingaza, principales abastecedores de agua para la ciudad. La pérdida de bosques en la Amazonía genera que menos agua se evapore y llegue a los embalses, causando, junto a muchos otros factores, la crisis de agua que se vive en la capital.
Conectividad en las regiones
Como es de esperarse, la pésima cifra de 4.6% de áreas protegidas y conectadas tiene una cara más o menos amable dependiendo de cada región de Colombia.
La Amazonía, con 11 PNN está conectada en un 12%. Su situación es la más optimista del país y se debe a la moderada transformación humana que ha tenido históricamente. No obstante, alberga algunos de los puntos de deforestación más intensa del país. El arco de deforestación andinoamazónico, que cubre de Putumayo a Caquetá, Meta y Guaviare, ha cercenado rápidamente la conexión entre los PNN Cordillera de los Picachos, Tinigua, Sierra de la Macarena, Chiribiquete y Nukak.
“Si se rompe la conectividad de la Amazonía con los Andes, se interrumpen los flujos ecológicos hacia el Chocó y hacia américa central”, puntualiza Correa. Además, es un problema social, pues las comunidades locales son vulnerables ante la proliferación de cultivos ilícitos y las prácticas de acaparamiento de tierra, que implican deforestar grandes áreas de selva para introducir ganado.
El caso de la región Andina y la región Caribe es más dramático. En la primera, sus 20 PNN están conectados solo un 3.1%. En el Caribe la conectividad entre sus 15 PNN es del 6.8%. “En el caso andino y del Caribe la cuestión es compleja, pues son paisajes más fragmentados, más deteriorados y degradados históricamente. Los PNN tienen problemas de conectividad, sobre todo por lo hostil que es la matriz que los rodea, pues tenemos agroindustria, ciudades y carreteras que no dejan transitar a las especies”, señala Espejo.

La Orinoquía cuenta con 7 PNN de pequeña extensión, el menor número de todas las regiones. Están conectadas un 3%. Sin embargo, en esta región existen cerca de 236 áreas protegidas amparadas bajo otras figuras, como las reservas naturales de la sociedad civil. Como explica Correa, estas áreas actúan como puntos de paso intermedios entre grandes parches de hábitat y ayudan a la movilización de organismos entre una matriz que cada vez es más hostil debido a los grandes cultivos y a la ganadería intensiva que se da en la altillanura.
“En el caso del Pacífico, la conectividad es bajita (3.06%) porque hay pocos PNN, que se conectan mínimamente a algunos PNN de los Andes”, comenta Correa. Por su parte, Espejo aclara que, “los PNN del Pacífico están en una matriz natural, entonces la conectividad es relativamente buena”. Desafortunadamente, el índice ProtConn no toma en cuenta los territorios colectivos de afrocolombianos y resguardos indígenas. En el caso de esta región, azotada por la minería ilegal y algunos monocultivos extensos, constituyen la columna vertebral de su conectividad. “No podemos dejar de resaltar la importancia de los territorios colectivos para la conservación” señala Correa.
¿Cómo mejorar la conectividad ecológica?
Para Correa la mejora en la conectividad debe ocurrir a varias escalas. “Primero, que las políticas públicas y normatividad tengan mayor capacidad de incidencia en estos temas clave para la conservación. Nosotros estamos muy lejos de otros países como Brasil, por ejemplo, que tienen programas nacionales de conectividad del paisaje”, añadió el profesor e investigador javeriano.
Otras estrategias nacionales incluyen la declaración de corredores ecológicos como áreas protegidas, así como darle más protagonismo a las Otras Medidas Efectivas de Conservación Basadas en Áreas (OMEC) y a zonas de relevancia ecológica como los sitios RAMSAR. Además, las estrategias de conservación deben apuntar a las necesidades de cada región.
Para Correa, la región Andina debe priorizar la construcción de pasos de fauna y la transición a sistemas productivos que combinen cultivos con plantaciones forestales y, en algunos casos actividades pecuarias; pues estos son más amigables con los flujos ecológicos. En el caso del Caribe, el enfoque debe ser amplio y guiado por la conectividad de las ciénagas. El Pacífico, cree él, necesita una regulación más detallada de la minería, mientras el trabajo de conservación en la Amazonía requiere de un estrecho vínculo con las comunidades.
La gestión territorial también es clave para tener áreas protegidas bien conectadas, y es la estrategia más usada por Parques Nacionales Naturales de Colombia a través de los Planes de Manejo. “Los Planes de Manejo tienen tres componentes, uno es de diagnóstico, que habla de las características biofísicas y el contexto del área protegida. Tienen una parte de ordenamiento, que plantea los objetivos de conservación y las zonas del área protegida, que pueden ser de preservación, restauración y uso sostenible. Y el tercer componente es el estratégico, que busca resolver problemáticas, aprovechar oportunidades e incluye la zonificación de manejo y el manejo diferenciado para lograr los objetivos de conservación”, destaca Espejo.
El poder de Colombia como estandarte de la biodiversidad a nivel mundial depende de qué tan inteligentes seamos manteniendo el delicado balance de la naturaleza. Este no solo se construye, como explican Correa y Espejo, a partir del número de áreas protegidas, sino de los flujos que ocurren entre ellos.