Hoy terminó en Glasgow, Escocia, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático -COP26-, un evento en el que se cuestionó el compromiso de las potenciales mundiales en la lucha contra el calentamiento global, pues aún no se cumple la totalidad de los compromisos en materia de protección ambiental a los que se ha llegado en ediciones anteriores.
Durante la conferencia, y a raíz del informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), en el que se asegura que es “inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la Tierra”, fueron contundentes los llamados a las naciones para evitar que la temperatura aumente 1,5 grados Celsius a fin de siglo.
Y aunque la mayoría de las miradas se han enfocado en los ecosistemas terrestres, en esta ocasión dos grandes temas han centrado el debate sobre los ecosistemas marinos: el papel de la fauna y flora marina para adaptar-mitigar y el nivel de gravedad de las amenazas que enfrentan.

Océanos: claves en la lucha contra el cambio climático
A estos ecosistemas también se les conoce como hábitats de carbono azul -por las grandes posibilidades que tienen de capturar gases de efecto invernadero- y se calcula que lo hacen hasta cinco veces más que los sumideros terrestres.
Durante la COP26, Jason Hall-Spencer, profesor de Biología Marina de la Universidad de Plymouth, Inglaterra, explicó que los océanos enfrentan tres problemas mortales: el calentamiento, que lleva ondas de calor y tifones sobrecargados; la acidificación, que mata los organismos; y las zonas muertas -aquellas en las que el nivel de oxígeno es bajo debido a la polución- que se están expandiendo en todo el mundo.
Para el experto, estos efectos ya son irreversibles. “Pueden pasar miles de años para que podamos darle vuelta al reloj, pero por lo menos deberíamos dejar de empeorarlo”, aseguró.
Hall-Spencer comentó que, por ejemplo, las salineras- ecosistemas importantes para la adaptación porque son muros en contra de las inundaciones y la mitigación, ya que absorben carbono- han caído un 85 % en el Reino Unido. Además, que las algas marinas disminuyeron 90 % en Estados Unidos, aunque reconoció que hay iniciativas esperanzadoras, pues se plantaron dos kilómetros de algas y se han diseminado hasta cubrir 36 kilómetros, lo que es un aumento importante -aunque insuficiente- para el secuestro del carbono.

Sobre manglares y los procesos marinos
“Desde que nació Greta Thunberg hemos perdido el 60 % de los manglares mundiales, eso es fatal”, dice Hall-Spencer. En África, empresas como Shell hablan de cuidar los manglares, pero han sido responsables de unos doscientos derrames de crudo que matan mariscos y los peces, sustento de las comunidades locales, además de generar gases de efecto invernadero.
En un video grabado para la COP26 , Lisa A. Levin, investigadora del Center for Marine Biodiversity and Conservation de la Universidad de San Diego, en Estados Unidos, explicó que los procesos marinos son sabios, por ejemplo, los del fito y zooplancton –algas y pequeños animales marinos-, no solo sirven como alimentos para cientos de peces, sino que al migrar verticalmente a las zonas profundas y defecar, son esos desechos los que secuestran carbono, y los cambios súbitos de los ecosistemas afectan profundamente la bomba biológica, como se le conoce a este proceso.
“El cambio climático y el aumento de las temperaturas hacen menos efectivas estas bombas biológicas. Se exporta menos carbono al mar profundo, lo que aumenta la acidificación y la calcificación”, comentó la investigadora.

Explicó además que no todos los ecosistemas marinos tienen los mismos efectos. Por ejemplo, los cañones y fiordos secuestran biomasa y algunos arrecifes se centran en carbono inorgánico, mientras que distintos peces y moluscos emergen del lecho marino en los sumideros de metano. Muchas de estas áreas están en peligro por la industrialización.
“Si el mar, en lugar de capturar, libera ese carbono, la situación será mucho peor”, dijo Levin, e hizo un llamado a pensar inteligentemente las próximas decisiones de la humanidad y a entender que estos ecosistemas no son enemigos sino aliados poderosos en la carrera contra el cambio climático.
Los océanos en Colombia
Si en el mundo llueve, en Colombia no escampa. Por años hemos escuchado que nos bañan dos océanos, que somos una capital mundial del agua o que contamos con el mar de siete colores -en San Andrés-; pero poco se discute sobre cuál es el estado de los ecosistemas marinos y qué tanto los hemos afectado.
La realidad es que al ritmo que llevamos, es posible que la mayoría de estas bellezas naturales sean solo un recuerdo en unos veinte o treinta años con efectos devastadores, no solo para su fauna y su flora, sino para el propio ser humano.
La situación de los corales en el país
Andrea Luna, directora del Instituto Javeriano del Agua de la Pontificia Universidad Javeriana, comenta que de la mano de diferentes investigadores han registrado la situación de los ecosistemas marinos nacionales- como corales, manglares, pastos marinos, litorales y playas de arena- tanto del Caribe como del Pacífico colombiano.
Los resultados arrojan que están en alerta naranja, es decir, en un riesgo alto y muy considerable.
Los corales, por ejemplo, son animales sensibles a los cambios de temperatura, explica la profesora Luna, por lo que un cambio de dos grados centígrados es una gran amenaza. Además, ya han perdido el 50 % de su cobertura, y en algunos casos, hasta el 85 %. “Viven en asociación con algas, cuando hay cambios se pierde esa relación simbiótica que le permite tener ciertos alimentos”, lo que las hace frágiles.

En la Lista Roja de los Ecosistemas Marinos y Costeros de Colombia, una investigación de Edwin Uribe en la que Andrea Luna y el profesor Andrés Etter -doctor en Ecología- fueron sus tutores, los investigadores encontraron que cada tipo de coral responde de maneras distintas al cambio climático, pero en general, que el aumento del nivel del mar hará que estos ecosistemas se hundan, lo que disminuirá la luz solar que les llega. Mientras algunos han mostrado procesos adaptativos a esas nuevas condiciones, otros, seguramente, no podrán superarlos.
El cambio climático nos acerca a episodios cada vez más extremos. El huracán Iota, primero en categoría 5 en tocar tierras colombianas, destruyó Providencia y afectó a San Andrés. Luna explica que estos eventos naturales pueden fácilmente destruir los corales que están lejanos de la costa, mientras los cercanos no solo deben soportar eso sino procesos de pesca de arrastre, incluso, con dinamita, contaminación, acidificación, transformación de los hábitats, tala entre otros.
“El estado general no es muy positivo. Hay una degradación muy importante en los corales de Colombia, a pesar de ser uno de los países con mayor área coralina en comparación con muchos otros en el mundo”, cuenta Luna y a esta ecuación le añade el aumento del nivel del mar, de las temperaturas y la acidificación de los océanos
“Como el agua se está volviendo más acida, el pH está disminuyendo y eso afecta el esqueleto interno de los corales porque está compuesto de carbonato de calcio. Entonces el esqueleto va a ser más frágil y si hay un evento fuerte van a resistir menos”, asegura la investigadora.
El país cuenta con legislación de protección de zona marina pero la realidad, –comentan los investigadores– que las leyes escritas en Bogotá, pero sin planes de acción en los territorios, son difíciles de aplicar. Por tal motivo es necesario incluir a las comunidades para que sean ellas mismas las que identifiquen en estos ecosistemas valores económicos y no solamente productos para la subsistencia.
¿Qué se puede hacer?
Tanto en la COP 26 como en Colombia se proponen iniciativas que buscan disminuir la velocidad con la que los ecosistemas marinos se degradan y, ojalá, regenerarlos.
Para el profesor Hall-Spencer son cuatro puntos esenciales: cancelar el apoyo financiero a actividades que afecten estos ecosistemas -como la pesca excesiva, o a quienes vierten sus desechos directamente en las cañerías o hacen exploración de petróleo y minería; también blindar por lo menos el 30 % de los océanos a través de protección completa o de alta protección.

Otra idea del profesor es resguardar más de la mitad del planeta que no cuenta con ningún mecanismo de cuidado y readaptar hábitats que apoyan la recuperación de la vida marina.
Por su parte, Levin reseñó algunas propuestas para fertilizar el fondo marino con hierro y así mejorar los procesos de secuestro de carbono y potenciar la bomba biológica, pero los impactos en el mar profundo son desconocidos.
En Colombia, la Pontificia Universidad Javeriana lidera proyectos que buscan apoyar la reproducción sexual y asexual de los corales. La reproducción sexual coralina es compleja y sensible, por eso estudian los procesos de desove -la puesta de huevos- de distintas especies en laboratorios para transferirlos a corales más grandes y potenciar la diversidad genética y la resiliencia de estos ecosistemas.
Para la reproducción asexual, la profesora Luna contó que fragmentan los corales y los ubican en otros arrecifes para clonarlos. Pero nada de esto es suficiente si no se trabaja de la mano con las comunidades, que son la primera línea. Por eso es esencial, dice la investigadora, potenciar los procesos de turismo ecológico y de pago por servicios ecosistémicos, como la protección de esos corales.

Finalmente, Denis Allemand, director del Centro Científico de Mónaco, presentó el trabajo conjunto entre nueve países para construir un informe de la IPCC sobre la vida marina -que absorbe 30 % de todas las emisiones de gases efecto invernadero y 90 % del exceso térmico-.
“El océano nos permite vivir en un mundo más tranquilo. Es hora de volver a los océanos, enfatizar en sus sistemas, en el carbono azul que a través de sus manglares y altamar nos permiten matar dos pájaros de un tiro: combatir la erosión de la biodiversidad ofreciendo protección en la forma de las áreas marinas protegidas y participar en la reducción de los gases de efecto invernadero”.
*Docente de la U. de Manizales. Enviado especial del proyecto GROW Colombia, financiado por el Global Challenges Research Fund como parte del año UKCOL 2020 – 2021.