Hace unos años, para Mileidys pensar en Dios era pensar en un infierno. La culpa la perseguía permanentemente. Esta mujer desplazada por la violencia entró a los 14 años a la guerrilla, se convirtió en la compañera de un rebelde que la maltrató y violó repetidamente, y ella terminó asesinándolo cuando lo descubrió abusando de uno de sus tres hijos. “Estoy completamente sucia, soy una pecadora. No creo que tenga salvación”.
Cuando la teóloga Susana Becerra escuchó este testimonio y la demoledora sentencia que Mileidys se había impuesto, comprendió el daño que siglos de prédica bíblica cimentada en el pecado y la culpa y no en la compasión y la misericordia pueden ocasionar. Aún está muy arraigada en la sociedad –especialmente en la población más vulnerable– la idea de un Dios juez que castiga o premia y que convalida la sumisión, el dolor y el sufrimiento en compensación al pecado. Para la muestra, un botón: cuando Mileidys le contó a su madre lo que estaba viviendo, ella solo atinó a decirle “aguante, mija, aguante, que para eso es su marido y ese fue el que Dios le mandó”. Además, cuando fue a confesarse tras quedar embarazada como producto de una violación, el sacerdote se negó a darle la absolución por considerarla indigna de ello.
Esta historia de vida es un ejemplo icónico que encontró Becerra en su trabajo con mujeres desplazadas asentadas en Ciudad Bolívar. Lo que empezó hace 14 años como una caracterización de esta población para nutrir el programa Vidas Móviles –creado para apoyar, acompañar y orientar a personas en condición de desplazamiento forzado, incluidas mujeres víctimas de violencia sexual– se convirtió en el sustento de una investigación teológica sobre cuál es la visión que se tiene de Dios en las distintas construcciones sociales y sobre cómo se dialoga con él en medio del drama y la tragedia humanas.
Basada en su experiencia pastoral, en varios estudios y en su propia formación profesional en la Pontificia Universidad Javeriana, Becerra impulsa a vivir una fe que no se dé desde el sufrimiento ni de manera pasiva con la convicción de que el único mandamiento de Dios es el amor, y ante su mirada, el dolor y el sufrimiento son injustificables como mecanismos para acreditar la fe. “El dolor y la muerte nos son inherentes y no los podemos evitar. No me imagino cómo sería la vida sin que existiera la vulnerabilidad en el ser humano, en la que el dolor y el sufrimiento se manifiestan para hacernos crecer y madurar. Pero lo que sí resulta inaceptable es cuando el dolor y el sufrimiento son inducidos o provocados por un poder que se impone: eso no lo quiere Dios”, aclara esta teóloga. “La teología ha estado en manos de los hombres, muchos de los cuales le han dado una orientación machista, pero ya hay una tradición de mujeres biblistas que muestran una mirada diferente, más humana, misericordiosa y transformadora, y cuando las mujeres víctimas de la violencia leen estos textos empiezan a concebir a Dios desde ese punto de vista”, añade, convencida de que la mujer lleva la peor parte en el universo de los sufrientes, más aún si es campesina, indígena o afrodescendiente.

Para Becerra, los hombres y las mujeres no deben adoptar una actitud sumisa ante la palabra de Dios sino comprender su sentido a la luz de las vivencias humanas y, a partir de allí, evangelizar con obras que sean liberadoras. Ella propone rescatar el concepto de hermenéutica de la sospecha propuesto por Elisabeth Schüssler Fiorenza, que cuestiona de manera crítica las afirmaciones de fe que han surgido en distintos contextos culturales en aras de una interpretación más incluyente y misericordiosa.
El aporte de Becerra reivindica la directriz del Papa Francisco de desarrollar una “Iglesia en salida”, es decir, aquella que sale a buscar a quienes sufren, camina con ellos y los ayuda efectivamente a transformar sus vidas. Esta teóloga considera tres planes de acción para ejercer una verdadera pastoral urbana: 1) identificar las principales fuentes de sufrimiento en cada comunidad; 2) que clérigos y laicos, basados en el primer plan, construyan programas de mejoramiento pastoral integrando especialmente la voz y las necesidades femeninas, y 3) que todos en conjunto trabajen para transformar sus realidades.
Esto parecería elemental, pero la realidad demuestra que no es así, y debería serlo tanto en la concepción ideológica del catolicismo como en el papel que debe desempeñar el clero. Pese a que el Concilio Vaticano II cambió radicalmente la mentalidad sobre Dios y la religión, “aún hay sectores de la Iglesia que piensan en un Dios crucificado y castigador que impone dolor en la tierra, donde quienes más sufren podrán ganar más cielo; es una visión masoquista y patológica sustentada por un discurso de poder en el que ‘si usted sufre, yo, como sacerdote, le administro su sufrimiento porque tengo el poder para hacerlo, pero necesito de sus estipendios’”, afirma el jesuita Carlos Novoa, para quien, además, es clarísimo que el cielo y el infierno luchan entre el barro, no en la atmósfera. Esa es la que el Sumo Pontífice llama “la Iglesia encerrada en sí misma”, la Iglesia “burocrática, cortesana y carrerista”.
Para Novoa, director de posgrados de la Facultad de Teología de la Javeriana, el trabajo de Becerra tiene un gran valor en cuanto desarrolla la teología desde la práctica –algo definitivamente atípico en esta ciencia– y porque es una mujer quien lidera esa visión pastoral. “Hay dos tipos de teología: la de salón, que se mete en los libros a jugar con las especulaciones y en la que sus acólitos piensan que su labor es embutirse en el cerebro un poco de conceptos, dogmas y normas para repetirlos como un papagayo, y la evangélica, que se acerca, toca y se empapa de la vida humana con todos sus matices y de ello hace una reflexión teológica”, explica Novoa, y agrega que Dios tiene una sola voluntad y que los cristianos están llamados a una sola obediencia: amar. Eso es, en realidad, el prólogo y el epílogo de la auténtica fe.
Para leer más:
- § Becerra, Susana. “El reto de reinventar la vida: acompañamiento pastoral a mujeres en la adversidad”. Franciscanum 56, n.° 161 (2014): 263-296.
TÍTULO DE LAS INVESTIGACIONES:
- El desplazamiento forzado: un desafió a la pastoral (sub)urbana
- Experiencia de Dios en la corporeidad y la sexualidad de un grupo de pacientes de la unidad de Infectología del Hospital Universitario San Ignacio
INVESTIGADORA PRINCIPAL: Susana Becerra
COINVESTIGADORES: Consuelo Vélez, Ángela María Sierra, Carlos Julio Rozo C. M. F., Andrés Rodríguez y Alberto Camargo
Grupo de Investigación Teología y Mundo Contemporáneo
Departamento Centro de Formación Teológica
Facultad de Teología
PERIODO DE LAS INVESTIGACIONES: 2012-2017