El cerebro siempre ha sido fuente profunda de curiosidad en el intento de entender aquello que nos hace lo que somos. Aunque sigue siendo un reto, hoy las tecnologías nos permiten observar con un nivel de detalle antes impensable las estructuras del cerebro. Como una cámara que mejora su resolución una versión tras otra, desarrollos como la resonancia magnética funcional (fMRI) o la tomografía por emisión de positrones (PET) que es como si tomaran fotos o nos permitieran ver una transmisión en vivo del cerebro funcionando. Pero existe otra forma de aproximarse al cerebro: escucharlo.
En lugar de ver el tejido nervioso, es posible interpretar las ondas de electricidad que produce. Y gracias al trabajo de la investigadora javeriana Catalina Alvarado lo que se escucha no es ruido, sino música que puede ser danzada por otros cuerpos, construyendo un puente entre ciencia y arte. Como un intérprete que traduce de un idioma a otro, esta tecnología permite hacer que las señales cerebrales se vuelvan partitura y la creatividad sea un punto de conexión.
Neurociencia, arte y tecnología
La ventana que permite crear el puente es el electroencefalograma (EEG). Un dispositivo que captura la actividad eléctrica de las neuronas y la traduce en patrones ondulantes que se dibujan en pantallas y papeles. Estas líneas que, para un médico pueden significar diagnóstico y para una investigación descubrimiento pueden ser interpretadas de otro modo.
Para entender un EEG hay que organizar la actividad eléctrica del cerebro en patrones que se registran y se clasifican según su frecuencia y que suelen relacionarse con diferentes estados mentales. Las ondas alfa se asocian con estados de relajación, las beta con concentración y alerta, y las gamma se asocian con procesos más complejos como la atención y la percepción.
El equipo liderado por Catalina Alvarado, doctora en Cerebro, Cognición y Comportamiento cuenta con la participación de Danilo García, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia y estudiante de doctorado en la Pontificia Universidad Javeriana; Camilo Martínez, profesor de la Facultad de Artes de la Javeriana; y Hazel Torres, artista independiente. A lo largo del proceso, también ha sido fundamental la participación activa de estudiantes de la Maestría en Bioingeniería y de Artes Escénicas, quienes han contribuido a enriquecer el diálogo interdisciplinar que caracteriza esta propuesta.
Este trabajo colaborativo explora la función del arte en la salud cerebral y su relación con la creatividad, la reflexión y las emociones. El producto de este esfuerzo fue presentado en el I Congreso Colombiano de Salud Cerebral, y ha sido compartido en diversos escenarios académicos y culturales, como la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad de los Andes, la Universidad Nacional de Colombia y el Hospital San Juan de Dios. Además, ha hecho parte de la programación de la Semana del Cerebro en sus ediciones de 2024 y 2025, consolidándose como una experiencia significativa de articulación entre arte, ciencia y salud.
Este trabajo colaborativo explora la función del arte en la salud cerebral y su relación con la creatividad, la reflexión y las emociones. El producto de este esfuerzo ha sido compartido en diversos escenarios académicos y culturales, como la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad de los Andes, la Universidad Nacional de Colombia y el Hospital San Juan de Dios. Además, ha hecho parte de la programación de la Semana del Cerebro en sus ediciones de 2024 y 2025, consolidándose como una experiencia significativa de articulación entre arte, ciencia y salud. Recientemente, fue presentado en el I Congreso Colombiano de Salud Cerebral, donde se destacó como una propuesta que integra creación artística e investigación científica.
Realizado en la Javeriana, del 21 al 23 de abril de 2025, este encuentro reunió a expertos nacionales e internacionales para discutir los desafíos de la salud cerebral en el país y el mundo, abordando temas como la neuropsiquiatría de precisión, el envejecimiento, la salud en poblaciones vulnerables, la epigenética y el liderazgo en salud mental. Al cierre del evento, Alvarado y su equipo presentaron la muestra artística Co-Incidir – Neurociencia, Arte y Tecnología, por primera vez, ante neurocientíficos.
Alfa, beta y gamma: Música, danza y movimiento
La puesta en escena comenzó con el auditorio en penumbra. En el centro del escenario, un solo cuerpo, de pie, inmóvil, frente al público. Allí estaba el artista, preparado no solo para moverse, sino para permitir que el auditorio escuchara la melodía de su cerebro.
Un dispositivo llamaba la atención: una banda ajustada sobre su frente sujeta por correas rodeaban su cabeza. No era parte del vestuario, ni una ornamentación escénica, era un electroencefalograma, un puente entre las señales eléctricas de su cerebro y el universo sonoro y visual que estaba a punto de desplegarse.
Con los ojos cerrados y respiración serena, el artista dio inicio a la obra. Desde la penumbra, comenzaron a surgir sonidos tenues: grillos, agua, puntos de luz titilando en la pantalla tras él. El ritmo de su respiración parecía interactuar de alguna forma con el fluir de los sonidos, como si la calma de su mente se transformara en una marea suave que envolvía el espacio.
En paralelo, otros cuerpos comenzaron a moverse. Los danzantes, dispersos alrededor del auditorio, iniciaron un ritual silencioso de contacto. tomaban manos de los espectadores, los invitaban a respirar al mismo ritmo del artista central y así crear una conexión colectiva.
Al cabo de un tiempo, fuimos entendiendo que esos sonidos —el agua, los grillos, los cambios de intensidad— no eran aleatorios. Más tarde nos explicarían que lo que escuchábamos eran traducciones de las ondas cerebrales del artista: las ondas alfa se convertían en agua; las beta, en grillos. Así, su cerebro hablaba en sonidos de la naturaleza familiares para todos.
Luego la escena cambió. Un segundo artista tomó el centro del escenario, con la misma banda sobre la frente. En sus manos llevaba un violonchelo, pero su concierto no fue un solo. Fue un dúo hecho por un solo cuerpo. Mientras sus manos deslizaban el arco por las cuerdas del instrumento, la banda sobre su frente permitía que las señales de su cerebro fueran transformadas, simultáneamente, en notas de piano. Era una conversación entre cerebro, cuerpo y cerebro: cada gesto producía una variación de lo que escuchábamos y el sonido parecía retroalimentarse del esfuerzo del artista por sincronizar sus pensamientos con la música.
El tercer momento rompió la distancia con la audiencia. Una participante del público fue invitada al escenario y se le colocó la misma banda. Su cerebro se convirtió en la fuente de la creación. Las señales que emitía eran traducidas en sonidos, y estos interactuaban con la danza de los intérpretes. A medida que los artistas se movían, un despliegue visual en pantalla convertía sus movimientos en formas vivas, gráficas, en continua transformación.
Lo que presenciamos fue un circuito de retroalimentación: la actividad cerebral de la participante guiaba la música, la música guiaba la danza y esta a su vez transformaba el escenario visual. Todo mientras la participante observaba la escena y su cerebro recibía nuevos estímulos que a su vez producían nuevos sonidos y transformaban lo que ocurría en la tarima.
Lo que presenciamos fue un circuito de retroalimentación constante y de doble vía: la actividad cerebral de la participante influía en la creación de la música, esta guiaba los movimientos de la danza, y la danza, a su vez, transformaba el escenario visual. Todo ocurría mientras la participante observaba la escena, generando nuevos estímulos sensoriales que modificaban nuevamente su actividad cerebral, completando el ciclo. Más que un sistema lineal de guía se trató de una experiencia interactiva donde cuerpo, mente y entorno se influenciaban mutuamente en tiempo real.
En esta obra, la neurociencia permitió que las señales eléctricas del cerebro fueran partitura y movimiento en una puesta en escena única. No existirá otro momento en el tiempo donde vuelvan a coincidir estos movimientos y estas notas, con estos mismos cerebros.
Arte y ciencia para pensar la salud del cerebro
Con la puesta en escena de Co-Incidir – Neurociencia, Arte y Tecnología, la tecnología se convirtió en puente, no solo de datos, sino de emociones, ritmos y significados. Esta práctica, que combina arte con investigación neurocientífica, plantea una forma distinta de explorar desde la investigación+creación, como plantearon los propios investigadores en su presentación.
Más allá de lo estético, el arte cumple funciones esenciales para el bienestar humano. La danza, la música y el arte visual no solo estimulan nuestro sistema nervioso: crean vínculos que ayudan a sentirnos parte de algo más, de nuestra comunidad.